El nuevo secretario de estado de EEUU, Marco Rubio, padece de una enfermedad claramente crónica, que analistas denominan “incontinencia verbal”, y cuyos síntomas son la rabia y los ladridos en sus declaraciones.
La dolencia del ahora jefe de la diplomacia de Washington data de hace no pocos años, y a juzgar por sus arremetidas verbales recientes contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, se le ha agravado luego de ocupar, el pasado día 20, el puesto que le ofreció el repitente inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump.
Es bien conocido que el mal de Rubio no tiene cura y cada vez es más preocupante para su salud mental y política, debido esencialmente a la larga resistencia de los cubanos frente al viejo bloqueo y ante las continuas agresiones de EEUU contra la mayor de las Antillas.
En sus primeras declaraciones tras asumir su cargo, el ex senador republicano, como era de esperar, fanfarroneó sobre la determinación de la actual administración de Trump de acabar con las revoluciones cubana, bolivariana y sandinista.
Su cacareó incluyó intensificar las sanciones y cercar aún más a Cuba, Venezuela y Nicaragua para destronar a los gobiernos de los presidentes Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega.
Pero, como siempre, olvidó que detrás, o mejor dicho, delante de Díaz-Canel, Maduro y Ortega, hay pueblos decididos a preservar su independencia y soberanía, y jamás ser pisoteados por EEUU.
Evidentemente la enfermedad de Rubio le afecta además la memoria porque sucesivos regímenes de Washington, en los últimos más de 60 años, han sido derrotados en su empeño de derrocar a la Revolución cubana nacida el 1 de enero de 1959.
Ni el arreciado bloqueo, ni agresiones militares y acciones violentas, ni campañas mediáticas, y ni la inclusión en una infame lista de países patrocinadores del terrorismo de la Casa Blanca, han servido para rendir a la isla antillana.
Tampoco Washington ha podido arrodillar a Venezuela y Nicaragua, a pesar de también sancionarlas y desatarles igual la guerra a ambas naciones latinoamericanas.
Entonces, los augurios están cantados para el Rubio rabioso: ser derrotado y morir políticamente.