Corría el año 1871 y el joven Martí, encontrándose en España durante su primera deportación, retoma sus estudios y dedica parte de su tiempo a escribir sobre diversos temas. Desde pequeño cultivó lo que sería una pasión para él: la lectura, y, desde luego, en la metrópolis no dejó de hacerlo; al tiempo que, dando riendas sueltas al ejercicio del criterio, realiza interesantes y profundos apuntes, sin una previa organización, en lo que se ha dado en llamar cuadernos. Son entonces sus cuadernos de apuntes una fuente excepcional para hurgar en la mente de ese joven agudo y con un carácter que lo definió como un hombre entero.

Tenía entonces 18 años Pepe Martí y ya conoce elementos distintivos de la sociedad estadounidense. Piensa mucho en Cuba obviamente y no está ajeno a lo que sucede en España, pero las ansias por saber y su espíritu inquieto y buscador lo llevaron hacia el norte de América, y aun sin pisar tierra norteamericana, es como si hubiera visto las imágenes de lo que en ella ocurría, se dispuso de inmediato a compartirlas reflexivamente. Martí tiene una formación filosófica electiva dada la influencia en él de un pensamiento que ha roto con ataduras intelectivas y cánones trillados en el pensar, para devenir en escuela emancipatoria y permeada de un pensamiento propio, crítico, autóctono, revolucionario, que lo dotó de la capacidad de elegir para integrar en correspondencia con la realidad que vivía.

Esto le permite al joven Martí analizar un suceso de manera holística o valorar críticamente determinada información que ha llegado a él, para entonces tomar partido y establecerse un criterio. Hurgar en las esencias e ir a la raíz se va convirtiendo en un ejercicio cotidiano para Martí, quien, a pesar de su juventud, ha dejado atrás la ingenuidad que obnubila el pensamiento, aunque a decir verdad, cuesta creer que Pepe Martí fue en algún momento ingenuo. Era normal que en sus años adolescentes fuera inexperto (lo seguía siendo desde luego en algunas cosas de la vida, las que irá conociendo paulatinamente, y su estancia en España es muestra de ello). Pero hay temas en los que el joven puede hablar con mucha propiedad; porque ha estudiado, porque estuvo muy cerca de un hombre como Mendive, porque padeció un calvario similar al infierno de Dante, porque ya se refería a sus doctrinas[1].

Todo esto explica ciertas motivaciones intelectuales en Martí y su crítica que, dada la prematura aproximación a la realidad estadounidense y los juicios que emite, pareciera como si hubiese vivido o conocido directamente el curso de los acontecimientos que van ocurriendo en el norte de América y caracteres que van describiendo a esa sociedad nueva en comparación con la vieja Europa, con los vetustos peninsulares de España e incluso con la Cuba colonial. El joven Martí comienza así su apunte:

Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento. Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad. Y si hay esta diferencia de organización, de vida, de ser, si ellos vendían mientras nosotros llorábamos, si nosotros reemplazamos su cabeza fría y calculadora por nuestra cabeza imaginativa, y su corazón de algodón y de buques por un corazón tan especial, tan sensible, tan nuevo que sólo puede llamarse corazón cubano, ¿cómo queréis que nosotros nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan?[2]

Es lapidario Martí en estas reflexiones, sin dudas está haciendo una elección, y pone en tela de juicio la forma de ser de los norteamericanos. Conoce Martí de la cabeza fría y calculadora que ellos tienen, caracteriza la nuestra como imaginativa (mucho más inteligente desde el sentimiento, los valores, lo espiritual); califica el corazón de ellos como de algodón y de buques, o sea; un corazón metalizado, corporificado con elementos utilitarios, con mercancía, con capital. Y el corazón nuestro dado a una sensibilidad muy superior.

Desde muy temprano Martí entiende que lo más importante no es lo material, lo utilitario, sino aquello que mueve el sentimiento humano por el bien de los demás. Ya asoma categóricamente su elección futura de echar su suerte con los pobres de la tierra. Ya se advierte su humanismo esencial y una ética trascendental que define su conducta y su vida. El carácter de Martí no queda más claro que cuando critica, con tan solo 18 años, el modelo norteamericano. No podíamos legislarnos con las leyes con que ellos se legislaban. No podíamos ver en ellos el referente de sociedad libre, mucho menos próspera.

¡Cuánta fuerza en el pensamiento! Estaba absolutamente convencido de que mirar al norte de América no era elección inteligente. Continúa diciendo en su apunte: “Imitemos. ¡No! -Copiemos. ¡No! Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos. Creemos, porque tenemos necesidad de creer. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. La sensibilidad entre nosotros es muy vehemente. La inteligencia es menos positiva, las costumbres son más puras ¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes?[3] Ha visto el joven Martí las diferencias y no es contemplativo, es muy por el contrario cuestionador, está haciendo ejercicio de la crítica, pero con objetividad y con una meridiana claridad que sorprende por su edad. Su sentencia es fulminante, sin margen a la duda, a posturas conservadoras.

Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa![4] Esa es una aseveración que define a Martí como hombre radical, hay en él una ética superior, nos está instando a ser mejores personas, a cultivar valores que no dañen la naturaleza humana, sino que la eleven. El joven Martí no desecha la búsqueda de la prosperidad, no se opone a ella; pero esta ha de ser alcanzada sobre la base de un comportamiento ético, de la dignidad de los seres humanos, de una organización de la sociedad que garantice la igualdad y la justicia social. “Y si el estado general de ilustración en los Estados Unidos os seduce, a pesar de la corrupción, de su metalificación helada, ¿no podremos nosotros aspirar a ilustrar sin corromper?[5]

Nos invita a elegir, a ir a las honduras, a colocar en la balanza las dos pesas y a tiempo ponerlas en paz; que significaría atender los caracteres de nuestras cabezas y corazones, de las leyes con que tenemos que legislarnos, de los caminos sobre los que andaríamos para prosperar, desarrollarnos, vivir más plenos y felices. No podemos hablar aun del antimperialismo martiano mas si nos detenemos en estos apuntes que hizo en España, no caben dudas que son el preludio de ese antimperialismo fundador que lo definió y que hemos heredado como un valor esencial que sostiene nuestro carácter.

Notas:

[1] Ver los versos que dedica Martí a su madre en presidio: “Mírame madre y por tu amor no llores, / Si esclavo de mi edad y mis doctrinas, / Tu mártir corazón llené de espinas, / Piensan que nacen entre espinas flores” José Martí, I Brigada-113 (Dedicatoria a su madre), 28 de agosto de 1870, en Obras Completas, Tomo 17, p.29.

[2] José Martí: Cuadernos de Apuntes No.1, Volumen 21, Obras Completas, p.15 y 16. (edición digital)

[3] Ibídem, p.16

[4] Ibídem, p.16.

[5] Ibídem, p.16.

Por REDH-Cuba

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