Se ha hablado y escrito mucho sobre la influencia del  ideario martiano en el pensamiento de Fidel Castro. Nadie pone en duda, pues lo dijo el propio Fidel, que las enseñanzas del Maestro desempeñaron un papel esencial en la evolución de su pensamiento. Nadie pone en duda, además, que una característica común a ambos corpus, y la que ha sido una de sus más grande improntas, es el reconocimiento del peligro que representa el avance acelerado del imperialismo y sus ansias hegemónicas.

Por esto, ambos hicieron de la lucha  por la libertad de Cuba y de la humanidad el designio de sus existencias en la tierra. Que ningún pueblo, que ningún individuo tuviera que vivir bajo ningún tipo de dominación que limitara los derechos más básicos para una vida digna. El análisis sistémico y dialéctico de todo el entramado político, económico y social; que conforma a la sociedad, les permitió señalar cual debía ser el camino a seguir por la humanidad para construir un mundo mejor. En estos tiempos donde se lucha contra la neocolonización y la recolonización, contra la globalización, la pérdida de las identidades culturales y la unilateralidad la libertad que los próceres cubanos exaltaron debe ser hoy la bandera de todos los hombres y mujeres dignos.

Los textos martianos están escritos con el propósito de formar nuevas generaciones que desde posiciones ontológicas, gnoseológicas, políticas y axiológicas vivan en un mundo de progreso caracterizado por el equilibro entre la humanidad y la naturaleza, entre pueblos distintos, entre individuos de diferentes estatus e ideologías. Por su parte, Fidel, en sus discursos llama a la humanidad a embarcarse en el camino de la autorreflexión del papel de la especie humana en el planeta y de la práctica en la búsqueda de la coexistencia sostenible.

Para ambos pensadores, la libertad de los pueblos no es solo una prebenda a ser alcanzada. La complejidad de la tarea radica en la capacidad de sostenerla. Así el Apóstol escribió “La libertad es como el genio, una fuerza que brota de lo incógnito; pero el genio como la libertad se pierde sin la dirección del buen juicio, sin las lecciones de la experiencia, sin el pacífico ejercicio del criterio”.[1] Por tanto, su sostenimiento depende de la labor consensuada de todos los individuos, más allá de diferencias de cualquier tipo. Parte de la necesidad de garantizar la estabilidad material y social de los pueblos, pues como dijo el Comandante “[…] No puede hablar de libertad una sociedad de clases donde existan atroces desigualdades y donde al hombre no se le garantice siquiera la condición de ser humano […]”.[2]

Por otro lado, el desarrollo de la cultura conduce de forma inexorable a la verdadera libertad porque “Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”.[3] Ser libres para ambos, va más allá de la simple capacidad de llevar a cabo determinada actividad basada en la elección propia. La capacidad de elegir y accionar no está aislada en el laboratorio de las estructuras de pensamiento, está condicionada por los contextos, por la formación cultural, por los principios éticos y morales, por los intereses de clase. En tanto, estos no determinarían en última instancia si todo hombre fuera educado en la verdad de que somos una comunidad y toda elección individual tendrá a la larga una repercusión colectiva. De tal forma no es solo deber pensar en el bienestar individual, cuando este —se quiera o no— dependerá del bienestar de otros. Entonces “La libertad debe ser una práctica constante para que no degenere en una fórmula banal”[4] porque “[…] cuando se disfruta de todas las ventajas de la libertad, es un poco más difícil comprender la tragedia de los carecen de ella […]”.[5]

La visión sobre la libertad de ambos líderes muestra aún que faltan muchas batallas por ganar. Batallas que en una sociedad como la de hoy requieren de formar una ciudadanía mundial más humana. Una humanidad capaz de comprender que “El arte de la libertad, consiste en que ha puesto al servicio de la virtud el egoísmo”.[6] Una humanidad que siempre tenga presente que “la libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”.[7] Porque al final “[…] sólo en la libertad, en el honor, en la dignidad, en las elevadas metas que puede el ser humano proponerse, puede haber verdadera dicha, puede haber verdadera felicidad”.[8]

Notas:

[1] La democracia práctica, libro nuevo del publicista americano Luis Varela. Revista Universal. México, marzo 7 de 1876. O.C. 7: 347

[2] Fidel y la Religión. Conversaciones con Frei Betto. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1985, p.336

[3] “Maestros Ambulantes”. La América. Nueva York, mayo de 1884. O.C. 8:289

[4] Cartas de Martí. La Nación. Buenos Aires, marzo 18 de 1883., Nueva York, enero 19 de 1883. O.C. 9:340

[5] José Martí en el ideario de Fidel Castro. Ediciones Especiales, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2004, p.53

[6] Revista de los últimos sucesos. La Nación. Buenos Aires, mayo 21 de 1887. Nueva York, abril 10 de 1887,; El Partido Liberal. México, 1887. O.C. 11:188

[7] Lectura en la reunión de emigrados cubanos, en Steck Hall. Nueva York, enero 24 de 1880. O.C. 4:184

[8] Palabras pronunciadas en el 20 aniversario de Unión de Jóvenes Comunistas, 4 de abril de 1990. Granma, 5 de abril de 1990, p. 5

Fuente: Centro Estudios Martianos

Por REDH-Cuba

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