Declaración de la Casa de las Américas
“¿Qué han de hacer los negros, perseguidos por todas partes en el Sur (…), expulsados hoy mismo de la orilla del mar en un poblado religioso del Norte porque los cristianos que van allí a adorar a Dios se enojan de verlos, más que apretar, como aprietan, la línea de raza, negarse a recibir del blanco, como antes recibían, la religión y la ciencia, levantar seminarios de negros y colegios de negros, prepararse a vivir fuera de la comunión humana, esquivados y perseguidos en el país donde nacieron?“
Así razonaba José Martí, conmovido por las noticias sobre la masacre de doce personas negras en Oak Ridge, Tennessee, el 4 de julio de 1887, como castigo a quienes permitían la unión consensual de un hombre negro y una mujer blanca. Cuatro murieron en el enfrentamiento armado con una partida comandada por el alcalde de la ciudad, y otras ocho fueron linchadas en las horas siguientes.
“Es el albor de un problema formidable”, sentenció Martí.
Desde entonces, el racismo, carne y sangre de la sociedad estadounidense, ha legitimado la discriminación, el abuso, el encarcelamiento masivo y el asesinato sistemático de sus ciudadanos de piel más oscura. Frente a tanta violencia sistémica, las negras y los negros de ese país han escrito una inspiradora historia de luchas, desde las insurrecciones contra la esclavitud hasta hoy.
La desproporción entre la cifra de negros y latinos víctimas de la pandemia con respecto al porciento que representan en la población de EE.UU. resulta escandalosa. Tiene que ver con el desamparo de millones de personas que no tienen otra opción que exponerse al virus para poder comer y el naufragio de una infraestructura de salud divorciada de la función pública. Se ha decolorado una vez más el maquillaje de un modo de vida que se autoproclama exitoso.
El brutal asesinato de George Floyd y las muertes violentas de otros afroestadounidenses, infligidas en medio de las mayores protestas ciudadanas en más de medio siglo, demuestran que el racismo en los EE.UU. funciona como una maquinaria mortífera, totalmente fuera de control. Acostumbrado a dominar por medio de la fuerza y a no rendir cuentas por ello, el sistema es incapaz de controlar sus instintos primitivos, exacerbados desde la llegada de Donald Trump a la presidencia del país.
La creciente participación de personas blancas en las manifestaciones y denuncias antirracistas que allí tienen lugar, el establecimiento de nuevas alianzas ciudadanas y la expansión mundial de la protesta contra el racismo y la violencia policial —que es la violencia del capitalismo neoliberal en todas partes— configuran nuevos escenarios de lucha.
Trump ha respondido con una sarta de amenazas y ofensas y un mayor despliegue militar. Acusó además a la organización “Antifa” de estar incitando al “vandalismo” entre los manifestantes y la clasificó como “terrorista”. Ordenó a policías y soldados que dispararan sin contemplaciones tan pronto se produjera algún atentado contra la propiedad privada. Al propio tiempo, de manera directa o indirecta, ha venido alentando a los grupos neonazis armados que se oponen a los que protestan y defienden fanáticamente las estatuas y símbolos del Sur racista.
Desde Partidos representados en el Parlamento Europeo, con una plataforma ultranacionalista, xenófoba, y un discurso populista que arrastra a mucha gente golpeada por la crisis global, hasta pandillas feroces que persiguen y agreden a inmigrantes y homosexuales, el neofascismo tiene una creciente presencia en Europa. A propósito del derribo en Bristol de la estatua del traficante de esclavos Edward Colston y otros incidentes similares, hinchas londinenses de equipos de fútbol, autodenominados “patriotas”, se han movilizado para proteger los monumentos levantados en honor de colonizadores y esclavistas.
Nuestra institución cuenta entre sus áreas de trabajo con el Programa de Estudios sobre Afroamérica. Hemos promovido el intercambio riguroso entre especialistas de esta materia y participado en la batalla que se da en los medios intelectuales contra las tendencias racistas.
La Casa de las Américas exhorta a todas las personas de bien a levantar su voz para frenar el avance fascista, exigir el fin del racismo, la opresión y la exclusión social y reclamar igualdad y justicia para todas las víctimas de la discriminación y del odio en los EE.UU. y todo el planeta, ahora y para siempre.
Fuente: La Ventana