Uno. La conquista de México se pensó en Cuba y empezó por Veracruz (1518). Y la liberación de Cuba se pensó en México y zarpó de Veracruz (1956). Punto de partida y de llegada: Santiago de Cuba, cercana a la aldea de Yara, donde el fraile mercedario Bartolomé de Olmedo preguntó al cacique Hatuey si quería convertirse en cristiano para subir al cielo (2 de febrero de 1512).

Sin muchas opciones (la hoguera ya despedía humito), Hatuey replicó a la monserga del piadoso: ¿Y los españoles también van al cielo? Descolocado, Olmedo respondió: Por supuesto. A lo que Hatuey pidió no querer ir allá, sino al infierno, por no estar dónde estén y por no ver tan cruel gente. Hete aquí, el primer alegato rebelde del nuevo mundo.

Dos. Hace 500 años, México-Tenochtitlan cayó en poder de los invasores. Pero simultáneamente, en Castilla, Carlos I aplastaba a sangre y fuego el levantamiento armado de los comuneros, que en las cantinas recitaban versos que Hatuey hubiese hecho suyos: Tú, tierra de Castilla / muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres / sea gobernado por quienes no te tienen amor (1520-22).

Financiada por banqueros alemanes y holandeses, la conquista de América fue una empresa feudal y esclavista. Sin embargo, en los barcos del conquistador también llegaron millares de comuneros castellanos con ideas que desde las entrañas del poder virreinal se fueron entrelazando con las de los pueblos originarios. El poder municipal fue una de ellas.

En México, José Martí escribió: El municipio es lo más tenaz de la civilización romana y lo más humano de la España colonial. Por los municipios, en las más de las colonias, entró en la libertad la América. Esa es la raíz y esa es la sal de la libertad: el municipio (El Partido Liberal, 25 de noviembre de 1891).

Tres. Dato no menor: en Ayacucho, los ejércitos bolivarianos pusieron punto final al imperio español en América continental (9 de diciembre de 1824). Una victoria militar imposible sin el levantamiento en Sevilla del coronel liberal Rafael del Riego, quien se negó a embarcar las tropas destinadas a sofocar la sublevación en las colonias españolas (enero de 1820).

No obstante, seis años después de Ayacucho, las intrigas de Washington, Inglaterra y la Santa Alianza (junto con la estrechez mental de los aldeanos vanidosos), consiguieron dar otra vuelta de tuerca a las desdichas de nuestra América, convirtiendo en pesadilla el sueño de unidad de los libertadores (1830).

Cuatro. A la miseria económica, social y moral derivadas de 20 años de guerras sin cuartel, siguieron las patéticas luchas entre liberales y conservadores. Luchas que pueden resumirse en personajes como Antonio López de Santa ­Anna, quien antes de emprender la batalla alzaba un dedo húmedo para elegir en cuál bando pelear.

Decenio de 1860: guerra civil en Estados Unidos (1861-65), invasión de Francia en México (1861-67) y primera guerra imperialista del capitalismo moderno en Paraguay, financiada por Londres y ejecutada por el imperio esclavista de Brasil junto con Argentina y Uruguay (1864-70). Satanizado mediáticamente, el dictador Francisco Solano López murió luchando, y las potencias civilizadas exterminaron a toda la población masculina del país.

Cinco. Las cosas no iban a quedar así como así. En 1867, con el fusilamiento de Maximiliano tras el triunfo de las armas mexicanas sobre el ejército que presumía de ser el más poderoso del mundo, Benito Juárez rayó la cancha de las Américas. Y al año siguiente, en aquel pueblito donde fue quemado el compañero Hatuey, los cubanos pegaron el Grito de Yara, dando inicio a la guerra independentista (10 de octubre de 1868).

En proporción a su población, Cuba perdió más soldados y civiles que en todas las campañas de Bolívar y San Martín. No sólo esto. En Cuba, España estrenó el tétrico modelo de los guetos, campos de concentración y desplazamientos masivos de pueblos enteros. Iniciativas que el imperio otomano en Armenia, Alemania nazi en Europa central, y el enclave necolonial llamado Israel en Palestina, aplicaron con frenesí genocida.

Seis. Preocupado por la madera anticolonial, antiesclavista, antirracista, y antimperialista de los ejércitos mambises (legado de la independencia de Haití), Estados Unidos declaró la guerra a España para liberarla de su estatus colonial (1898) y ocupó la isla con sus marines. Cosa que no le costó mucho. Tras echar toda la carne al asador, los poderosos ejércitos de España habían mordido el polvo de la derrota a manos del pueblo cubano.

Colofón. De la colonia a la fecha, México hizo suyas las alegrías y dolores de Cuba, y Cuba nunca dudó que en México tenía su casa. ¡Jijos!… se me acabó el espacio. Los dejo, entonces, con el estratégico alegato del presidente Andrés Manuel López Obrador, pronunciado el sábado pasado en el emblemático Castillo de Chapultepec.

 

Fuente: La Jornada

Por REDH-Cuba

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