Toda filosofía, ciencia social o teología de la liberación requieren, como dice Leonardo Boff, un diálogo profundo con la nueva visión del mundo, de las ciencias de la vida, de la Tierra, del cosmos Así lo planteó en esclarecedora entrevista con Annachiara Sacchi del Corriere della Sera. La de Boff es una reflexión de alta pertinencia. Nos llegó cuando la ONU entregó al público mundial un informe sobre el clima en 2020 detectado por sus especialistas, la comunidad científica y una creciente población afectada y expulsada por fuertes huracanes e inmensos incendios forestales en Centroamérica y California. Son catástrofes cada vez más intensas, frecuentes y mortales a la biosfera y a la humanidad.
Junto al Covid-19, mal manejado por supremacistas blancos, Trump y Jair Bolsonaro, abundan las críticas por lo que es inadmisible la inacción climática de los Estados ante riesgos existenciales de enorme magnitud. Un fenómeno ominoso vinculado a presiones de los grandes intereses fácticos, también promotores del negacionismo climático y de la posposición a toda regulación y freno de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), dióxido de carbono y metano. En el orbe hay más de mil 500 millones de motores de combustión interna entre automóviles, camiones, buques, aviación civil y militar, masacres, guerras e ilegales sanciones económicas desatadas por EU contra Irak, Cuba, Venezuela, Irán, Afganistán, Libia, Siria, etcétera. En medio de este desbarajuste enfrentamos un colapso climático capitalogénico (CCC): No es asunto para neomalthusianos. La población no es el problema. Es el capitalismo realmente existente.
Abastecer ese magno parque vehicular, terrestre, marítimo, aéreo, civil y militar es el negocio y el Pentágono lidera en consumo de combustible fósiles.
En el informe de la ONU sobre el clima en 2020 y en otros estudios se advierte que “fue uno de los tres años más calurosos de los que se tiene constancia, marcado por los incendios forestales, las sequías, las inundaciones y el deshielo de glaciares de Groenlandia, el Ártico y la Antártida, lo que llevó a António Guterres, secretario general de ONU, a advertir que el mundo está al borde del abismo. Nadie lo calificaría de alarmista, como antaño, dada la magnitud catastrófica de eventos que anuncian cambios abruptos e irreversibles. La emergencia climática clama por la pronta negociación, en que es vital la advertencia de Boff: mientras existan pobres, especialmente en la medida en que su número aumenta, más necesaria se hace una teología de liberación. Marx nunca fue padre ni padrino de la teología de la liberación.
La observación merece atención por el abrumador incremento de la pobreza mundial ante la pandemia y además por el aumento de la deuda global del Covid-19, acentuando en ambos casos pobreza, desigualdad y el carácter de clase del CCC.
En una muestra de 61 países del Instituto Internacional de Finanzas, el Covid-19 agregó 24 billones de dólares a la deuda mundial. (En EU serían 24 trillones, una cifra inmensa, un poco superior a su PNB), llegando la deuda a los 281 billones. Dado el peso del ultraliberalismo se contemplan aumentos magnos y brutales en la desigualdad, tanto en ingresos por persona como en emisiones de GEI.
En el caso de la negociación planetaria sobre las emisiones de carbono, el planteo de Boff sobre la pobreza va también a todo tratado vinculante sobre el clima que, dice Oxfam (2015): “…debe anteponer los intereses de las personas más pobres, vulnerables y que generan menos emisiones de carbono”. Sus datos: La mitad más pobre de la población mundial tan sólo genera alrededor de 10 por ciento de las emisiones a nivel mundial y, sin embargo, su mayoría vive en los países más vulnerables ante el cambio climático, mientras el 10 por ciento más rico de la población es responsable de alrededor de 50 por ciento de las emisiones mundiales. Hay más, la huella media de carbono de una persona que se encuentra en el uno por ciento de la población mundial más rica puede ser hasta 175 veces superior a la de alguien que se encuentre en el 10 por ciento más pobre.
Cuando se le preguntó a Boff si era optimista, respondió: “En realidad, estoy preocupado. La situación en Brasil es trágica: el ultraliberalismo de Jair Bolsonaro, la extrema derecha política que hace apología de la violencia y de los regímenes dictatoriales, que exalta a los torturadores como héroes nacionales… Nunca vivimos nada semejante.
¿Cuál es la explicación? Respondió que “detrás de eso, está el proyecto de recolonizar América Latina y obligarla a ser solamente exportadora de commodities (carne, alimentos, minerales…). Y, en esa estrategia perversa, Brasil es central”.
¿Por qué? Porque es un país riquísimo, una reserva de bienes naturales que faltan en el mundo. Como dijo varias veces el premio Nobel Joseph Stiglitz, en los próximos años toda la economía dependerá de la ecología. Y Brasil tendrá un papel primordial en ese juego.
(continuará)
Fuente: La Jornada