Ojalá que la Cumbre en Alaska entre los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de EE.UU., Donald Trump, sea el comienzo de un proceso serio que conduzca al fin del conflicto desatado por Ucrania contra Moscú, y evite una peligrosa guerra nuclear que se cierne hoy sobre nuestro planeta.

Cierto es que Putin y Trump expresaron optimismo al cierre del diálogo de más tres horas que mantuvieron el pasado viernes, aunque el segundo afirmó en una rueda de prensa conjunta que no habían llegado a un acuerdo total.

El mundo estuvo atento a la reunión entre ambos mandatarios, calificada de histórica, con la ilusión de que la paz global prevalezca sobre los tambores de conflagración que se escuchan en los cinco continentes por causa de la agresividad del actual régimen estadounidense y de sus aliados occidentales.

Una relativa esperanza reina tras la Cumbre de Alaska, pero son muchas las dudas de que el sendero iniciado allí tenga un final feliz, principalmente por la conducta poco seria y ambivalente de Trump y los miembros de su ejecutivo, entre ellos el secretario de estado, Marco Rubio.

Es conocido que el actual inquilino de la Casa Blanca cambia de parecer cada vez que vuelve del baño, y parece ser que tiene un padecimiento de próstata, además de incontinencia verbal.

Al mismo tiempo, y fue admitido por el propio Trump, algunos gobiernos de la Unión Europea (UE) se empeñan en sabotear un pacto de cese de las hostilidades entre Rusia y Ucrania, mientras el líder inconstitucional de Kiev, Volodimir Zelenski, no ha dejado de apostar por la beligerancia y mantenerse en el poder a toda costa.

Todo ello hace dudar que la solución de ese conflicto en Europa Oriental esté a la vuelta de la esquina, y que una eventual paz en esa región se extienda a otras del planeta envueltas o amenazadas por intensas guerras.

Mientras el jefe de Washington hablaba con Putin de distensión, continuaba el genocidio israelí del pueblo palestino, y las confrontaciones violentas en el Oriente Medio, particularmente en Siria.

Al mismo tiempo, EE.UU. abría otro frente bélico en América Latina al enviar barcos castrenses con más de cuatro mil efectivos al Mar Caribe con el propósito de intimidar a Venezuela y las naciones de esa subregión.

Igualmente agredía a Brasil, Colombia y Cuba, entre otros países de la Patria Grande que defienden su soberanía, y se niegan a aceptar la injerencia de Washington en sus asuntos internos.

Con esos truenos se hace muy difícil pensar que el ocupante de la oficina Oval favorezca la paz mundial, en momentos en que su imperio patalea por su pérdida de influencia y dominio internacional, frente al empuje de Rusia, China, y otras potencias emergentes.

Es evidente que EE.UU. tiene como objetivo seguir desordenando el mundo para evitar su definitivo hundimiento, por lo que no pueden crearse falsas expectativas acerca del encuentro de Alaska.

Por REDH-Cuba

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