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Antes de su histórica autodefensa en el juicio del 16 de octubre de 1953, Fidel comprende la necesidad de que el pueblo cubano conociera el significado preciso de “los sucesos de Oriente”. Por eso en la cárcel de Isla de Pinos, en medio de las adversas condiciones que allí sufría, consagra un esfuerzo especial a redactar sus palabras ante el tribunal. Al concluir el meditado texto –escrito con zumo de limón, para evadir los controles–, lo envía a Haydee Santamaría y Melba Hernández, orientándoles las tareas que debían emprenderse para ganar “la segunda batalla”, esta vez de índole ideológica y política. El pueblo debía saber lo que sucedió en Santiago de Cuba y en Bayamo el 26 de julio, y las razones y objetivos del Moncada. E insiste en la urgencia de divulgar el programa de la Revolución, que el naciente Movimiento 26 de Julio (M–26–7) continuaría empeñado en hacer triunfar.
La historia me absolverá fue concebida por su autor como un componente indispensable de la nueva etapa revolucionaria. Y el programa inicial de la revolución que ahí expone, busca contribuir a que la gente conociera e hiciera suyos los resortes que movieron a los asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Él está persuadido de que su alegato ayudará mucho a ese objetivo primordial, al estar avalado por el ejemplo de los combatientes caídos y la heroicidad de todos los participantes.
Mas era indispensable, y Fidel lo logra en grado máximo, que las propuestas estuvieran formuladas con razones comprensibles e irradiaran emociones en la sensibilidad de los seres humanos que pretendía sumar, para que, unidos, fueran los protagonistas de la revolución. A ese pueblo, enfatiza, “no le íbamos a decir: ‘Te vamos a dar’, sino: ‘¡Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!’”
* Fragmento de un libro del autor sobre el inicio de la Revolución Cubana, de próxima aparición.
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El Moncada, continuidad emblemática de la tradición revolucionaria cubana y punto de partida de la nueva etapa de la revolución, se expresa a través de su gestor principal, Fidel Castro, en un análisis en el que pensamiento y acción se entrecruzan de modo fecundo para anunciar el génesis de la nueva vanguardia y su propuesta emancipadora. Un texto de inspiración martiana y universal, que responde con rigor y originalidad a los graves problemas que afectaban a la nación cubana en 1953: “Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro y en el pensamiento las ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos”:
El análisis de La historia me absolverá, debido a su complejidad y brillantez obliga a adoptar prevenciones y delimitar sus objetivos. Es una pieza oratoria seductora e inagotable, por su sabiduría y aportes a la interpretación múltiple de la sociedad cubana, de los sucesos acaecidos el 26 de julio, del nuevo proyecto revolucionario que allí naciera y por los argumentos que predicen su inexorable triunfo.
Es importante, por ende, esclarecer la metodología o enfoque que se utilice para evaluar el programa del Moncada. Un error frecuente consiste en entender la evolución de la historia desde los hechos finales que definen un ciclo. En este caso, las conclusiones que se derivan suelen ser exactas y lineales. Esta tendencia, muchas veces sostiene sus reflexiones en el objetivismo que confiere a las causas económicas una determinación absoluta de la práctica política. Ya Lenin aclaraba con razón en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, que la historia universal se cuenta por décadas, y en su escala 10 o 20 años no tienen importancia. Y de ahí que remitirse a ella para justificar políticas de corto plazo, constituya “un error escandaloso”.
Esta tendencia –que suele llamarse “teleológica”– construye la historia por una cadena de relaciones causa–efecto, que avanza de modo sucesivo hasta comprobar el esquema (pre) establecido. A pesar de las “virtudes” didácticas, tal método no facilita la comprensión de los diferentes riesgos que debe confrontar una revolución, hasta consolidar su etapa sustantiva exitosa, e incluso después, porque el punto de no retorno puede ser equívoco. Ningún régimen social es irreversible. El papel de los seres humanos que actúan en la historia movidos por estrategias y tácticas políticas aplicadas con mayor o menor eficacia, se minimiza o anula por los condicionamientos estructurales o ciertas (seudo) leyes ineluctables de la sociedad.
Por ello es recomendable no querer encontrar en La historia me absolverá, elementos ideológicos aislados, que anticipen la naturaleza socialista de la Revolución Cubana. Solo después de conocer las circunstancias en que existía la neocolonia en los años 1950 y sus antecedentes históricos, se puede entender por qué la vanguardia revolucionaria se constituye de manera tan singular y comienza “una rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas revolucionarios”, tal cual escribiera el Che en su Diario de Campaña en Bolivia, al evocar el significado histórico del 26 de julio.
Es cierto –intenté explicarlo en la primera parte del libro–, que las contradicciones que generó en Cuba el sistema de dominación imperialista condicionan la práctica revolucionaria. En el sentido de que el cumplimiento de un programa como el de La historia me absolverá, aún al margen de la conciencia de sus actores, tiende a la ruptura de las relaciones capitalistas de producción y, por consiguiente, a la destrucción del sistema en su totalidad.
Pero la anterior certeza solo es válida, si se reconoce la elevada responsabilidad que corresponde a quienes lograron implementar una estrategia capaz de permitir el cumplimiento de un programa tan novedoso, bajo la dirección de un excepcional líder. Además, es menester considerar los nutrientes históricos de esa flamante vanguardia: el pensamiento revolucionario y las tradiciones de lucha de la nación, que anteceden y motivan a tal fuerza emergente. Fidel lo explica así en su alegato: “Ningún arma, ninguna fuerza es capaz de vencer a un pueblo que se decide a luchar por sus derechos. Los ejemplos históricos pasados y presentes son incontables. Está bien reciente el caso de Bolivia, donde los mineros, con cartuchos de dinamita, derrotaron y aplastaron a los regimientos del ejército regular. Pero los cubanos, por suerte, no tenemos que buscar ejemplos en otro país, porque ninguno tan elocuente y hermoso como el de nuestra propia patria”.
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¿Cuál es el valor de La historia me absolverá, en el devenir ulterior del proceso revolucionario cubano? Es posible identificar y hacer interpretaciones disímiles sobre este documento de complexión multidimensional, como se observa en cientos de escritos publicados por historiadores, juristas, periodistas, politólogos u otros analistas.
Aquí intentaré destacar apenas uno de sus atributos: La historia me absolverá es el testimonio más completo del pensamiento en evolución de los revolucionarios del Centenario de Martí. En el sentido que lo enunciara Fidel el 26 de marzo de 1962: ella es, “muy modestamente”, ‘la expresión de un pensamiento avanzado, de un pensamiento revolucionario en evolución”. En verdad, la modestia de Fidel al decir esto fue proverbial, pues se trata de uno de los documentos políticos más sobresalientes de la historia nuestra americana del siglo XX y, a mi juicio, el más relevante de Cuba en esa centuria.
La historia me absolverá es el indispensable complemento del Moncada, pues junto a este permite que se consoliden las bases de la formación de la vanguardia y su conexión con el pueblo en la siguiente etapa, sobre todo a partir de 1956. El programa revolucionario y la decisión del M-26-7 de perseverar en la estrategia armada iniciada en el evento heroico, fueron imanes que atrajeron a miles de jóvenes y otros luchadores, a integrarse a las filas de la novedosa organización, al ver además frustrados varios de ellos sus intentos en otros entes, como el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) de Rafael García Bárcenas.
Aunque limitaré el análisis de La historia me Absolverá al programa inicial de la Revolución, no es ocioso reafirmar que sus valores y significados son más amplios y han sido objetos de innumerables y valiosos estudios y reflexiones. Ella contiene, por ejemplo, un examen minucioso y certero de las realidades políticas, económicas y sociales cubanas hasta ese momento; es un vehículo ideológico y político de movilización popular y de gestación de la nueva vanguardia; incluye la denuncia consecuente de la tiranía, con elevadas dosis de emoción, que trasciende las otras formas de acusaciones legales, porque es un alegato de autodefensa hecho ante un centenar de inescrupulosos militares armados, y porque argumenta la legitimación de sus propósitos, usando magistralmente el derecho civil burgués bajo una perspectiva ética, política y jurídica revolucionaria.
Dos aspectos deseo señalar, antes de iniciar el examen del programa contenido en el documento:
1.–El nivel y calidad de las aspiraciones de los sectores populares, estaban influidos por los objetivos programáticos de las tendencias reformistas y sus consignas, que se expresan en la República desde 1934 hasta los años 1950 y por la ideología dominante, saturada de los ingredientes anticomunistas propios de la Guerra Fría. Tales realidades, oscurecían en el pueblo los objetivos del cambio revolucionario.
2.– Este programa inicial de la Revolución, fue concebido por su autor en función de la etapa inmediata de lucha que ha previsto y toma en cuenta, por consiguiente, los factores y límites que señalé anteriormente.
Fidel lo explica por primera vez al periodista estadounidense Lee Lockwood, en su larga entrevista con este, publicada en 1967: “Todo movimiento revolucionario en toda época histórica, se propone el mayor número de logros posibles. Nos hubiéramos estado engañando nosotros mismos si hubiéramos intentado en aquel momento hacer más de lo que hicimos. Mas, ningún programa implica la renuncia a nuevas etapas revolucionarias, o nuevos objetivos que pudieran desplazar a los antiguos. El programa inicial puede especificar los objetivos inmediatos de la revolución, pero no todos los objetivos, no los objetivos últimos. Durante los años subsiguientes de prisión, de exilio, de guerra en las montañas, la alineación de fuerzas cambió tan extraordinariamente en favor de nuestro movimiento, que pudimos fijar metas mucho más ambiciosas”.
Esa idea él la reafirma después varias veces. La última, a saber, ocurre en la entrevista que le hiciera Ignacio Ramonet, en 2006, titulada Cien horas con Fidel (Tercera edición cubana, pg. 191). En La historia me absolverá, dice ahí Fidel, “están los elementos básicos de una futura revolución socialista, que no tenía que venir de inmediato, ni mucho menos; se llevaría a cabo de forma progresiva, pero sólida e incontenible”.
Así pues, el líder de la Generación del Centenario concibe La historia me absolverá como el primer arma que debía forjar el M–26–7, para emprender los combates futuros enfilados a tomar el poder político e iniciar entonces de inmediato su ejecución.
El programa que enuncia La historia me absolverá tenía una alta probabilidad de realizarse, por tres razones: el ejemplo de la gesta heroica del Moncada; la estrategia política–militar acertada que seguiría guiando la lucha, y porque Fidel Castro no había muerto en el combate.
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Cito in extenso las leyes expuestas en el documento, para después proponer algunas interpretaciones.
- “La primera ley revolucionaria devolvía al pueblo la soberanía y proclamaba la Constitución de 1940 como la verdadera ley suprema del Estado, en tanto el pueblo decidiese modificarla o cambiarla”.
“(…) El movimiento revolucionario como encarnación momentánea de esa soberanía, única fuente de poder legítimo, asumiría todas las facultades que le son inherentes a ella, excepto la de modificar la propia Constitución: facultad de legislar, facultad de ejecutar y facultad de juzgar”.
“(…) Un gobierno aclamado por la masa de combatientes, recibiría todas las atribuciones necesarias para proceder a la implantación efectiva de la voluntad popular y de la verdadera justicia”. En consecuencia, subrayó después, ninguna de las leyes “podrá ser tachada por tanto de inconstitucional”.
- “La segunda ley revolucionaria concedía la propiedad inembargable e intransferible de la tierra a todos los colonos, arrendatarios, aparceros y precaristas que ocupasen parcelas de cinco o menos caballerías de tierra”.
- “La tercera ley revolucionaria otorgaba a los obreros el derecho de participar del 30% de las utilidades en todas las grandes empresas industriales, mercantiles y mineras; incluyendo centrales azucareros. Se exceptuaban las empresas meramente agrícolas en consideración a otras leyes de orden agrario que debían implantarse”.
- “La cuarta ley revolucionaria concedía a todos los colonos el derecho a participar del 55% del rendimiento de la caña y cuota mínima de 40 mil arrobas a todos los pequeños colonos que llevasen tres o más años de establecidos”.
- “La quinta ley revolucionaria ordenaba la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los gobiernos y a sus causahabientes y herederos en cuanto a bienes percibidos por testamento o abintestato de procedencia mal habida (…)”.
De conjunto, precisa Fidel: “Estas leyes serían proclamadas en el acto y a ellas seguirían, una vez terminada la contienda y previo estudio minucioso de su contenido y alcance, otra serie de leyes y medidas también fundamentales como la Reforma Agraria, la Reforma Integral de la Enseñanza y la nacionalización del trust eléctrico y el trust telefónico (…)”.
Una primera evaluación, que contraste el contenido de tales acciones legales con las estructuras de dominación existentes en la década del cincuenta, evidenciará que su puesta en práctica golpearía sensibles intereses económicos y políticos de la clase dominante: la consecuencia muy probable era el inicio de un proceso revolucionario de tendencias anticapitalistas. Esto no significa que inevitablemente debía ocurrir así; solo existía una elevada probabilidad de que la aplicación del programa iniciara una revolución anticapitalista –y por tanto socialista–. El factor que determinaría que esto último ocurriera no era solo el programa, sino también la estrategia revolucionaria y la convicción de la vanguardia armada de transformar radicalmente las relaciones sociales causantes de la crisis de la sociedad cubana.
Una segunda consideración –de interés para los revolucionarios de nuestra América– está referida al lenguaje en que se expresan las leyes, acorde con las necesidades y metas que, en aquellas circunstancias, podían entender los sectores populares beneficiados. Fidel tiene conciencia de las distorsiones que prevalecen en la mayoría de las personas, sobre las maneras en que interpretan su existencia y las causas que las provocan. Por eso se esfuerza en lograr la mayor comprensión de las realidades del país y las acciones que se deben emprender por el pueblo, para mutar varias en el corto plazo. A la par, abre una perspectiva para cambios futuros más radicales, explicados también con argumentos convincentes.
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Al realizar un análisis de cada una de las leyes, es menester ponderar antes el alcance del conjunto de ellas, en el marco del poder que las respaldaría. Considerar además que esas medidas fueron concebidas con la intención de ejecutarse inmediatamente y, de esta manera, contribuir a que se consolidara la primera etapa de la insurrección popular. Los objetivos más cercanos eran, por consiguiente, incitar a la movilización de la gente luego de controlar los cuarteles: “porque los pueblos, cuando alcanzan las conquistas que han anhelado durante varias generaciones, no hay fuerza en el mundo capaz de arrebatárselas”.
La primera ley estaba condicionada por un factor importante: “devolvía al pueblo su soberanía”, hasta que este decidiese modificarla o cambiarla. Mientras, dice Fidel, “el movimiento revolucionario, como encarnación momentánea de esa soberanía, única fuente de poder legítimo, asumía todas las facultades que le son inherentes a ella”, ya que “un gobierno aclamado por la masa de combatientes recibiría todas las atribuciones necesarias para proceder a la implantación efectiva de la voluntad popular y de la verdadera justicia”.
No es casual que la primera ley consistiera en restituir la Constitución. Para la mayoría de la gente, cualquier mutación de las estructuras que le oprimían debía ocurrir a partir de la vigencia de la Constitución de 1940 –nunca cumplida cabalmente– que fue hecha trizas por la dictadura. En otro sentido, el marco legal de la Constitución de 1940 –una de las más avanzadas de América Latina y el Caribe–, posibilitaba a los revolucionarios una interpretación de amplios márgenes para emplearla en el desarrollo de sus primeros objetivos. Por eso enfatiza: “Ninguna de ellas podrá ser tachada, por tanto, de inconstitucional”.
La primera ley, fue concebida por Fidel en la perspectiva de las demás medidas que se adoptarían inmediatamente, avaladas por el protagonismo del pueblo insurreccionado. Ello permite sostener que las masas y su vanguardia, tendrían las condiciones creadas para trascender los límites de la legalidad burguesa. De ahí que sea posible deducir que la Carta Fundamental, sin desdeñar el amplio margen que ofrecía, debía ser superada oportunamente por la dinámica de los acontecimientos. Y ello podía y debía ser así, en la medida en que los ingredientes del proceso que la restituían, eran de naturaleza antagónica con varios de los fundamentos clasistas de la Constitución.
Las leyes segunda y tercera, tenían un propósito eminentemente catalizador, tendiente a lograr el respaldo de los sectores sociales que ellas beneficiaban. Esas audaces reformas, muestran la comprensión sobre importantes problemas que afectaban a los sectores referidos. Por ejemplo, la concesión de la propiedad a los colonos, arrendatarios, aparceros y precaristas con menos de cinco caballerías de tierra (alrededor de 60 ha), debía propiciar el apoyo de un amplio número de pequeños y medianos productores agrícolas, que durante décadas vieron escamoteados sus intereses.
De las cinco leyes, la tercera –que otorga a los obreros el 30 % de las utilidades– es la más original: no hay otro programa anterior en Cuba que contemple una medida similar. Ello se explica, al igual que las demás, por la intención de estimular a los sectores populares a que se sumaran de inmediato al estallido revolucionario.
La quinta ley establece la confiscación retroactiva de todos los bienes malversados durante la historia cubana. La importancia de tal decisión, se desprende del rechazo popular a la malversación y la corrupción, existentes en mayor o menor cuantía en todos los gobiernos durante el período republicano. Esto es de un enorme alcance, pues significaba la confiscación de cientos de bienes y millones de dólares en manos de la oligarquía neocolonial y de otros pudientes corruptos.
La ley trascendía las consignas contra la malversación y la corrupción de las diferentes corrientes políticas que las enarbolaban, incluida la ortodoxia, yéndose a la extirpación del mal. No sólo se proponía evitar que continuase, sino confiscar retroactivamente a los que hubiesen incurrido en dichas fechorías. ¡Y ello se traducía en cientos de millones de pesos y una elevada suma de capitalistas criollos afectados!
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Antes de terminar de exponer las ideas del programa, y como parte intrínseca de este, Fidel adelanta que, una vez terminada la contienda y “previo estudio minucioso de su contenido y alcance”, se ejecutaría “otra serie de leyes y medidas también fundamentales, como la reforma agraria, la reforma integral de la enseñanza y la nacionalización del trust eléctrico y el trust telefónico”.
Esas leyes, dice él, servirían para resolver “el problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo”. Tal síntesis, evidencia la claridad y proyecciones que tenía el joven líder en octubre de 1953 sobre los principales aspectos económicos y sociales que afectaban al país. Y de inmediato escudriña cada uno de esos problemas y fundamenta con vehementes argumentos sus posibles soluciones: “Quizás luzca fría y teórica esta exposición, si no se conoce la espantosa tragedia que está viviendo el país en estos seis órdenes, sumada a la más humillante opresión política”.
Los siguientes criterios de Fidel, que he seleccionado entre varios para completar la anterior apreciación suya, son una muestra de sus sólidos argumentos, siempre avalados por datos inobjetables:
“El 85 % de los pequeños agricultores cubanos está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras. En Oriente, que es la provincia más ancha, las tierras de la United Fruit y la West Indies unen la costa norte con la sur. Hay 200 mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar una vianda para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecen sin cultivar en manos de poderosos intereses cerca de 300 mil caballerías de tierras productivas. Salvo unas cuantas industrias alimenticias, madereras y textiles, Cuba sigue siendo una factoría productora de materias primas”.
Sus criterios se mueven en dos dimensiones. En una están las descripciones parciales de las consecuencias de la explotación imperialista, sin mencionar de forma abierta este fenómeno, pues la palabra imperialismo no aparece en todo el documento, por obvias razones tácticas aprendidas de Martí. Pero tales insinuaciones –muy bien calculadas para aquel momento–, indican su comprensión de las causas más profundas del síndrome económico que describe.
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Para finalizar, deseo abrir un paréntesis. Durante los primeros años del triunfo de la Revolución, era común identificar con el cumplimiento del programa del Moncada varias leyes y otras medidas que se adoptaban y los formidables adelantos de beneficio popular que se iban logrando.
Ciertamente fue así. Sin embargo, luego de volver a leer recientemente La historia me absolverá en toda su envergadura, me pregunto si acaso es posible afirmar que el programa del Moncada ya ha sido cumplido, como solía decirse en aquellos primeros tiempos de la Revolución. Y me interrogo también cuáles de sus evaluaciones y propuestas de solución a los viejos y nuevos problemas del país están pendientes, por diversas razones, algunas derivadas de la asfixia imperialista y otras motivadas por errores del proceso revolucionario.
En tal sentido, sigue siendo válido en este nuevo tiempo de convicciones, tanteos e interrogantes, mantener a La historia me absolverá de brújula para avanzar en la dirección correcta, con especial apego a su ética revolucionaria de complexión martiana. La necesitamos de guía e inspiración, para solventar plenamente varios problemas y retos identificados en ella por el Titán herético e indomable, principal fundador de la nueva época de la historia revolucionaria cubana y de toda nuestra América, hace 70 años.
“El gigante”, así lo calificó Camilo en nota íntima al Che y cinco décadas después Chávez lo llamaría Comandante de Comandantes. Los aportes del joven Fidel a la patria y a la humanidad, aquel 16 de octubre de 1953 y su ejemplo en la primera línea de combate el 26 de julio, anticiparon la certeza de que la historia lo absolvería. ¡Gracias, Fidel!
Fuente: Cubadebate