Pensando en las mujeres que sufren y enfrentan la agresión sionista en Oriente Medio, pensando en la resistencia…


Ya las fuerzas de inteligencia anduvieron preguntando por ti. Ya tuviste que decir a tus compañeros de trabajo que te dieran un instante, dos, tres, muchos, porque te estabas moviendo hacia un lugar seguro.

Ya probaste más de una vez la amargura de la madrugada bajo la lotería de las bombas, tan implacables las bombas, que cuando no te mataron, tampoco te dejaron dormir.

Ya fuiste a la ventana y viste los aviones y temblaste al escuchar el estruendo de su desplazamiento como fondo sonoro de un pensamiento para tu hija.

Ya maldijiste a los aviones, Dios mediante, para que temblaran más que tú, y te les quedaste mirando y les gritaste en una lengua que cuatro quintas partes del mundo probablemente no entiendan.

Ya mataron al nombre que habías escuchado cierta vez, también al rostro que varias veces viste pasar y solo sabías que pasaba, que probablemente pasaría de nuevo.

Pero también mataron a remitentes de historias cercanas, te crujieron los dientes y te diste la oportunidad de estar un rato con la cabeza entre los brazos y el torso desplomado sobre la mesa.

Ya te convirtieron en cenizas la casa y guardaste horas de silencio. La casa, también la casa. La casa que se parecía más a ti que tú. La casa y tú que ya no volverán a ser las mismas cuando se levanten, la casa y tú.

Ya te dijiste que tenías que levantar. Ya miraste alrededor y sentiste rabia, aunque también sentiste esa rara satisfacción de la suerte que se comparte, de la jodida suerte. Qué felicidad poder sentir la vulnerabilidad del común, de los y las comunes… pero qué dolor.

Ya te acordaste de aquel día perdido en el tiempo, cuando con cierta dosis de misericordia alguien probablemente te exhortó a escapar, a alejarte del ojo del huracán, de la pared del ojo.

De seguro te dijeron que todo era imposible y ¡que ya! ¡que perdimos! ¡que hasta cuándo! Que había que adaptarse y pensar en tu familia.

Ya te viste en el ahora y sentiste la existencia mundana y feliz de los puntos de no retorno y pensaste, otra vez pensaste, en la familia, y abrazaste a quien tenías a mano y te repetiste que adaptarse es una decisión política y que hay decisiones políticas que a estas alturas ya no encajan en ti.

Ya te dijiste que nada debería sorprenderte, que muy bien sabías lo que estabas haciendo, dónde estabas, para qué y por qué, lo que decías, la taxonomía precisa y filosa de esos sueños que te sacaban las lágrimas tan solo de esbozarlos con la boca.

“Con tantos palos que te dio la vida/ y aún no te cansas de decir: te quiero”, recuerdas que escribía aquel poeta extrañamente melancólico y terrible, perdido en el recuerdo hondo de los años.

Ya vuelves a pensar en el poeta y en aquello que decía de la libertad de canción bajo la lluvia, de girasol abierto en el alba de fábricas encendidas y escuelas iluminadas, de esa libertad, esta, que alumbra las pupilas hundidas, los pies descalzos, los techos agujereados y los ojos de los niños que deambulan en el polvo.

«Habrá que darlo todo, sí», te dices y alguien descubre cómo a tu silencio se le escapa una lágrima.

Fuente: AlmaPlus.TV

Por REDH-Cuba

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