Harold Delgado Díaz, cubano residente en Canadá, militante de las Juventudes Comunistas de Canadá.
¿Cuándo escuché por primera vez sobre Fidel?
Se pudiera decir que Fidel llegó a mí como a la mayoría de los cubanos en la actualidad. Desde que nacemos ya está ahí, omnipresente y, en la cabeza inocente de un niño, casi omnipotente. Desgraciadamente crecí en la época menos propicia para su imagen, existiendo una visión negativa sostenida por muchos jóvenes de la isla hoy en día. Debido a las consecuencias del derrumbe del campo socialista que aún se mantienen en la actualidad, los problemas de corrupción que iban en aumento tras su retirada del poder en 2008, la ausencia de una figura tan ejemplar como la suya para avivar al pueblo y una crisis económica agravada por el bloqueo asfixiante impuesto por los EE.UU hace más de 60 años, se fueron formando en mi mente preadolescente ideas contrarrevolucionarias, las cuales eran fomentadas y aplaudidas por mi círculo social de la época.
Debido a la comprensible situación que viven los cubanos, mis padres decidieron emigrar a otro país, llevándome con ellos a mis 14 años. Al llegar a nuestro destino, fuimos recibidos con alboroto en el aeropuerto por otra pareja de cubanos de la misma línea ideológica y política a la que yo ya estaba acostumbrado. Se escucharon alto y claro gritos de “ABAJO FIDEL” en todas sus variantes. Al salir de aquel lugar, excitado y ansioso por conocer ese mundo del que siempre había escuchado —pero no vivido, sentido ni visto con mis propios ojos—, empecé a maravillarme con todo el notable desarrollo que iba viendo desde la ventanilla de un coche nuevo y climatizado. Me encontraba impresionado bajo un hechizo que, por si fuera poco, era engrandecido con constantes halagos por parte de nuestro anfitrión, seguidos por insultos y comparaciones despectivas que dejaban a Cuba mal parada frente a una “imponente verdad” que para mí era irrefutable.
Así continúe un año más, hasta los 15, siendo uno de los tantos contrarrevolucionarios que hablaba sin conocimiento y sin razón, pensando que poseía la verdad absoluta porque “Cuba estaba mejor antes de los Castro”, o “si muchos lo dicen es porque debe de ser cierto”. En fin, toda una amalgama de falacias por el estilo que muchos habrán escuchado miles de veces, falacias que me garantizaban una fuerte aprobación social. Entre frases y consignas repetidas hasta el hartazgo, e incluyendo opiniones que me habían vendido como fruto de mi propio análisis, llegó el momento de batallar con mi enorme y apilado montículo de contradicciones. Mi pensamiento crítico en desarrollo, forjándose por mi inquietud científica, comenzaba a hacerme ver que había cosas que no cuadraban, que existían verdades que yo mismo me estaba obligando a ignorar. — ¿si los mentirosos y malos son ellos, los comunistas, entonces por qué me invento mis propias mentiras o me victimizo cuando me encuentro entre la espada y la pared en una discusión?—, cavilé intuitivamente, aún sin saber ponerle palabras a esa nueva sensación. Empezaba a entender cómo surtía efecto la propaganda con la que había sido bombardeado durante años y, repentina y sorprendentemente para mi mente confusa, comenzaban a nacer sentimientos positivos hacia Fidel y hacia el gobierno soberano de mi país de origen. De hecho, el giro completo transcurrió el mismo día de su muerte.
¿Cómo viviste la noticia de su partida?
Era la mañana del 26 de noviembre de 2016 y, empujado por mi nuevo sentir desconocido, me encontraba decidido a acudir a la embajada para dedicarle unas palabras de homenaje póstumo. Mi postura aún no estaba clara, pero me surgían sentimientos encontrados, manifestaba dudas y me surgían más contradicciones durante el trayecto. Una vez llegado a mi destino, procedí a entrar y, para mi sorpresa, comprobé que éramos de los primeros en llegar. Nos presentaron una sala en donde se encontraba un “libro de condolencias” sobre una mesa ubicada debajo de, según recuerdo, una enorme foto enmarcada del Comandante en Jefe. Cuando llegó mi turno de escribir, agarré el bolígrafo con la idea de dejar una frase escueta y desapasionada, pero ocurrió algo que ya mis ojos y mis manos temblorosas me estaban avisando, pese a que no las quise escuchar con anterioridad. —¿Estoy llorando? Sí, estoy llorando—. Si Fidel era ese dictador sanguinario como relataban, si hacía bien poco sentía un gran odio por su persona, entonces, ¿por qué sentí ese vacío en el pecho el día de su partida? ¿Por qué mis lágrimas no presentaban ningún atisbo de alegría? Mientras las preguntas se aturullaban en mi cabeza, la escasa línea que planeaba plasmar sobre el papel terminó transformada en un sentido texto que expresaba mucho más que una seca condolencia de cortesía.
¿Qué han significado para tu militancia las ideas de Fidel y su ejemplo?
Dos o tres años después, empujado por la búsqueda de la verdad material, me decidí a contactar con las Juventudes Comunistas de Canadá. Mi experiencia interna con Fidel me inspiró a cuestionarme todo lo aprendido y dispuesto a reaprender. Me ayudó a desarrollar la capacidad de detectar y alejar conductas de moral burguesa y me enseñó a plantearme la realidad de forma más realista. Me comprometí conmigo mismo a no opinar sin antes poseer los conocimientos necesarios para hacerlo con rigor. Gracias a mi encuentro con la idea de Fidel, le extendí mis brazos al Socialismo científico, a Marx, a Engels, a Lenin, a Stalin. Mis deseos por conocerlo mejor me hicieron buscar más allá del idealismo con el que a menudo se muestra su imagen sobredimensionada. Encontré un Fidel más humano, un Fidel cercano al pueblo. Encontré al mejor líder que pudo tener nuestra Revolución, imperfecto como cualquiera, pero dispuesto a dar su vida por avanzar el desarrollo histórico de la humanidad. Todo un ejemplo de compromiso y solidaridad con las clases populares.