El pasado viernes tuvo lugar en la Unión de Periodistas de Cuba —copatrocinado por esta organización y por la revista Temas— un panel sobre la Crisis de Octubre, que hace sesenta años puso en tensión al mundo. El presente texto remite orgánicamente al panel, que fue esclarecedor, pero no lo describe: sobre su guion, participantes y asuntos concretos tratados informan los respectivos sitios de las instituciones que lo auspiciaron.

Los nombres dados a la realidad que dio tema al panel revelan las diferentes perspectivas envueltas en ella. Lo único en que parece haber pleno acuerdo es en que fue una crisis. Los complementos, nada menudos, que suelen añadírsele —del Caribe o de los Misiles— expresan, como se recordó en el encuentro, las diferentes concepciones atribuibles a la entonces Unión Soviética y a los Estados Unidos.

Para Cuba el nombre familiar ha sido Crisis de Octubre, que daría para otra reflexión. Pero basta considerar el peso de ese mes en la historia del país. Aunque la denominación escogida no fuera fruto de un programa intencional, tampoco se deben descartar el efecto de los imaginarios. Estos, lejos de ceñirse a lo sicológico, también o señaladamente se proyectan en la política y en cuanto se vincula con ella.

Para la URSS, Octubre simbolizaría el gran acontecimiento que a partir de 1917 tuvo alcance planetario; para los Estados Unidos, el primer replanteo a fondo contra la hegemonía que buscaron tener desde su gestación nacional. Por su parte, Cuba tenía y tiene su Octubre, el de 1868 marcado por el alzamiento independentista: el 10, con el pronunciamiento en el ingenio Demajagua; el 11, con su bautismo de fuego en Yara.

El Octubre cubano antecedió en casi medio al asociable con el primer estado en proponerse construir el socialismo. Un estado multinacional orientado por una ideología cuya asunción más dogmática dificultaría a muchos de sus principales portadores —no digamos a todos— comprender el papel de la liberación nacional en la historia y en el camino hacia la justicia social indispensable para la dignidad humana.

En el panel se fundamentó que la obnubilación estuvo entre los elementos que le dificultaban a la dirección soviética apoyar a Cuba, por lo cual su máximo dirigente en 1962 tuvo que sortear divisiones internas. Aunque de libros de aquella nación y de la prensa afín en distintos lares se deban en gran medida las fantasías de fuerzas revolucionarias monolíticas, sin contradicciones.

También en Cuba la confusión sembró trabas. Ellas explican, entre otras cosas, los empeños a veces tozudos de buscar o inventar —¡fantasmas del ideario eurocéntrico!— similitudes entre el pensamiento de José Martí y el marxismo, o marxismo-leninismo, y dictaminar en qué “no había llegado” aquel a coincidir con dicha doctrina.

El asunto da para mucho más. Solo se apuntará que un viejo comunista cubano, honrado y patriota, observaba que no parecía ocurrir otro tanto en sentido opuesto: si Marx había sido martiano. Parcialmente al menos, la explicación la hallaba el mismo comunista, Juan Mier Febles, en que, para algunos, el marxismo era como el león de la Metro-Goldwyn-Mayer, que ruge en los créditos de la película, y no vuelve a aparecer en ella.

Mientras había quienes se atascaban en discusiones de sesgo escolástico, la dirección de la Revolución Cubana venció valladares y halló en la historia nacional el camino para un logro imprescindible: librar a Cuba no solo de tiranías vernáculas, sino también de la dominación imperialista. Sería un logro fundamental para transformar la sociedad cubana partiendo de la independencia y la soberanía. Deberían tenerlo presente en especial los marxistas (?) de territorios coloniales que proponen desentenderse de la lucha independentista y aliarse al proletariado de la metrópoli para alcanzar la victoria.

No hay modo de olvidar una advertencia, que hasta desconcertante pudo parecer, hecha por Fidel Castro cuando —cálculo hipotético si los hay, pero no descartable si se piensa en horizontes históricos impredecibles hoy— sostuvo que, aunque en los Estados Unidos llegara a triunfar el socialismo, tal vez Cuba tendría que mantenerse alerta ante los intereses de ese país. Cabe conjeturar que el Comandante no pensaba, no al menos únicamente, en cierta socialdemocracia imperialista a la que hoy en los Estados Unidos se le llama socialismo, sobre todo para que este no llegue a ser una opción.

Vale arriesgar la idea de que el guía de la Revolución pensaba en uno de los peligros que, aun en tales circunstancias, Cuba podría verse en la necesidad de seguir conjurando o enfrentando: el asociado a la idiosincrasia de las grandes potencias, en las que —se dijo en el panel aquí recordado— no se debe confiar. Tantos son los mecanismos y resortes asociados a sus afanes hegemónicos, y a sus manejos para sembrar en su propia ciudadanía el comportamiento que Martí llamó de la “mula mansa y bellaca”.

La encrucijada para Cuba en 1962 tenía elementos que perduran, comenzando por la realidad de un pequeño país asediado al que asedian las contradicciones entre potencias. Si entonces, como hoy, Cuba necesitaba recursos defensivos contra las ambiciones de una nación poderosa que tiene en su “ADN histórico” la pretensión de apoderarse de él, también sería consciente de lo frágiles y esquivos que tales recursos podrían ser.

De ahí la aprensión con que el Comandante vería la instalación de cohetes nucleares en Cuba, y la aceptaría, al costo que para este país podía tener en términos de imagen y riesgos materiales. Con tal preocupación asumiría que se instalaran los cohetes, asimismo como respuesta solidaria a la potencia que entonces parecía dispuesta a apoyar nuestra defensa, al tiempo que —no lo ignoraría el líder cubano— buscaba compensar sus propias desventajas frente a los Estados Unidos.

Pero mientras la URSS y su rival veían un tablero en que dirimir diferencias y poner en práctica sus planes, y se aterrarían con las posibles consecuencias de la instalación de los cohetes en suelo cubano, aquí el espíritu del pueblo era mayoritariamente otro. Expresaba a fondo la decisión de defender la soberanía nacional, recordó en el público al calor del panel alguien que estuvo entre los jóvenes atrincherados cuando la Crisis.

Años más tarde se supo incluso —por un mensaje que trajo desde la URSS nadie menos que Raúl Castro, de particular función en la defensa de nuestro país— que la potencia euroasiática no estaba dispuesta a apoyar de veras a Cuba si esta era objeto de una invasión estadounidense. Hacerlo público entonces le habría facilitado el camino a la agresividad estadounidense, y el silencio, que veló realidades, fomentó las ilusiones de la alianza con el campo socialista, y especialmente con la Unión Soviética.

El peligro de una invasión de los Estados Unidos fue lo que hizo a la dirección cubana, a Fidel Castro, aprobar la instalación de los cohetes soviéticos en el país, y hasta prever —no por voluntad gustosa— la eventualidad de que la URSS impidiese que el primer golpe nuclear lo dieran los Estados Unidos. Esa era, y es hasta hoy, la única nación que ha usado la bomba atómica. Lo testimonia la tragedia vivida por Hiroshima y Nagasaki.

Otras muchas ideas esclareció el panel celebrado en la UPEC, no solo a sesenta años de la Crisis de Octubre: de aquellos días que no por gusto Ernesto Che Guevara definió como “luminosos y tristes”, y en los que vio a Fidel brillar como pocas veces un estadista. El contexto del panel podría definirse también, o sobre todo, como el de una potencia, los Estados Unidos, que hoy resulta aún más peligrosa tal vez que en 1962, porque puede, como nunca antes, percibir que su hegemonía se le escapa, y estará dispuesta a cualquier acción, por demencial que sea, con el afán de mantenerla. Ahí está Ucrania, en la que se ha podido ver “otro Afganistán”.

Ya los Estados Unidos no tienen en frente, como adversario que les ponía contención, a una potencia afanada en construir el socialismo, sino a otra que, desmembrada y erigida sobre la renuncia a los ideales socialistas, abrazó el capitalismo. Ni siquiera es aquella que se supo que no estaba dispuesta a defender a Cuba ante la contingencia, ni entonces ni hoy descartable, de una agresión masiva por parte de la potencia norteamericana.

Mucho más podría decirse sobre el complejo tema, pero se requeriría mayor espacio. Felizmente, las intervenciones del panel aludido aportan tal cantidad de luz, y con tan seriedad, que merecerían publicarse en un volumen. No solo las intervenciones oídas en la sala de reuniones de la UPEC, sino también las que llegaron por vía digital, sin excluir las que podrían sentirse discordantes con Cuba y fueron respondidas.

Cuando los Estados Unidos, cuya hostilidad contra Cuba crece, y pudieran envalentonarse con los posibles éxitos —por parciales que estos sean— del bloqueo, es cada vez más necesario disponer de mayor luz sobre la realidad. Aunque solo fuera para, sin ignorar el papel de las pugnas geopolíticas de hoy, y sin confundir ni idealizar realidades ni líderes, estar mejor preparados para no hacer ni tantito así el juego a la potencia imperialista y su OTAN. Estas muestran sin ambages que en el fascismo tienen un reservorio sistémico, no anómalo, y que su “democracia” es demoniocracia.

Tal necesidad crece cuando se acusa a Lenin de errático, no precisamente con elementos discutibles como los vinculados con manejos políticos de la economía. Se le ha querido condenar por el sembrador sentido democrático con que intentó revertir desde la fundación de la URSS la herencia ideológica del imperio zarista y su idiosincrasia.

Cuba no tiene que traicionar ni traiciona ningún Octubre para seguir siendo fiel al suyo. Lo ratifican las lecciones de una Crisis que para este país lleva ese hito en su nombre, y de cuyo final se debe recordar siempre, entre otros, uno de los argumentos decisivos para apreciar cómo brilló el estadista Fidel Castro en la crispante encrucijada: los Cinco Puntos, acertadamente conocidos como de la Dignidad.

De igual número de puntas que la estrella solitaria y solidaria de la bandera y el escudo nacionales, ese escueto documento hizo brillar el honor de Cuba. A este país los acuerdos pactados entre la URSS y los Estados Unidos, que no lo tuvieron debidamente en cuenta, le recordarían —aun siendo otras las circunstancias y otro uno de los actores— un hecho doloroso: el Tratado de París que en 1898 adoptaron los Estados Unidos y España a espaldas de Cuba. Frente a todos los desafíos, ella sigue y debe seguir viva de Octubre en Octubre, año tras año, con su afán de merecida victoria.

Fuente: Cubaperiodistas

Por REDH-Cuba

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