A los 275 años del nacimiento de Francisco de Miranda

 

Francisco de Miranda fue un apasionado defensor de la racionalidad de la ley y de la necesidad de implantar la justicia en el mundo, y dedicó buena parte de su tiempo a ilustrarse sobre las circunstancias que llevan a un pueblo a autoproclamarse de estirpe superior, o atribuirse el haber sido ungido por los dioses para dictarle al resto del mundo cómo debe pensar, sentir y vivir.

Para ello, comenzó por ubicar y estudiar los libros más respetados en el momento sobre Derechos individuales y sobre el llamado Derecho de Gentes, hoy Derecho de los Pueblos o Derecho Internacional; entre los cuales destacaban en ese tiempo las obras de Cesare Beccaria y de Emmer Vattel.

Beccaria, filósofo y jurista italiano, había publicado en 1764 su ensayo “Sobre Crímenes y Castigos”, donde condenaba radicalmente la tortura y la pena de muerte a los seres humanos; incluso por graves faltas. Penas que, en el momento, eran ampliamente aplicadas tanto por la Inquisición como por autoridades no religiosas, sin que nadie optara por defender a los acusados por temor a ser considerado cómplice. Este fuerte cuestionamiento a una represión irracional, hará que las tesis de Beccaria se conviertan en la base de las modernas concepciones de la justicia y de las leyes criminales aplicadas hoy en casi todo el mundo.

Un poco antes, en 1758, el suizo Emmer Vattel publica el primer tratado legal aplicado a las relaciones entre países: “La Ley de las Naciones, o Principios de la Ley Natural Aplicados a la conducta y a los Asuntos de Naciones y Soberanos”; el cual le atraerá la condena de muchos soberanos que, en esencia, se habían atribuido a sí mismos el monopolio de la ley y, en particular, la potestad de invadir y apropiarse de cualquier región o pueblos en el mundo, basándose en su supuesta superioridad racial, social o religiosa.

Muchas pruebas dio Miranda de tener una clara consciencia de la inadmisibilidad de cualquier pretensión de dominación de un pueblo sobre otro; incluso si se disfrazaba, como lo suelen hacer aviesamente países que se pretenden salvadores de la humanidad, bajo propósitos tales como la salvaguarda de la verdadera religión o de la civilización. En 1792, por ejemplo, Miranda fue tentado por el gobierno revolucionario francés al ofrecerle apoyo militar para emancipar la América Meridional, poniendo bajo su mando un ejército de 27 mil hombres y los barcos y armas necesarias; siempre y cuando, al mando de tropas francesas, sometiera en primer lugar a los esclavos que se habían sublevado en Saint Domingue, hoy Haití, y les hiciera reconocer la autoridad del gobierno revolucionario. Indignado, la respuesta de Miranda fue tajante: no estaba dispuesto a construir la libertad de su pueblo, al precio de esclavizar a otro pueblo.

La misma posición será reafirmada más tarde cuando Inglaterra, en guerra con España, pretenda condicionarle su apoyo a la liberación de América, a que Miranda actúe previamente apoyando al ejército inglés que pretendía invadir a aquella. La respuesta de Miranda fue muy clara: no trato de luchar contra los españoles sino de luchar por la independencia y la libertad de las colonias americanas.

Para ese momento, no sólo las monarquías sino incluso gobiernos revolucionarios como el francés, se negaban a admitir que todo pueblo tiene derecho a darse el gobierno que mejor le convenga, así como a preservar su territorio ancestral libre de cualquier dominación venida del exterior. Por lo que el aporte de Beccaria, respecto al orden interno, y el de Vattel, respecto a la salvaguarda de la propia soberanía, le darán a Miranda argumentos irrebatibles en su condena del dominio español en Suramérica y le proveerá de soporte legal a su proyecto de liberación de Colombia.  

Esta nueva concepción de la soberanía de las naciones será la que sustente su Proclama de 1801, donde invalida el argumento de la Corona española de poseer sobre América un derecho de conquista; cuando ese derecho, en todo caso, sólo podía reclamarse sobre un país desierto e inhabitado, cuestión que queda invalidada por los propios relatos de navegantes que daban cuenta de la presencia de habitantes.

“Una guerra injusta no da ningún derecho, y el soberano que la emprende se hace delincuente para con el enemigo a quien ataca, oprime y mata; para con su pueblo, invitándole a la injusticia y para con el género humano, cuyo reposo perturba y a quien da un ejemplo pernicioso”. A partir de este precepto de Vattel, Miranda se dedicó con denuedo a argumentar sobre la necesidad de poner inmediato fin a la dominación española sobre Nuestra América y a asegurar para siempre su independencia y su autodeterminación.

Así actuaba Francisco de Miranda cuando de defender la independencia absoluta de su América se trataba. Nunca aceptó ninguna propuesta engañosa de país alguno, a pesar de que su vida entera giraba alrededor del proyecto de liberación que había concebido desde 1783 y a pesar de las glorias con que esas potencias lo tentaban. Y mucho más clara se le hará esta convicción, cuando concluya que ninguna potencia europea está verdaderamente interesada en la independencia de América como no sea para asegurar su propio provecho y que, por tanto, si queremos ser verdaderamente libres, toca a nosotros, los nacidos en esta tierra de gracia, asumir en manos propias la conducción del proceso de liberación y de conquista definitiva de la independencia.

Hoy, cuando Venezuela está seriamente amenazada por el heredero de la potencia imperial inglesa, Estados Unidos, valga reflexionar sobre el ejemplo mirandino de compromiso vital con su patria y asumir con la misma firmeza con la que él lo predicó y actuó, que la patria no se condiciona, ni se hipoteca y mucho menos se entrega a ningún poder foráneo, sea quien sea y tenga el poder que tenga; y si llegado el caso, potencias imperiales intentaran ocupar nuestro territorio o imponer sus designios valiéndose de mecanismos de sometimiento económico, o tecnológico, o seudo legales o de cualquier otro tipo, asumiremos con valentía la divisa con la que cierra su Proclama de 1801:

Dulce et decorum est pro patria mori

 

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Título: Miranda, en campo de Batalla

Autor: Ender Cepeda

Año: 2007

Acrílico sobre tela, 97 x 80 cm

Disponible en: http://www.franciscodemiranda.org/iconografia?page=2&per-page=50

Por REDH-Cuba

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