Los acuerdos comerciales, el fortalecimiento de la banca y la inversión privada, son los elementos de destaque en la agenda de la ‘IX Cumbre de las Américas’, que se celebra en Estados Unidos entre el 6 y el 10 de junio del presente. Esa es también la pauta del plan de «Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica» que se prevé que el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, introduzca en ese marco.
Se trata de una versión remozada de la vieja propuesta de asociación hemisférica, anclada a los acuerdos de libre comercio que estas Cumbres plantean desde su inicio, pero que viene en esta ocasión refrescada con adjetivos y palabras ‘positivas’: comercio sostenible, movilización de inversiones, cadenas de suministro resilientes, energía limpia y revitalización de las instituciones. Todo a tono con el lema de la IX Cumbre: “Construyendo un Futuro Sostenible, Resiliente, y Equitativo” que, no obstante esas inspiradoras palabras, alude a un hipotético proyecto en común, orientado a profundizar el capitalismo, para encarar los problemas estructurales que el propio capitalismo provoca, como son: el cambio climático, las migraciones, la crisis sanitaria y otros.
La Cumbre de las Américas nació en el 94, al calor de un proyecto hemisférico estadounidense, afincado en su aspiración de impulsar amplias iniciativas de libre comercio y de ganar, por esa vía, un liderazgo que le permitiría colocarse a la cabeza de la globalización. Con esa agenda geoeconómica, potenciada por la abundancia de recursos naturales y energéticos que posee la región latinoamericana y caribeña, Estados Unidos pretendía fortalecer su músculo para afianzarse también como sede privilegiada del sector corporativo, que entonces estaba en eclosión y que ahora es un polo indiscutible del poder mundial.
Para entonces, ya la globalización exhibía escenarios de poder propios, tales como el Foro Económico Mundial o Foro de Davos que, antes como ahora, plantea un gobierno global liderado por las corporaciones transnacionales, el capital financiero y otros actores de la ‘sociedad civil’, relegando a un segundo plano a los Estados y sus multilaterales. A la vez, estaban en proceso de consolidación importantes articulaciones regionales de países, que enunciaban mudanzas en la posición hegemónica que Estados Unidos centralizaba hasta entonces. En la actualidad, la emergencia de un mundo multipolar es una realidad consumada, asimismo, el poder corporativo es literalmente omnímodo.
En ese contexto, parte explícita del actual planteo estadounidense consiste en desterrar de la región la influencia ganada por China o por cualquier otra potencia, pues su plan de prosperidad 2022 reaviva su anhelo de anexar a América Latina y el Caribe a su proyecto, presuntamente ya no como ‘patio trasero’ sino ‘como patio delantero’, en palabras del presidente Biden.
Por el contrario, la relación de Estados Unidos con el poder corporativo es expuesta como inamovible. Hay incluso una suerte de verticalidad y obediencia, toda vez que entiende el papel gubernamental apenas como el de un facilitador del comercio o un canalizador de la inversión. Esta perspectiva se refleja en las ‘ofertas’ de inversión privada que Estados Unidos lleva a la IX Cumbre, que incluye la reestructuración del Banco Interamericano de Desarrollo y similares, para que adquieran un compromiso aún mayor con el sector privado.
La vicepresidenta, Kamala Harris -recordada porque en su breve visita a la región invitó a NO ir a su país, pues quienes osaran serían ‘devueltos’ de la frontera-, tiene en su mandato una relación con Centroamérica, especialmente definida en torno a la migración o más bien a su contención. En ese marco ha gestionado con una decena de empresas transnacionales, la inversión privada de unos tres mil millones de dólares, que serían repartidos en proyectos agrícolas, textiles, de telecomunicaciones y otros, en los países bautizados como triangulo del norte: Guatemala, Honduras y El Salvador. Pero, esa iniciativa de transnacionales no parece haber sido concertada con los países involucrados, es más, en Guatemala por ejemplo, indígenas y campesinxs denuncian las afectaciones que causa la irrupción de proyectos foráneos en sus comunidades.
Más aún, de espaldas a la soberanía de esos países y bajo la presunción de que en la región cunden el populismo, el narcotráfico y la corrupción, Harris habla de impulsar una iniciativa ‘integral’, que incluye propuestas injerencistas, tales como la conformación de un grupo de trabajo del Departamento de Justicia estadounidense para Centroamérica y otras instancias neocoloniales similares, dependientes del gobierno federal. Ninguno de los presidentes de los mencionados países asiste a la Cumbre en Atlanta.
En esa misma línea, la Organización de Estados Americanos -OEA-, instancia facilitadora de ese ‘proceso’, está empeñada en aportar al afianzamiento del neoliberalismo como única vía para el hemisferio. El ‘Foro de ejecutivos y Ministros’, el ‘Foro de la sociedad civil’ y el ‘Foro de jóvenes’, que organizó como parte de la Cumbre, están focalizados en la consolidación del poder mercantil y empresarial. Y, claro, la sustentación de contenidos, está a cargo de gerentes de corporaciones, tiendas y bancos, que hablan de lo que ellos saben: negocios y conexos.
El libre comercio y la ‘defensa de la democracia’
El libre comercio y la inversión, son también pieza central del concepto de democracia y de ‘defensa de la democracia’, que figura como segunda prioridad de aquella propuesta hemisférica. Según esa versión, la democracia es sinónimo de libertad empresarial y tiene que ver con organizar las sociedades en función de los intereses de los capitales privados -por lo general foráneos-; su fortaleza se mide por la preponderancia de la competencia individual, trasladando a este campo todo lo social o lo antes entendido como parte del interés colectivo. Por el contrario, entienden como dictadura a la organización del Estado para la gestión del bien común y la redistribución. Cualquier regulación del poder financiero, de las transnacionales o de cualquier flujo de capitales, es considerada como autoritarismo, al igual que lo son las aspiraciones soberanas de gestión de los recursos naturales, de los territorios, del conocimiento y otros.
Ese es el meollo de la disputa de proyectos y de sentidos que escinde a la región: por un lado, está una propuesta histórica de soberanía e integración, que busca a desarrollar un proyecto propio en beneficio de los pueblos y, por otro lado, está la iniciativa geoeconómica estadunidense, que se articula en torno a una asociación de libre comercio, bajo su liderazgo y el de sus corporaciones, para propulsar como prioridad una iniciativa mercantil, pretendiendo que de esas dinámicas económicas resultaría un goteo que podría alcanzarnos algún hipotético día.
El proyecto neoliberal que en el 94, en su pleno apogeo, se afanaba en achicar Estados, en reorganizarlos de la mano de las Instituciones Financieras Internacionales, principalmente del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, ahora quiere consumar su aspiración de mercado total, sin importar los conocidos desastres que provoca en la vida de la gente: endeudamiento, empobrecimiento, desigualdades, expoliación, depredación del habitat y más.
Así surgió y así llega a su IX edición la Cumbre de las Américas, con un controversial trayecto, que dice mucho de esos proyectos diferenciados, pero también dice de un significativo recorrido de las resistencias que, desde los noventa, vienen proponiendo alternativas, que se articulan entorno a la aspiración de colocar a los seres humanos y a la naturaleza por encima de los intereses del capital. Son tres décadas en las que significativas iniciativas populares y articulaciones diversas, vienen oponiendo resistencia a las incongruencias económicas, ecológicas, geopolíticas y otras, que resultan de la globalización y del neoliberalismo conexo. Esas iniciativas que ya exhibieron sus propuestas en los escenarios de la Organización Mundial de Comercio –OMC-, en los propios campos del Foro Económico Mundial, en las anteriores Cumbres de las Américas y otros, han levantado ahora en Los Ángeles la Cumbre de los Pueblos, paralela a aquella de Estados Unidos y sus corporaciones.
En América Latina y el Caribe, la pretensión de subsumir la región al proyecto hemisférico estadounidense, suscitó y suscita amplias resistencias. Es más, en los noventa y en los dos mil, produjo ‘la movilización del Siglo’ que resultó, entre otros, en el fracaso de la propuesta estrella estadounidense: el Área de Libre Comercio de las Américas –ALCA-, que tenía una propósito similar al del plan de «Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica», que se pretende colocar en el escenario ahora.
El ALCA, concitó una unidad intersectorial inédita, entre otros, porque relegaba toda aspiración económica, cultural o social local a la reglas del mercado internacional y, por ende, ponía en riesgo tanto los intereses populares como aquellos de las burguesías nacionales. Por eso, hubo resistencias hasta en el mismo Estados Unidos, entre ellas, las que se expresaron en la penúltima Reunión Ministerial del ALCA en Miami (2006), que marcó un traspié definitivo de esa iniciativa, misma que inmediatamente después, fue enterrada en Mar del Plata, Argentina, (2006) con el liderazgo de Kirchner con Chávez, Lula, Vásquez y otrxs.
Esa experiencia alimentó el resurgimiento histórico de propuestas de integración soberana en Latinoamérica y el Caribe, con la sustentación de enfoques inéditos de desarrollo endógeno y de innovadores conceptos económicos y de los intercambios. Alrededor del 2015, la región contaba con una sofisticada arquitectura de integración soberana, que incluía mecanismos complementarios y respetuosos de las diversidades que coexisten en la región. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños -CELAC-, la Unión de Naciones del Sur -UNASUR-, el Mercado Común del Sur –Mercosur-, la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América –ALBA-TCP- y Petrocaribe, lograron levantar a la región y colocarla como una interlocutora de altura, como se evidenció en desarrollos de alcance global, tales como las Cumbres CELAC- China, CELAC-Unión Europea y otras. Asimismo, aportó en ese sentido, el involucramiento regional en el surgimiento de los BRICS, en la repotenciación de la OPEP, o en el fortalecimiento de instancias como el G77+ China y el Movimiento de Países los No Alineados.
Mientras tanto, Estados Unidos, que siempre tiene un plan ‘b’, anunció el mismo día del mencionado traspié de la Ministerial del ALCA en Miami (2006), que en adelante preferiría acuerdos de libre comercio bilaterales o sectoriales. Asimismo, ante el entierro del ALCA y el surgimiento de las iniciativas de integración soberana lideradas por el progresismo, resucitó a la OEA, para que con un entorno de instituciones financieras e instancias corporativas, entrara en la disputa por el proyecto latinoamericano y hemisférico. Con ese mecanismo activado, aprobó en Quebec y Lima (2001) una Carta Democrática, para defender la democracia ‘representativa’ y recuperó en ese marco la ‘clausula democrática’ de la OEA, que se arroga la potestad de sancionar países.
Además, ante el florecimiento del progresismo en Latinoamérica y el Caribe, Estados Unidos volvió a sus viejas andanzas: operativos de inteligencia, golpes de Estado -esta vez ‘blandos’, semi duros y duros-, saboteos, guerra comunicacional y desmesurados operativos de judicialización de la política. Y, como era de esperarse, hubo una arremetida brutal contra las iniciativas de integración regional, mismas que aún está en restablecimiento.
Las Cumbres del libre comercio y del poder corporativo
Volviendo a las Cumbres de las Américas, la más reciente (marzo 2018) se salvó por unos días de ser presidida por Pablo Kuczynski, ex presidente de Perú, que protagonizó actos de corrupción empresarial que se hicieron públicos casi en simultaneo con la Cumbre, que paradójicamente tenía como tema central la “Gobernabilidad Democrática frente a la Corrupción”. Apenas 17 de los 35 jefes de Estado, incluido el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que no quiso ir, concurrieron a Lima y no obstante esta se celebró igual.
Y así, con ese tipo de antecedentes, llega la IX edición en Los Ángeles, Estados Unidos, con una agenda que eleva al libre comercio como único proyecto hegemónico, al punto que excluye explícitamente y hasta persigue a quienes no adhieren a esa doctrina. Ante tal exclusión, el Presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel, marcó posición señalando que no asistirá y que mantiene el compromiso de su país con la integración soberana. En la misma línea, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, enfatizó que le corresponde a la CELAC convocar a una reunión, a la que podría incluso ser invitado el presidente de Estados Unidos. Mientras el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, expresó tempranamente que esa reunión, no es una instancia que motiva ni interesa a su país, y marcó su compromiso con la propuesta del ALBA-TCP y la CELAC. El acto de discriminación ideológica realizado por el gobierno de Estados Unidos, contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, produjo una reacción en cadena en América Latina y el Caribe, al punto que sólo 12 de los 35 presidentes confirmaron su participación sin reparos.
Ese pulseo, puso en evidencia que Estados Unidos ha perdido la influencia que necesitaría para relanzar una propuesta de alcance hemisférico, las posturas del presidente de México, Manuel López Obrador, sacaron a la luz una tendencia crítica frente al manejo de la política exterior por parte del gobierno estadounidense; internamente, líderes de opinión y políticos, previnieron sobre las repercusiones que ese sectarismo podría tener en otros campos. Bloques enteros de países como la CARICOM, que levantó una crítica temprana, así como el Parlamento Andino y otros, expresaron preocupaciones frente a la gestión arbitraria de esas Cumbres.
Pero más allá de las Cumbres, el proyecto estadounidense incluye la expectativa de un alineamiento geopolítico hemisférico, que le ayudaría a zanjar las disputas e incursiones bélicas que quiere librar para mantener su poder en el escenario global. Esto, en el actual contexto tiene que ver con la preeminencia de los intereses de su complejo industrial militar y la vindicación de la OTAN. Estados Unidos necesita a la región, pero le quiere depurada de sus propios proyectos y aspiraciones, sumisa a sus planes y a los de sus corporaciones.
Esto último, es también palpable en el abordaje de las soluciones a la pandemia del COVID, que es parte de la agenda de la IX Cumbre, en la que, mientras quedó fuera Cuba, único país que produjo una respuesta científica propia y resolvió el asunto desde su sistema de salud pública, sí fueron incluidas, en primera línea, las corporaciones farmacéuticas, reconocidas por haber multiplicado sus ganancias con el monopolio mundial de las vacunas. Una vez más, queda en evidencia que lo que está en disputa es un modelo de organización de las sociedades.
En suma, el proyecto llamado Cumbre de las Américas, nunca fue uno de integración, sino más bien una iniciativa disruptiva para deshacer las propuestas de integración soberana, en beneficio del proyecto estadounidense de libre comercio . Así, sin importar las críticas ni las ausencias, Estados Unidos tendrá su Cumbre y, sin duda, colocará su plan de «Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica», ese ALCA remodelado, que será aclamado por gerentes, empresarios, banqueros y demás mercaderes, que anhelan ardientemente la consecución de tal proyecto.
América Latina y el Caribe, por su parte, seguirá disputando su construcción soberana, con utopías de Buen Vivir/Vivir Bien y otros proyectos de horizonte, que plantean colocar la reproducción integral de la vida –humana y planetaria-, al igual que los cuidados y la reciprocidad, por encima de la acumulación del capital.