Harán ocho meses ya del que califica como uno de los genocidios más crueles y dolorosos que ha debido presenciar esta humanidad.
Cada cifra que hasta hoy se recoge sobre el crimen avergüenza, lacera el alma, pero, indiscutiblemente, aquella que habla de más de 15 000 niños asesinados es la más terrible de todas, sin contar a los huérfanos, mutilados ni los que hoy se debaten entre la vida y la muerte en hospitales que, a duras penas, siguen abiertos, carentes de personal, insumos y condiciones indispensables.
Probablemente, aun conociendo el historial del régimen sionista, su persecución y acoso indiscriminados contra el pueblo palestino, y el apadrinamiento siempre fiel de los señores de la guerra, nadie imaginó las proporciones que podía alcanzar esta escalada de violencia contra la Franja de Gaza, con un pretexto tan trillado ya en el orden injusto de los conflictos bélicos, como es el de combatir a una organización terrorista.
En estos meses hemos visto lo inimaginable en materia de hipocresía, abuso de poder, irrespeto al derecho internacional, a los mecanismos establecidos para la protección a civiles inocentes. Hemos visto a una onu maniatada, cuyo Consejo de Seguridad ha sido incapaz de frenar el crimen, una Corte Suprema Internacional con fallo ambiguo que, unido al apoyo servil de otros aliados, han dejado a millones de personas en estado de desamparo, no solo frente a los bombardeos, sino frente al hambre y la falta de agua potable, causa también de otras innumerables muertes.
Sin embargo, aunque parezca increíble, algo hermoso y conmovedor ha brotado a raíz de esta injusticia; algo mucho más poderoso que los conflictos étnicos, religiosos y políticos; algo sin idioma ni país de origen; algo llamado solidaridad.
Lo cierto es que, a riesgo de sus vidas, muchas de ellas perdidas, profesionales de los medios de prensa presentes en la zona de conflicto comenzaron un empeño que, rápidamente, adquirió cuerpo y se extendió por todo el mundo. Darle voz a Palestina, sacarla de las garras del silencio, ponerle rostro a la verdad, humanizar el dolor ha sido la única arma, y la más efectiva, con la que han contado los hijos de esa sufrida tierra.
Ni siquiera la manipulación mediática, el asesinato de corresponsales, el bloqueo de cuentas y perfiles en redes sociales han podido impedir que la verdad se abra paso, y que etiquetas como #FreePalestine, #IsraelIsATerroristState, entre otras, sean multiplicadas diariamente por millones de personas en todo el mundo.
Pero en las redes no quedó la lucha. Muy pronto comenzaron las manifestaciones en las mayores ciudades del planeta; convocatorias internacionales han inundado las calles de banderas palestinas; estadios de fútbol, conciertos, han sido también espacios para la denuncia y el clamor de cese el fuego, y voces de reconocidos y prestigiosos artistas, intelectuales, deportistas, escritores, politólogos, por solo citar algunos ejemplos, se han involucrado en cuerpo y alma con la causa.
Dentro del propio Israel, algunos se han negado a ser cómplices inmóviles del crimen, y pese a brutales represiones policiales, han mantenido una postura acusatoria contra aquellos que tienen las manos manchadas de sangre inocente.
Palestina ha sido, sí, una gran derrota en muchos sentidos, otra bofetada a los sueños de un mundo mejor, pero ha sido la prueba irrefutable de que, por encima de las manipulaciones y los hegemónicos chantajes que se empeñan en dividirnos, la humanidad tiene causas comunes, y vale la pena luchar por ellas, levantarse por ellas, enfrentar por ellas gigantes y molinos.
Palestina es la lección de que siempre hay un lado justo, y de que, cuando sentimos como nuestro el dolor ajeno, estamos siendo humanos en el sentido más amplio y profundo de la palabra.
We will never stop sharing, y ojalá no sea solo en el espacio virtual. Ojalá que todo aquello que no pueden nuestros organismos internacionales, aquello que niegan los gobiernos serviles, aquello que la Policía reprime y las leyes prohíben en el país de «la libertad de opinión», lo logre la humanidad. Ese sería un día glorioso, aun cuando es un dolor tan hondo la causa del despertar.
Nunca he creído demasiado en eso de que no hay mal que por bien no venga, porque a veces el mal es tan grande que el bien que le sucede es incapaz de borrar sus huellas; pero salvo esas distancias, Palestina, Gaza, su pueblo, nos han devuelto de golpe el significado y el valor de aquella convocatoria guevariana a toda la humanidad: decir basta, y echar a andar.
Fuente: Granma