Difícil, muy difícil hacer un recuento válido por 65 años de grandes acontecimientos, de transformaciones profundas, de logros sorprendentes, de retos complejos, de victorias internacionalistas, de advertencias mundiales, de planteamientos nuevos, de búsqueda constante y de errores también; pero siempre de tenacidad y constancia feroz, sostenidas en las más contradictorias circunstancias por todo un pueblo en marcha. En definitiva, la revolución cubana cambió las circunstancias del mundo desde la segunda mitad del siglo XX.

Mis primeros recuerdos se remontan a la infancia, cuando mi padre se aferraba a una radio y con paciencia lograba sintonizar Radio Rebelde, fundada por el Che en la sierra Maestra. Para él, sobreviviente de la guerra civil española y a un año de campo de concentración, ese era un sueño recuperado, una vuelta a la vida. Cuando llegué a Cuba como parte de las brigadas internacionales, convocadas a cortar caña para el desafío de producir 10 millones de toneladas de azúcar, mi vida cambió, el hecho que más expresa el impacto en mis sentidos y capacidades poblándolos de significados es que no sólo leí, sino que viví una revolución: su torrente de humanidad alegre y decidida. Una avalancha de hechos, de recuerdos, lecturas, presencias, debates me envuelve y creo que es así para quienes han estado cerca de Cuba.

Una afirmación que ha acompañado estos 65 años de revolución, la planteó Fidel Castro el 8 de enero de 1959, en el primer discurso que los habaneros presenciaron asombrados: “Quizás en adelante todo sea más difícil”. Así ha sido. Un fragmento para nunca olvidar: “Yo sé que al hablar esta noche aquí se me presenta una de las obligaciones más difíciles en este largo proceso de lucha […]. Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrotada. La alegría es inmensa. Sin embargo, queda mucho por hacer. No nos engañemos creyendo que en adelante todo será fácil; quizás en adelante todo sea más difícil. Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo […]. Y por eso quiero empezar –o mejor dicho seguir– con el mismo sistema: decir al pueblo la verdad”.

Primer discurso increíble, por ser el momento de la victoria, Fidel advertía: “La revolución no tiene ya delante un ejército en zafarrancho de combate. ¿Quiénes pueden ser hoy o en adelante los enemigos de la revolución? ¿Quiénes pueden ser, ante este pueblo victorioso, los enemigos de la revolución? Los peores enemigos que en adelante pueda tener la revolución cubana somos los propios revolucionarios”. Aseveración que tenía y tiene múltiples significados para cualquier proceso de cambio. Primero, preguntarse cuáles eran las intenciones de los que participaron: ¿ambición, afán de mando, propósito innoble, disfrute del poder, vivir como reyes? “Si son éstas la revolución fracasará.” Si en adelante fueran necesarios nuevos combates, no serán tropas más o menos numerosas las que prevalezcan, la única columna que ganará sola la guerra será el pueblo. “Más que el pueblo no puede ningún general, más que el pueblo no puede ninguna tropa.” Si se cometen errores, todos, nosotros y el pueblo vamos a sufrir las consecuencias. “No hay error en la revolución sin consecuencias para el pueblo.” Ante los errores sólo la verdad y que el pueblo decida. “Es necesario hablar así para que no surja la demagogia y el confusionismo, y sobre todo el divisionismo […] lo primero que haré siempre, cuando vea en peligro la Revolución será llamar al pueblo” y que el pueblo conozca a todos y sus acciones. “Hay que llamar mil veces al pueblo, hay que hablarle mil veces al pueblo, para que el pueblo, sin tiros, resuelva los problemas.”

Vinieron tiempos de hazañas, la recuperación de bienes malversados y la justicia popular, la alfabetización, el reparto de tierras, las grandes nacionalizaciones, las jornadas de trabajo voluntario, las campañas de vacunación, la victoria total contra la invasión mercenaria. Tiempos de unidad, con la derrota de las bandas contrarrevolucionarias, con la lucha ideológica frente al sectarismo, con las grandes asambleas del pueblo y la primera y segunda declaraciones de La Habana. Tiempos de organización y participación formando las milicias populares, los CDR, la federación de mujeres, las de los estudiantes, la de los campesinos y obreros, la de los escritores, la cultura y la ciencia. Tiempos, como dijo Martí, de crear lo nuevo desde las raíces, creaciones que hasta hoy día asombran al mundo, como las científicas: fármacos nuevos, vacunas, sistemas de enseñanza y cultura únicos, universidades de medicina para el tercer mundo, solidaridad desinteresada de todo tipo iniciada en 1963, liberación del sur de África y fin del apartheid, creación del sistema de amplia participación democrática del Poder Popular, entre muchos otros.

Desde aquel bestial ataque el 4 de marzo de 1960 en que la explosión del barco La Coubre cimbró a toda Cuba, vinieron tiempos difíciles, de ataques terroristas, atentados, bombas incendiarias sobre la población y centros de trabajo, bloqueo económico, contaminación de plantíos y ganado. Mil y una formas de la vileza contra un pueblo que no ha dejado de evolucionar tecnológicamente. Tiempos difíciles que hoy golpean con fuerza a ese pueblo heroico que sigue empecinado en una resistencia inimaginable, épica, por ello Cuba sigue siendo esa vital utopía en nuestras esperanzas también en resistencia.

*Investigadora de la UPN. Autora de El Inee

Fuente: La Jornada

Por REDH-Cuba

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