Podremos enfrentarnos exitosamente al capitalismo, a sus afanes colonizadores y al neofascismo que late en sus entrañas desde un frente común de clase, desde una conciencia plenamente emancipada.
A finales de junio y principios de julio se celebrará en Brasilia la XXVI edición del Foro de Sao Paulo, espacio que reúne a partidos políticos y fuerzas de izquierda de diversa procedencia, pero todas enfocadas en pensar y articular estrategias ante los grandes retos del mundo contemporáneo. El objetivo de las siguientes notas es reflexionar sobre el fascismo y el neocolonialismo como problemáticas centrales en el debate de todas las fuerzas progresistas.
El capitalismo está en una nueva fase de crisis, producto de varias tendencias contenidas en su seno y de las propias consecuencias generadas por su modo de producción y consumo. Así, a la crisis financiera, política, militar y social se suma la crisis ecológica, con sus consecuencias imprevisibles para la estabilidad de la vida en el planeta.
En este contexto de crisis sistémica, vemos como el discurso y el sentido común liberal se van permeando de posiciones cada vez más ultraconservadoras y fascistas. Y cómo el fascismo pasa de ser una tendencia latente en el seno del capitalismo contemporáneo a organizarse y ganar fuerza y gravitación política en numerosas sociedades, llegando incluso al poder en países del núcleo duro del capitalismo actual.
Esta emergencia del fascismo es resultado, por un lado, de la crisis y el deterioro del nivel de vida de la clase media trabajadora. Los pactos sociales que habían mantenido el estatus económico de esta clase después de la Segunda Guerra Mundial fueron violentamente borrados por el neoliberalismo desde los ochenta.
Las cuantiosas ayudas sociales, servicios públicos gratuitos de calidad, políticas de protección de sus ingresos, fueron dando paso a sucesivas oleadas privatizadoras y a la desaparición de todos esos soportes de su nivel de vida. El cataclismo fue global y desestructuró el precario orden que el capitalismo había sostenido, no sin contradicciones, desde 1945.
La caída de la Unión Soviética convenció a millones de militantes, al menos por un corto tiempo, de que el mantra neoliberal de Margaret Thatcher: “No hay alternativa”, era totalmente cierto. Muchos de estos exmilitantes no solo rompieron con su militancia, sino que han sido parte gustosa de las campañas de satanización de cualquier alternativa revolucionaria antisistémica.
Entonces el neofascismo actual se nutre del deterioro de la calidad de vida de los trabajadores y de las clases medias (de donde salen sus principales cuadros e ideólogos), de la crisis de la caída de la URSS y la deslegitimación de las alternativas revolucionarias radicales y de la propia crisis del sistema capitalista mundial. Y en la medida en que se profundicen estas crisis veremos cómo el fascismo, que no es otra cosa que la entraña más reaccionaria del capitalismo, continuará ganando fuerza y estructuración y sumando a nuevos sectores de la nación dentro de la cual se desarrolle, apelando al discurso chovinista y seudosocial.
En un proceso simultáneo, vemos como el capitalismo contemporáneo despliega sus poderosas herramientas de producción simbólica en el empeño de acompañar sus tentáculos financieros con la dominación de las conciencias. Los textos especializados ya hablan de guerra de 4ta generación para referirse a aquella que entiende la conciencia y el universo de representaciones de los sujetos como un espacio para dar la batalla por la dominación y, con este fin, se despliega un asombroso repertorio de medios que son resultado del trabajo conjunto de diversos saberes, puestos todos en función de un mismo objetivo: producir un homo cretinus que, al mismo tiempo que se disminuyen y aletargan sus capacidades intelectuales, sea un fiel reproductor de la lógica dominante y, más importante aún, un abnegado siervo del capital.
Es en este escenario donde debemos reflexionar para dar nuestra batalla. Por eso, sin ánimo de agotar el tema, nos atrevemos a apuntar algunos escenarios donde podemos y debemos dar la batalla contra estas lógicas:
1.- La batalla por el “sentido común”
En sus Cuadernos de la Cárcel, Antonio Gramsci apunta la necesidad que tienen las fuerzas revolucionarias en el proceso de construcción de su hegemonía de imponerse, también, como sentido común.
El sentido común es construido socialmente y en él se sedimentan, en forma de la lógica más elemental, de apariencia prácticamente preideológica, infinitud de fórmulas y elementos que reproducen las lógicas y sentidos de la clase y el sistema de producción imperantes. Así ocurre con el derecho a la propiedad privada o con otros mitos aún más burdos, como el del pobre visto exclusivamente como un holgazán que no ha querido trabajar lo suficiente para salir de su situación. Dinamitar ese sentido común ha sido la primera tarea de las fuerzas revolucionarias en todas las épocas. Esa fue la tarea que le tocó a la Ilustración, en la etapa que precedió a la Gran Revolución francesa y que tiene un ejemplo muy ilustrativo en el Diccionario en el cual trabajaron Diderot y DAlembert.
En la batalla por el sentido común el neofascismo, como su homólogo histórico, apelan al populismo, a la seudociencia y la mentira. Nuestra apuesta debe ser por la verdad y por la ética, aunque sea un camino en ocasiones más largo y tortuoso. En esta batalla tenemos de nuestro lado las armas de la crítica (como antesala de la crítica de las armas) y debemos usarlas sistemáticamente para desestructurar su lógica y mostrar las falencias y peligros que enmascara.
2.- Las redes sociales digitales como escenario de disputa simbólica
Las redes sociales digitales son herramientas surgidas en la modernidad capitalista y que responde a sus lógicas y necesidades. Como apuntaba Marcuse en El Hombre Unidimensional, las sociedades tecnológicamente avanzadas del capitalismo contemporáneo producen la tecnología que necesitan y la que responde a sus intereses. La tecnología no es neutral, sino que, por el contrario, es una herramienta que complementa y perfecciona la dominación del capitalismo contemporáneo. Eso no solo le da un carácter y sentido, sino que les da también un claro sesgo ideológico.
Vemos entonces en las redes sociales digitales cómo ganan cada vez más espacio, con la anuencia del algoritmo y de los dueños del algoritmo, los discursos más conservadores y las posiciones más de ultraderecha. Por su propia configuración el algoritmo es muy útil a la hora de aislar en burbujas las posiciones de izquierda y contrasistémicas, pero no es para nada efectivo a la hora de aislar las de ultraderecha. No es casual entonces que proliferen grupos, páginas y perfiles donde se produce y reproduce este discurso con relativa facilidad.
Y como el discurso colonizador y el neofascista descansan sobre la anuencia pasiva del orden imperante y su alegato consta, en lo esencial, de verdades ideológicas que pretenden disfrazarse de sentido común, no es casual que encuentren fácil y rápida difusión tanto en forma de memes, como videos en youtube y otras plataformas y un largo etcétera.
Enfrentarlos pasa por entender la naturaleza de estas redes sociales digitales, de forma tal que las usemos para dar la batalla simbólica con plena conciencia de nuestra desventaja de partida. Entenderlas no como el espacio central, sino como el espacio complementario. Las redes sociales digitales deben servirnos para crear redes sociales reales, donde el activismo y el ciberactivismo se combinen.
No ganamos nada siendo una masa de trabajadores pasivos que en las noches descarga toda su frustración en perfiles digitales, muchas veces con nombres falsos. Nuestra batalla tiene en las comunidades, en la interacción interpersonal, un elemento central. Las redes sociales digitales son herramientas del capitalismo contemporáneo para aislarnos, para encerrarnos en burbujas de autorreafirmación y para irnos permeando de ideología liberal. Dar la batalla simbólica en esas redes, implica no perder de vista estos elementos y entender que la militancia debe prolongarse más allá de ellas.
3.- La batalla por la cultura
La consolidación de todo orden político, económico y social pasa siempre por la consolidación de una cultura nueva. La cultura es tanto el espacio de resistencia simbólica de los pueblos como el escenario fundamental de la disputa hegemónica.
El capitalismo contemporáneo, con sus poderosas industrias culturales, intenta desde hace décadas, con mayor o menor éxito, imponer una forma cultural hegemónica (la norteamericana) en detrimento de todas las demás. Al punto de que incluso los países del núcleo central del capitalismo ven amenazadas sus propias culturas. Esta hegemonía de la cultura norteamericana es paralela a la hegemonía del capitalismo norteamericano.
Así, a la tradicional confrontación entre “lo culto” y “lo popular”, en la cual se debate toda cultura nacional más o menos desarrollada, se suma el enfrentamiento entre la cultura dominante y las culturas dominadas y, a otro nivel, podemos hablar también de la batalla entre la cultura hegemónica del status quo y la batalla de las formas culturales verdaderamente contrahegemónicas.
La cultura contrahegemónica tiene el poder de corroer al orden establecido y lo hace tanto desde la burla mordaz, como desde la denuncia más descarnada y expresiva. En ese sentido le hicieron tanto daño al fascismo, a su legitimación simbólica, tanto La evitable ascensión de Arturo Ui, de Brecth como el Guernica, de Picasso. Ha dañado tanto a la dominación del capitalismo la tenaz (y a veces choteadora, aunque siempre heroica) resistencia de Cuba como las diversas formas de autoorganización popular conque los pueblos resisten a la barbarie. Toda producción cultural, sea artística u organizativa, de ideas o de prácticas, que adverse al capital debe ser respaldada, estudiada, promovida.
4.- La batalla por la Historia
Con total acierto, Néstor Kohan apunta en su libro Marx en su (tercer) mundo que la Concepción Materialista de la Historia convierte a esta, a la historia, en un arma al servicio de la revolución. Contra la concepción idealista y romántica de la historia, los marxistas alzan la comprensión de esta como un sistemático saqueo de una clases por otras, de unos pueblos por otros. En reacción airada contra la tesis hegeliana de que el Espíritu se encarnaba en cada época en pueblos específicos, lo cual sustentaba la concepción dieciochesca y decimonónica del colonialismo como empresa civilizadora, alzan la comprensión brutal de cómo se edificó y sustentó cada modo de producción, hasta llegar al capitalismo que, por usar la gráfica expresión de Marx, viene al mundo chorreando sangre por todos sus poros.
El marxismo sostiene ante la historia lo que luego Walter Benjamin pondría en una de sus Tesis sobre la filosofía de la historia: todo documento de civilización es al mismo tiempo un documento de barbarie. No podemos aceptar la historia de los vencedores ni esa otra historia que tiende a normalizar, a convertir en natural, en eterno, aquello que no son más que modos de producción transitorios.
5.- La batalla por la conciencia revolucionaria
Los proletarios siguen siendo hoy los sujetos del cambio revolucionario. El proletario no es el obrero industrial, como pareció identificarse en una etapa de obrerismo chato. El proletario es todo aquel que no posee ningún medio de producción y no tiene otra cosa que vender que su fuerza de trabajo física o intelectual. En ese sentido el proletariado es la gran masa de las sociedades contemporáneas, en las cuáles el proceso de concentración del capital despoja a cada vez más personas de sus medios de vida.
Para despojar esa masa proletaria creciente de su conciencia de clase y revolucionaria, el capitalismo contemporáneo ha aplicado la vieja máxima latina: divide y vencerás. Por eso han florecido infinitud de teorías y militancias que ponen un énfasis exclusivo y muchas veces excluyente en la identidad de género, el sexo, el color de la piel, etc. Nos reducen a una determinación parcial y con ello nos roban el punto de vista de la totalidad, que, tal y como sostenía Lukács, es fundamental para la emergencia de una conciencia de clase cabal.
En esta batalla contra las identidades fragmentadas, es fundamental el pensamiento crítico. Disputar sentidos y relatos, en una época donde los relatos son tan o más importantes que la verdad en sí. Entender que solo podremos enfrentarnos exitosamente al capitalismo, a sus afanes colonizadores y al neofascismo que late en sus entrañas desde un frente común de clase, desde una conciencia plenamente emancipada. Y no es desconocer las identidades parciales del sujeto, es no reducirlo a ellas. Es entender que la causa común no es mi felicidad, sino la felicidad de todos. Es la unidad donde está contenido lo diferente, lo plural.
O hacemos nacer esta conciencia de clase entre los oprimidos o nos arrollarán brutalmente los tanques del colonialismo y el fascismo.