unidad humanidad-naturaleza

» La guerra es el origen de todo dominio. Guerra fría para los que la hacen. Guerra caliente para los que la sufren. Coexistencia pacífica para los que fabrican las armas; existencia sangrienta para los que son obligados a copiarlas y usarlas.»
Enrique Dussel

El espacio del mundo dentro del horizonte ontológico es el espacio del centro, que es un espacio político sin contradicciones porque es el espacio del centro imperial.  Históricamente, sin embargo, la filosofía nace en los espacios periféricos de ese centro imperial, pues en el centro mismo ya está todo dado; pero al penetrar esta filosofía el centro y ser asumida por éste, la misma deviene en grandes ontologías que explican el todo: la cultura, los hombres, las mujeres, sus hijas e hijos. Todos ontológicamente explicados como entes interpretables, como mediaciones o como posibilidades internas al horizonte de la comprensión del ser, por lo que será desde el ser de ese centro, que se interpretará y se reconstituirá luego la periferia.

Por ello, en el siglo XV y XVI, la era de las invasiones al territorio que luego se llamará América, será desde el centro que se intente responder quiénes son los habitantes del nuevo mundo encontrado. Respuesta: si no son europeos, entonces no pueden ser animales racionales. [Explicación ontológica que sigue siendo aplicada cuando desde el actual centro imperial se interpreta al resto del mundo].

Estos seres “encontrados” y cuya existencia desafiaba la propia concepción europea del mundo, serán primero catalogados como obra del demonio y, luego, cuando finalmente se acepta que pueden tener alma, serán obligatoriamente cristianizados y empleados como mano de obra de un amo blanco, pues la cercanía permitirá que se puedan contener sus impulsos salvajes. Y esta ontología no surge de la nada; surge de anteriores experiencias de dominio sobre otros seres, sobre otros mundos. Toda la historia de Europa fue siempre una historia de dominación de unos por otros, y de cualquiera de ellos sobre otros mundos cercanos, a los cuales se les imponía su relato. Un relato según el cual Europa ES y siempre ha sido el centro del mundo. Por ello, antes del ego cogito siempre estuvo el ego conquiro; y una vez los pueblos dominados, no hubo ya posibilidad de tener un pensamiento diferente al del centro dominante.

A esta época de grandes cambios conceptuales y científicos provocados por la necesidad de explicar la novedad encontrada y que cambió radicalmente todas las concepciones sobre el mundo, sobre la historia y sobre las ciencias, se le llamó entonces Modernidad; pues significó una ruptura radical con el mundo conocido sobre el cual se había centrado la reflexión escolástica y medieval. Todo tenía que ser explicado de nuevo. Y a todo lo nuevo se le adjetivaría más tarde como ‘moderno’, incluida la filosofía.

Filosofía europea y filosofía latinoamericana

La verdadera filosofía no se piensa a sí misma; tampoco piensa textos filosóficos, sino que piensa la realidad. Pero al pensar sobre su propia realidad parte de lo que ya es, parte de su propio mundo, de su sistema, de su espacialidad y deviene en explicación; y los filósofos producto de esa realidad, devienen en explicadores de sí mismos frente a la explicación central. Razón por la cual los nuevos pensamientos filosóficos no van a surgir desde el centro del sistema, sino desde su periferia como necesidad de pensarse a sí mismo frente al centro; ya sea como parte del mismo o como dominados políticamente, o económicamente, o militarmente. Por ello, el pensamiento presocrático aparece en la actual Turquía o en el sur de Italia, y no en Grecia.

Sin embargo, en las colonias hispanoamericanas, obligadas a pensarse no como periferias de un centro dominante sino como siervas de una monarquía absoluta, no sólo todo pensamiento propio fue imposibilitado de antemano sino que, incluso, lograda la independencia militar y política, más no la cultural, durante el resto del siglo XIX y llegado el siglo XX, el pensamiento filosófico permaneció y sólo era aceptado por Europa, como reflexión explicativa de su propia explicación hegemónica. Más aún, toda reflexión filosófica aceptada en academias y universidades de Nuestra América se ejercía – y se sigue ejerciendo – no sobre la propia realidad, sino sobre textos filosóficos surgidos en y sobre realidades ajenas.

La ontología termina así por afirmar que el ser, lo divino, lo político y lo eterno son “una y la misma cosa”. El ser está en la identidad entre poder y dominación; entre centro y colonias; entre imperio y siervos allende los mares; de modo que el único ser real y posible es el ser del centro, el ser del imperio, el ser defendido aquende y allende por su ejército imperial. Es, en otras palabras, la eterna filosofía de la dominación eurocéntrica, primero, y hoy, estadounidense; articulada siempre al sector dominante de su propio mundo. Hablamos en este caso de Occidente, de ese Occidente al que se ha reducido la “historia mundial” aprendida en nuestras escuelas y universidades; y divulgada y justificada por los emporios mediáticos.

Ahora bien, lo que llamamos MODERNIDAD comienza cuando el centro de la historia mundial deja de ser el Mar Mediterráneo, controlado durante casi mil años por cretenses, fenicios, árabes y venecianos, y comienza a desplazarse, a fines del siglo XV, hacia el Atlántico Norte; dominando este hecho y consagrado además por el Tratado de Tordesillas, España y Portugal; a las que se agregará más tarde el imperio inglés. A partir de ese momento, Europa, dominada hasta entonces por el mundo árabe/otomano, pasa a ser el centro del mundo y como tal, se atribuye el poder de definir el ser del resto de ese mundo; particularmente, el ser del continente que ellos acaban de descubrir que existe.

Es así, nos dice Enrique Dussel, como sobre el yo conquisto, yo esclavizo, yo evangelizo a sangre y fuego, yo extermino a quien no me obedezca, se fundamentará el ego cogito, de Descartes: el individuo europeo descubriéndose a sí mismo como creador de la nueva realidad. De modo que la Modernidad será la traducción de la centralidad de Europa; centralidad apropiada hoy por los Estados Unidos, a partir de los acuerdos de Yalta, y con una pretensión, por primera vez, planetaria.

Y al igual que Descartes, cada uno de los pensadores europeos que le siguieron después no serán sino la expresión o la nueva afirmación de la totalidad dominante; en la que Nuestra América no tiene otra función que la de ser su acólita.

Por ello, dice Dussel, que el Homo homini lupus[1] de Thomas Hobbes, es la definición real, política, del ego cogito y de toda la filosofía europea; en tanto es la expresión ontológica de la ideología de la clase burguesa, triunfante, que dominará el mundo del modo de producción capitalista y que se convertirá, filosóficamente hablando, en el centro de la hegemonía ideológica de la clase dominante.

En resumen, para Dussel, la Modernidad constituye un “mito sacrificial” que se caracterizó por ser eurocéntrico, colonizador y capitalista; y que se erigió a un costo devastador, esto es, destruyendo radicalmente los contenidos civilizatorios de los pueblos originarios de América y de África; despreciando las culturas milenarias que del otro lado de los Urales concentraban a la otra mitad de la humanidad; y estableciendo el ser europeo como el único modelo de humanidad digno de imitar y fuente de todo conocimiento válido.

 Ahora bien, ese gran relato sobre un progreso social universal a partir de los conocimientos científicos, tecnológicos, artísticos y culturales en general, que el centro dominante europeo generaba y que prevaleció durante casi 5 siglos, fue sacudido y desmontado durante la primera mitad del siglo XX tanto por el surgimiento de las alternativas socialistas que representaron la revolución bolchevique que terminó con el imperio ruso, y la posterior revolución maoísta que puso fin al imperio chino, como por las dos guerras “mundiales” que no sólo destruyeron la infraestructura del continente europeo sino, sobre todo, el gran ego que sostenía su hegemonía mundial.

Dos fueron las consecuencias de esta hecatombe, en lo que al mundo occidental se refiere: por un lado, la consolidación de Estados Unidos como la nueva superpotencia dominante y, por el otro, la pérdida de las certezas que hasta ese momento sostenían el conocimiento, la cultura, el relato histórico, y hasta las utopías por construir en esa Europa tan admirada e imitada. Ocurrió en ese momento, a mi juicio, algo semejante al choque que produjo en las mentes europeas de finales del siglo XV, la aparición repentina del mundo desconocido de América; sólo que esta vez las consecuencias fueron adversas, pues del nihilismo resultante Europa no logró recuperarse, a pesar de los esfuerzos de sus pensadores.

Tan no ha logrado recuperarse que sus intelectuales no han podido formular nuevas y poderosas corrientes filosóficas “triunfantes” y se han refugiado en el ambiguo concepto de la Postmodernidad. Término que se intenta definir como el descreimiento en los “grandes relatos” que plantean la posibilidad de un progreso social universal a partir de la ciencia y la tecnología, como también el descreimiento en las causas inspiradas por grandes ideologías; las que, por cierto, resultan totalmente impensables en esta Europa de hoy, tan venida a menos.

De modo que así como la Modernidad representó el triunfo de Europa en el mundo occidental, que no es, repetimos, la globalidad del mundo terráqueo; hoy la Postmodernidad recoge su fracaso. Esto queda bastante claro cuando revisamos los rasgos que se le atribuyen al pensamiento postmoderno:

  • Cuestiona o deconstruye los valores de la Modernidad y, en especial, las llamadas verdades absolutas. Es decir, relativiza las explicaciones tradicionales sobre el mundo y sus componentes, priorizando a cambio la diversidad de enfoques sobre todo en las ciencias sociales, y poniendo en evidencia las limitaciones y hasta las contradicciones entre las diversas teorías que pretenden explicar al ser humano y sus formas expresivas. (Lyotard)
  • Plantea que es el lenguaje el que da forma al pensamiento sobre lo real y, por lo tanto, la realidad deviene una construcción lingüística. (Habermas, Apel).
  • Prioriza la diversidad sobre los enfoques duales, que fueron la tradición en el pensamiento moderno; en particular los referidos a la diversidad sexual y étnica.

Todas estas razones o explicaciones son las que, a nuestro juicio, han facilitado que se impongan en el horizonte cultural actual sólo verdades efímeras, que son fácilmente abandonadas tan pronto como la novedad de otra se difunde aceleradamente a través de los medios de comunicación digital; o mediante el control o la imposición de aquellas “verdades” que favorecen al imperio norteamericano frente a verdades alternas provenientes de otros referentes culturales, sociales, o políticos; o, incluso, la aceptación masiva e instantánea de hechos ficticios que pretenden esconder aquellos hechos reales que obran contra la reputación del imperio actual como decisor universal.

En otras palabras, el Postmodernismo asume una postura crítica de lo dado, pero sin pretender imponer verdades inalterables o universales; en ocasiones adopta una especie de nominalismo al reducir afirmaciones generales a simples convenciones lingüísticas, propias de un área cultural particular. Dicho de otro modo, combate todo absolutismo reflejando con ello el cambiante mundo al que se enfrenta hoy la humanidad ante el desafuero de las ambiciones imperiales de occidente, del cambio vertiginoso de los lenguajes digitales, y de la irracionalidad de los conflictos bélicos que brotan por doquier.

Por otra parte, si bien la Posmodernidad no es una época que dejó atrás la época de la Modernidad, sí representa un oportuno y necesario período de crítica y cuestionamiento a muchos de los principios de la Modernidad que seguían sosteniendo la visión occidental del mundo, pero, y he allí su imposibilidad de trascenderla, lo hace desde el seno mismo de sociedades que siguen en gran medida organizadas sobre la base de las ideas modernas.

En fin, creemos que mientras no se desmonten creencias inveteradas heredadas de la Modernidad o se supere la excesiva relativización del conocimiento que propugna el  Postmodernismo, ambas tesis muy bien manejadas por el actual imperio, difícilmente podrá la humanidad alcanzar niveles de entendimiento mínimo sobre los que pueda construirse una nueva visión compartida, respetuosa, solidaria que permita la convivencia de todos los países, de todas las culturas, de todas la concepciones políticas, económicas o sociológicas que cada pueblo considere necesario asumir. Enrique Dussel llamó a esta nueva visión Transmodernidad.

Hoy, el imperialismo norteamericano no sólo controla políticamente a sus neo colonias y a los ejércitos de éstas, entre las que hoy se puede incluir a casi toda la Europa como bien lo ha demostrado la Guerra de Ucrania; sino que además ha impuesto y controla una política de producción de los deseos, de las necesidades y de las expectativas, mediante el monopolio de la casi totalidad de los medios de comunicación masiva; imponiendo también con ello un verdadero totalitarismo ideológico. Incluso la filosofía llamada progresista, al no redefinir sus principios desde la dependencia, se torna en ideología encubridora.

¿Qué caminos le quedan entonces a la humanidad? ¿Sobre qué bases podrán los pueblos sustentar sus creencias y diseñar soberanamente los caminos que aseguren su trascendencia en la historia, y aquellos valores y principios que le dan una identidad propia? Sin duda, todo parte del respeto al Otro. Necesario será reconocer en primer lugar el derecho de todo pueblo a existir; es decir que su derecho a la vida es inalienable y constituye el principio básico sobre el cual se fundamentarán todos los demás derechos. En segundo lugar, esa vida se desenvolverá según su propia determinación, partiendo del principio de que toda cultura es una posibilidad humana realizada y que, como tal, no puede ser reducida a parámetros que le son ajenos. Esto hace del respeto al principio de la diversidad cultural la primera condición para el intercambio con otras culturas y hace imposible la calificación de culturas superiores y culturas inferiores: son sólo culturas diferentes. La humanidad por tanto no será atributo de “culturas superiores” sino que es toda la especie humana en su conjunto. Atrás deben quedar los calificativos de “bárbaro”, de “salvaje”, de “primitivo”, y otros epítetos con los cuales se ha querido justificar el dominio, el aniquilamiento, la extinción de pueblos enteros en aras de la ambición desmedida y del saqueo generalizado de sus recursos.

¿Podrá ser posible esta utopía? Creemos que en las actuales circunstancias en que el mundo se desenvuelve ya no podemos conformarnos con sueños utópicos: necesario se ha hecho el hacer realidad las utopías antes de que la humanidad sea llevada al holocausto final.

Nuestra propia supervivencia como pueblos libres nos obliga por lo menos a intentarlo y creemos que es esa la propuesta que está haciendo el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, con su propuesta de una Nueva Modernidad o una Modernidad Socialista. Propuesta que por ahora es más un llamado a pensarla y a pensarla en colectivo, y desde la urgencia que el estado actual del mundo impone.

En conciencia de tal urgencia, nos atrevemos simplemente a tratar de delinear algunos condicionantes que deberán ser tenidos en cuenta a la hora de darle cuerpo teórico a esta propuesta de una NUEVA MODERNIDAD o una TRANSMODERNIDAD.

  • Debe plantearse desde un contexto no occidental, no clasista, no racista: El mundo y la humanidad no es sólo la occidental.
  • Debe rescatar la idea de proyecto social, cultural e histórico. Cada ser humano es producto y parte actuante de una comunidad organizada en el tiempo.
  • Debe fortalecer el concepto de la unidad humanidad-naturaleza.
  • La Nueva Modernidad o Transmodernidad sería, según Enrique Dussel, la apertura a la amplitud del mundo en su pluridiversidad.
  • La fe en la razón que caracterizó a la Modernidad debe ser sustituida por la fe en la pluridiversidad cultural del ser humano, donde la visión de cada comunidad, su memoria histórica, su organización social y su proyección hacia el tiempo futuro tengan la misma valoración.
  • La  Nueva Modernidad o Transmodernidad debe superar la centralidad en el individuo y subrayar su ser social. El individuo es responsable ante la comunidad en la que se desenvuelve y ésta es responsable de las condiciones que le permitirán a este individuo desenvolverse.
  • La experiencia de la Globalización debe ser desenmascarada. Lejos de hacer comunes los adelantos científicos, tecnológicos, etc., logró los efectos contrarios: impuso el manejo monopólico de esos adelantos bajo el paraguas de que se aplicaban materialmente en todo el planeta.

Caracas, 21 de Enero de 2025.

Carmen Bohórquez. Filósofa venezolana, especialista en filosofía de la liberación e historiadora especializada en la vida y obra del Precursor Francisco de Miranda.


[1] El hombre es lobo para el hombre

Por REDH-Cuba

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