Cuba tiene un enemigo. No es un enemigo pequeño. No es un enemigo desorganizado. No es un enemigo pobre o sin recursos. No es un enemigo piadoso. No es un enemigo bruto. No es un enemigo quieto.
Los vientos del anexionismo baten con la misma fuerza de Ian. Nos quieren negar nuestro derecho a existir como nación y se apoyarán en cualquier grito popular para ello —incluso en aquellos legítimos— o en cualquier imagen simbólica, como la de la bandera rota que algún indolente dejó izada a merced del ciclón y terminó en una foto divina para sus intereses.
“El enemigo de Cuba sabrá exprimirnos todo. Nos hará ver derrotados y cansados de luchar, aun cuando nos batimos contra las adversidades”.
Su sistema de sitios, páginas, grupos e influencers multiplicados por las redes sociales buscan llegar a cada rincón de Cuba y promover un estado generalizado de decepción, miedo, catarsis, caos. Y saben hacerlo: subestimar el poder de influencia que tienen nos llevará de espaldas a la batalla.
El enemigo de Cuba sabrá exprimirnos todo. Nos hará ver derrotados y cansados de luchar, aun cuando nos batimos contra las adversidades. No le importará que en Puerto Rico aún haya zonas sin corriente tras el paso de Fiona. No le importará que en el propio Estados Unidos, más de dos millones de personas estén sin fluido eléctrico y muchas otras, sin hogar, porque se trata de un señor huracán. El enemigo no se desgastará analizando el contexto: su único objetivo es que los cubanos sientan que el mal cae sobre ellos y el resto del mundo es un paraíso.
Para Cuba, les sabrá bien cualquier derrota: desastres naturales, accidentes, bloqueos, derrotas culturales o deportivas, malas decisiones. Todo lo que desgaste el orgullo, las ganas de seguir luchando, les complacerá. Nos verán batallar contra las adversidades; pero de esa batalla, solo narrarán las equivocaciones que cometimos. No moverán un dedo contra esas adversidades, al contrario, serán sus mejores aliados para golpearnos.
“Hay una fuerza motorizada enfocada en apagar nuestras conquistas, en apagar el simbolismo de una nueva victoria por voto directo que fue noticia en el mundo entero”.
Pensemos. La contundente aprobación del Código de las Familias, ¿cuánto nos duró? Lo que podía haber sido ser una alegría de varios días, tras el sí por la justicia en las urnas, se convirtió en la tristeza que Ian ha dejado, en la decepción de quienes no sintieron casi ni el viento y pasaron 48, 50, 60 horas o más sin corriente eléctrica.
Pudiéramos hacer otro comentario y decir que nadie tiene la culpa. Parece obvio pues pasó un ciclón, pero sepamos que si una victoria como la del domingo se nos convierte en revés en menos de una semana, y el malestar se impone, por las razones que sean, quien sale dañada es la Revolución.
Entendámoslo. Hay una fuerza motorizada enfocada en apagar nuestras conquistas, en apagar el simbolismo de una nueva victoria por voto directo que fue noticia en el mundo entero. Un huracán no se detiene por un referendo y el enemigo lo sabe: por eso apuesta por una victoria de mecha corta, que rápido se apague, para que la oscuridad traiga el descontento común de las derrotas que quisieran multiplicar. Cualquier cosa que pase, fruto de no preveer a tiempo, de no decidir bien, jugará a favor de ellos, quienes buscan aplastarnos y entregar la Patria.
“’La peor oscuridad está siempre antes del más bello amanecer’; pero, ¿cómo traducimos eso en práctica política, en práctica comunicacional? ¿Cómo lo hacemos creencia y convicción? ¿Cómo convertimos, hoy, los reveses en victorias?”
De mil formas, un pueblo solidario sale a dar la cara: evacúan al vecino, publican que en sus casas se cargan teléfonos gratis, se pasan el radiecito con pila para escuchar Radio Reloj, se dan comida, medicinas, lo que sea. Están allí, en las comunidades más afectadas, donde no va la contrarrevolución, porque la contrarrevolución está pensando y actuando para contrarrestar eso y promover su agenda. Los hombres y mujeres que han partido de sus casas —donde tampoco había corriente—, que han dejado a sus familiares y fueron a ayudar a otros, son un ejemplo de la luz de la victoria. E incluso así, el enemigo intenta convencer a los perjudicados que no hay nadie luchando por ellos, porque creen que Cuba se resume a su egoísmo. Pero no es así.
Ante eso, necesitamos generar más victorias, acumularlas. Que nos dure como aquel grito de Patria o Muerte que dio Julio César en el cuadrilátero olímpico. Incluso dentro de esta crisis económica —o las anteriores que vivimos— la esperanza de un pueblo se forja desde la estrategia y la sensibilidad: “la peor oscuridad está siempre antes del más bello amanecer”; pero, ¿cómo traducimos eso en práctica política, en práctica comunicacional? ¿Cómo lo hacemos creencia y convicción? ¿Cómo convertimos, hoy, los reveses en victorias?
Tomado de La Jiribilla