La guerra cognitiva tiene alcance universal, llegando al individuo, a los Estados y a las organizaciones multinacionales buscando influir en su comportamiento.


Fuente: Caras y caretas

En la guerra cognitiva la información apela al estímulo de lo emotivo sobre lo racional es una de las características de los nuevos tiempos en época de redes sociales. Pensar en la ingenuidad de un mundo libre que nos permite vivir una realidad paralela en las distintas aplicaciones, por fuera de intereses políticos y económicos, es una de las principales vulnerabilidades de la sociedad occidental.

Guerra Cognitiva

El expresidente del Centro Militar, general ® Iván Paulós, fue el primero en impulsar el concepto de “guerra psicológica” entre el marxismo o la subversión y las Fuerzas Armadas. Consideraba —y los militares consideran— que esa batalla en el relato histórico es la que impulsó los procesos judiciales y los encarcelamientos. No es una batalla únicamente en el plano de expresar ideas o de la veracidad en el relato histórico, sino que tiene consecuencias en la vida real.

Más acá en el tiempo, en el sur del continente, de la mano de Jair Bolsonaro en Brasil y Javier Milei en Argentina, la segunda etapa de la guerra psicológica de Paulós fue pasar a la ofensiva e impulsar el negacionismo sobre la responsabilidad de los funcionarios militares, policiales y paramilitares durante el terrorismo de Estado.

Ese negacionismo en Uruguay se expresa en la reparación económica para víctimas de la actuación de grupos armados (excepto las del Escuadrón de la Muerte), la ley de prisión domiciliaria para terroristas de Estado y otras medidas, o como en el caso de Argentina, el desmantelamiento de las instituciones que trabajan en la memoria del pasado reciente.

También la publicación de nuevos materiales como el libro de Diego Fischer «La gran Farsa», un trabajo de revisionismo sobre la actuación del MLN en los 70.

En los tiempos que corren, el poder económico, político y militar ha logrado hegemonizar un conjunto de conductas a través de las redes sociales. Es el viejo método de los mensajes subliminales que buscaban generar una conducta de consumo en los compradores para seleccionar determinadas marcas comerciales, pero hoy el objetivo logrado —y que busca profundizarse— es intervenir en la conducta política a la hora de decidir y generar una masa crítica a favor o en contra de determinados gobiernos.

Lo físico y lo psicológico

El mejor ejemplo de esta guerra cognitiva es lo que sucede con el manejo de información sobre Venezuela. Más allá de las posturas sobre la legitimidad o no del nuevo gobierno de Nicolás Maduro, estuve en ese país del 8 al 12 de enero, en un clima de tensa calma, una realidad no reflejada por las distintas redes sociales, que daban el contexto de una guerra civil o preparaban las condiciones para ello.

Hace tiempo que la guerra cognitiva está en los manuales militares, pues es una estrategia que busca manipular la percepción de la realidad de las personas. Se trata de un tipo de guerra híbrida que utiliza la propaganda y la desinformación para afectar las actitudes y conductas de las personas.

El objetivo de la guerra cognitiva es explotar la forma en que las personas construyen su realidad, su autoconfianza y su confianza en los procesos que permiten el funcionamiento de las sociedades.

Algunas de las características de la guerra cognitiva son:

  • Se trata de una estrategia militar planificada.
  • Se basa en la perturbación de la cognición individual, grupal o poblacional.
  • Utiliza propaganda y desinformación.
  • Integra capacidades de ingeniería cibernética, información, psicológica y social.

Desde la antigüedad, el propósito de la guerra no es la derrota militar del adversario en sí misma, ni siquiera su destrucción, sino la aceptación de la preeminencia propia por parte del enemigo y su sometimiento.

La victoria solo se alcanza cuando la derrota es aceptada por el conjunto de la sociedad vencida. Una victoria militar no logra necesariamente la aceptación de la derrota; esto puede conseguirse por otros medios, como la persuasión, la amenaza, la coacción o la extorsión.

La guerra psicológica y la propaganda han sido siempre parte de la guerra y están dirigidas tanto a la población del país enemigo como a la propia población.

Estas buscan, por una parte, la desmoralización y la descomposición social del enemigo para debilitarlo y que acepte su derrota, y por otra, la cohesión de la población propia, para que esta se mantenga unida en el esfuerzo bélico y acepte la necesidad de la guerra.

La guerra psicológica y la propaganda cobraron un gran impulso con el desarrollo de los medios de comunicación en la primera mitad del siglo XX. Las técnicas de propaganda desarrolladas por el nazi Joseph Goebbels supusieron un hito, pero el desarrollo posterior de la televisión y las grandes redes privadas de comunicación de masas les dieron alcance mundial.

Arma sostificada

La guerra cognitiva es una forma de guerra no convencional que utiliza herramientas cibernéticas para alterar los procesos cognitivos del enemigo, explotar los sesgos mentales y el pensamiento irreflexivo, y provocar distorsiones en su pensamiento para influir en la toma de decisiones y entorpecer sus acciones, con efectos negativos tanto a nivel individual como colectivo.

El objetivo declarado es atacar, explotar, degradar o incluso destruir cómo alguien construye su propia realidad, su autoconfianza mental y su confianza en los procesos y los enfoques necesarios para el funcionamiento eficiente de grupos, sociedades o incluso naciones.

La guerra cognitiva es una forma de guerra híbrida. Utiliza la información como combustible, pero va mucho más allá de la mera información.

Aprovecha los despliegues de las grandes corporaciones tecnológicas y la vigilancia masiva para explotar el big data, la ingente cantidad de información que producimos dondequiera que vayamos. Estos datos permiten conocer mejor a cada persona y usar ese conocimiento para cambiar la forma en la que piensa.

La guerra cognitiva tiene un alcance universal, llegando al individuo, a los Estados y a las organizaciones multinacionales. Su campo de acción es global y tiene como objetivo tomar el control del ser humano, tanto civil como militar.

El sector privado de las grandes corporaciones tecnológicas proporciona los elementos básicos para la guerra cognitiva: datos, infraestructura y algoritmos, y tiene un interés financiero claro en avanzar en la investigación para su desarrollo. Las instituciones militares norteamericanas y de la OTAN promueven activamente este proceso.

Contra hegemonía

El 11 de enero se dio cita en Caracas la Reunión de Cultores y Cultoras del ALBA-TCP con la idea de crear un Consejo de Cultura y Comunicación para desarrollar una estrategia y práctica en el marco de la guerra cognitiva, que se enmarca en una virulenta batalla cultural donde la frivolidad arrasa con la memoria y socava la identidad nacional y cultural de los pueblos.

“El combate anticolonial y el rescate de la cultura originaria centraron el debate de la Reunión de Cultores y Cultoras de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), realizada en el contexto del Festival Mundial de la Internacional Antifascista, que se lleva a cabo en el Centro de Convenciones Simón Bolívar de La Carlota, Caracas”, expresa el comunicado convocante.

Participaron del encuentro, moderado por el viceministro de Cultura Audiovisual Sergio Arria, el ministro del Poder Popular para la Cultura de Venezuela, Ernesto Villegas.

En el panel hizo uso de la palabra, exponiendo sobre la necesidad de dar la batalla cultural, el secretario ejecutivo del ALBA-TCP Jorge Arreaza, junto al cubano Abel Prieto, presidente de la Casa de las Américas, sobre la cultura como un todo en tiempos de frivolidad.

Prieto identifica con meridiana claridad algunas de las consecuencias de esta hegemonía cultural:

  • La monetización de contenidos en las redes atenta contra la necesidad de los jóvenes de estudiar carreras universitarias.
  • Corporaciones como Netflix intervienen en la elaboración de informes culturales en organismos como la UNESCO.
  • Se presenta una realidad fragmentada a través de los medios y las redes.
  • Hay un proceso de “infantilización de las audiencias”, estimulando la reacción emocional por sobre lo racional.
  • Se manipulan las emociones, estimulando reacciones que llevan a la gente a movilizarse o expresarse agresivamente.
  • Se invisibiliza la realidad de los 650 movimientos sociales en América Latina que actualmente están en lucha.

Por REDH-Cuba

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