Palabras de elogio en el acto de entrega de la Orden Nacional “José Martí” a la doctora Graziella Pogolotti
Hoy es un día de alegría y orgullo para la cultura cubana y para toda Cuba. Nos hemos reunido para rendir homenaje a una de nuestras figuras esenciales: la doctora Graziella Pogolotti.
Se trata, como sabemos, de una extraordinaria intelectual que ha puesto todo su talento al servicio de la descolonización, del “mejoramiento humano”, de los ideales y valores de la Revolución. Es igualmente una educadora de enorme prestigio, ajena a toda retórica, a toda rigidez esquemática, siempre cómplice, siempre cercana a sus estudiantes, a los jóvenes, algo que ha sido una obsesión para ella: la comunicación fluida y permanente con los jóvenes. Graziella se destaca también por ser una articulista única, hondísima, de lenguaje sencillo y accesible, capaz de sorprendernos cada domingo con nuevas verdades inesperadas sobre hechos, temas y personajes históricos que creíamos conocer a fondo.
Pero, más allá de sus dotes intelectuales, Graziella es, indudablemente, una persona digna de la mayor admiración.
Desde su primer empleo en la Biblioteca Nacional hasta el cargo que desempeña actualmente como Presidenta de la Fundación Alejo Carpentier, Graziella se ha entregado a su trabajo con pasión y constancia. Nada le ha impedido trabajar intensamente a lo largo de los años, nada, ningún obstáculo, ninguna adversidad, ningún problema de salud, por grave que sea. Su desinterés y desprendimiento son proverbiales. No ha habido en ella, jamás, el más mínimo apego hacia los bienes materiales. Ha estado iluminada en todo momento por ese “sol del mundo moral” del que habló Luz y Caballero y Cintio instaló en lo más alto del itinerario de Cuba como nación. Ante cada hecho, de toda índole, grande o diminuto, proveniente de la Historia con mayúscula o de la microhistoria con minúscula, Graziella actúa con idéntica honestidad. Su vocación ética es absoluta e intransigente. Pocas veces la he visto tan angustiada como cuando ha descubierto señales turbias en la conducta de alguien en quien depositó su confianza.
Esa íntima fibra ética (pieza sustancial de su modo de concebirse a sí misma y de concebir su entorno y su relación con los demás) la condujo desde su temprana juventud hacia el lado de los que soñaban con una República independiente, basada en la igualdad, en la justicia y en la limpieza moral. Por eso hizo suya para siempre esta Revolución martiana, fidelista y socialista.
El pasado 25 de enero, a propuesta de Alpidio, nuestro Ministro de Cultura, el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez firmó el Decreto Presidencial número 102, que otorga la Orden Nacional José Martí a la doctora Graziella Pogolotti Jacobson.
Esta Orden se concede, según la Ley 1239 del 2 de diciembre de 1972, a ciudadanos cubanos y extranjeros que, entre otras razones, hayan hecho “valiosos y extraordinarios aportes en la educación, la cultura, (y) las ciencias” y ostenten “méritos extraordinarios y actitudes destacadas en el trabajo creador”.
El referido Decreto Presidencial destaca su importantísima obra como escritora y su “compromiso irrestricto con la Revolución” y subraya sus contribuciones a la promoción y al estudio de las artes plásticas, el teatro y la literatura, a la enseñanza en la Escuela de Letras y Arte y en el Instituto Superior de Arte y “al impulso de las ciencias sociales en la universalización de la universidad y al aprendizaje de técnicas investigativas de la antropología cultural”.
(El Decreto Presidencial se está refiriendo en este último pasaje a una faceta poco conocida de los aportes de Graziella a aquella idea impulsada por Fidel que se llamó “universalización de la universidad”. Graziella, vicedecana de investigaciones de la Escuela de Letras, propuso un Proyecto de Investigación-Desarrollo en las áreas de los Planes Especiales del antiguo Regional Escambray, justamente donde estaba el Grupo de Teatro Escambray. Ese proyecto se extendió entre 1971 y 1974, y lo dirigió Graziella, con Helmo como segundo al mando, que era entonces un joven profesor. Fue una experiencia que nos marcó a los estudiantes de Letras que pasamos por allí, y es verdad que conocimos otro país y otra cultura. Dejó del mismo modo, según las valoraciones que he leído, una huella fecunda en las comunidades en las que trabajamos. Recuerdo a Graziella, que entonces tendría 40 años, aunque ya era un mito para todos nosotros, montando a caballo, distribuyendo el trabajo, entregada con pasión a aquella otra manera de ser útil.)
Estoy seguro de que este reconocimiento a Graziella no va a alegrar solamente a los escritores y artistas cubanos y a los trabajadores de la cultura. Maestros, profesores, periodistas, comunicadores, muchos hombres y mujeres de nuestro pueblo, reconocen su magisterio, leen su columna semanal, la siguen y la admiran. Creo que mucha gente va a entender que la patria, a través del Presidente Díaz-Canel, está premiando a una cubana muy especial.
Una cubana que nació en Europa, en París; pero que estaba destinada a compartir intensamente la suerte de esta islita del Caribe.
Por fortuna, ya a los siete años de edad vivía en la Habana. Aquí creció y estudió. El golpe de estado del 10 de marzo de 1952 la sorprendió cuando era estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad.
En su etapa de estudiante universitaria, empezó a ser reconocida como una joven intelectual que ejercía la crítica artística. Fue además integrante y fundadora de la Sociedad Nuestro Tiempo. Sin ser militante de ninguna agrupación política, se mantuvo alineada con las fuerzas contrarias a la Dictadura y de filiación izquierdista. Conocía desde entonces las ideas marxistas, y las compartía.
Tras graduarse de Filosofía y Letras, cursó estudios de postgrado en La Sorbona. Al regresar a Cuba, matriculó y se graduó en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling.
En 1958 obtuvo una beca en Roma y allí, al conocer la noticia del triunfo revolucionario, se presentó junto a otros cubanos en la sede de la Embajada para ocuparla. Finalmente llegó a Madrid, donde el Gobierno Revolucionario había creado facilidades para el regreso de emigrados de Europa.
Al integrarse a la Cuba nueva, en aquel período de fundación, Graziella no abandonó su trabajo intelectual; pero asumió paralelamente múltiples responsabilidades. Su primer empleo fue en la Biblioteca Nacional, donde, a partir de una propuesta de María Teresa Freyre de Andrade, se hizo cargo de un Departamento. Desde la Biblioteca, diseñó programas para estimular la lectura.
En la Universidad de La Habana, dirigió el departamento de Lenguas y Literaturas modernas y presidió el doctorado en Filología de ese mismo centro de estudios. En el Instituto Superior de Arte, fungió como decana de la Facultad de Artes Escénicas.
Cuando se creó en 1976 el Ministerio de Cultura y se designó a Armando Hart como Ministro, fue una asesora de importancia decisiva en aquellos momentos en que hubo que rectificar errores y exclusiones, atraer a creadores distanciados, vencer prejuicios y retomar el camino trazado por Fidel en Palabras a los intelectuales.
Graziella había participado en el Congreso que fundó la UNEAC, en agosto de 1961, y, muchísimos años después, tuve el privilegio incalculable de tenerla como vicepresidenta de la organización en los años en que estuve allí. Atravesamos aguas turbulentas y minutos muy amargos, como Graziella seguramente recuerda; pero Fidel nos recompensó con su presencia y su respaldo. Para aquel equipo de la UNEAC, donde estaban Miguel Barnet, Enrique Núñez Rodríguez, René de la Nuez, Harold Gramatges y otros compañeros muy valiosos, ella, “la doctora”, como le llamábamos todos, significaba mucho. Cuando pedía la palabra, la escuchábamos silenciosa y atentamente, a sabiendas de que la reunión iba a cambiar de rumbo a partir de ahí y a encauzarse hacia algún lugar sensato.
En la UNEAC aprendí que a la doctora siempre hay que escucharla. Siempre. Y hasta hoy he seguido escuchándola. Y sé que Alpidio la escucha. Y Morlote. Y supongo que Rafael haga lo mismo.
También por su vasta sabiduría Graziella recibe hoy esta Orden de manos del Presidente de Cuba. Se trata de un altísimo reconocimiento muy merecido, extremadamente merecido. Que una martiana tan íntegra, radiante y cabal como ella reciba la Orden José Martí, es algo muy hermoso, cargado de sentido, de poesía, de gravitación, como diría Lezama.
Y es que, desde su modestia infinita, desde su rechazo a todo protagonismo, a las cámaras y a los flashes, la doctora ha sido imprescindible en la misión de dar continuidad a nuestro pensamiento emancipador.
La lucidez de Graziella, su coherencia, su valentía, su lealtad a los principios, su adhesión a los ideales de justicia y libertad, la instalan en un lugar relevante de la tradición intelectual nacida con Varela y Luz y coronada por Martí y Fidel, pasando, entre otros, por Villena, Don Fernando, Lezama, Cintio, Roa, Hart, Roberto y Eusebio.
Graziella nos ha venido ofreciendo en los últimos años un panorama muy completo de la crisis cultural que sufre la humanidad contemporánea. El repliegue de la inteligencia frente al empuje de la trivialidad, la fragmentación del conocimiento, la desmemoria acelerada y la exaltación del “presente”, la suplantación de la verdadera indagación artística y literaria por el arte comercial, la ofensiva de la ideología neoliberal con su pragmatismo funesto, las tendencias a la simplificación, la recolonización desde el Norte en el campo espiritual y en los modos y estilos de vida —todos estos fenómenos han sido analizados con la mayor agudeza por Graziella.
Pero los ha evaluado, que conste, examinando su influencia en Cuba, como procesos complejos, integrados por factores que nos llegan del exterior y por otros germinados en nuestro suelo. Como Martí, como Fidel, la doctora nos invita a leer, a pensar, a cultivarnos, a aceptar todos los desafíos intelectuales por espinosos que parezcan y a no renunciar de ningún modo a la memoria cultural cubana y universal.
Tituló sus memorias Dinosauria soy. Se adelantó así a cualquier posible descalificación desde el vacío “presentismo” que subestima todo lo anticuado. Por su formación humanista, sus lecturas, su entorno familiar, su profunda comprensión de la segunda mitad del siglo XX, Graziella se nos presenta con ironía (pero sin amargura) como una especie extinta o en vías de extinción. A ese guiño que nos lanza desde el título de sus memorias, habría que responder, por supuesto, con la convicción de que necesitamos más que nunca su pensamiento integrador, humanista, cubanísimo y universal, radicalmente antimperialista, anticolonial, antifascista, sobre todo en tiempos en que los neonazis se organizan en las redes sociales y llegan, incluso, a asaltar el Capitolio de Washington. En esta época de desintegración, de egoísmo feroz de las élites privilegiadas y desamparo dramático de las mayorías, en este mundo atenazado por la doble pandemia de la Covid-19 y el neoliberalismo, nuestra pequeña Cuba bloqueada y difamada ofrece cotidianamente un ejemplo inimitable de altura moral y solidaridad. Y cuenta entre sus armas con la voz y la sabiduría de Graziella.
Muchas felicidades, doctora, por esta Orden Nacional José Martí.
Muchas gracias.