Cuando Paulo Freire dijo: “La educación no cambia el mundo. Cambia a las personas que van a cambiar el mundo”, estaba sintetizando una idea principal que recorrería toda su obra y su vida misma: la educación como cimiento fundamental del acto revolucionario que siempre, e indefectiblemente, comienza por uno mismo. Freire luchó durante toda su existencia con sus escritos y sus reflexiones, en pos de esta idea cultivadora del ser humano, la de fertilizar el entendimiento como arma crítica para la plenitud humana. Freire sabía que solo el conocimiento del mundo y su consecuencia más dramática, que es la reflexión, nos hace libres.

Nacido en el seno de una familia de clase media empobrecida y castigada por la Gran Depresión de 1929, Freire vino al mundo en el estado brasileño de Pernambuco en 1921. Con los años, Paulo Reglus Neves Freire se convertiría en una de las figuras más importantes del siglo XX en América Latina dentro del ámbito de la pedagogía y la educación.

Como universitario, ingresó la Facultad de Derecho en 1943, aunque también estudió Filosofía y Psicología del lenguaje. Al año siguiente, en 1944, y mientras cursaba estos estudios, se casó con Elza Maia Costa de Oliveira, una docente primaria con la que engendró cinco hijos y con la que mantuvo una relación de trabajo y colaboración conjunta hasta el final de sus días.

En 1946 recibe el nombramiento de director del Departamento de Educación y Cultura del Servicio Social, en el Estado de Pernambuco, y desde esta plataforma institucional se dedica a elaborar esquemas de trabajo y alfabetización entre los sectores marginales cuyo analfabetismo no solo era una barrera social y humana, sino una eficaz tenaza contra su liberación política. En aquel Brasil dominado por las oligarquías, saber leer y escribir eran requisitos para votar en las elecciones presidenciales, asegurando de esta manera el ciclo de dominación entre el pueblo iletrado y las clases ilustradas, dueñas de la riqueza.

Creador de su propio sistema de alfabetización, lo aplicó de manera experimental con enormes resultados entre la población adulta, sobre la que centraba su atención y sus esfuerzos. Gracias a sus innovadores métodos, en 1961 fue nombrado director del Departamento de Extensión Cultural de la Universidad de Recife, su ciudad natal, y en 1962 comenzó a aplicar muchas de sus metodologías con resultados extraordinarios. Como ensayo, organizó clases de alfabetización para unos cientos de trabajadores sometidos a la explotación en ingenios azucareros. En apenas cinco semanas logró que esas masas trabajadoras explotadas por un sistema que los mantenía en la ignorancia y el atraso comenzaran a leer y escribir con notable fluidez. En respuesta a estos irrefutables resultados, el gobierno brasileño de tendencia social y popular de João Goulart aprobó la creación de miles de centros de alfabetización en todo el país. No obstante, en 1964 Goulart fue derrocado por el general Castelo Branco, en un golpe de Estado instigado por Washington, y el nuevo gobierno militar desmontó el aparato educativo inspirado en la obra de Freire e impidió que las masas avancen en su alfabetización. El propio Freire fue encarcelado durante algo más de dos meses, tras lo cual buscó refugio en Bolivia, iniciando un período trashumante que duraría hasta 1980. En su deambular, trabajó en Chile para el Movimiento Demócrata Cristiano por la Reforma Agraria y para la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO).

Fue en este peregrinar de exiliado que Paulo Freire inicia su faceta de ensayista y escritor, desarrollando algunas de sus teorías en libros que hoy son de consulta obligada para todo estudio pedagógico, o para una visión estratégica de la educación.

En 1967 edita su primer libro, La educación como práctica de la libertad. Debido a la buena crítica de la obra fue convocado como profesor visitante en la Universidad de Harvard en 1969. Cuando parte a Estados Unidos, también ya había escrito su obra más emblemática, Pedagogía del oprimido, que fue publicada en inglés y en español recién en 1970, y en Brasil en 1974, debido a la censura ideológica impuesta por la CIA norteamericana. Freire también trabajó en planes alfabetizadores para aplicar en diversos países africanos inmersos en procesos descolonizadores, como Angola o Guinea-Bisáu, en calidad de experto de la Unesco.

En lo doctrinal, Paulo Freire significó un quiebre en la sistematización de la tarea educadora, no tanto por sus metodologías innovadoras, sino por sus concepciones rupturistas con un sistema educativo que no logra la liberación psíquica y reflexiva del individuo, sino que lo domestica, lo esclaviza y finalmente lo oprime. Sobre esta característica del sistema hegemónico educativo –que Freire consideraba universal, es decir, no solo brasileño– señala en uno de sus ensayos: “Sería en verdad una actitud ingenua esperar que las clases dominantes desarrollasen una forma de educación que permitiese a las clases dominadas percibir las injusticias sociales en forma crítica”. Freire visualizaba, ante todo, que la educación formal era una educación para la perpetuación de la opresión.

A la luz de las reveladoras concepciones de este genial brasileño, vemos la importancia de educar al ciudadano, concibiendo la enseñanza como un acto político en sí mismo. Quizás la otra gran tarea pendiente de nuestros procesos revolucionarios latinoamericanos en este siglo XXI no sea solamente la conquista de derechos largamente conculcados por oligarquías entregadas a los poderes trasnacionales, sino enseñar a nuestros jóvenes, a nuestros campesinos, obreros y mujeres, a reconocer mediante la enseñanza y la reflexión los mecanismos que los degradan.

Crear las herramientas para un pensamiento crítico que permita identificar estas lacras que condicionan la vida cotidiana, pues será mediante esta educación crítica, profundamente cuestionadora y reflexiva, que América Latina no repetirá sus males endémicos ni caerá, una y otra vez, en sujeciones imperialistas que utilizan el pensamiento dirigido como herramienta de esclavitud, o las ideas envasadas como amarras de la conciencia. Paulo Freire hizo este descubrimiento sutil y sobre él trabajó toda su vida, antes de morir en 1997, a los 75 años.

El gran pedagogo humanista, liberador de conciencias y también de sociedades cegadas por sistemas opresivos, estaba convencido, tal cual señalaba habitualmente en sus charlas y cátedras, que “todo acto educativo es un acto político”. Hagamos pues política, educando críticamente a los futuros hombres que cambiarán el mundo.

Por REDH-Cuba

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