José Martí, transcurridos cien años desde que nació, fue homenajeado. Lo celebraron los Fidelistas luchando por el Cuartel Moncada y el Manuel de Céspedes. El empuje lo daba la urgencia del pueblo cubano, se llenaba de conciencia en el camino a seguir. El pueblo estaba en total convicción de que la Historia lo absolvería, y así lo dijo el que lo encabezaba: La Revolución no es la obra de un hombre ni de un grupo de hombres. La Revolución es la obra de un pueblo.
Justo lo que odia ese cipayo, el que se vendió para que le pusiesen papeles pintados en las manos, los papeles que han empleado esos, como las baratijas que daban los conquistadores españoles a los pueblos engañados del continente sur a cambio de que les entregasen oro y les dijesen el lugar en el que lo guardaban o lo encontraban, dinero por engaño, dinero a cambio del oro popular, la libertad e independencia. Yotuel renunció a su pueblo para que les hiciese el trabajo de golpear la fortaleza de Cuba, ese oro que el imperio ansía, separar la cabeza del cuerpo, decapitar a la nación.
Imponiendo esos papeles a los demás, los gobiernos tienen que pagar por usarlos como base de compra-venta mundial, lo que para el imperio supone un 50% de la riqueza que obtienen en un año. El robo del siglo: hacer papeles pintados para que los pueblos los tengan como objetos de valor, a cambio de su riqueza. El mismo papel con el que compran a las gentes como Yotuel, luego el imperio hace lo que ha hecho siempre, la guerra a los pueblos por todos los medios a su alcance.
En una fotografía Yotuel hace la L con dos dedos, la L que llevan los que empiezan a conducirse en un vehículo, en su caso indica su bajo nivel humano. Se ha hecho la fotografía con el pelo recogido en coleta, traje oscuro, y enseña los puños de la camisa bajo las mangas de la chaqueta abrochada, y camisa blanca con corbata azulada y motas blancas, un conjunto del no ser en la trinchera yanqui de asimilación. Esa máscara, ese juguete del fabricante del papel baratija, esa marioneta abre la boca para que el ventrílocuo que le mueve diga que va a denunciar a quien le muestre en su pasado. La L que hace con los dedos efectivamente indica su bajo nivel humano, amenaza por mostrar lo que es.
En ese personaje tan retorcido, pesa de manera insoportable su llegada al mundo en Cuba revolucionaria, del fondo de su infancia le habita la vivencia de una Historia de grandes patriotas, de combatientes por la soberanía de Cuba, esos que le han alimentado su vivir de cuidados sociales y su formación. Pero Yotuel quiere que le moldeen su vida de aquí en adelante los de la orilla imperialista. Es débil y los de la CIA saben de su debilidad de carácter y su manejabilidad, obediencia y servilismo. Obedece sin preguntar, rechaza con violencia y gran cinismo a sus ancestros, se muestra alejado de la gente que le ha tenido como un hermano, y lo hace en actos públicos para dar pruebas de su entrega al que le paga con la baratija de papel.
No puede haber en sus palabras nada de agradecimiento, y se ensaña en cualquier forma de enterrar sus días pasados en Cuba. Le tiene gusto al odio a todo aquello, pues quiere destacar con cada palabra y cada acto que no es aquél que le recuerdan tan fácilmente, porque Cuba le educó, le crió en salud, le cuidó en comunidad, por eso busca la forma, absurdo, de no figurar en ninguna memoria. Un problema de su psique.
Se obsesiona conque a cambio le den estampillas, papeles de usa, ese gusano le come, le come, la angustia, porque le den más porque nunca serán suficientes. Quiere que le premien, quiere que le obsequien, es su necesidad, no consigue el olvido, no puede acabar con su drama que día a día le arrastra y le asfixia. Es la misma angustia del Judas.
Las imágenes de La Habana vieja, de su gente llenando los teatros, tomando helados en Copelia, del malecón, llenando de banderas y vivas la Plaza de la Revolución, saludando al Presidente Fidel, le golpean la cabeza. Y para esconderlas en su mente ahora grita con aborrecimiento lo que complace a los que le pagan, “¡dictadura!”, y canturrea obscenamente “coches y dinero, coches y dinero”, en avaricia de enfermo, la misma angustia de Judas. Quiere suspender todo eso en sus ojos, quitárselo de la mente, que no le de vueltas la lengua en la boca matando las palabras que odia. Pero ve que no puede, no podrá nunca, siente que los papeles pintados, las baratijas que le dan para que ayude a cortar la cabeza al pueblo de Cuba, no hacen la labor que ansía, es él quien no puede arrancar aquello de su cabeza. Se peina procurando el aspecto del blanco imperialista, se disfraza con las capas que le dan, con los trajes que ellos gastan, con todo lo que le ponen para mostrarle en escenarios como un miembro del servicio que emplean para limpiar su mala imagen en el mundo. Y aun, para parecer más integrado, sale a los escenarios con pecho descubierto y habiéndose pintado lo que sus pagadores quieren. Es muy manejable, obedece, les sirve. Repite la consigna “¡dictadura!”, en búsqueda angustiosa del olvido, le urge, le quema la garganta el grito para ponerse por encima de si mismo, y con los ojos cubiertos con gafas oscuras aúlla como un lobo contra Cuba. Gesticula, baila a lo imperio, esa cosa rígida sin pueblo, se dobla, se estira, quiere huir de lo que siente, terrible, el pasado que desprecia, le dan papeles, baratijas, y se emplea para odiar cada día más al pueblo que le dio cuanto necesitaba y él abandonó. Rígido se le quiebra el cuello, y cae su cabeza al suelo de Miami,contra el que rebota y rebota, conforme el ventrílocuo grita “¡voy a poner una denuncia a Canarias televisión, por hablar de mi pasado!”
Y Cuba en fiestas celebrando alegremente el 26 de julio por José Martí y los Fidelistas.