Hermano, consternado por el dolor de tu partida, de todos modos, necesito decirte cuanto te extrañamos. Me parece que uno nunca va a aceptar que los dioses también se mueren. Los creemos eternos y prueba de ello es el placer de hacerte llegar antes que a nadie, las notas que he escrito sobre tu obra, trabajos que a menudo te emocionaron profundamente. Recuerdo tu sorpresa al preguntarme que si yo era poeta cuando escribí que atender tu quehacer como músico significa “mojarnos por el cantar de un son que Adalberto desde hace 35 años nos lo entrega como lluvia para hacer crecer en nuestras cubanas almas las flores que embellecen al jardín de la Patria.” No mi hermano, para nada me considero poeta, pues lo que tanto te impactó, es sencillamente el hecho de haber recogido el sentimiento de todo un pueblo agradecido por el esplendor de tu obra. De todos modos, nos dejas con un sentimiento de orfandad que solo es posible de superar con la certeza del amor que inculcaste en nosotros por el son. Me quiero despedir con una reflexión martiana que aprendí de mi padre cuando aún yo era pequeño. Si para el Apóstol todo hombre debe de tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol, tu sabes que superaste con creces semejante reclamo. Cuando se hable de ti, lo haremos con la certeza de que nos referimos a alguien que los cubanos queremos como un padre. También sabes que el Libro de Adalberto Álvarez en la música cubana cuenta con las inmortales páginas del son que desde siempre has entregado. Y si de sembrar se trata, los millones de semillas esparcidas por ti en el fértil terreno de la cubanidad, germinan como poderosos arboles cuyos frutos del talento, buen gusto y sabrosura criolla, constituyen el mayor monumento a tu memoria.

Descansa en paz, hermano.

Te quiero mucho,

Por REDH-Cuba

Shares