La colonización hay que verla o hay que entenderla como un momento de la hegemonía. O sea, forma parte de la disputa por la hegemonía entre un proyecto capitalista hegemónico a nivel global y diferentes proyectos que intentan vías de desarrollo no capitalista o vías de desarrollo soberano dentro del capitalismo y que adversan de alguna manera esa hegemonía. Pero esa hegemonía descansa en estructuras de reproducción simbólica y de reproducción en las conciencias que son las más difíciles de extirpar. En Cuba, la historia de la Revolución Cubana es la evidencia de eso. Sesenta y cinco años después de haber derrotado las estructuras de dominación del gran capital sobre el país, seguimos teniendo que dar a brazo partido la batalla contra las formas de conciencia que sustentaron estas estructuras de dominación y que a su vez las sustentan y crean las bases para su futuro desarrollo.


(Intervención realizada en el panel sobre Colonización cultural organizado por la Editorial Nuevo Milenio y la Universidad del Partido “Ñico López” en el marco de la Feria Internacional del Libro 2024 en La Habana)

Muy agradecido con los compañeros y compañeras de la Universidad del Partido por la invitación. Las intervenciones que me han precedido han sido bastante exhaustivas y bastante detalladas, entonces me voy a limitar a apuntar algunas ideas que no pretenden agotar el tema, pero que sí pueden de alguna manera contribuir a recalcar algo que ha estado en todas las intervenciones, que es la importancia de este tema.

A veces tomamos determinados temas, determinadas ideas, y las insertamos de tal modo en el discurso público que se vuelven una cantinela y pierden fuerza y relevancia. Es el caso del tema de la descolonización. Se habla tanto de la descolonización que pareciera que no es un problema o pareciera que nos impide calibrar el problema en su total dimensión.

La colonización hay que verla o hay que entenderla como un momento de la hegemonía. O sea, forma parte de la disputa por la hegemonía entre un proyecto capitalista hegemónico a nivel global y diferentes proyectos que intentan vías de desarrollo no capitalista o vías de desarrollo soberano dentro del capitalismo y que adversan de alguna manera esa hegemonía. Pero esa hegemonía descansa en estructuras de reproducción simbólica y de reproducción en las conciencias que son las más difíciles de extirpar. En Cuba, la historia de la Revolución Cubana es la evidencia de eso. Sesenta y cinco años después de haber derrotado las estructuras de dominación del gran capital sobre el país, seguimos teniendo que dar a brazo partido la batalla contra las formas de conciencia que sustentaron estas estructuras de dominación y que a su vez las sustentan y crean las bases para su futuro desarrollo.

Mientras tomaba algunas notas, recordaba una novela de un excelente escritor norteamericano, Cormack McCarthy, una novela que se llama La Carretera. Tiene una película del año dos mil nueve, protagonizada por Viggo Mortensen. La novela y la película no son malas, es la historia de un padre y un hijo que avanzan por una de las grandes autopistas de los Estados Unidos, enfrentados a la realidad de un mundo apocalíptico donde no sabemos qué pasó, pero se ha destruido la humanidad y los sobrevivientes se agrupan en diversas formas, desde pandillas de caníbales que andan deambulando por las principales avenidas buscando carne humana fresca, hasta otras diferentes formas de organización social.

Es bastante pesimista y no es un argumento nuevo. El cine contemporáneo está lleno de distopías posapocalípticas. Pero lo interesante, no de esta película, sino de este ejemplo y de este fenómeno, es que sirven para sustentar una de las afirmaciones que demuestra hasta qué punto la colonización, entendida como la capacidad hegemónica de un sistema de reproducirse y normalizarse en las conciencias, es tal que, como afirma una vieja sentencia presente en el pensamiento social desde la década de los noventa, nos es más fácil pensar el fin de la humanidad que el fin del capitalismo.

El otro día conversando con unos amigos, notábamos un hecho interesante y es que nos era más fácil pensar que una vez rotas las capacidades de reproducción de la vida en el planeta íbamos a resolver ese problema con algún desarrollo tecnológico que nos permitiera reproducir la vida en otro planeta, que pensar en una solución aquí y ahora. O sea, era más fácil pensar en un deus ex machina científico salvador, que pensar que de alguna manera íbamos a quebrar esta absurda lógica de reproducción del sistema que está destruyendo todo a su paso.

¿Por qué pasa eso? Bueno, porque el capitalismo y la colonización cultural, que es un fenómeno que va más allá de Cuba, o sea, la batalla nuestra es un momento de una batalla mucho mayor, descansa sobre estructuras de dominación ideológica que tienen en las industrias culturales uno de sus pilares fundamentales. En su libro de los años cuarenta, Dialéctica de la Ilustración, Adorno y Horkheimer, caracterizaban estas industrias culturales y hablaban de algo interesante, hablaban de cómo la Ilustración fue un fenómeno esencialmente antimitológico. La Ilustración arremetió contra las principales estructuras mitologizadoras de la dominación del feudalismo o de la monarquía sobre la sociedad francesa y europea de los siglos XVII y XVIII. Pero la gran ironía es que una vez convertida la burguesía en clase dominante, estas mismas estructuras desmitologizadoras se convirtieron en creadoras de mitos, en refundadoras de los mitos burgueses contemporáneos, como el mito de la democracia burguesa y la libertad burguesa.

Y es muy interesante ver cómo en su proceso de reproducción simbólica estas estructuras apelan a formas mitológicas que son tan antiguas como la humanidad. Un ejemplo muy interesante es la hemorragia de películas de superhéroes o de películas posapocalípticas donde el héroe llega a salvarnos, que es una recurrencia de algo que la antropología, ya tiene estudiado exhaustivamente desde el siglo XX, sobre todo Mircea Eliade y Joseph Campbell tienen libros excelentes, Joseph Campbell sobre todo, sobre el mito del héroe. O sea, este individuo que pasa por una serie de tareas y retos para cumplir una misión individual, que es una misión además que adquiere repercusiones globales, nos salva a todos, se sacrifican para salvarnos a todos de alguna manera.

En ese mito del héroe rescatado por estas industrias culturales está inserto un proceso de reivindicación de algo que a la ideología liberal dominante le es muy caro, que es la reivindicación del individuo. Estas ideologías no solo nos inoculan de la convicción de que no hay salvación social para los problemas, sino que hay individuos salvadores. Donald Trump va a salvar a la Norteamérica desgarrada por sus conflictos, por ejemplo. Los individuos son los salvadores, no la sociedad, no las relaciones sociales.

Pero además, nos convencen de que el individuo es el máximo responsable de todos los procesos que le afectan. Incluso es el máximo responsable de todos los procesos que afectan a la humanidad en su conjunto. O sea, el planeta se está muriendo porque los que estamos aquí y el resto de los individuos que componen la especie, tiramos bolsas plásticas o encendemos el aire acondicionado todo el día o somos desconsiderados en nuestra huella ecológica. Y así se individualiza una responsabilidad que es colectiva y, segundo, se invisibiliza a los grandes responsables. Porque por muy irresponsables que seamos en el uso del agua, por ejemplo, a nivel individual, es difícil que sequemos o contaminemos irreversiblemente un manto freático, o un río, o cualquier otro cuerpo de agua. Ahora, una fábrica de Coca-Cola sí lo puede secar o contaminar irreversiblemente. Se estima que para cada litro de Coca-Cola consume ocho litros de agua para producirse. Además de que genera una diabetes maravillosa para cualquier consumidor regular.

Entonces, esta individualización es una individualización que busca insertar en nosotros lo que Mark Fischer llamaba “realismo capitalista”. El “realismo capitalista” no es más que esta aceptación de que no hay otra alternativa, como decía Margaret Thatcher. Ni siquiera podemos decir como Cándido que estamos en el mejor de los mundos posibles, estamos en el único mundo y la única alternativa es resolver individualmente los problemas en lo que llegamos a algún punto que es indefinido.

Entonces se privatizan cuestiones que son sociales y empiezan a darse como pandemias fenómenos que son resultado de esta privatización. Fischer ponía el ejemplo de la pandemia de la depresión, como resultado de la privatización del dolor. Cómo en las sociedades más ricas e industrializadas, los índices de personas que necesitan atención psicológica para tratarse de depresiones crónicas han aumentado sustancialmente. Ahora en los Estados Unidos está la famosa crisis de los opiáceos, que son personas que no pueden funcionar si no consumen ningún tipo de medicamento que de alguna manera acalle la angustia terrible que sienten o el padecimiento crónico que no pueden atenderse por cuestiones económicas.

Bueno, todo eso es responsabilidad tuya como individuo. ¿Por qué? Porque tu trabajo es un trabajo precario, no porque se haya precarizado el trabajo para que las multinacionales aumenten sus ganancias. Se ha precarizado porque tú no has sido capaz y no te has preparado lo suficiente para obtener un mejor trabajo. Están desplazando hacia el individuo responsabilidades que son colectivas, que son de la sociedad y que solo se pueden resolver socialmente. Y eso también es un momento de la colonización. Y eso también es un momento de la batalla cultural que tenemos que dar, que es la vieja dialéctica social entre el individuo y lo colectivo, entendiendo que somos ante todo seres sociales. Todas las soluciones individuales a nuestros problemas se dan en marcos sociales. No hay otra manera. Y si se deteriora lo social, se deteriora lo individual. Y parte del resquebrajamiento de un determinado bienestar social que teníamos en Cuba, sobre todo en materia de seguridad y demás, tiene que ver también con el resquebrajamiento que están teniendo las estructuras sociales y las construcciones colectivas para darle respuesta a ese tema.

Entonces, toda esta estructura de dominación tiene un momento fundamental en la batalla por la cultura y la batalla por el sentido común. ¿Por qué? Porque el momento cúspide de la hegemonía de un sistema es cuando verdades ideológicas las aceptamos como verdades pre-ideológicas que están en el sentido común. Cuando aceptamos una afirmación sin pensar que esa afirmación puede tener un sustento ideológico, que puede estar reproduciendo una estructura de dominación de un sistema. Ejemplo práctico. El pobre es pobre porque quiere, porque no se esfuerza lo suficiente, porque no es capaz de madrugar. Y realmente cuando uno le lleva la vida a punta de lápiz, se encuentra con gente muy trabajadora y que no les da la cuenta para llegar a fin de mes, porque el pobre no es pobre porque quiere. No es una cuestión individual, es una cuestión social.

La pobreza es una cuestión social que no depende de que sean vagos y duerman a la mañana. Depende de que las relaciones de distribución, de producción, la creación de oportunidades está rota en una sociedad determinada o no está funcionando como debe funcionar. Entonces, cuando un sistema logra convertirse en sentido común o normalizar como sentido común un grupo de relaciones sociales, ese sistema está en uno de los picos de su hegemonía.

¿Cuál es la principal arma que tenemos para esa batalla?

Bueno, la principal arma forjada por el pensamiento crítico, y aquí soy un poco reduccionista, pero también el tiempo actúa en mi contra, es la sospecha. O sea, es sembrarnos la convicción de que no todo puede ser como nos dicen y de que lo que se presenta como un camino de un solo sentido puede ser realmente una autopista con muchas vías que llevan a resultados diferentes o resultados similares, pero que no hay necesariamente que transitar por un mismo camino.

Fíjense al punto que llega esto, que la arquitectura política y económica del mundo después de la Segunda Guerra Mundial fue construida por las potencias vencedoras. Los gringos se llevaron a los representantes de los principales países de Europa Occidental, los reunieron en un complejo hotelero en Carolina del Norte, que se llama Bretton Woods, y los tuvieron veintidós días hasta que aceptaron la lógica de cómo iba a funcionar el mundo, acorde con el manual de los grandes vencedores que fueron los Estados Unidos, que no pusieron más muertos, pero sí fueron los grandes fortalecidos económicamente.

Y sobre ese patrón se erigió toda una concepción de lo que es el desarrollo, en la cual la noción de desarrollado o subdesarrollado depende del grado de desarrollo y la capacidad de cada país de desarrollar las relaciones capitalistas de producción a su interior. Entonces, no hay otra vía de desarrollo posible. No existe otra. O transitamos el camino del capitalismo o seremos subdesarrollados. Y el Che se burlaba a la imagen de subdesarrollado en su Discurso a la Tricontinental cuando decía que es un subdesarrollado: “es un enano cabezón con el vientre ancho y las extremidades cortas.”

Un primer acto de subversión ahí sería pensar, ¿será que hay solo un camino de desarrollo posible y pasa por el capitalismo? ¿Habrá otras vías de desarrollo postcapitalista? Sería ir incluso con toda una tradición determinista dentro del propio marxismo. Pero tenemos la bendición de Marx. Marx en los años setenta y ochenta del siglo XIX arremetió muy fuerte contra los discípulos de su teoría. Incluso dijo que no era marxista porque se dio cuenta que había una osificación de su pensamiento. Pero además en su intercambio con los revolucionarios rusos fue muy enfático en decir que eso de que había que transitar por el capitalismo como premisa para llegar al socialismo solo era aplicable en el estudio de la experiencia muy concreta de Europa Occidental donde se estaba dando ese proceso. Pero no tenía por qué ser así, por ejemplo, para Rusia. Una revolución en Rusia podía poner patas arriba todo el orden establecido y empezar a construir un orden nuevo sin necesidad de pasar por la fase burguesa.

Esa capacidad de pensar fuera de la cajita mental que nos han diseñado, que implica someter a crisis los conceptos, porque los conceptos son cajas, y si la caja es pequeña, el contenido que le cabe es estrecho. Y tratar de armar nuestra cabeza, nuestras ideas, del modo amplio y heterodoxo posible, es una forma de lucha contra la colonización.

Ahora ¿cuán importante es la lucha contra la colonización para Cuba y la Revolución Cubana?

Creo que para Cuba es fundamental la batalla por la colonización porque se inserta en la disputa entre socialismo y capitalismo, entendida para mí como la disputa en el caso de Cuba entre un proyecto soberano y de justicia social que solo se ha realizado en el caso de Cuba históricamente en el marco de un proyecto socialista.

Y cabría preguntarse para el debate si hubiera sido viable en el marco de un proyecto capitalista de nación un proyecto soberano de justicia social. Entendiendo que el capitalismo se articula con redes internacionales y para nosotros eso implica la entrada nuevamente del gran capital norteamericano, porque si algo no va a hacer un capitalista jamás es renunciar a fuentes de capital donde quiera que ellas estén.

Para mí esa disputa es fundamental porque es la disputa entre el proyecto soberano y de justicia social que solo lo hemos logrado con la revolución socialista del 59. Socialismo, además, que no es para nada impuesto ni es una cosa surgida de cerebros trasnochados, sino que es la fusión de una generación que en los años treinta era profundamente martiana y encontró en Marx herramientas revolucionarias que empastaban totalmente con lo que habíamos heredado del pensamiento liberal y libertario del siglo XIX, cuyo proyecto fracasó porque fueron incapaces los principales líderes que quedaban vivos en 1898 de ver con la lucidez antiimperialista de un Martí los peligros que entrañaba cualquier alianza con los Estados Unidos.

El socialismo en Cuba es resultado de una evolución de un proyecto, incluso es resultado de ahogarse el proyecto liberal reformista de Eduardo Chibás y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) cuando este se dio un pistoletazo en vivo en la radio delante de millones de personas, ahogado de impotencia ante el orden de cosas existentes en el país. Lo cual es el equivalente a ir hoy a un programa de TV de alta audiencia y darse un tiro en vivo. Eso era la radio en ese momento, era el gran medio de comunicación. Eso radicalizó irreversiblemente a esa generación, la de Fidel, y le hizo entender que por la vía del liberalismo y del reformismo no había posibilidad de un proyecto soberano de justicia social.

Y eso nos lo estamos jugando aquí. Toda la apertura hacia el sector privado, que la entiendo por la escasez de recursos propios, por la incapacidad de generar las fuerzas productivas que necesitamos para producir una riqueza que podamos distribuir, debe venir aparejado también con un blindaje político e ideológico, con la búsqueda de formas no capitalistas.

Yo siempre me acuerdo del discurso de Lenin en el año 1921, cuando él presentó la NEP (Nueva Política Económica), donde él explicaba las razones que determinaban esas medidas y, sorprendentemente, no son las mismas las condiciones, pero algunas cosas se parecen. Lenin luego de anunciar las medidas, decía también que, al mismo tiempo, el poder soviético iba a apostar por las cooperativas. E iba a demostrar la superioridad de las formas de producción no capitalistas, para poco a poco a ir migrando hacia esas formas de producción. Esa búsqueda anticapitalista tiene que estar.

Porque si no, el capitalismo, las relaciones capitalistas, aunque sean a pequeña escala, se articulan con sus hermanas mayores a nivel internacional, se articulan con la lógica discursiva a nivel mundial y se puede vaciar de sentido el sacrificio de un pueblo durante sesenta y cinco años.

Es un problema cultural y de educación popular. Mucho antes de que Pablo Freire hablara de educación popular, ya Fidel ejercía masivamente la educación popular cuando reunía a dos millones de cubanos en la plaza durante ocho horas y les explicaba minuciosamente por qué se daba cada paso de la Revolución. Es la demostración de cómo se convierte un instinto revolucionario en una fuerza, cómo se convierte un sujeto que es instintivamente revolucionario en un sujeto revolucionario consciente y activo del proceso de cambio, lo cual no está ganado de una vez y para siempre. El sujeto revolucionario que se construyó en los sesenta hubo que reconstruirlo en los setenta, y hubo que sacudir la mata en los ochenta y reconstruirlo, y hubo que reconstruirlo en los noventa y hay que reconstruirlo hoy, porque con el instinto revolucionario nada más no basta. El instinto revolucionario es el carbón que en las condiciones adecuadas arde y es una poderosa fuente de energía. Pero no quiere decir que necesariamente arda.

Al no tener a Fidel, desgraciadamente, es una responsabilidad colectiva desde los más altos hasta los más bajos, lograr que siga teniendo sentido revolucionario el sacrificio colectivo que como pueblo estamos haciendo. Que no se basa solo en resistir. Uno resiste, pero resistir es una precondición para algo. Yo resisto porque creo que es alcanzable una Cuba mejor en mi tiempo de vida. Porque además, los occidentales lo planificamos en el tiempo de vida de una persona. Yo creo en el socialismo porque creo que es un proyecto viable en mi vida y que es algo que si no lo voy a construir se lo voy a dejar adelantado a mi hija.

Y es un tema además de supervivencia de la nación como proyecto independiente en la conciencia de los individuos. ¿Por qué digo esto? Tenemos un ejemplo histórico cercano de un proyecto alternativo que perdió la batalla cultural, la Unión Soviética. En los años cuarenta la CIA trazó un plan para trabajar con esa izquierda no comunista que podía usarse como ariete en contra del proyecto socialista. Y esa izquierda se fue conectando con sectores artísticos, intelectuales, científicos, dentro de la URSS, que coincidió además con un proceso de mucho deterioro ideológico dentro del país, porque la etapa de Jruschov fue una etapa de una apertura crítica, donde se aspiró a competir en materia de consumo con el capitalismo, una cosa aberrante, porque nuestro proyecto es otro. Si ganamos la batalla del consumo, no vamos a ser socialistas, vamos a ser un país capitalista superior a los Estados Unidos. Eso tenemos que tenerlo claro, no va por ahí nuestra batalla.

Hay una investigadora británica que se llama Francis Stonor Saunders, que tiene un libro maravilloso que se llama La CIA y la Guerra Fría Cultural, que detalla la operación de penetración y subversión ideológica realizada por la CIA en la URSS. El resultado final fue que los soviéticos perdieron la batalla cultural. El proyecto soviético se vació de sentido para los soviéticos.

Al punto de que en mil novecientos noventa y uno, en marzo o abril, no recuerdo la fecha, hicieron una encuesta entre los pueblos soviéticos y el setenta por ciento de la población dijo que quería que continuara la Unión Soviética. Pero no movieron un dedo. Claro, ¡qué fractura entre el poder y el proyecto! ¡Qué fractura entre los dirigentes y los dirigidos! Para que un pueblo vea cómo se derrumban setenta años de historia desde las gradas.

Hay dos ejemplos que prueban cuánto se vació de sentido. Pero no sólo cuánto se vació de sentido, sino cómo el capitalismo humilla a los vencidos.

En el año noventa y siete, Gorbachev firmó un comercial de Pizza Hut. En la breve secuencia de video lo vemos entrando con su sobrinita o su nietecita, una niñita preciosa, a comer a un local de Pizza Hut convenientemente abierto, además, en la Plaza Roja, para que el simbolismo fuera completo. Y la gente está discutiendo: “este fue el que destruyó el país”, “no, él hizo las reformas que hacían falta.” Y de pronto empiezan a comer Pizza Hut y todo se resuelve. Porque con Pizza Hut vivamos en el sistema que vivamos, todos somos felices.

Y este comercial se grabó con el último Primer Secretario del partido comunista de la segunda potencia nuclear y gran vencedora de la Segunda Guerra Mundial. Le pagaron como cinco o seis millones. Todo el mundo tiene su precio. Evidentemente, el de él no era alto. Pero a los vencidos los humillan. Siempre los humillan.

Y voy a cerrar. Yo creo que el costo de perder esta batalla cultural, puede ejemplificarse magníficamente con una película soviética de los años noventa. Se llama La película de Ana, de Nikita Mijalkov. Mijalkov, que no es un cineasta para nada socialista, comenzó a robarse a principios de los ochenta segmentos de rollo y grababa lo que estaba pasando en el país. Bueno, ustedes saben, fue una etapa en que murieron tres secretarios generales uno atrás del otro. Luego el entusiasmo de la reforma de Gorbachov y la decadencia ideológica y política de la etapa final, con el Konsomol organizando concursos de belleza.

Él iba filmando lo que iba pasando e iba siguiendo el desarrollo de su hijita Ana. Y hay una pregunta que él le hace recurrentemente a Ana en diferentes momentos de la película: ¿Qué es Rusia para ti? Lo cual, trayéndola a Cuba, lo podemos traducir como ¿qué es la Patria para ti? Y Ana, en diferentes etapas, le va dando desde explicaciones más infantiles hasta explicaciones un poco más elaboradas, más maduras. La película creo que es del año noventa y tres, así que la última parte debe ser filmada en el año noventa y uno o noventa y dos, creo que noventa y dos. Él le pregunta a Ana por última vez, ¿qué es Rusia para ti? Ana se queda en silencio unos segundos y rompe a llorar.

Ahora bien, el llanto de Ana puede tener tantos significado como espectadores. Para mí, el llanto de Ana es un símbolo de cómo a una generación le duele su patria precisamente porque se la han vaciado de sentido. ¿Qué es Rusia para ti? Un dolor, nada más. Y a los patriotas la patria les duele. Lo que pasa es que cuando son revolucionarios, organizan el dolor y lo convierten en energía sinética.

Pero para mí el llanto de Ana es uno de los mayores peligros que puede enfrentar cualquier patriota cubano. De hecho, la crisis ha hecho que varias generaciones se cuestionen algunos de los sacrificios que hicieron, lo cual es triste. Puede vaciar de sentido un proyecto mucho más grande, un proyecto mayor, y yo creo que ese es el gran peligro que subyace.

Para no cerrar con pesimismo, hay un verso que le gustaba mucho a Camilo que sintetiza otro espíritu. El espíritu de un pueblo que ha construido su identidad en la lucha, que está dispuesto a sostener la lucha en las más difíciles condiciones, y que está dispuesto a llevar esa lucha hasta las últimas consecuencias con tal de no renunciar a nada de lo que se ha ganado, aunque lo que se ha ganado a veces los árboles de la crisis económica impidan verlo.

Y en ese famoso verso de Bonifacio Byrne en su poema Mi bandera, escrito al regresar del destierro, donde dice:

Si desecha en menudos pedazos,/

llega a ser mi bandera algún día,/

nuestros muertos alzando los brazos/

la sabrán defender todavía.

 

Por REDH-Cuba

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