“Nosotros somos como los granos de quinua si estamos solos, el viento lleva lejos. Pero si estamos unidos en un costal, nada hace el viento. Bamboleará, pero no nos hará caer” –  Dolores Cacuango, Ecuador (1881-1971)

 

El capitalismo, a nivel mundial, atraviesa la que quizás sea una de sus mayores crisis sistémicas desde su surgimiento. Una crisis multidimensional con pliegues económicos, ecológicos, políticos, morales y civilizatorios. Una crisis que bifurca sus posibles salidas entre dos opciones cada vez más contrapuestas: privilegiar el cuidado de la reproducción de la vida, la integración de los pueblos, sus soberanías y la armonía con la naturaleza; o profundizar los modelos extractivistas y ecocidas, que privilegian la razón del capital por sobre la vida bajo el cínico eufemismo de “cuidar la economía” (que no es otra cosa que la defensa acérrima de la acumulación privada de unos pocos).

Esta crisis es causa, y no consecuencia, de la pandemia del coronavirus, que ha potenciado en todo el mundo los déficits de las sociedades de mercado, hiperdesiguales y con Estados que fueron maniatados por años de políticas neoliberales, que destruyeron los sistemas públicos de salud –allí donde existían– o simplemente destruyeron lo poco que quedaba para sostener el acceso a algún mínimo de derechos básicos. Lo que ha demostrado que la lógica del mercado desbocado atenta contra la vida humana en todos sus niveles, y la vida en general.

Desde mediados de la década pasada, y producto de esta crisis de largo aliento, una fuerte contraofensiva imperialista y una ola conservadora azotaron con fuerza en Nuestra América. Avance que ha intentado restablecer la autoridad déspota del capital y la clausura de los márgenes de autonomía conquistados por nuestros pueblos durante la primera década del siglo XXI, cuando se estaban dando grandes avances en el plano político- ideológico, con nuevas formas de pensar las alternativas y disputas, con un proceso de fuerte avance en el plano de la unidad continental, como no se había visto desde la independencia de la colonia española en el siglo XIX.

Esos avances, aun con sus limitaciones, eran asumidos por el imperio como un peligro y es por eso que, al poco tiempo de ser derrotado con el No al ALCA en 2005, empezó a golpear nuevamente, primero en Honduras, luego en Paraguay, ganó en Argentina, traicionó en Ecuador y volvió a pegar en Brasil, mientras incrementaba la guerra híbrida contra Venezuela de forma exponencial y con Cuba de forma continua, aunque recrudecida; el golpe de estado en Bolivia fue el sumun de esta avanzada.

Pero cuando todo parecía estar en tinieblas; cuando los “profetas del fin de ciclo” ya auguraban una nueva hegemonía surgida de la derrota de los “populismos”, las rebeliones populares del 2019 lograron interrumpir esta ofensiva conservadora para volver a emerger con puntos claves en Ecuador, Chile, Argentina y Bolivia, lo que permitió nuevamente sembrar un camino de esperanzas para los anhelos y sueños de emancipación de la Patria Grande, que se plasmaron en las victorias electorales de México (2018), Argentina (2019), Bolivia (2020), Perú (2021), Nicaragua (2021), Honduras (2021) y Chile (2021).

No obstante, este escenario de disputa con gran protagonismo popular se ha vuelto nuevamente desconcertante desde la aparición de la pandemia del covid-19 que azota al mundo entero, y que en nuestra región tuvo al menos dos momentos: en su inicio fungió de congelador de los procesos de lucha popular que venían en alza en aquellos países con regímenes neoliberales como en Chile, Perú, Haití, Honduras o Ecuador; y una segunda fase que puede leerse como de reimpulso de las luchas en las calles que habían quedado paralizadas, nuevamente encendidas frente a la profundización de las desigualdades y la pésima gestión de la pandemia por parte de las derechas. Y ahora sí con un campo popular que emerge con alternativas políticas que expresan –aunque no directamente, ni en todos los países por igual– un proceso de unidad detrás de esa agenda igualitarista que volvió a irrumpir en la fiesta decadente del “neoliberalismo zombie”.

Los que buscan romper el costal. ONG’s e imperialismo

Pero los procesos del campo popular y los movimientos sociales no sólo viven sus propios retos sino que, desde mediados de los años ’90, una forma de infiltración y cooptación de los movimientos sociales y de muchos sectores excluidos ha sido a través del ongeismo en general y la de las ONG’s norteamericanas en particular, que han ido construyendo lazos muy significativos con sujetos con potencialidad revolucionaria, pero que luego de años de financiamiento, formación y asimilación de lógicas,  pasaron a ser administradores de sus propios estereotipos: cuadros organizativos convertidos en cuadros administrativos, y ejes de lucha surgidos de análisis estructurales en ejes orientadores en sí mismos, despojados de su relación con el imperio y con el capital. Entonces, la defensa del agua, la participación o la producción artesanal se convierten en una abstracción y un leit motiv, así como el antiextractivismo en una consigna, que solo sirve para cuestionar a gobiernos populares y apoyar a neoliberales, empresarios o banqueros.

La ‘neutralidad’ de las consignas que levantan estos sectores, habla de que no hay propuesta de país ni de sociedad, mientras que desde el campo popular estamos planteando la necesidad de un estado soberano, que ponga límites al capital y a las imposiciones geopolíticas del imperio, para tener una base desde la cual discutir. Este es un tema central para el debate, pues se pueden observar estas posturas, cada vez más usuales, en todos los países. Posturas tan “anticoloniales” que defienden la democracia liberal republicana (originada en Europa) como valor máximo, o tan autónomas del Estado que no les preocupa el Estado más poderoso, autoritario y militarista de la historia, pero si el Estado- nación de su país; ni que hablar de la propuesta de no extraer petróleo para defender a la Madre Tierra (extraña defensa que cuestiona la explotación de forma soberana pero que nunca cuestiona que los países del norte lo sigan haciendo desde hace más de cien años). Es con esos dólares del petróleo que financian a las ONG que, a su vez, les financian como movimientos, investigadores y articulistas.

El mundo actual pone a prueba todos los imaginarios revolucionarios y emancipatorios. ¿Cómo construir –y mantener– mayorías para lograr cambios sustanciales en sociedades fragmentadas, hipersubjetivadas y con sentidos comunes permeados por la lógica de consumo individualista (y de colectivos individualistas)?

Esa es una de las preguntas que toda fuerza de izquierda y popular no puede dejar de hacerse, una pregunta que como campo popular latinoamericano no podemos evadir. De hacerlo podemos caer en adaptar nuestros proyectos y posibilidades de avance a lo que esos sectores demandan y que es imposible de cumplir si se quiere el Buen Vivir, como forma colectiva de dignidad humana; pero también, al no hacerlo podemos caer en seguir repitiendo el mismo repertorio radial para una sociedad que mira videos en Internet.

Si a esto le sumamos la guerra sistemática contra los proyectos populares igualitaristas y soberanos, desde las distintas plataformas mediáticas y periodistas expresamente fascistas, pero también la pseudo progresía académica- periodística que pone la equidistancia entre proyectos de “izquierda y de derecha” como una especie de bonapar

tismo intelectual que está más allá y por arriba de cualquier dios; la tarea es muy cuesta arriba, aunque no imposible.

Ganemos y unámonos en un costal: desafíos nacionales y regionales

 

La desigualdad social ha aumentado exponencialmente con los gobiernos neoliberales, y aún más con la pandemia. Por eso la necesaria unión en el corto plazo en lo económico, con la complementariedad y solidaridad de guías en el plano de la producción y en el plano de lo financiero. En este último es necesaria la puesta en juego del tan mentado, pero prontamente olvidado, Banco del Sur con la creación de un fondo de emergencia que permita generar crédito e inversiones en el corto plazo. Andrés Arauz, ex candidato a la presidencia de Ecuador, sugería en 2016 una iniciativa provocadoramente posible: “América Latina tiene depositados $1,034,005 millones líquidos en el resto del mundo” y que si, al menos una parte de este monto se utilizara para conformar el capital inicial del Banco del Sur (en esa época) se estaría en mejores condiciones para enfrentar el momento de crisis”. Ya en esa época, previa a la pandemia actual, evaluaba que: “Estas coyunturas y la crítica situación global en los próximos días, hace cada vez más urgente que los países sudamericanos retomen la agenda de la Nueva Arquitectura Financiera Regional”.

Claramente las posibilidades de Unión regional no pueden pensarse sin un mundo multipolar y pluricéntrico, como condición sine qua non. Las fuerzas políticas y sociales que luchan por la Patria Grande tienen en claro que la relación con China, Rusia y demás países emergentes es más necesaria que nunca, pero no de cualquier modo ni por separado. La pandemia ha puesto esta necesidad en evidencia. Basta ver la cantidad de vacunas que están disponibles en la región y una conclusión rápida es evidente: EE. UU no ha hecho nada por facilitar vacunas, ni siquiera a los países con gobiernos con la lengua gastada de lustrarles las botas. Por el contrario, tanto China como Rusia han resultados aliados efectivos para que millones de sudamericanos y sudamericanas ya estén vacunados/as.

Otro desafió está relacionado con la deuda externa, que sigue siendo una piedra, no solo para el caminar de los pueblos, sino que ya directamente es una piedra aplasta cabezas. Por eso las deudas deben denunciarse de conjunto como mecanismos de dominación, saqueo de los pueblos del Sur por parte del Norte global.

Ni que hablar de la defensa de los bienes comunes que son saqueados por multinacionales del norte. Cuando tenemos las capacidades técnicas, tecnológicas y organizativas para poder trabajar nuestros bienes en pos de nuestros pueblos, con niveles de contaminación muy bajos y sin daños masivos. Es posible una transición productiva si primero producimos para nuestros pueblos y no para las necesidades del capital transnacional. En esta producción se debe contemplar también la Soberanía Alimentaria como un principio básico. Nuestra región no tiene necesidad de importar alimentos, se puede alimentar a cada habitante de forma digna y completa. Tampoco podemos continuar con miles sin techo, millones sin tierra ni trabajo. Las reformas agrarias y urbanas son más urgentes que nunca cuando vemos como las grandes ciudades atiborradas de personas y de pocos servicios básicos se tornan imposibles de vivir mientras los campos se acumulan en pocas manos que solo usan la tierra para exportar y fugarse dólares.

La participación de los movimientos populares, indígenas, campesinos, urbanos, feministas, transfeministas, sindicales, de defensa de los bienes comunes, de comunidades de base, deben ser parte protagónica en la nueva reconfiguración necesaria de los estados. Tanto en las políticas trazadas por los gobiernos populares –en la propia trasformación de la institucionalidad colonial y patriarcal– como en institucionalidad de integración regional. Esto debe ir atado a la perspectiva superadora que permita avanzar de la integración a la unión, y de la unión a un nuevo Estado Plurinacional Continental que pueda hacer frente al mundo que se abre y que pone desafíos aún no dilucidados del todo en medio de esta tormenta.

No es menor, que aun con sus dificultades los procesos orgánicos de unidad continental que siguen en pie sean aquellos donde las fuerzas populares apostaron “más acá y más allá” de los gobiernos y razones de Estado. Por el contrario, la institucionalidad solo mantenida desde los gobiernos no resistió mucho en ser desmantelada o al menos neutralizada, dando terreno a la OEA para volver a actuar descaradamente de forma colonial.

Lo que sí está claro es que sin unidad y sin nuevas formas y estrategias que combinen la soberanía de los estados con la originalidad de los movimientos para construir ese mundo y esa América latina que necesitamos, el futuro seguramente será más sombrío que lo que hoy nos toca evidenciar. Pero, todavía estamos a tiempo, ganemos las próximas batallas para recuperar los países donde hayamos perdido y ganemos donde nunca habíamos logrado gobernar.

Nada nos asegura ganar la guerra contra el capital y el imperio, no tenemos un ticket ganador, pero sí se ofrecen lugares de lucha. Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro.

* Comunicador Social, Docente e integrante de la Secretaría Continental de ALBA Movimientos.

Fuente: Alai

Por REDH-Cuba

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