Ponencia presentada en la Segunda Edición del Encuentro Internacional de Publicaciones Teóricas de Partidos y Movimientos de Izquierda, La Habana, 12 de febrero de 2024.

El pasado año, en varios eventos académicos y políticos organizados en Cuba y en la región, analizábamos lo que han significado para los pueblos latinoamericanos y caribeños -e incluso mucho más allá-, 200 años de política exterior de Washington bajo el influjo de la Doctrina Monroe, insistíamos en que, además de la intervención, explotación, despojo, represión, muerte, miseria y toda una larga estela de calamidades, el monroísmo ha tenido un rostro adicional bajo el cual se ha expresado desde su origen hasta nuestros días: la siembra de la división, la fractura, la discordia entre nuestros pueblos, gobiernos y fuerzas revolucionarias, que no es otra cosa que la filosofía del “divide y vencerás”. Pudiéramos decir que ese ha sido uno de los instrumentos más eficaces que ha utilizado el imperialismo estadounidense para expandir su dominio por el continente y otras regiones del mundo.

Ya en 1829, el libertador Simón Bolívar escribía que Estados Unidos parecía destinado por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad. Sin embargo, a esta conclusión había llegado Bolívar sin conocer a fondo la amplia red que se había tejido desde Washington a través de sus “representantes diplomáticos” en distintos países del continente, con la misión de hacer fracasar sus más preciados proyectos emancipadores e integracionistas, una herejía inaceptable para la élite expansionista estadounidense y lo que explica la feroz campaña de descrédito desatada contra el Libertador, al cual tildaban de “el loco de Colombia”, “usurpador”, “dictador” y otros improperios.

Para fines del siglo XIX Estados Unidos había logrado sus principales objetivos de política exterior en la región que consideró siempre su traspatio seguro por derecho divino. Como parte de ese proceso, más del 50 % del territorio mexicano fue usurpado. Las islas de Cuba y Puerto Rico, sintieron caer sobre ellas el peso del imperialismo y el neocolonialismo luego de producirse en 1898 la intervención militar estadounidense en el conflicto cubano-español. En el caso de Cuba, la Doctrina Monroe alcanzó connotación jurídica a través de la imposición de la Enmienda Platt como apéndice a la constitución de 1901. Para llegar a ello, en corto tiempo el gobierno estadounidense también hizo uso muy eficiente de su experticia en dividir a las fuerzas independentistas.

Casi 60 años después, por el mismo punto geográfico en que Estados Unidos había comenzado a construir de manera exitosa su modelo de dominación en el hemisferio occidental, se produjo la ruptura y desafío contrahegemónico más significativo en este hemisferio. El hecho de que la Revolución Cubana no solo haya triunfado, sino que se haya mantenido durante 65 años en defensa de un proyecto de independencia plena, tanto en el plano interno como internacional -solo posible bajo las banderas del socialismo- constituye la mayor humillación que la arrogancia imperial estadounidense haya enfrentado en su entorno más inmediato.

Todavía hoy, muchos en el mundo continúan preguntándose como una Isla pequeña como Cuba, a las puertas mismas de un imperio tan poderoso ha podido sobrevivir, enfrentada a todas las variantes de política agresiva que desde el norte se han diseñado e implementado con el objetivo de barrer el ejemplo moral que la experiencia cubana significa ante los ojos del mundo.

No alcanza el tiempo en una intervención como esta para ofrecer todas las explicaciones y argumentos. Pero vamos a hacer referencia a una de las claves de esa cultura de la resistencia y la emancipación cubana y, por supuesto, uno de los principales legados que le debemos a Fidel, su principal artífice e impulsor. Estamos hablando de la unidad de las fuerzas revolucionarias, de la unidad del pueblo, de la unidad en torno al Partido Comunista de Cuba y el liderazgo de la Revolución.

Resulta en extremo pertinente abordar este tema en los momentos actuales que vive la Revolución Cubana, el mundo, y los desafíos que enfrentan las fuerzas progresistas y de izquierda. No fue casual que el General de Ejército Raúl Castro, en trascendental discurso pronunciado el 1ro de enero de 2024 en el 65 aniversario del Triunfo de la Revolución, abordara este tema:

“Y mientras mayores sean las dificultades y los peligros -dijo Raúl-, más exigencia, disciplina y unidad se requieren. No una unidad alcanzada a cualquier precio, sino la basada en los principios que tan certeramente definió Fidel en su reflexión del 22 de enero de 2008, y cito: “Unidad significa compartir el combate, los riesgos, los sacrificios, los objetivos, ideas, conceptos y estrategias, a los que se llega mediante debates y análisis. Unidad significa la lucha común contra anexionistas, vendepatrias y corruptos que no tienen nada que ver con un militante revolucionario”. Y agregó otra idea esencial: “Debemos evitar que, en el enorme mar de criterios tácticos, se diluyan las líneas estratégicas e imaginemos situaciones inexistentes”.

Así es nuestra unidad, que no surgió por arte de magia, que hemos construido entre todos de forma paciente, ladrillo a ladrillo. En la Revolución Cubana ha tenido cabida cada patriota sincero, con el único requisito de estar dispuesto a enfrentar la injusticia y la opresión, a trabajar en bien del pueblo y a defender sus conquistas.

En esa fragua de acción y pensamiento se forjó nuestro Partido, ajeno al autoritarismo y las imposiciones, escuchando y debatiendo los diferentes criterios y dando participación a cuantos estén dispuestos a sumarse a la obra. Modestia, honestidad, apego a la verdad, lealtad y compromiso han sido la clave. En el socialismo y su obra, en la unidad y la ideología revolucionaria se sustenta nuestra capacidad de resistir y vencer.

La unidad es nuestra principal arma estratégica; ha permitido a esta pequeña isla salir airosa en cada desafío; sustenta la vocación internacionalista de nuestro pueblo y sus proezas en otras tierras del mundo, siguiendo la máxima martiana de que patria es humanidad. ¡Cuidemos la unidad más que a la niña de nuestros ojos! No tengo duda de que así será. Estoy convencido de que los Pinos Nuevos, nuestra combativa juventud, así lo garantizará.

La unidad formada por el Partido, el Gobierno, las organizaciones de masas y todo nuestro pueblo, y como parte de este los combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y del Ministerio del Interior, es el escudo contra el que se estrellarán, una vez más, todos los planes subversivos del enemigo, que incluyen desde el uso sistemático de la mentira hasta el terrorismo”.

I
Fidel bebió de las experiencias de nuestras luchas independentistas en el siglo XIX y de la revolución de los años 30 en el pasado siglo, así como del pensamiento y la obra de José Martí, para forjarse una conciencia clara de que, la unidad de las fuerzas revolucionarias, era la clave fundamental para alcanzar la victoria, siempre con sentido del momento histórico.

Fue tejiendo con mucha paciencia y maestría política esa unidad en torno a cada propósito inmediato, con una flexibilidad táctica que jamás puso en riesgo la estrategia y los principios proclamados, teniendo siempre en cuenta qué era lo más revolucionario en cada momento y dónde estaba el enemigo principal, alejado de cualquier vestigio de personalismo, sectarismo y discusiones teóricas estériles. Es decir, su manera de construir la unidad no fue jamás dogma o receta de manual. Como tampoco lo fue la manera de entender el marxismo y hacer la revolución. La Revolución fue de hecho una rebelión contra el imperialismo, las oligarquías y los dogmas. Fidel tuvo que librar una dura batalla contra los imposibles, las doctrinas petrificadas como verdades incuestionables, los estereotipos, los prejuicios y los fatalismos históricos y geográficos. En ese sentido fue el más avanzado de todos los revolucionarios de su época.

La construcción de la unidad para alcanzar el triunfo del 1ro de enero de 1959, entre las principales fuerzas revolucionarias enfrentadas a la dictadura de Batista: el Movimiento 26 de julio, el Directorio Revolucionario 13 de marzo y el Partido Socialista Popular, no fue un proceso fácil, lineal y carente de contradicciones. Tampoco lo fue en los primeros años después del triunfo revolucionario. Fidel tuvo que interceder en varios momentos para salvar la unidad.

En el propio año 1959 la Revolución tuvo que enfrentar intrigas y conspiraciones que, incentivadas por el gobierno de Estados Unidos y sus aparatos de inteligencia, explotaron la bandera del “fantasma del comunismo”, con el ánimo de dividir, sembrar la confusión y duda, cuando aún no se habían establecido las relaciones con los soviéticos, declarado el carácter socialista de la Revolución y el pueblo cubano no tenía la sólida cultura política que con los años se forjó. Por su parte, aún estaban a flor de piel en determinados grupos los viejos rencores y prejuicios, el sectarismo comenzó a asomar sus narices. Y no era en una sola dirección, lo hubo a lo interno de las organizaciones y entre ellas.

La salvaguarda de la unidad fue un proceso que hubo que construir y atender con sumo esfuerzo y cuidado. Fidel dedicó todo su talento y muchas horas de trabajo a pensar y llevar a la práctica este esfuerzo. Ante los colosales desafíos internos a enfrentar y las constantes agresiones de Estados Unidos, era necesario unir a los campesinos, a los obreros, las mujeres, los estudiantes y a todos los sectores posibles de la sociedad en defensa de la Revolución y de su desarrollo. En la fundación de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), los Comité de Defensa de la Revolución (CDR), la nueva Central de Trabajadores de Cuba (CTC), la Asociación de Agricultores Pequeños (ANAP), la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) -luego Unión de Jóvenes Comunistas (UJC)- y las organizaciones juveniles, estuvo la impronta del Comandante en Jefe.

En 1961, apenas dos meses después de la invasión mercenaria por Playa Girón, en medio de un ambiente de confrontación con el enemigo a 90 millas y la contrarrevolución interna, Fidel dedicó dos jornadas a escuchar con paciencia a los escritores y artistas, y en un tercer momento del diálogo, el 30 de junio, pronunció sus históricas Palabras a los Intelectuales. El detonante de las reuniones había sido la censura del documental Pasado Meridiano (PM), pero el líder de la Revolución estaba consciente que, en el fondo, lo que gravitaba era que se estaba produciendo una fuerte lucha interna por el control del aparato cultural entre tendencias con posiciones diversas e incluso encontradas en la manera de entender la relación entre política y cultura, por lo que era una cuestión impostergable intervenir y fraguar también la unidad en el frente cultural.

Cuando algunos pensaban que la respuesta iba a ser la implantación del realismo socialista en la política cultural del país o que Fidel iba a tomar partido por alguna de las tendencias enfrentadas, el líder de la Revolución ratificó las amplias posibilidades y libertades para la creación artística y literaria y llamó a la unidad y la participación de todos los artistas y escritores en las profundas transformaciones del país y en el crecimiento cultural y espiritual del pueblo. De todo ese proceso nació la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Aunque se ha tratado por los enemigos de la Revolución de dar un viso excluyente a ese discurso, sacando algunas frases de contexto y de su real significado, las palabras de Fidel fueron una estocada en favor de la unidad y no solo para el sector artístico y literario: “La revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”. Con esta expresión estaba diciendo que podían existir, incluso, contrarrevolucionarios corregibles y que la Revolución debía aspirar a sumarlos al proceso. Además, que todos aquellos escritores y artistas honestos, que sin tener una actitud revolucionaria ante la vida tampoco eran contrarrevolucionarios, debían tener derecho y las oportunidades de hacer su obra dentro de la Revolución. “La Revolución debe tener la aspiración de que no solo marchen junto a ella todos los revolucionarios, todos los artistas e intelectuales revolucionarios (…) la revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario (…) la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo”. En estas palabras puede encontrarse un tono y sentido inclusivo y antidogmático, alejado de cualquier tipo de sectarismo.

El camino hacia la consolidación de la unidad a lo interno de la Revolución no fue un camino de rosas, estuvo plagado de obstáculos y situaciones complejas, eso hace aun mayor el mérito de Fidel, de haber logrado mantener y salvar la unidad en cada coyuntura en que ésta fue amenazada. Su ventaja siempre fue demostrar que su táctica y estrategia de lucha era la correcta y contar con el más amplio apoyo popular. Así ocurrió en 1962, cuando en varias intervenciones públicas denuncia el sectarismo que estaba corroyendo el proceso de unidad entre las organizaciones principales que habían enfrentado a la dictadura de Batista y su integración en un solo Partido. Fidel insistió siempre en unir no hacia atrás, sino en unir hacia adelante.

“Pero, señores, ¿qué es la Revolución? -destacó el 26 de marzo de 1962- La Revolución está por encima de todo lo que habíamos hecho cada uno de nosotros, está por encima y es más importante que cada una de las organizaciones que había aquí, 26 de Julio, Partido Socialista Popular, Directorio, todo. La Revolución en sí misma es mucho más importante que todo eso.

¿Qué es la Revolución? La Revolución es un gran tronco que tiene sus raíces. Esas raíces, partiendo de diferentes puntos, se unieron en un tronco; el tronco empieza a crecer. Las raíces tienen importancia, pero lo que crece es el tronco de un gran árbol, de un árbol muy alto, cuyas raíces vinieron y se juntaron en el tronco. El tronco es todo lo que hemos hecho juntos ya, desde que nos juntamos; el tronco que crece es todo lo que nos falta por hacer y seguiremos haciendo juntos”.

Todo este proceso tuvo su momento cumbre el 3 de octubre de 1965, con la presentación del Comité Central del nuevo Partido Comunista de Cuba. Sin embargo, un año antes, en 1964, también el proceso de unidad lidereado por Fidel corrió peligro al estallar el conocido como “caso Marquitos”. La confirmación de las sospechas existentes sobre Marcos Rodríguez, de haber sido el delator de los combatientes Juan Pedro Carbó Serbiá, José Machado Rodríguez, Joe Westbrook y Fructuoso Rodríguez, asesinados por la dictadura el 20 de abril de 1957, provocaron luego de su apresamiento y primer juicio la manipulación con vistas a sembrar la división en el seno de las filas revolucionarias. La dirección revolucionaria, en particular Fidel Castro, al percatarse del daño político que esta situación podría acarrear, solicitó a las instancias judiciales la celebración de un nuevo juicio radiotelevisado a toda la nación. Las palabras de Fidel en aquel contexto constituyen un referente imprescindible en la lucha por la unidad revolucionaria para todos los tiempos:

“Y claro, la Revolución debe luchar por la unidad. La Revolución debe luchar por sumar cada vez más. Y esa fue siempre nuestra norma, fue siempre nuestra divisa; nunca nos ha parecido suficientemente grande la fuerza de la Revolución, para que la malbaratemos y siempre todos recordarán desde el primer día cuál fue nuestra conducta hacia todos, hacia todas las organizaciones, – cuando éramos distintas organizaciones-, hacia todos los compañeros, de unir […]

Repito que hemos hecho algo más grande que nosotros. Estamos haciendo una Revolución mucho más grande, y por supuesto, mucho más importante que nosotros […]

Y que esos amagos de la Ley de Saturno sean rechazados. ¿Y cuál es la ley de Saturno? Aquella ley clásica, o dicho clásico, o refrán clásico que dice, que la Revolución, como Saturno, devora sus propios hijos. ¡Qué la Ley de Saturno no imponga sus propios fueros! ¡Qué las facciones no asomen por ninguna parte, porque esos son los amagos de la Ley de Saturno, en que unos hoy quieren devorarse a los otros!

Y debe haber una voluntad firme, fuerte y resuelta del pueblo contra eso, como fue siempre nuestra voluntad, como es hoy la voluntad del pueblo”.
Todavía entre 1967 y 1968, se produciría otro rebrote del sectarismo, lo que se conoció como la microfacción, pero también fue vencido por las fuerzas aglutinadoras de la Revolución y el accionar de su vanguardia política.

El aporte de Fidel a la creación de nuestro Partido Comunista, la institucionalidad revolucionaria, el Poder Popular y todo el sistema político en su conjunto, constituye también una de sus grandes contribuciones al fortalecimiento de la unidad en el proceso revolucionario cubano.

Por otro lado, durante la creación y fortalecimiento del sistema político cubano se fueron configurando distintas funciones estatales, pero no la estructura clásica de la división de poderes de la democracia representativa burguesa. Es decir, funciones independientes dentro del estado, pero no división de poderes, el poder es uno solo: el poder del pueblo. Esto, junto al hecho de contar con un solo partido, ha constituido una garantía para la salvaguarda de la unidad y la sobrevivencia misma de la Revolución. Fidel es también el padre fundador de esa creación heroica. Uno de sus más extraordinarios y profundos discursos sobre este tema lo pronunció el 27 de diciembre de 1991, ante la Asamblea Nacional del Poder Popular. En aquella ocasión expresó:

“Hay otra convicción íntima que albergo con relación a nuestros países y a nuestro país en especial. La convicción íntima es la altísima conveniencia del partido único; es una convicción íntima. En mi vida revolucionaria he meditado muchas veces sobre todos estos problemas, porque el pluripartidismo es el gran instrumento del imperialismo para mantener a las sociedades fragmentadas, divididas en mil pedazos; convierte a las sociedades en sociedades impotentes para resolver los problemas y defender sus intereses.

Un país fragmentado en 10 pedazos es el país perfecto para dominarlo, para sojuzgarlo, porque no hay una voluntad de la nación, ya que la voluntad de la nación se divide en muchos fragmentos, el esfuerzo de la nación se divide en muchos fragmentos, las inteligencias todas se dividen, y lo que tiene es una pugna constante e interminable entre los fragmentos de la sociedad.

Un país del Tercer Mundo no se puede dar ese lujo. Realmente se lo dan muchos, claro que hace rato que se lo vienen dando, y hace tiempo que gran parte de ellos están subyugados y dominados.

(…)

De modo que tengo la más profunda convicción de que la existencia de un partido es y debe ser, en muy largo período histórico que nadie puede predecir hasta cuándo, la forma de organización política de nuestra sociedad. Son dos convicciones profundas”.

II

Es imposible en un evento como este no hablar también de los aportes del Comandante en Jefe, a la unidad de las fuerzas progresistas y de izquierda en el mundo desde los momentos iniciales de la Revolución, en especial su contribución a la lucha por la integración de América Latina y el Caribe.

En su concepción revolucionaria, Fidel siempre vio el proceso cubano, como parte de una Revolución mayor, la que debía acontecer en toda América Latina y el Caribe. De ahí su constante solidaridad y apoyo a los movimientos de liberación en la región y denuncia a la injerencia yanqui.

Esa posición partió en primera instancia de un sentimiento de identidad y de ineludible deber histórico, pero también como una necesidad estratégica para la preservación y consolidación de la Revolución Cubana.

Apenas 23 días después de alcanzado el triunfo revolucionario del 1ro de enero de 1959, en discurso pronunciado en la Plaza del Silencio en Caracas, Fidel lanzó su convocatoria a la unidad de los pueblos latinoamericanos y caribeños: “¿Hasta cuándo vamos a permanecer en el letargo? ¿Hasta cuándo vamos a ser piezas indefensas de un continente a quien su libertador lo concibió como algo más digno, más grande? ¿Hasta cuándo los latinoamericanos vamos a estar viviendo en esta atmósfera mezquina y ridícula? ¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos? ¿Hasta cuándo vamos a ser víctimas de intereses poderosos que se ensañan con cada uno de nuestros pueblos? ¿Cuándo vamos a lanzar la gran consigna de unión? Se lanza la consigna de unidad dentro de las naciones, ¿por qué no se lanza también la consigna de unidad de las naciones?

Algunos de los discursos de Fidel llegaron a ser programáticos en la lucha antiimperialista en el continente, la Segunda Declaración de La Habana, el 4 de febrero de 1962, ante más de un millón de cubanos congregados en la Plaza de la Revolución José Martí, uno de los documentos más trascendentales de la historia de la Revolución Cubana y de las luchas de los pueblos Nuestra América, muestra la vocación unitaria de Fidel desde una perspectiva amplia y diversa:

“El divisionismo -producto de toda clase de prejuicios, ideas falsas y mentiras-, el sectarismo, el dogmatismo, la falta de amplitud para analizar el papel que corresponde a cada capa social, a sus partidos, organizaciones y dirigentes, dificultan la unidad de acción imprescindible entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros pueblos. Son vicios de crecimiento, enfermedades de la infancia del movimiento revolucionario que deben quedar atrás. En la lucha antiimperialista y antifeudal es posible vertebrar la inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación que unan el esfuerzo de la clase obrera, los campesinos, los trabajadores intelectuales, la pequeña burguesía y las capas más progresistas de la burguesía nacional. Estos sectores comprenden la inmensa mayoría de la población, y aglutinan grandes fuerzas sociales capaces de barrer el dominio imperialista y la reacción feudal. En ese amplio movimiento pueden y deben luchar juntos, por el bien de sus naciones, por el bien de sus pueblos y por el bien de América, desde el viejo militante marxista, hasta el católico sincero que no tenga nada que ver con los monopolios yankis y los señores feudales de la tierra.
Ese movimiento podría arrastrar consigo a los elementos progresistas de las fuerzas armadas, humillados también por las misiones militares yankis, la traición a los intereses nacionales de las oligarquías feudales y la inmolación de la soberanía nacional a los dictados de Washington”.

También hizo mucho el Comandante por la unidad dentro del campo socialista, cuando las contradicciones entre la URSS y China facilitaban el terreno al imperialismo:

“(…) entendemos nuestro deber luchar por la unidad dentro de los principios de la familia socialista, del campo socialista –expresó en discurso pronunciado el 2 de enero de 1963-. Esa ha de ser la línea de nuestro pueblo, la línea que traza la dirección política de la Revolución.
Son muchos los problemas y muy grandes las tareas que tenemos por delante; enfrentar al imperialismo primero que nada. En esa misma situación están otros muchos pueblos, en esa misma situación están los pueblos colonizados y sometidos al imperialismo.

Es por eso que resulta tan necesaria esa unión; es por eso que resulta tan necesario presentar a los imperialistas un frente unido. Y ese, estoy seguro que ha de ser el clamor de los pueblos amenazados, de los pueblos que luchan por su independencia, de los pueblos que luchan frente a las agresiones del imperialismo.

“A nuestro pueblo una orientación: que nuestra tarea es unir, dentro y fuera; eliminar todo lo que nos divida, dentro y fuera; luchar por todo lo que nos una, dentro y fuera. ¡La unidad dentro de los principios, esa es nuestra línea!”

Significativas fueron a su vez sus aportaciones a la unidad del Movimiento de Países No Alineados, cuando se pretendió enfrentarlo al campo socialista y se hablaba de los dos imperialismos, así como su mediación e incidencia para lograr la paz y el entendimiento ante conflictos surgidos entre sus miembros.

Fidel se caracterizó por hacer un análisis profundo de las coyunturas, de lo necesario y posible, y de ahí proyectar sus planes revolucionarios, no para quedar sujeto a las circunstancias, sino para lograr subvertirlas, convirtiendo el imposible en infinita posibilidad. Sobre su experiencia y criterios sobre el proceso de construcción de la unidad señaló Fidel a estudiantes chilenos de la Universidad de Concepción en 1971:

“Lo ideal en política es la unidad de criterios, la unidad de doctrina, la unidad de fuerzas, la unidad de mando como en una guerra. Porque una revolución es eso: es como una guerra. Es difícil concebir la batalla cuando se está en el medio de la batalla con diez mandos diferentes, diez criterios diferentes, diez doctrinas militares diferentes y diez tácticas. Lo ideal es la unidad. Ahora, eso es lo ideal. Otra cosa es lo real. Y creo que cada país tiene que acostumbrarse a ir librando su batalla en las condiciones en que se encuentre. ¿No puede haber una unidad total? Bueno, vamos a buscar la unidad en este criterio, en este otro y en este otro. Hay que buscar la unidad de objetivos, unidad en determinadas cuestiones. Puesto que no se puede lograr el ideal de una unidad absoluta en todo, ponerse de acuerdo en una serie de objetivos.

El mando único —si se quiere—, el estado mayor único, es lo ideal, pero no es lo real. Y, por lo tanto, habrá que adaptarse a la necesidad de trabajar con lo que hay, con lo real.”

Esa capacidad de pensar siempre de manera dialéctica y creadora siguió acompañando a Fidel hasta sus últimos momentos de existencia. En un momento que había que partir de lo real sin perder el horizonte estratégico, como en 1994, expresaría Fidel en el Cuarto Encuentro del Foro Sâo Paulo, efectuado en La Habana:

“Qué menos podemos hacer nosotros y qué menos puede hacer la izquierda de América Latina que crear una conciencia en favor de la unidad? Eso debiera estar inscrito en las banderas de la izquierda. Con socialismo y sin socialismo. Aquellos que piensen que el socialismo es una posibilidad y quieren luchar por el socialismo, pero aun aquellos que no conciban el socialismo, aun como países capitalistas, ningún porvenir tendríamos sin la unidad y sin la integración”.

Al producirse el derrumbe del campo socialista, la vocación integracionista de Fidel lejos de amedrentarse se hizo volcánica, siendo los años 90 del pasado siglo y los primeros años del actual, de los más activos de su proyección latinoamericanista y de la búsqueda de la unidad de todas las fuerzas progresistas y de izquierda a nivel mundial.

Fueron notables sus aportes en la creación del Foro de Sao Paulo, la denuncia activa en todos los foros internacionales de los efectos nocivos del neoliberalismo, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la derrota del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), iniciativa propuesta por el gobierno estadounidense para afianzar su dominio económico y político en la región, la creación de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad, entre otros, compartidos con importantes líderes regionales como Néstor Kichner, Ignacio Lula Da Silva, Evo Morales y Hugo Rafael Chávez Frías.

En el 2011, nacería en Caracas, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y con ello el sueño más preciado de Fidel y, por tradición, de Martí, Bolívar y otros próceres de Nuestra América se hacía realidad. El hecho constituyó el punto más elevado alcanzado en 200 años de historia en cuanto a la unidad y la integración de Nuestra América, pero ha llegado nuevamente el momento de pasar a la ofensiva, después de mas de una década de resistencia a los avances de la contraofensiva imperial y oligárquica.

Ante los peligros que hoy amenazan a la humanidad: el auge inusitado de tendencias neofascistas, guerras culturales, híbridas y de cuarta generación, peligro de conflicto nuclear, crisis económicas y alimentarias, daños irreversibles al medio ambiente, pandemias, y un largo etcétera, la potencia líder del sistema imperial en decadencia arremete con más fuerza que nunca y sin ropaje alguno contra todo lo que puede representar un desafío a su hegemonía. Ante esta realidad solo es honrado luchar, pero solo unidos podremos sobrevivir y vencer. Como hemos planteado este fue la bandera levantada, defendida y mantenida por el líder de la Revolución Cubana.

Después de hacer este amplio recorrido pudiéramos entonces preguntarnos ¿Cómo superar las trampas de la doctrina sin abandonar la teoría? ¿Cómo articularnos sin perder la identidad, ni perdernos en las diferencias? Creo que Fidel nos legó a todas las fuerzas revolucionarias y de izquierda, un pensamiento, una obra y un ejemplo, para dar respuesta a estas interrogantes, que constituye referente no solo para los cubanos, sino para los que luchan en cualquier lugar del mundo. Hacerlo de forma dialéctica y creadora, sería también el mejor homenaje que pudiéramos ofrecer a Fidel.

¡La unidad en la lucha antiimperialista continúa siendo nuestra mejor táctica y estrategia para la victoria¡

Muchas gracias

Por REDH-Cuba

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