Inquieto, inventor, descubridor, el cubano puede hacer de este 2025 su mejor laboratorio. Tiene la patente de haber llegado hasta aquí a pesar de fuerzas adversas y muy poderosas. Científico por excelencia, puede creerse que ante sí se abren grandes oportunidades, y no por capricho.


 

Criatura insular; de corazón poético, sufrido, romántico, ingobernable, el cubano -desde que se adivinó a sí mismo- no ha protagonizado elección más sincera que estar dispuesto a morir si de vivir se trata.

Nada lo detiene en su avance de destino, ni siquiera el imperio moderno: es ese “Salve, César, los que van a morir te saludan”, enunciado a principios del siglo XXI por ese invencible gladiador llamado Fidel, que acompañado de su pueblo manifestó al adversario de siempre que nuestra suerte de seres dignos y libres ya estaba echada.

Aun con la gravitación terrible de un adversario obsesionado y que no descansa en su afán despreciativo y de destrucción, aun sabiendo que tal amenaza es el desafío más grave para los nacidos en la Isla, para los que aman su Isla, el cubano no deja de soñar y de esperanzarse; y cuando algunos piensan en el planeta que él está cansado, el cubano sale con otra marcha junto al mar -como la de este 20 de diciembre, liderada por Raúl y por Díaz-Canel-, para recordar a todos la actitud del gladiador.

Foto: Jose Manuel Correa

Mirando desde el azoro y la lágrima lo que ha pasado, por ejemplo, con la amada patria de Palestina, el cubano sigue sacando sus cuentas y transita amantísimo de un día al otro, sabiendo que más allá del mar está la mano amiga que se tiende, pero que solo el latido de la tierra, solo la voluntad que se levanta como la palma, de adentro hacia afuera, es la riqueza segura y el sostén permanente.

Él conoce su capacidad de resistir; y, como tantas veces en la historia, se ha convertido en el héroe de sus tramas más entrañables -sean grandes o pequeñas-. Conociendo cómo no flaquear y cómo dar saltos inmensos en aras de causas hermosas, el cubano tiene a su favor una tercera rampa de lanzamiento: su innata inteligencia, su capacidad de inventarse el mundo; con lo cual alimenta, como pocas estirpes, eso que los psicólogos llaman autoestima y que los poetas nombran amor propio.

Esto de ponernos a salvo gracias a echarle mano a las ideas, gracias a la vocación de pensar, no es revelación de última hora: nuestros cimarrones sobrevivieron mejor mientras más inteligentes fueron; en las contiendas mambisas todo fue inteligencia -hubo que descifrárselo todo a la manigua, desde los modos de lograr alimentos, pasando por las oportunidades del descanso, hasta las combinaciones breves o con luz larga en el campo de batalla-; y cada conspiración por Cuba libre fue un torrente de ideas, de inventos y de arrestos.

Foto: Alejandro Azcuy

“¿Por qué no?”. Puede que esa sea una de las mejores preguntas entre nosotros los cubanos. Tal vez su esencia escrutadora y desprejuiciada haya hecho posible que ostentemos a un Finlay; y a un grupo de padres fundadores, pedagogos, que soñaron la Patria; y a muchos sabios insurgentes -que sembraron la semilla de una Obra con piedad, y que lo dieron todo por ella. Tal vez por ese tipo de interrogante fue que un Martí humildísimo, de un hogar muy pobre en La Habana, se convirtió en el ángel descomunal que nos acompaña. Quizás por ello hemos tenido inmensos soldados y poetas, y hasta un hombre nos llegó al cosmos -fruto él de una Revolución hecha a golpe de inteligencia, a golpe de atreverse contra sobrecogedores muros, de montarse brillantemente sobre un yate minúsculo o de arroparse en los helechos de la Sierra Maestra.

Inteligencia fue la de Fidel sintiendo -como hermosamente se ha dicho- crecer la hierba; siempre jugando, con pasos de adelanto, en el ajedrez tan complejo de la política. Y también inteligencia hubo en cada niño que salió para alfabetizar en medio de la Revolución naciente, en un hecho que unió el saber de aulas con el saber natural y profundo de los hijos más pobres de la tierra.

En estas horas duras, cuando Cuba ha demostrado en más de un rincón poder romper sus inercias, la clave ha sido el liderazgo de una mujer o un hombre de ojos brillantes, capaces de pintar soluciones en medio de la oscuridad, capaces de aprovechar cada hendija de la vida para plantar bandera y levantar un emprendimiento. Esta cronista, por ejemplo, no olvidará a un cubano firme que se presentó como “tecnólogo”, y que con ese título de orgullo inventó sus propias máquinas, su fábrica para hacer lascas del cedro y así levantar su oloroso emporio.

Foto: Alejandro Azcuy

Tal vez la prueba más contundente y reciente de la inteligencia cubana sean esas vacunas -en plural- que nos salvaron de la COVID-19, que estuvieron listas en tiempo récord y con todas las de la ley. Por eso a no pocos nos desvela cómo es que esa experiencia hecha de múltiples métodos y de buenas prácticas puede llevarse a otros universos de la vida en la Isla.

Si -como ellos hicieron- un saber se encadena con otro, ¿qué no podríamos lograr? Lo evidente es que, de la sumatoria de ocurrencias y de atrevimientos, nacieron y nacerán los triunfos. Y que, como asevera el torrente popular, la necesidad hace parir cosas muy fuertes y duraderas.

Foto: Jose Manuel Correa

Inquieto, inventor, descubridor, el cubano puede hacer de este 2025 un laboratorio que siga provocando asombros y satisfacciones nación adentro. Para ello tiene la patente de haber llegado hasta aquí a pesar de fuerzas adversas y muy poderosas. Científico por excelencia, puede creerse que ante sí se abren grandes oportunidades, y no por capricho: además de su resistencia y de la tendencia consabida al heroísmo, lleva consigo la fibra del creador -del que sabe hacer los mejores caramelos, helados, zapatos o fórmulas químicas-; lleva consigo las ganas de vivir y la capacidad de reinventarse esa vida, a sabiendas de que a nadie -vaya suerte- tiene que pedirle permiso.

El 2025 nos traerá -de bueno- lo que seamos capaces de levantar de conjunto, bordando una inteligencia junto a otra, hasta conformar una atmósfera de aprendizajes y descubrimientos, que nos arrope y haga crecer al unísono.

Por REDH-Cuba

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