Entrevista de nuestro colega Hilario Rosete, realizada a la excelsa periodista cubana y publicada en las páginas de la Revista Alma Mater a finales del pasado siglo.


Pisaba firme. Hablaba limpio. Sostenía la mirada. Reía suave, con un simple juego de labios. Fruncía, arqueaba las cejas en señal de agrado o berrinche. «¿Qué tal, señora Periodista, misterio de gloria?», le decía con ganas de inclinarme doblando mis rodillas.

Marta Rojas estuvo entre los pocos colegas que concurrieron a las sesiones del juicio por los hechos del Moncada, incluso a la del hospital Saturnino Lora, donde Fidel pronunció La historia me absolverá. ¿Cómo se las arregló para entrar? ¿Acreditada por quién?¿Con miras a publicar dónde?

AM reveló las interrogantes, supo que si bien concluía sus estudios en la escuela Manuel Márquez Sterling, aún estaba por graduarse y colegiarse, cortapisas para el ejercicio que paralizarían a cualquier otro. Pero un verdadero periodista, graduado o no, dijo, «sabrá aprovechar las oportunidades, intuitiva o conscientemente». Y aunque la excelsa periodista se fue con quienes partieron, permanece con quienes quedamos.

***

Quien da pronto da dos veces

Me vinculé con el hecho del Moncada el 26 de julio de 1953 — recordó — , cuando sonaron los primeros disparos, estando en los carnavales de Santiago de Cuba, rumbeando en la calle Trocha. Ya me iba para mi casa con mis amigos, pero me encontré con un fotógrafo de la revista Bohemia, Panchito Cano, que era vecino mío.

Al empezar a estudiar periodismo en La Habana — agregó — , Panchito me había dicho: «Cuando tenga reportajes gráficos y tú estés en Santiago, haces los pies de fotos, los mando a la redacción, te ganas un dinerito». Le tomé la palabra, así hacíamos.

Ese día — siguió contando Marta — , él renovó la alianza: «¿Quieres ganarte cincuenta pesos?, me pidieron un reportaje de los carnavales, quiero enviar una crónica». Acepté, pero en eso… el tiroteo. «Se nos jodió el reportaje», dijo Panchito, «en la revista querrán esto otro». «Bueno», respondí, «hagámoslo sobre los tiros».

Le avisé a mi familia, fuimos al lugar del hecho. Estuvimos dentro del cuartel desde las diez de la mañana hasta entrada la tarde, vimos los muertos, respiramos el ambiente macabro.

Entrevista originalmente publicada en Alma Mater, en el número mar.-abr. de 1998

César o nada

En los carnavales — detalló Marta — , Panchito me daba los chasis fotográficos, yo los guardara en los amplios bolsillos de unas muy anchas sayas de moda. Esa tarde él presintió que requisarían a los fotógrafos, era evidente: se había cometido un crimen, solo en La Habana podían decidir qué publicar.

«Ven para acá», me dijo Panchito; detrás de la cama de un camión, en el polígono del Moncada, me preguntó si me atrevía a llevar los rollos para la capital. «Sí», le dije, entonces cambiamos los que él tiró en el carnaval, yo aún los tenía encima, por los tomados en el cuartel; en el primer vuelo del siguiente día, siendo mujer, con carnet de estudiante, viajé sin problemas a la capital, directo a Bohemia.

«¡Ustedes están locos!», exclamó quien luego supe que era el director de la revista, Miguel Ángel Quevedo, zar del periodismo cubano, «¡¿tienen idea de lo sucedido en Santiago?!», y me pidió: «Escribe una nota».

El reportaje fue censurado, pero sin duda Bohemia ejerció presiones sobre las autoridades para publicar varias fotos acompañando el parte oficial.

Creo porque es absurdo

Quevedo me dio dinero para el pasaje de regreso a Santiago y cualquier imprevisto, es decir, me ofreció respaldo — añadió Marta Rojas — . Los militares habían descubierto el cambio de los rollos, buscaban a Panchito, yo era una desconocida en el mundo político, una intrusa profesional que después de las vacaciones, hacia el mes de septiembre, debía volver a La Habana para colegiarme.

Anunciaron el juicio — indicó — . Conocía a un letrado santiaguero, Baudilio Castellanos; ante mi deseo de asistir a las sesiones, me aconsejó alimentar la vanidad de los magistrados con una entrevista donde seguramente no dirían nada comprometedor. Su publicación en Bohemia, con crédito de Marta Rojas, dio pie a que el presidente del tribunal, de su puño y letra, cuando salí corriendo para llevarle la revista, llegada de La Habana, agregara mi nombre a la lista de los autorizados a ver «el juicio más grande de nuestra historia».

Mucho en pocas palabras

Varios órganos de prensa habaneros — continuó — , enviaron corresponsales, incluso Bohemia, lo mío fue auto acreditación, mas como solo se publicaba lo que el censor decía, las empresas comenzaron a perder interés, los políticos volvían a su rejuego. Si los primeros días asistieron veintitantos periodistas, cuando sacan a Fidel del juicio la cifra comenzó a reducirse.

Dos santiagueros fuimos a todas las sesiones — repasó Marta — : Arístides Garzón, estudiante de derecho interesado en la criminalística, y yo. La entrada de los acusados removió en mí la imagen que guardaba de los mambises. Me impresionaron mucho su hidalguía, su valentía, sobre todo su juventud.

Empecé a quedarme en el juicio, primero, por la voluntad de concluir el reportaje; segundo, por simpatía; tercero, por respaldo. Me sentía obligada a ser solidaria con ellos, esa era la única forma de demostrarlo. Por las tardes, al llegar a mi casa, les dictaba mis notas a mi hermana y una amiga suya; ya en limpio, las pasaba en máquina de escribir. La rutina me enseñó a fijar los detalles como si los estuviese mirando.

El corazón de la mujer

La primera entrevista con Melba y Haydée, a quienes adeudo mi investigación, duró tres minutos. Estando ellas en el banquillo de los acusados, relativamente cerca de mí, les sonreía, Melba respondía el saludo, pero Haydée me miraba con ojos que partían el alma. «¿Qué le habré hecho?», murmuraba para mis adentros.

Junto a Haydée y Melba. Foto: Archivo de Bohemia.

Cierto día, ella, Haydée, se está secando el sudor — trae en la memoria Marta — . Yo tenía un pañuelo negro con flores bordadas en amarillo; en un receso se lo tiré a los pies. Haydée recogió la prenda, ya tuvo conmigo no una sonrisa, pero sí un gesto; cuando se terminó ese juicio, entre el atropello y el descuido de los guardias, las abordé: «¿Cómo las puedo ver?», les dije, «estuve el 26 de julio en el Moncada». «Lo sé», respondió Haydée de mal humor; y Melba: «¡Con que tú eres estudiante de periodismo!». Haydée soltó: «Jovellar 107». Eso fue todo.

Meses después, en esa dirección, donde vivían sus padres, Haydée me confesó: «Al verte caminando por el cuartel Moncada el 26 de julio, pensé que eras esbirra, me dio mucho dolor, tú tan joven, por eso te miraba así». Luego comprendió: la supuesta foto que le hiciera Panchito en el Moncada, en realidad se había acabado el rollo, le salvó la vida; los guardias, al ver a mi compañero presionar el obturador, estaban obligados a reconocer la existencia de dos mujeres presas con vida.

Lo que fue, eso será

Al término de la primera parte del proceso — contó Marta — , vine para La Habana con mis reportajes. «¡Imagínate, Marta!», dijo Quevedo, «la censura continúa, tus escritos son largos, aún te falta el juicio de Fidel». Así regresé a Santiago, con riesgo para mi porvenir, había hecho prácticas en el canal 4 de la televisión, tenía la seguridad de ir a trabajar allí, era hora de presentarse, me olvidé de aquello para seguir lo del Moncada.

El juicio de Fidel, la causa número 37, fue el 16 de octubre de 1953 en la salita de enfermeras del hospital civil. Estuve entre las primeras en llegar. Había seis sillas para periodistas, Fidel lo dice en La historia me absolverá. Finalizada la sesión corrí a mi trabajo; a los pocos días estaba de nuevo en Bohemia con otro mamotreto.

Marta Rojas. Foto: Vicente Brito, Escambray.

Tampoco se publicó el reportaje — dijo Marta en las postrimerías — , pero Quevedo me contactó con Enrique de la Osa, periodista brillante, fundador del periodismo de investigación política, me propuso trabajar con él en la sección En Cuba. Años después, el primero de enero de 1959, a las cuatro de la mañana, sonó el teléfono de mi casa: «Marta», me soltó el director de Bohemia, «¿tú conservas el mamotreto?, ven, se fue Batista, eso es noticia otra vez».

Cinco reportajes sobre el tema fueron publicados en los números de 1959 bajo la rúbrica Nacimiento y evolución histórica de un movimiento. Y ahí está [estuvo] Marta Rojas, sigue [siguió] publicando.

Epitafio: «Señora Periodista, en otro octubre entraste a la gloria. Sea. Misterio de luz».

Notas:

[1] Publicada originalmente en am, n.o mar.-abr. de 1998, p. 16; y duplicada en el dossier del n.o 243 de La jiribilla, dic. 31 de 2005-ene. 06 de 2006. Redactora de Granma desde su fundación, Premio Nacional de Periodismo José Martí 1997, Premio Alejo Carpentier de novela en 2006, Marta Rojas escribió: Moncada (1960), La generación del centenario en el juicio del Moncada (1965), Vietnam del Sur, su arma estratégica es el pueblo (1966), Escenas de Vietnam (1969), Tania, la guerrillera inolvidable (1974), El que debe vivir (1978), Antes del Moncada (Colectivo de autores, 1969), Reportajes de la nueva vida (1980), El aula verde (1981), La cueva del muerto (1983), El médico de la familia en la Sierra Maestra (1987), Cuba, 1992, el año más duro de la Revolución (1992), El columpio del rey Spencer (1993), Santa lujuria (1998), El harén de Oviedo (2002), La maleta perdida (2003), e Inglesa por un año (2006).

Fuente: Revista Alma Mater

Por REDH-Cuba

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