Estimado compañero y presidente de la República Argentina, Dr. Alberto Fernández, me tomo la libertad de escribirle esta carta con las mejores intenciones y sentido humanista, sabiendo que comparto con el destinatario los mismos principios democráticos y sin dudas también la defensa a ultranza de nuestra castigada pero nunca rendida humanidad. Convencido de ello, decidí enviarle esta reflexión motivada por su reciente candidatura al Premio Nobel de la Paz que, aunque inesperada, es una muy grata noticia para los que seguimos de cerca su gestión y su trayectoria.
Para ser honestos, no es que usted haya hecho grandes cosas por la paz, sin embargo, el gesto valiente y profundamente latinoamericanista que tuvo con el expresidente de Bolivia, Evo Morales, al darle asilo y acompañarlo hasta la misma frontera de su país para un retorno seguro, es motivo suficiente para que su candidatura al Nobel haya germinado con el debido merecimiento. Sobre todo si consideramos que la Fundación Nobel tiene un historial a veces cuestionable en sus criterios selectivos.
No sé qué le sucede a usted en su fuero íntimo, saber que en caso de ser elegido, compartiría la historia del galardón con un genocida siniestro como el exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, planificador de los genocidios en el sudeste asiático cuando la guerra de Vietnam, y de América Latina mediante el Plan Cóndor. O que compartiría honores con Barack Obama, ese negro de máscaras blancas –como diría Frantz Fanon– que resultó ser un continuador de todas las guerras y un militarista obsceno que durante su presidencia firmó interminables listas con personas para asesinar con drones en países periféricos (sobre todo de Oriente Medio y África). Sin olvidar, por supuesto, que el expresidente colombiano, Juan Manuel Santos, reconocido masacrador de su pueblo y responsable de miles de campesinos muertos en la guerra sucia contra el narco, también fue laureado con el Nobel de la Paz en 2016. Dato significativo que no dice tanto del premiado, aunque sí bastante de los que otorgan ese gran reconocimiento internacional.
Como ve, compañero presidente Alberto Fernández, los dilemas éticos se hallan por doquier, incluso para recibir un hermoso galardón tras ser considerado un constructor de la paz mundial. Bello adorno para cualquier genuino amante de la humanidad.
En este mundo desquiciado y necrófilo todo parece moralmente muy lábil… ¿no le parece? No hace falta que le explique a usted, un estudioso de la realidad global y latinoamericana, que en este sistema internacional, carente de valores constructivos para la humanidad, los necrófilos reciben premios y los humanistas son tachados de enemigos. Seguramente recordará que Mahatma Gandhi fue considerado un terrorista por el Imperio británico hasta 1947 y que el nombre de Nelson Mandela estuvo inscrito en la lista de terroristas peligrosos de los Estados Unidos hasta un día antes de asumir la presidencia de Sudáfrica, en 1994. Lo mismo le sucedió a Evo Morales, cuando fue incluido entre los objetivos de la Administración de Control de Drogas (DEA) y del Departamento de Estado para ser “neutralizado” cuando luchaba por los derechos de los campesinos y las comunidades indígenas en El Chapare. Por fortuna, los estrategas norteamericanos no lograron su oscuro cometido de asesinarlo selectivamente –estuvieron muy cerca en dos oportunidades– y Morales llegó a la primera magistratura boliviana.
Como ve, compañero Presidente, recibir un premio parece, a priori, una tarea sencilla y sin dudas muy gratificante. Pero cuando uno es un verdadero demócrata, una persona moralmente reflexiva y un humanista consecuente (como creo que es usted) la cuestión ya no se vislumbra tan llana. Es decir, si uno horada la superficialidad de las cosas, el asunto se problematiza. Hasta un premio ya consagrado como el Nobel esconde insalvables dobleces.
En esta carta no quiero pedirle un sacrificio, que además sería innecesario y quizás contraproducente. Si acaso llegase a recibir el Nobel el próximo 10 de diciembre de 2021, no voy a pedirle que renuncie a él como hicieron Jean-Paul Sartre en 1964, o el vietnamita Le Duc Tho en 1973, demostrando la enorme integridad con que estaban hechos estos hombres. Solo me gustaría pedirle, sugerirle, y acaso implorarle, que se atreva a un acto enaltecedor. Un gesto simple que no solo lo engrandecerá a usted, sino a todo su país, a su pueblo y a toda nuestra América.
Si llegase a ser finalmente ungido por la Fundación Nobel, le diría que no desperdicie una oportunidad histórica para dar una lección impostergable al mundo. Un mundo que ya no tolera –pero aún así debe acatar por la fuerza– el genocidio gradual que se perpetra contra el pueblo cubano con un bloqueo ilegal y asesino desde hace más de 60 años.
Usted sabe y yo sé que Cuba es una nación que exporta solidaridad, no bombas. Que alfabetiza, cura y asiste de múltiples maneras a millones de personas desprotegidas en decenas de países de forma desinteresada. Y lo hace solamente por el amor revolucionario que constituye la filosofía y la esencia del Estado cubano. Una premisa legada por Fidel, que no es otra que un sentido fraternal por la humanidad, sin distinciones.
Por esto mismo, si llegase la hora bienhechora en que usted sea el galardonado con el Nobel de la Paz, le sugeriría que lo acepte en nombre de Cuba y de las Brigadas Médicas Cubanas Henry Reeve, que durante la pandemia fueron –y siguen siendo– el mejor ejemplo de otra humanidad posible.
Ambos sabemos, compañero presidente Alberto Fernández, que tal gesto de su parte no significará una renuncia a ese merecido honor. Será, apenas, un gran acto de justicia fraternal que adornará su vida y su posteridad mucho más que cualquier pompa, premio o reconocimiento mundano, porque será el gesto de un argentino cabal, cuyo compromiso trasciende las fronteras y abraza con decisión a nuestra amada y castigada hermana: la invicta nación cubana.
Alejo Brignole
Escritor
Fuente: Correo del Alba