Alarmémonos por la contaminación ideológica burguesa que intoxica, impunemente, la vida material e intelectual del planeta. Escandalicémonos por la polución conceptual que degrada a la vida y reduce todo a mercancías. Hedores del capitalismo para adueñarse de materias primas, mano de obra y conciencias. El mundo está haciéndose irrespirable por la emisión descontrolada de baratijas intelectuales con que se quiere debilitar toda organización social emancipadora, toda fuerza rebelde y toda insurrección de la inteligencia ante los basurales “filosóficos” burgueses. Esto no lo incluye el “acuerdo de París”. Y debería.
Nada más tóxico que imponer el individualismo como camino meritócrata hacia el confort y el “éxito” de élites. Nada más asfixiante que la lógica mercantil embadurnada con empirismos y escapismos solipsistas; nada más contaminante que la avaricia, la moral bélica, la voracidad bancaria y las anestesias mediáticas. Todo revuelto en la licuadora post-moderna con tufo neoliberal y palabrerío auto-complaciente predicados con tono pontificio. Nauseabundo.
A la ideología dominante le encanta que sus hedores sofísticos floten por el mundo, impúdica e impunemente. Se esmeran en esparcir dogmas de clase a los cuatro vientos hasta enrarecer toda atmósfera cercándola con charlatanería de mercado para “todos los públicos”. Lo mismo diseminan bagatelas místicas que tesis doctorales emanadas de las cloacas “creacionistas”, “negacionistas” o “conspirativas”. Lo mismo parlotean con su halitosis mercenaria que se auto-complacen con flatulencias teóricas. Por ejemplo. Son hedores tóxicos emanados por la descomposición del capitalismo. Emisiones contaminantes lanzadas al mundo con la doble intención de que nos acostumbremos, resignadamente, a la pestilencia y, al mismo tiempo, que las celebremos mientras ellos se enorgullecen por la potencia de sus tufos.
El plan de ellos consiste en imponernos sus basureros como paraísos terrenales. Aspiran a distorsionarnos toda noción democratizada de la economía, de la política y de la inteligencia emancipadora, para que nos quedemos contentos, resignados y mansos. Que no se nos ocurra organizarnos y, si se nos ocurre, fallezcamos de pavor por el miedo al enojo oligarca y a sus represalias. Que aceptemos que somos menores en inteligencia, en fuerzas y en espíritu. Que aceptemos la superioridad de ellos porque siempre han tenido la razón de tratarnos como nos tratan y que encontremos la felicidad en las migajas que nos tiran. Eso apesta planetariamente.
Así se ha hecho insoportable el medioambiente intelectual intoxicado por los “medios de comunicación”, las demagogias reformistas y los “representantes de dios” (en todas sus presentaciones) que nos han infestado con emisores de boñigas disfrazadas de “información”, “opinión”, relatorías deportivas o moral de concursos… hasta la náusea. La derecha inunda al mundo con su estiércol eidético para hacerle la vida insoportable al pensar crítico, a la acción transformadora y a la voluntad revolucionaria. Ellos han esparcido los efluvios tóxicos de sus anti-valores hasta imponernos derechósferas insufribles que hacen de la vida un muladar.
Nada nuevo, por cierto. A los pueblos les han dejado, históricamente, para vivir, los peores lugares, la peor comida, la peor ropa y las peores violencias… la mugre, los basurales, los páramos y la miseria enervada en los hacinamientos, en las paredes, en las almohadas, en las mesas y en las letrinas. Para los pueblos la mierda y la suciedad, el hambre, la enfermedad y la desesperanza. El desamparo y la indiferencia, la muerte, la podredumbre y la peste. Es una historia larga, larguísima, de canalladas descargadas contra las clases subordinadas como si se tratase de heredades del “destino”, como si la miseria fuese genética, como si se tratase de un castigo que sólo se sobrelleva con obediencia y mansamente.
Ellos, que acumulan el “estiércol del diablo”, expelen a la atmósfera terráquea sus deyecciones “intelectuales” y sus detritos sabiondos convertidos en eslogan, en propaganda… enciclopedias del gusto burgués, artes decorativas del ego y dogmas reverenciales de la “propiedad privada”, instintos violentos contra las protestas sociales, y la condena estigmatizante contra el pensamiento y las organizaciones hartas de la polución intelectual. Todos esos desechos ideológicos, crean nubes teledirigidas que intoxican, incluso, porque se apuntan hacia sectores de población, y por edades, discriminados meticulosamente.
Esas “derechósferas” se crean, e infiltran, desde la infancia más “tierna”. Se desplazan como un gas subterráneo que va ganando zonas profundas y extensas. Van tomando bajo control espacios emocionales y plataformas conductuales desde donde asaltan, cotidianamente, con preferencias, inclinaciones y simpatías hacia todo lo que implique nuestra propia esclavitud. En el momento más insospechado inclinan la balanza de las decisiones, de los placeres, la admiración y las predilecciones, en favor de los intereses de la clase dominante. Y, frecuentemente, se ve a los oprimidos solidarizando con la lógica y la conducta de los opresores. Eso es un peligro para la humanidad por cuanto implica poner en peligro su propio destino en un mundo acosado objetiva y subjetivamente. Es, en su forma más descarnada, la manipulación simbólica. (Ana Jaramillo).
Con las “derechósferas” se actualiza y expande el opio del pueblo. “…es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra ella… es el sollozo de la criatura oprimida, es el significado real del mundo sin corazón, así como es el espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo.” Esta vez, también, convertido en negocio rentable y en sistema de salvaguarda para derrotar a toda voluntad de organización comunitaria, popular y soberana, antes siquiera de que se exprese. Sin disparar una sola bala, pero con la metralla ideológica opresora tableteando, día y noche, contra nuestras vidas. Hasta asfixiarnos. Hay que revolucionar, los ecosistemas intelectuales. Urge.