La historia de la humanidad está marcada por un contraste irreconciliable: la lucha entre quienes construyen puentes de solidaridad y quienes erigen muros de egoísmo. En este escenario, las declaraciones del Secretario de Estado estadounidense Marco Rubio contra las misiones médicas cubanas no son más que un eco del resentimiento ideológico, incapaz de reconocer la magnitud de un proyecto humanitario que ha salvado millones de vidas. Su crítica, teñida de envidia y odio, revela una miopía moral que confunde altruismo con propaganda, y que ignora el valor de una ética revolucionaria basada en el servicio a los demás.
El internacionalismo cubano: Medicina contra la indiferencia
Desde 1963, cuando Cuba envió su primera brigada médica a Argelia, la isla ha desplegado un ejército de batas blancas en más de 150 países. Estos profesionales no viajan con fusiles, sino con estetoscopios; no imponen condiciones económicas, sino que ofrecen atención en las zonas más remotas y vulnerables. Durante la pandemia de covid-19, mientras naciones poderosas acapararon vacunas y recursos, más de 3 700 médicos cubanos llegaron a 40 países, desde Italia hasta Sudáfrica, demostrando que la solidaridad no es una abstracción, sino un acto concreto. ¿Cómo explicar este compromiso? La respuesta está en los principios fundacionales de la Revolución Cubana: un socialismo que entiende la salud no como un privilegio, sino como un derecho universal.
La ceguera ideológica: Bloqueos vs. brigadas
Mientras Cuba exporta salud, Estados Unidos —bajo políticas respaldadas por figuras como Rubio— exporta intervenciones militares, sanciones económicas y apoyo a regímenes opresores. El bloqueo contra la isla, vigente por seis décadas, es un acto de crueldad que busca asfixiar no a un gobierno, sino a un pueblo. Sin embargo, paradójicamente, esta misma hostilidad ha agudizado el ingenio cubano: a pesar de carencias materiales, la isla ha desarrollado vacunas propias contra la covid-19 y mantiene uno de los sistemas de salud más eficientes del mundo, incluso bajo presión extrema. La obsesión de Rubio por satanizar a Cuba no logra ocultar una verdad incómoda: su modelo fracasa en generar empatía, mientras el internacionalismo médico cubano gana reconocimiento global.
El humanismo como legado revolucionario
La crítica de Rubio no es solo contra Cuba, sino contra la idea misma de que un país pobre pueda ejercer liderazgo moral. Para él, es incomprensible que médicos cubanos atiendan en Haití, Pakistán o Brasil sin exigir riquezas a cambio. Pero esa lógica mercantilista —donde hasta la vida humana tiene precio— choca con la filosofía de la Revolución, que prioriza la dignidad colectiva sobre el beneficio individual. Los profesionales cubanos no son héroes por casualidad: son producto de un sistema que forma médicos con conciencia social, no con ambiciones de lucro. Su “pago” es la gratitud de quienes recuperan la vista gracias a la Operación Milagro, o de madres que ven sobrevivir a sus hijos tras epidemias de ébola o cólera.
La arrogancia del poder vs. la fuerza de la ética
Marco Rubio es un personaje que ha hecho del odio a Cuba su modus vivendi, representa una elite política que mide el valor de las naciones por su poderío militar o su riqueza, nunca por su capacidad de servir. Su odio y envidia hacia Cuba nace de la incapacidad de entender que la verdadera grandeza no se mide en dólares, sino en vidas salvadas. Mientras Estados Unidos gasta billones en bombarderos invisibles, Cuba construye hospitales en Guinea-Bisáu. Mientras Washington impone sanciones que matan de hambre, La Habana entrena a médicos de Honduras o Angola. La paradoja es clara: un pequeño país, asediado y calumniado, enseña al mundo que otro modelo es posible. Y aunque a Rubio le arda, esa lección de humanismo —nacida del socialismo— perdurará como un desafío a la arrogancia del imperio.
Fuente: Cubadebate