Este 25 de noviembre se cumple el octavo aniversario de la desaparición física del Comandante en Jefe de la Revolución triunfante de Cuba. Es una fecha-pretexto para la evocación del recio y humano líder revolucionario. El hombre sobre el que se fraguaron más planes de atentados contra su vida y sobre el que hoy siguen los planes para asesinarlo simbólicamente. Le temen todavía los imperialistas, los liliputenses de pensamiento y los discapacitados de acción progresista o revolucionaria.

Para multiplicarlo, misión histórica de las generaciones de cubanas y cubanos, y me atrevo a decir, de los hombres y mujeres de bien y justicia de nuestro mundo, es que debemos conocerlo, estudiarlo más para comprenderlo mejor, y poder concluir su obra humana, de pan, justicia social y libertad para la humanidad.

Fueron el Che y su hermano Raúl quienes mejor le conocieron, quienes mejor le interpretaron y quienes mejor supieron materializar su pensamiento universal.

El Che, del que los sicarios mediáticos y “torquemadas” de la Historia, han pretendido, al igual que Fidel, seguirlo asesinando, nos legó cuatro testimonios de su identidad con el máximo líder comunista del proceso revolucionario y socialista en Cuba. El primero, fue su poema “Canto a Fidel”, en el que lo califica como: “ardiente profeta de la aurora”. Un poema escrito por el Che antes de partir a Cuba, en el Yate Granma, desde México, en 1956.

Otro testimonio está en su carta de despedida, leída por Fidel el 3 de octubre de 1965, durante la presentación del primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba, y mediante la cual explicaba la ausencia del Che en ese órgano de dirección partidista: “sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios… En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste… Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos… Hasta la victoria siempre. ¡Patria o Muerte! Te abraza con todo fervor revolucionario, Che”.[i]

El tercer testimonio, está en «Una Revolución que comienza», artículo publicado en la revista brasileña O Cruzeiro, en junio de 1959, el Che nos dejó pormenores de aquel momento que sería decisivo en el curso de la historia posterior de su vinculación con la lucha por la libertad de Cuba y que resulta un magnífico retrato de los sentimientos solidarios y la ética de Fidel Castro.

«… En ningún momento perdimos nuestra confianza personal en Fidel Castro. Y es que Fidel -subraya- tuvo algunos gestos que, casi podríamos decir, comprometían su actitud revolucionaria en pro de la amistad. Recuerdo que le expuse específicamente mi caso: un extranjero, ilegal en México, con toda una serie de cargos encima.

» Le dije que no debía de manera alguna pararse por mí la revolución y que podía dejarme: que yo comprendería la situación … también recuerdo la respuesta tajante de Fidel: ¡Yo no te abandono! Y así fue, porque hubo que distraer tiempo y dinero preciosos para sacarme de la cárcel mexicana. Esas actitudes personales de Fidel con la gente que aprecia son la clave del fanatismo que crea a su alrededor, donde se suma a una adhesión de principios, una adhesión personal, que hace de este Ejército Rebelde un bloque indivisible.»[ii]

Un cuarto testimonio, fue el que dejó sentado en el artículo «Cuba ¿Excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista?”:

“El primero, quizás, el más importante, el más original, es esa fuerza telúrica llamada Fidel Castro Ruz, nombre que en pocos años ha alcanzado proyecciones históricas. El futuro colocará en su lugar exacto los méritos de nuestro Primer Ministro, pero a nosotros se nos antojan comparables con los de las más altas figuras históricas de toda Latinoamérica”.

“Y, ¿cuáles son las circunstancias excepcionales que rodean la personalidad de Fidel Castro? Hay varias características en su vida y en su carácter que lo hacen sobresalir ampliamente por sobre todos sus compañeros y seguidores. Fidel es un hombre de tan enorme personalidad que, en cualquier movimiento donde participe, debe llevar la conducción, y así lo ha hecho en el curso de su carrera desde la vida estudiantil hasta el premierato de nuestra patria y de los pueblos oprimidos de América. Tiene las características de gran conductor, que sumadas a sus dotes personales de audacia, fuerza y valor, y a su extraordinario afán de auscultar siempre la voluntad del pueblo, lo han llevado al lugar de honor y de sacrificio que hoy ocupa”.

«Pero tiene otras cualidades importantes, como son su capacidad para asimilar los acontecimientos y las experiencias, para comprender todo el conjunto de una situación dada sin perder de vista los detalles, su fe inmensa en el futuro, y su amplitud de visión para prevenir los acontecimientos y anticiparse a los hechos, viendo siempre más lejos y mejor que sus compañeros. Con estas grandes cualidades cardinales, con su capacidad de aglutinar, de unir, oponiéndose a la división que debilita, su capacidad de dirigir a la cabeza de todos, la acción del pueblo, Fidel Castro hizo más que nadie en Cuba para construir de la nada el aparato hoy formidable de la Revolución cubana.»[iii]

Resumiendo lo que significaba Fidel para el Che, en una ocasión este expresó: “Y si nosotros estamos hoy aquí y la Revolución Cubana está aquí, es sencillamente porque Fidel entró primero en el Moncada, porque bajó primero del Granma, porque estuvo primero en la Sierra, porque fue a Playa Girón en un tanque, porque cuando había una inundación fue allá y hubo hasta pelea porque no lo dejaban entrar. Por eso nuestro pueblo tiene esa confianza tan inmensa en su Comandante en Jefe, porque tiene como nadie en Cuba, la cualidad de tener todas las autoridades morales posibles para pedir cualquier sacrificio en nombre de la Revolución”.[iv]

Los cubanos tenemos la suerte histórica de tener a Fidel. Eso no lo discute nadie. Sin embargo, pocas veces nos hemos detenido a pensar, en la suerte histórica de Fidel de haber nacido en Cuba, en el seno de un pueblo como el cubano y algo decisivo, en la época histórica que le tocó vivir y forjarse.

Eso explica el milagro. Es del vientre patriótico de este pueblo, que pudieron dar salir a la luz hombres y mujeres de la talla y alcance de Varela, Luz y Caballero, Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), José Antonio Aponte, Mariana Grajales, Carlos Manuel de Céspedes, Ana Betancourt, Ignacio Agramonte, Antonio Maceo, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Antonio Guiteras Holmes, Blas Roca Calderío, Jesús Menéndez, Lázaro Peña, la Generación del Centenario, con Raúl Castro, Abel Santamaría, Haydee Santamaría, Melba Hernández, Celia Sánchez, Vilma Espín, Frank País y Camilo Cienfuegos, por solo mencionar los más excelsos, dentro de una pléyade distinguida de combatientes y patriotas.

Ese pueblo, convirtió en leyendas a dos hijos nacidos en otras tierras de Nuestra América: Máximo Gómez, el Generalísimo, maestro de lucha e ideas independentistas de todos los principales jefes mambises que estuvieron bajo su mando y General en Jefe del Ejército Libertador. El otro, Ernesto Guevara, el Che. Y por supuesto, supo este pueblo “parir”, aupar y hacer posible el nacimiento de los dos hombres más grandes de su historia: Martí y Fidel.

Una mirada personológica a Fidel nos revela, lo que Martí definiría como “un hombre superior”. Un ser humano excepcional, que no es que carezca de defectos o ausencia de errores; sino que esas naturalezas humanas lo encumbraban, porque fue capaz de reconocerlas, autocriticárselas y tener una lucha permanente para que no predominaran en su conducta ni se impusieran a sus valores y virtudes, sobre todo, políticas y morales.

Dentro de esas cualidades destaco la audacia, posible en Fidel por su infinita confianza en sí mismo, pero sin subestimar nada ni a nadie, especialmente a los enemigos; confianza en el ser humano como individuo o convertido en colectivo, masas, pueblo, humanidad. Fidel fue audaz por su indoblegable confianza en el futuro.

La audacia de Fidel le permitió soñar con imposibles (a al revés), que lo fueron para la historia anterior a él y para sus contemporáneos. La audacia se sostenía en su quijotesca voluntad, disciplina férrea y consciente, en la inteligencia y el realismo de su permanente actuar y en sus convicciones para cumplir sus proyectos, para hacer realidad sus sueños, pero sobre todo los que nacían de las necesidades de justicia y bien para todos.

Fue un hombre audaz por su desprecio a la muerte, no temerle a ella, ni al error o al fracaso que provenían del trabajo, el combate o de la búsqueda de soluciones a los problemas del pueblo y la humanidad. Nunca temió a ser derrotado, no por ínfulas de invencibilidad (que nunca las tuvo), sino que solo concibió la derrota como acto de desmoralización, de incapacidad de luchar, de renuncia a vivir y de imposibilidad de vencer a las dificultades.

Otra cualidad que le distinguió fue su espíritu antidogmático. En más de una ocasión se autodefinió así. Su pensamiento era profundamente dialéctico, reforzado por el realismo y el sentido común. Basó y sometió sus tesis al juicio de la Historia, primero como suceso ocurrido y luego como acontecimiento probable; también encontró en la práctica revolucionaria el criterio valorativo y validante de las ideas, de los juicios, de los asuntos más polémicos, álgidos y discrepantes de la construcción revolucionaria y socialista de la nación.

Como Martí, no se reconocía soberbio para creer que, a pesar de su enorme influencia moral e histórica, pudiera convencer a todo el mundo; pero tampoco, se sentía lo suficiente humilde para creer que cualquiera pudiera convencerlo a él, y mucho menos con dogmas, con tesis preestablecidas o por opiniones descontextualizadas y cuestionables.

Fidel le prestó mucha atención a la autopreparación, de hecho, sus aportes (muchos de ellos significativos) en los campos del Arte Militar Cubano y Universal, en la agricultura, la ganadería, la biotecnología (como política de desarrollo de este campo de la ciencia), el turismo, el cuidado del medio ambiente, la política, la economía, la educación, la salud y la organización del Estado, el Partido y la sociedad, entre otros sectores sociales, fueron posibles por su autodidactismo. No los aprendió en ninguna escuela o Academia Superior, fueron frutos de su autoestudio, de una profunda observación de la realidad y de la personalidad humana, de someter toda información, dato, estadística, noticia o conocimiento a un riguroso análisis y también, fruto de la experiencia revolucionaria que acumulaba.

Resultado de la cualidad anterior fueron sus capacidades para prever y anticiparse a varios trascendentales acontecimientos. Es como decía el ex presidente argelino Abdelaziz Buteflika, que Fidel viajaba al futuro y regresaba al presente para contarlo.

Las tres “predicciones” más célebres fueron la caída del modelo socialista este europeo y la Unión Soviética, el acelerado deterioro del cambio climático y sus nefastas consecuencias para la existencia de la especie humana y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas de Estados Unidos con Cuba: “cuando llegara al Vaticano un Papa latinoamericano y fuera presidente de los Estados Unidos un hombre negro”, exactamente se dieron esas dos condiciones, y bajo la iniciativa y eficaz labor del Papa Francisco, el presidente negro Barack Obama, aceptó dar un giro a las relaciones con Cuba, favoreciendo una tímida “normalización”.

También sus dotes de conductor de pueblos, sus rasgos únicos de liderazgo, el magnetismo de su carisma para conducir a las masas populares. Fidel nació con capacidad para dirigir y no ser dirigido. Fue imposible subordinarlo a otro jefe o dirigente, y no fue por insubordinado, indisciplinado, incumplidor de órdenes o falta de modestia o humildad; todo lo contrario. Para poder dirigir a Fidel tendría que ver más que él, saber más que él en la conducción política y militar de un pueblo, contra enemigos tan grandes como la Dictadura de Fulgencio Batista y el Imperialismo norteamericano.

El rasgo más imperecedero de Fidel y el más cuidado por él fue la modestia. En una ocasión reveló nunca sentir odio por alguien. No conocía ni alimentaba ese sentimiento; pero sí un profundo rechazo y repulsión, después del imperialismo yanqui, a la vanidad, la ostentación, la inmodestia, la falsa modestia y a la autosuficiencia.

Criticó duramente a compañeros con esa nociva cualidad. El ser autosuficiente, a la larga subestima a los demás, se vuelve arrogante al considerarse superior y mejor a otros. Por tanto, menosprecia y minimiza a los demás, sus opiniones y actuaciones; dejan de reconocer las entregas y resultados de compañeros y colegas. Un arrogante con poder se convierte en un ser prepotente, y entonces tiende a avasallar a los demás. Las personas así, si no se corrigen a tiempo, van camino a la corrupción y otros terminan en las filas de la contrarrevolución.

Una séptima cualidad a destacar fue su capacidad para formar cuadros revolucionarios. Fue consciente de que la obra revolucionaria (“más grande que nosotros mismos”-dijo en 1959), tenía que ser conducida por cuadros ejemplares, llenos de valores morales y patrióticos; con preparación política e ideológica, técnico-profesional y una cultura general integral; con mucha sensibilidad ante los problemas del pueblo y la humanidad, y un alto sentido ético-humanista para luchar y conquistar toda la justicia social para Cuba y el mundo (“que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”- como definió en su concepto Revolución).

A esos cuadros les exigió consagración y compromiso con el pueblo. Quien se mostrara incapaz de cumplir sus tareas debía ser sustituido inmediatamente y darle paso a otro jefe más capaz.

Fidel fue un maestro de la comunicación político-ideológica. Su fuerza telúrica mostrada en sus largos y constantes intercambios con el pueblo (a todos los niveles: desde grandes concentraciones hasta maratónicos diálogos grupales e individuales de más de 10 horas) y en los modos sui géneris de transmitir sus ideas, le permitieron “armar” un algoritmo, que fue la clave, de su comunicación con el pueblo.

Fidel abordaba los asuntos más complejos, y a veces de difícil comprensión para la mayoría, en primer lugar informando, dando a conocer la noticia, el hecho, el suceso, luego sometía lo informado a un riguroso proceso de análisis, revelando causas, esencias, motivaciones, fines, metas, objetivos; las formas y maneras de abordar los sucesos, las posibles vías de solución de un problema, sus alternativas; con qué fuerzas y medios se debía disponer o cuántos hacían falta para intervenir en la solución de la problemática analizada; de qué tiempo se disponía para hacerlo, en qué contexto se realizaría, en qué lugar, con qué recursos financieros y materiales para ejecutarlos; en fin, no dejaba detalle por abordar, por aislado o simple que pareciera.

Luego del análisis, esclarecía cualquier duda, despejaba cualquier inquietud, evacuaba cualquier expectativa. Para lograr lo anterior, argumentaba hasta la saciedad. Le ponía fundamentación a cualquier tesis que abordaba. Ello le permitía desbaratar, si era caso cualquier intriga, mentira, chisme, confusión, rumor infundado o manipulación de la verdad.

El otro paso era orientar qué hacer y cómo hacerlo. Después se dedicaba a persuadir para luego convencer de la justeza de la tarea, de la nobleza de la misión, de la utilidad de la acción, de los beneficios morales y materiales del proyecto a asumir, construir o defender.

Posteriormente, dejaba como colofón ideológico, alimentado por toda la comunicación extraverbal, la transmisión de confianza en las propias fuerzas y en sí mismos; en lo que se construye y defiende; fe en la victoria, en la fuerza de la verdad y las ideas; en los valores que se defienden, en la patria, en la Revolución y en el socialismo.

Fidel, siempre dedicó un espacio para levantar el ánimo, alentar, incluso a los pesimistas y abatidos, para que se sumaran al proyecto revolucionario, y si eran incorregibles, que se apartaran o abandonaran la obra de la Revolución. Fidel motivaba, entusiasmaba e inspiraba.

Dejando todo listo para movilizar, comprometer, unir y vencer.

La novena y última calidad del líder revolucionario a destacar, es su capacidad para aglutinar al pueblo alrededor de la Revolución Socialista. Y la clave de su mérito está en la propia definición que dio de UNIDAD: “Para mí, unidad significa compartir el combate, los riesgos, los sacrificios, los objetivos, ideas, conceptos y estrategias, a los que se llega mediante debates y análisis. Unidad significa la lucha común contra anexionistas, vendepatrias y corruptos que no tienen nada que ver con un militante revolucionario”.[v]

Como dice constantemente, el General de Ejército Raúl, “Fidel es Fidel»

Notas:

[i] Carta de despedida del Che a Fidel. https://www.matcuer.unam.mx/~ansar/fotos/adios.html

[ii] El Che nos habla de Fidel. http://www.fidelcastro.cu/es/articulos/el-che-nos-habla-de-fidel

[iii] Ídem a la anterior.

[iv] Nikolai S. Leonov. “Raúl Castro. Un hombre en Revolución”. P. 265. Editorial Capitán San Luis. La Habana. 2015.

[v] Lula. Primera Parte. Reflexiones de Fidel. Tomo 5. Pp. 42-43. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado. La Habana. 2008.

Por REDH-Cuba

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