Me lo dijeron y no lo quería creer. Tenía que ser una equivocación porque muy dentro de uno, persiste la raigambre de una profunda certeza acerca de seres muy queridos como que no nos van a abandonar nunca. Y esto nos ha pasado a todos con Vicente.
Dicen que en ese momento se encontraba cantando en una peña. No importa cuál canción suya estaba interpretando, pues a todas les ponía igual carga de pasión al entregarse en cuerpo y alma. Entonces, una vez más, comprobamos cuánta sabiduría encierran las antiguas religiones, al afirmarse que mientras menos se presuma de lo que se es, más lejos y hondo llegarán sus esencias en quienes le admiramos.
Precisamente, Vicente era una persona sencilla y modesta, absolutamente desinteresada de cualquier manipulación mercantil con intención de resaltar su obra en provecho propio.
Pero no equivocarse. En esa proverbial humildad de su persona, radicaba una grandeza épica que lo llevó a desplegar cantos de amor a la Patria, emblemáticas piezas que nos trascienden.
Nada más de reposar nuestra mirada en las letras de la mayoría de sus canciones, llegamos a la conclusión de que estamos frente al espíritu de un legendario caballero en cuyo escudo moral se estrellan todo tipo de falsedades, ignominias y avaricias para entonces, con la lanza del canto liberado, abrirle paso al resplandor de la ética martiana, guevarista y fidelista que hizo suyas como principios de sus razones para vivir.
Debido a semejante legado, Vicente será recordado a nivel mundial, como el trovador cubano que en todo momento se comportara cual auténtico héroe de carne y hueso, ya que los personajes de su cantar no están dirigidos a batallar contra macabros seres alienígenos ni contra diabólicas fantasías dirigidas a enajenarnos de los verdaderos problemas de nuestros tiempos, de esos mismos conflictos a los que Vicente Feliú les partió siempre de frente, armado con la pureza de un alma limpia, la entereza de los apóstoles y la valentía propia de quienes reclamamos un futuro mejor para todos.
Fuente: Cubarte