Parecía simbólico. El triunfo había llegado con el año nuevo. Esta vez los rebeldes habían entrado en Santiago y se produjo la invasión de Oriente a Occidente, conducida por Camilo y Che. Desde los lugares más remotos del mundo las miradas se volvieron hacia el pequeño Archipiélago, hasta entonces desconocido.
El derrocamiento de la dictadura, que disponía de un ejército profesional entrenado y armado por el imperio, derribó las predicciones de los especialistas, rectificados por los portadores del sentido común. Era el resultado de una estrategia elaborada a partir de un conocimiento profundo del devenir histórico del país, del análisis de los factores determinantes de los reveses del ayer y de las contradicciones reales latentes en el trasfondo de la sociedad. De este estrato nació el ejército popular victorioso que, con melenas, barbas y collares, mostraba el rostro inédito de la nación.
Para algunos, todo había concluido. En medio de la euforia general, Fidel se apresuró en señalar que la batalla más difícil recién comenzaba. El proyecto de justicia social y de conquista de la plena soberanía habría de tropezar con numerosos obstáculos.
Implicaría, entre otras cosas, una impostergable tarea de aprendizaje colectivo, de adquisición de las primeras letras para abrir caminos a la ciencia y a la cultura, de entender de dónde venimos y tomar conciencia acerca del lugar que ocupamos en el mundo, porque el conflicto entre explotadores y explotados se reproduce a escala planetaria.
Para llevar adelante ese aprendizaje colectivo, pensamiento, palabra y acción se juntaron en un solo haz. El ámbito propicio era el multitudinario de la Plaza de la Revolución, pero también la televisión, medio que favorecía la comunicación más íntima y acentuaba el carácter dialógico de los discursos de Fidel.
En cada circunstancia develaba las causas de las cosas y del tumulto de las ideas surgía el modo de afrontar los problemas. Por dura que resultara, la verdad tenía que mostrarse en sus perfiles más nítidos. Así sucedió con la irrenunciable defensa de los principios en los dramáticos días de la Crisis de Octubre y mucho después con el temprano pronóstico del posible derrumbe de la Unión Soviética.
Con su minúscula oligarquía sujeta a los intereses del imperio, Cuba cargaba con las costras del coloniaje, denunciada años atrás por Rubén Martínez Villena. Era destino compartido con muchos países que, a la vuelta de los 50 del pasado siglo, luchaban por romper los viejos ligámenes. En Estados Unidos adquirían fuerza las luchas por los derechos civiles.
Poco faltaba para que la guerra de Vietnam produjera un proceso de radicalización en la generalización emergente. A las reivindicaciones antirracistas se añadieron los reclamos de las mujeres y las de aquellos discriminados por su orientación sexual. En las Naciones Unidas, el pensamiento y la palabra de Cuba se hicieron voz emancipadora.
En un extenso discurso que rompió las reglas del juego establecidas, Fidel alertó acerca de los peligros derivados de la imposición de formas de dominio neocolonial en los países que recién accedían a la independencia política. Su discurso mantuvo en vilo a un público expectante. En el hotel Theresa de Harlem recibió la visita de destacadas personalidades del movimiento de liberación nacional.
El asesinato de Patricio Lumumba fue un triste ejemplo, capturado y torturado. Desapareció Amílcar Cabral, uno de los más lúcidos dirigentes africanos. Cayó el Che en Bolivia. El golpe contra Salvador Allende frustró su proyecto reformista y con la dictadura de Pinochet los Chigacoboys instauraron, mediante el uso de la violencia, la doctrina neoliberal. El gran capital transnacionalizado imponía, de ese modo, una nueva forma de apropiación colonial.
Las consecuencias están a la vista en la América Latina toda con el crecimiento de la desigualdad y el ejercicio de prácticas violentas agravadas por la expansión de los carteles de la droga, el tráfico de personas al que sucumben quienes aspiran a emigrar. El rebrote neoliberal también socava las políticas de bienestar implantadas en el Primer Mundo como medidas de salvaguarda ante el modelo de una perspectiva socialista en la Europa del Este.
Observador atento y crítico del transcurrir de la contemporaneidad, Fidel alertó temprano acerca de los peligros que se cernían sobre nuestra especie. Su llamado de entonces trascendió fronteras e ideologías. Pero la depredación del planeta ha proseguido a ritmo acelerado.
Aparentemente disperso en discursos nacidos de circunstancias concretas, libre de ataduras dogmáticas, el pensamiento de Fidel se proyecta con organicidad y coherencia notables, al punto de constituir herramienta indispensable para seguirnos acompañando en la actualidad.
Con el oído atento a los rumores de la tierra, su visión abarcó los rasgos esenciales del acontecer del planeta. Nunca axiomático, siempre transitó por los complejos vericuetos del análisis de la realidad. No podemos fragmentarlo. Nos corresponde rescatarlo en su integralidad.
Fuente: Juventud Rebelde