Cuando al anochecer del 31 de diciembre de 1958 la columna dirigida por el Che Guevara sometía en Santa Clara a la principal guarnición militar que aún respondía a Fulgencio Batista la suerte del régimen estaba echada. Poco después de conocida la noticia el dictador huía -con sus cómplices y el dinero saqueado del erario público- con destino a la República Dominicana. Sus nueve hijos habían sido enviados, unos pocos días antes, a la ciudad de Nueva York con el pretexto de disfrutar de los inminentes festejos del New Year`s Eve en Times Square. Batista sabía que sus días estaban contados y que la victoria del Movimiento 26 de Julio era sólo cuestión de tiempo. Fidel había concebido su magistral estrategia insurreccional en torno a dos ejes. Por una parte, la capacidad militar del Ejército Rebelde fundada en su patriotismo y, precisamente, en su inteligencia estratégica, dado que su armamento era insignificante por comparación al del ejército batistiano, generosamente equipado por el gobierno de Estados Unidos. Y, por la otra, en la conformación de una amplia y heterogénea alianza de fuerzas sociales y políticas cuyo común denominador era su oposición a la dictadura de Fulgencio Batista. Por eso al día siguiente de la decisiva victoria de Santa Clara una huelga general y la multitudinaria movilización popular ocupando las calles y plazas de La Habna y otras ciudades signó el nacimiento de la Revolución Cubana.
Pasaron desde entonces sesenta y tres años y todos los esfuerzos y todas las estratagemas del imperialismo norteamericano para restaurar el “orden pre-revolucionario” (o sea, un régimen neocolonial al servicio de los oligopolios estadounidenses) terminaron en un rotundo fracaso. Debe señalarse un hecho que usualmente es pasado por alto, o pérfidamente soslayado: el acoso de la isla rebelde es un caso único en la historia universal. Repito: “único en la historia universal.” No existe un solo ejemplo comparable en donde la principal potencia del mundo se haya ensañado durante tantos años en contra de un país, una región, una ciudad que por su dignidad no estaba dispuesta a postrarse de rodillas ante la prepotencia imperial. Este hecho marca la excepcionalidad de la Revolución Cubana y su asombrosa victoria. Su sola sobrevivencia a más de seis décadas de hostigamiento, sabotajes, sanciones económicas y financieras, estigmatización mediática y aislamiento diplomático es signo elocuente de su victoria, conseguida a un precio exorbitante por la irracionalidad y maldad de la potencia agresora. Sobrevivió, y sobrevivirá, porque en el históricamente breve período de poco más de medio siglo Cuba contó con dos figuras de una talla excepcional como Martí y Fidel, que educaron a su pueblo y le enseñaron que el honor, la dignidad y la honra no son vacuas categorías de una ética libresca sino condiciones indispensables para la constitución de un pueblo libre y soberano, dueño de su destino.
La escalada criminal del gobierno de Estados Unidos en contra de Cuba, bajo gobiernos Republicanos o Demócratas por igual, es prueba elocuente de lo que decimos. La secuencia que va desde Eisenhower en 1959 a Biden en la actualidad es una escalera en donde cada peldaño es testigo de una nueva y más flagrante violación de los derechos humanos y la legalidad internacional. Con tal de someter a Cuba no ha habido atrocidad que no haya sido perpetrada. Nada más elocuente como crimen de lesa humanidad que la intensificación del bloqueo, incluyendo fármacos e insumos médicos de diverso tipo, en el marco de la mortífera pandemia del Covid-19. Esto retrata la perversión de una potencia en avanzado estado de putrefacción moral y la dignidad de un pueblo dispuesto a jugarse la vida para defender su derecho a la autodeterminación. Por eso viene a cuento parafrasear al gran Federico Fellini y decir, como la nave de aquel extraordinario film, que “Cuba va”. Y que seguirá yendo, sin dudas. ¡Feliz 63º aniversario, Cuba!