El periodista de investigación Tracey Eaton ha demostrado cuánto florece el negocio de la democracia en Cuba, sobre todo durante los últimos meses del año 2020, en los que un millón de dólares fueron erogados con el fin de acelerar la subversión injerencista en la Isla. Eaton lo revela con cifras obtenidas del propio gobierno, aun cuando el Departamento de Estado estadounidense considera “secreto” este acápite y se niega a ofrecerle información precisa. Documenta además la existencia de cincuenta y cuatro grupos que han recibido urgente ayuda económica en este período con el objetivo declarado de fomentar “derechos civiles, políticos, religiosos y laborales”, todo a raíz del montaje propagandístico derivado del autoproclamado Movimiento San Isidro.
Las plataformas de propaganda que se identifican como “independientes”, y que intensificaron su labor de hostil confrontación al proyecto revolucionario cubano en ese periplo, aparecen como beneficiarias de estas partidas presupuestarias, ya sea directamente —como Editorial Hypermedia, Vista Larga Foundation Corp. y ADN Cuba— o indirectamente, a través de elementos que se ofrecen para delinquir a cambio de remesas camufladas y concesiones de colaboración con organizaciones como la Pan American Development Foundation Inc., el Grupo de Apoyo a la Democracia o el Instituto Político para la Libertad, de Perú. Esta estrategia injerencista se afianza en una doble dirección social. Primero, intenta corporativizar el ejercicio de la política al convertir en empleados a sus promotores y activistas; y segundo, busca legitimar la práctica mercenaria de la subversión política para extender ese proceso de legitimación —por simbolismo de contigüidad significante— hasta la delincuencia social y la inobservancia constitucional.
El argumento es básico y primario: basta con declararse en contra de una norma constitucional para sentirse en el pleno derecho de violarla. Solo este tipo de actitud genera las bases de la propaganda elemental. Como dicho argumento no se sostiene en ningún sitio del planeta y bajo ninguna práctica legal o jurídica, la estrategia se camufla en acción cultural, ya desde la práctica del periodismo y la opinión ciudadana, ya desde sectores formados por los propios centros cubanos de enseñanza y desarrollo de las artes. Es, como lo he dicho antes, un episodio de guerra cultural.
El entreguismo plattista de quienes se proclaman súbditos de Donald Trump —reacción desconocida incluso en los anexionistas, que maquillan su anexionismo en la presunta autonomía del Estado Libre de la Unión— recorta el insostenible camino del convencimiento ético y va directo al tema del ejercicio del mercenarismo a través del empleo, ajeno a cualquier norma de ideales. En ello intervienen muchos códigos de recepción masiva de ídolos mediáticos, sector al que se dirige el bombardeo de alharacas. Su base es tan elemental como los argumentos de campaña que han pasado al primer plano de acción injerencista en los últimos años. El propio hecho de ser elemental no le resta importancia a la hora de avanzar hacia la legitimación del ejercicio político como un negocio de empleados ante las empresas. Más bien intenta naturalizarlo, sobre todo en sectores que asocian su bienestar con el poder adquisitivo nominal y que aceptan, por tanto, el liberalismo económico como la práctica regulatoria del espectro político.
En primer orden, los pagos de salarios por esas plataformas financiadas, así como el sistema de premios y derechos de autor, se ubican por encima de la media salarial cubana. Sin embargo, este disfraz de competencia laboral es férreo respecto a los tópicos ideológicos en uso y el consecuente empleo de sus códigos. Crédito cero para quienes reconozcan méritos en el proceso revolucionario cubano o para quienes “acepten” como verdad ineludible la injerencia financiera de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, la Fundación Nacional para la Democracia o el propio Departamento del Tesoro. El cinismo es tan craso que parece invisible, como una de esas neblinas creadas para filmes. Se trata de un montaje que usurpa el sitio de lo real, y saquea en medio de los errores de planificación, ineficiencias institucionales y burocratismo oportunista. Este es el campo en el que toman incidencia las infanterías del centrismo democrático, junto a los francotiradores de pretendida independencia cultural, parapetados en el oficio de la especialización o el desprecio genérico hacia “lo político”. Así, vuelve el asunto a ubicarse en el tema del empleo, cerrando el círculo vicioso y entroncando el ámbito de subsistencia con el pase de cuentas respectivo a los códigos éticos.
Una estrategia común es comparar, mediante tabula rasa, cualquier actitud de mercenario —desde el punto de vista laboral— con cualquier opinión de convicciones. Al recibir salarios o pagos a destajo, se argumenta que las diferencias se borran. Ese es el hilo rojo que divide la esencia de la confrontación: las bases de las convicciones. Nadie está libre de tenerlas, por más que se gastara en negarlas. O bien sustenta usted su convicción en la ancha avena que el dinero sufraga, o bien se ajusta el cinturón —no sin costo humano, lamentablemente— y evita a toda costa abandonar a su suerte las luces, y las sombras, que proyecta la estrella que ilumina y mata.
Fuente: La Jiribilla