La guerra cultural ha perfilado su estrategia con las normas básicas de la guerra de exterminio y exclusión. Las experiencias del nazismo, el estalinismo, el macartismo y, más no faltaba, nuestro reprochable “quinquenio gris”, pálido si con los anteriores se compara, han sido asimiladas y se vierten en el nuevo contexto. Se aprecia un paquete de axiomas reiterados en las notas de prensa, entrevistas y, como en un fuego graneado e insaciable, en las refriegas de las redes sociales. Patrones de juicio que ya no se conforman con la enunciación y exigen a todos su estricto cumplimiento. No les basta el insulto, la difamación y los falsos positivos; se proyectan sobre la represión y la coacción directa. Revanchas que acumulan cadenas de falsos testimonios, ya sea en su totalidad o en numerosos detalles que se amoldan al curso ideológico imperante y responden, sin pudor alguno, a intereses políticos.

“Las experiencias del nazismo, el estalinismo, el macartismo y, más no faltaba, nuestro reprochable ‘quinquenio gris’, pálido si con los anteriores se compara, han sido asimiladas y se vierten en el nuevo contexto”.

La presión informativa para que se retire a la poeta cubana Nancy Morejón de la presidencia de honor del Festival Internacional de Poesía de París, Mercado del Arte, es un ejemplo que da fe de la impunidad con que estas prácticas se están ejecutando. Varias notas de medios que cumplen disciplinadamente los cánones de enfrentamiento, muy similares entre sí, lo han dado por hecho, creando un nuevo caos desinformativo y agenciándose, a cuenta y riesgo, la “victoria” que buscan. Una carta pública de un emigrante cubano —que exiliado se declara— basta para aceptar el pretexto y lanzarnos a todos la advertencia: pagarás cara tu decisión de pensar a tu modo. En todas y cada una de las perspectivas que marcan los textos que aparecen presionando la decisión del Festival parisino de nombrar a Morejón como su presidenta de honor para la presente edición, los axiomas son claros, básicos, autoritarios y, también, absolutistas. Ninguna da derecho a elegir y todas, sin excepción, asumen los preceptos falsos de difamación como si fuesen hechos comprobados.

Por mis lecturas y conocimiento del arte que en Cuba se hace, estimo, sin haberlo investigado como corresponde, que más del 90 % de los firmantes de la carta que se usa como evidencia culposa de apoyo a la represión se abstienen de incluir loas al sistema cubano en su obra literaria, o artística, y que la totalidad de ellos usan elementos críticos de nuestra realidad. Es un dato que está a la vista de todos y basta con asomarse a la creación que en Cuba se produce para corroborarlo. La mayoría absoluta de aquellos que de pronto “se iluminan” al saltar la charca han dado a conocer su obra a través de instituciones cubanas y han recibido premios, reconocimientos y pagos por hacerla. ¿De cuál censura cacarean, entonces? Descubrir esa especie de agua tibia, por supuesto, desmentiría el patrón que sirve de pretexto a las condenas y sigue estando en la esencia del acoso a que se ven —o nos vemos— sometidos los escritores y artistas cubanos que no repetimos el oficioso discurso que se pretende independiente.

La presión informativa para que se retire a la poeta cubana Nancy Morejón de la presidencia de honor del Festival Internacional de Poesía de París, Mercado del Arte, da fe de la impunidad con que estas prácticas se están ejecutando. Foto: Tomada de Prensa Latina

La cantaleta que esgrimen hace prudentes a Stalin y McCarthy y reta seriamente a aquellas juventudes alemanas de camisas negras o a las hordas italianas que en nombre del poder omnipotente del Duce destruían tanto al arte como a sus autores. La idea de que el comunista bueno es el comunista muerto se ha ensanchado poderosamente, tanto, que se aplica a muchos que ni siquiera lo son.

¿Qué ocurriría si, para poner solo un ejemplo de viva actualidad, se desatara una campaña de escritores y políticos contra el Premio de poesía Reina Sofía por haber sido otorgado a Gioconda Belli? En su currículo consta, por cierto, el Premio Casa de las Américas, no menos estigmatizado por esos personeros de la guerra cultural. ¿La forzarán a arrepentirse de ese viejo pecado? ¿Lo han hecho ya y estoy mal informado? ¿Cómo sería “la objetividad” de los medios implicados en la guerra cultural al asumir la información derivada?

La respuesta es tan obvia, que no vale la pena describirla: lincharían sin piedad a quienes osaran disentir de sus criterios.

Sin piedad, la actual estrategia de guerra cultural está tratando de linchar a los artistas y escritores cubanos que se niegan a plegarse al pensamiento injerencista y han rechazado la soldada que otros se disputan. Castigos ejemplarizantes, como el que tratan de aplicar a Nancy Morejón —persona libre y con derecho pleno a elegir su simpatía y su postura política, e incluso a quién dedica sus loas si decidiera hacerlo— indican dónde se encuentran los más furibundos represores, los absolutistas más incorregibles y, que no se pierda este detalle, los instigadores a convertir los linchamientos mediáticos en agresiones físicas y perjuicio para la integridad humana de quienes no repitan su cantaleta estructural.

Ceda o no el Festival a esas presiones, han convocado a sus huestes a dejar el patrón como posible, o cierto. Hay miedo en ese ambiente de amenazas y chantajes, lo cual indica hasta qué punto pudiera llegar el reaccionar de la revancha, porque subyace un terror superior, con mucha disciplina repetido por varios voceros que ya dan por sentado el acto represivo. El giro que ha dado la guerra cultural a estas alturas resalta la necesidad de acudir a esa violencia, que con pasmosa impunidad practican, e intenta legitimar el carácter excluyente de sus juicios —sean o no propios y raigales— y deja ya de lado la apariencia de aceptar la alteridad. Conducta y pensamiento único; y eso, más o menos, en campaña. ¿Qué quedará si le entregaran el mazo del poder?

Por REDH-Cuba

Shares