Allende en La Moneda, mientras se preparaba para defender el Palacio Presidencial con las armas. Junto a él murió en combate el periodista Augusto Olivares. Foto: Archivo

“Pese a la impunidad de los culpables, hay otra forma de justicia, la memoria”, dice desde el inicio, el documental “EEUU v/s Allende”, de los realizadores Diego Marín Verdugo y José Alayón Debora.

“Es importante que los jóvenes conozcan la verdad sobre el derrocamiento de Allende”, enfatizó Marín acerca de esta obra de 64 minutos de duración, terminada en 2009, basada en el libro “Allende; cómo la Casa Blanca provocó su muerte”, de la periodista chilena Patricia Verdugo, madre (fallecida) del documentalista.

Recuerda que la Televisión Nacional de Chile trabajó con documentos desclasificados que, al ser publicados, le costaron el puesto al director, porque el dueño de El Mercurio, Agustín Edwards, en su momento logró interferir para que no se difundieran en TV.

La investigación demuestra cómo el Gobierno de los Estados Unidos preparó el golpe de Estado, que en 1973 terminó con la vida de Salvador Allende y ahogó a Chile en una sangrienta dictadura.

Primeramente el realizador intentó conseguir financiamiento en Chile, porque asumió que habría algún interés de parte del Gobierno, pero solo encontró puertas que se fueron cerrando una tras otra. Narró cómo en enero del 2008, un mes después del fallecimiento de su madre, con el apoyo de TeleSUR y la productora que fundó en España —“El viaje producciones”— finalmente realizó una versión de 50 minutos para televisión y otra para cine, con diez minutos más, que incluye nuevas secuencias y otros documentos desclasificados.

Considera el documental es de gran interés nacional, por el desconocimiento que existe en Chile de la gravedad y profundidad de la intervención norteamericana. “Todo era un secreto para la inmensa mayoría, pero finalmente la verdad afloró, cuando en 1975 un informe entregado por senadores norteamericanos que investigaron documentos secretos, dieron a conocer las acciones de los servicios de seguridad en Chile”, dijo al periodista Alejandro Lavquén.

“Evidentemente, en esos años el llamado informe Cherch no tendría espacio en los medios de comunicación para ser difundido masivamente. En 1999, el entonces presidente Bill Clinton dijo que estos archivos se debían desclasificar, que los chilenos tenemos derecho a saber qué nos pasó. Es muy triste tener que escuchar, que alguien en USA tenga que decidir que tenemos derecho a saber qué fue lo que realmente sucedió en nuestro país en aquellos años”, indica el realizador de “EEUU v/s Allende”.

La memoria de los periodistas

Aquel 11 de septiembre de 1973, quedó inscrito en las narraciones de los periodistas sitiados próximos a La Moneda, mientras se producía la asonada golpista que marcó un quiebre profundo en la sociedad chilena y el fin de la vida del primer gobernante socialista elegido en las urnas del país austral, Salvador Allende.

Los periodistas fueron rodeados mientras veían la columna de humo que se elevaba del Palacio de La Moneda. Eran el argentino Jorge Timossi, los cubanos Pedro Lobaina y Mario Mainadé, el peruano Jorge Luna, más los chilenos Omar Sepúlveda y Orlando Contreras. Este último radicado en La Habana desde 1961 como corresponsal de Prensa Latina, había viajado el día antes del golpe contra Allende, por motivos familiares.

La Agencia Informativa Latinoamericana S.A fue fundada el 16 de junio de 1959 por el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti, su primer director, y tuvo un papel relevante en dar a conocer al mundo su versión de los hechos, contados en el momento y después, con las narraciones de sus periodistas.

Ocurrió cuando en Chile tenía lugar el clímax del último episodio, desde que fue desatada la campaña del terror montada por Washington y apoyada por la derecha chilena. El proceso se desarrollaba desde 1961, cuando el presidente John F. Kennedy encargó a un comité el seguimiento a las elecciones en Chile.

La operación psicológica desarrollada por la CIA costó alrededor de 20 millones de dólares. Según la Comisión del Senado, “la campaña de inculcar miedo anticomunista, había sido la más eficaz de todas las actividades adelantadas”.

Su objetivo siempre fue impedir la elección de Allende en su cuarta postulación a la Presidencia, abanderado por la Unidad Popular. Este era un camino no recorrido para allanar la transición al socialismo; la llamada vía chilena, respetando la institucionalidad vigente. Hasta Ernesto “Che” Guevara en su ensayo La guerra de guerrillas, expresó: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo. Afectuosamente, Che”.

Cuentan que Augusto Pinochet se sumó a última hora al plan del derrocamiento de Allende. Antes lo hicieron el almirante José Toribio Merino y el general del aire, Gustavo Leigh, de conjunto con generales de segundo orden del Ejército.

El Congreso chileno debía respetar la primera mayoría, pero las presiones en contra eran muy fuertes, como la demanda de quienes respaldaban a Allende. Desesperada, la ultraderecha intentó secuestrar el 22 de octubre al comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, quien proclamaba que el Ejército debía reconocer la voluntad expresada en las urnas.

En las Memorias de William “Bill” Colby, jefe de la CIA —1973 y1976— así lo narra: “Entonces era un hombre a matar.” Al resistirse fue baleado, en una acción planeada para culpar a la “ultraizquierda”, incentivar una asonada militar e impedir la ratificación de Salvador Allende por el Congreso.

Schneider murió a consecuencia de las heridas tres días después. El Congreso ratificó a Allende como Presidente. El embajador estadounidense no asistió a la investidura y tampoco el Presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, lo felicitó.

Una frase comprometedora entre Kissinger y Nixon en relación con el golpe de 1973, es registrada en “The Pinochet File” de Peter Kornbluh, cuando el asesor responde al Presidente sobre la participación en el golpe: “Quiero decir, los ayudamos (…) creamos tantas condiciones como pudimos”.

Lloviznaba en Santiago

La única mujer integrante de la corresponsalía de Prensa Latina en Santiago de Chile, Elena Acuña, avisó temprano que el golpe había comenzado antes de las siete de la mañana, en el puerto de Valparaíso, y que la insurrección estaba siendo acatada por todos los cuarteles a lo largo del país.

Los que no estaban en aquel momento en la oficina, avanzaron por las calles bajo la fina llovizna a todo riesgo, cruzándose con destacamentos militares. Se dirigían al encuentro de los otros colegas que intentaban actualizar lo acontecido, directamente sobre los teletipos, compitiendo con la realidad cambiante.

En esa mañana del 11 de septiembre, Allende llegó súbitamente al palacio a las 7:30 a.m., con un grueso grupo de su escolta personal, alrededor de 50 efectivos de Carabineros, el director general de Carabineros, José María Sepúlveda, sus médicos personales y algunos asesores directos, narró el periodista argentino Jorge Timossi (1936-2011).

“Al entrar Allende en La Moneda, los efectivos de Carabineros y cuatro tanquetas de este cuerpo tomaron posiciones en los accesos principales, impidieron el tránsito de vehículos y personas en dos cuadras a la redonda, iniciando así un ajetreo nervioso que todavía pasaba inadvertido o como algo relativamente normal para el santiaguino, habituado ya al diario enfrentamiento callejero y los actos terroristas de la derecha”.

“Bastaron pocos minutos para enterarme de lo que en realidad ocurría: el Presidente tenía informaciones de posibles acciones golpistas en la noche del lunes, y a las siete de la mañana del martes fue informado en su residencia de la calle Tomás Moro de que unidades de la Marina de Guerra se habían sublevado en Valparaíso y marchaban sobre Santiago”.

“Pocos minutos después de las ocho la emisora socialista Radio Corporación informó que existía una situación anormal en Valparaíso, y en principio alertó a los obreros, a los cordones industriales, que jugaron un destacado papel inicial en el ‘tancazo’ [del 29 de junio, un fallido intento que fue sofocado en tres horas] y que ahora están luchando contra los cohetes de los aviones a chorro, los cañones de los tanques y los obuses”.

La mañana del golpe llegaron hasta la oficina chilena de Prensa Latina el periodista Augusto “Pelao” Carmona, junto a Lucía Sepúlveda de la revista Punto Final, dirigida por Manuel Cabieses, para mostrar su solidaridad. Colegas de diferentes tendencias ideológicas también se hicieron presente con llamadas telefónicas, para interesarse por el bienestar del equipo periodístico de la Agencia Prensa Latina.

Timossi, quien era el corresponsal jefe, ordenó abandonar el local al personal técnico y de servicio. También a la chilena Elena, a quien hubo que convencer para que saliera en una breve tregua del bombardeo, para que llevara hasta su departamento —cercano a La Moneda— algunos documentos de la agencia. Prácticamente le exigió que se fuera y permaneciera allí con su pequeña hija, ante su insistencia de quedarse con sus colegas.

Una llamada telefónica a la corresponsalía en Argentina mantuvo abierta durante horas un canal de comunicación que le facilitó dictar las noticias vía telefónica a José Bodes, el corresponsal de Prensa Latina en Buenos Aires, hasta que —probablemente un militar— cortó la señal con Prensa Latina.

La redacción de la revista de izquierda Punto Final fue destruida por una veintena de militares que ordenaron a los periodistas sentarse en el piso, después de registrarlos con los brazos alzados contra la pared.

La violencia se expresó también al romper el afiche del Che y las fotos de Allende. Los militares —jóvenes soldados cuyos rostros expresaban horas de cansancio— aislaron a los periodistas en distintas esquinas de la oficina, mientras revisaban todo minuciosamente, buscando armamento.

Entretanto un grupo de la resistencia chilena comenzó a disparar desde un edificio contiguo, contra los guardias que estaban en la oficina, lo que provocó que los militares sacaran al balcón a los periodistas Contreras, Mainadé y Lobaina, usándolos como escudos humanos durante un tiroteo.

Aquella tensión que transcurrió por unas tres horas, hizo que Timossi, también directivo de la Asociación de Corresponsales Extranjeros en Chile, conversara por teléfono con el general Herman Brady, uno de los golpistas. El teléfono funcionó porque era evidente que los militares lo necesitaban activado. Entonces fue suspendido el operativo, porque Brady ordenó a los huestes que detuvieran el allanamiento y se retiraran de la sede de Prensa Latina, para que Timossi asistiera a una reunión con el Ministerio de Defensa, junto a otros corresponsales.

El periodista argentino Jorge Timossi en la sede de Prensa Latina en Santiago de Chile. Imagen tomada mientras se producía el golpe de Estado. Foto: Archivo

Aquella situación acrecentó la tensión en espera del periodista jefe. Los colegas describieron posteriormente el impacto que les causó la muerte del presidente Allende y del reportero Augusto Olivares que estaba en el Palacio de La Moneda; así como noticias de los enfrentamientos en los barrios obreros, las detenciones masivas en centros fabriles, en las universidades. Aunque su voluntad de resistir permanecía invariable, la incertidumbre sobre el paradero de familiares y amigos los inquietaba aún más.

Contaron que de noche hicieron guardia en la oficina de Prensa Latina, ubicada en el piso 11; era el último del edificio Unión Central 1010, situado a solo dos cuadras del bombardeado palacio, cuando —ante tanto sigilo— amplificado por el silencio de una edificación supuestamente vacía, surgió el ruido del motor del elevador, que subía y bajaba. Como trabajo psicológico contra los periodistas atrincherados.

Impactantes vivencias

En los meses previos a la toma de posesión de Allende, el peruano Jorge Luna trabajó con miembros de la Unidad Popular, por sus conocimientos de periodismo y dominio del idioma inglés. Aun ahora, dice que la cobertura del golpe de Estado en Chile es la vivencia más impactante de su extensa trayectoria como periodista.

“Salimos desde mi apartamento hacia el centro de la ciudad, en el auto de la agencia. Se escuchaban disparos, la gente huía. Ya se veían las barreras que colocaban los Carabineros (policía militar), por lo que tuvimos que abandonar el auto y continuar a pie hasta la oficina, a solo dos cuadras del Palacio de la Moneda”.

Además de Luna y Timossi, se mantuvieron en la oficina los periodistas chilenos Orlando Contreras (1937-2015) y Omar Sepúlveda; y los cubanos Mario Mainadé (1933-2016) y Pedro Lobaina.

La juventud temeraria de Luna le costó una bronca con Timossi, porque en el intento de captar imágenes de los bombardeos a La Moneda, salió al balcón exponiendo su vida y ajustando el teleobjetivo de su cámara Pentax, logró hacer fotos del nefasto acontecimiento.

“Un rato después regresan a nuestra oficina, golpean la puerta con las culatas de los fusiles, y al abrir la puerta los guardias nos conminan a salir al exterior y montar en un camión, a lo que nos negamos rotundamente”, rememoró Luna.

Tras la reunión

Una escolta militar llevó a Timossi de regreso a la oficina tras la reunión con el general golpista, Herman Brady. Fue cuando Prensa Latina pudo continuar sus reportes y transmitió la primicia de la muerte de Allende, confirmada telefónicamente desde el Palacio de La Moneda, por una fuente que ingresó en la resistencia clandestina.

Algunos amigos chilenos les habían hecho llegar previamente escasas provisiones, que se fueron consumiendo. Fue el único avituallamiento con que contó el equipo de periodistas atrincherado en la oficina, sin alimentos, ni agua.

Vestidos de civil, un coronel y su escolta condujeron al cónsul cubano Jorge Pollo hasta la oficina de Prensa Latina, aquel jueves 13 de septiembre. El diplomático quería saber sobre los periodistas y avanzar en la evacuación.

Posteriormente, algunos miembros de la Inteligencia Militar chilena llevaron a los periodistas a la embajada de Cuba en Santiago de Chile, que también se encontraba sitiada por tanques y militares. Todos los periodistas que estaban en la oficina viajaron a Cuba, menos el reportero chileno Omar Sepúlveda, que se quedó en su país.

Timossi tituló su crónica de diez cuartillas: “Las últimas horas de La Moneda”. Fue difundida por la agencia de noticias Prensa Latina el jueves 13 y no antes, por la clausura de las comunicaciones de Chile con el exterior, como medida impuesta por la Junta Militar.

Cuando finalmente llegó a La Habana, aquella única “otra” versión, diferente a la que difundió la Junta Militar chilena, fue primera plana en —alrededor de— 50 periódicos del mundo. Posteriormente el periodista confesó haberla escrito en un confuso estado emocional, con el enorme cansancio que produce la tensión nerviosa y no haber dormido durante 48 horas.

(…)El presidente Salvador Allende cayó defendiendo el Palacio de Gobierno, sus convicciones esenciales, después de exigir garantías para la clase obrera chilena ante el poder avasallador del golpe fascista.

“No saldré de La Moneda, no renunciaré a mi cargo y defenderé con mi vida la autoridad que el pueblo me entregó”, remarcó desde la primera alocución que hizo en la mañana del martes 11 por la efímera cadena radial La Voz de la Patria.

En mis contactos personales con el presidente Allende nunca le escuché otras palabras cuando él se refería a la hipótesis de un golpe de Estado:

“Tienen que sacarme del palacio muerto, en una caja de pino, con los pies para adelante”.

Esto lo repetía una y otra vez a sus interlocutores allegados y la primera ocasión que lo hizo público fue en una concentración con que finalizó la visita a Chile del más dilecto de sus amigos: el  primer ministro de Cuba, Comandante Fidel Castro (…).

(…) De La Moneda surgían gruesas columnas de humo y los bomberos entraron a apagar el fuego.

Un fotógrafo de El Mercurio —el decano del periodismo reaccionario continental— fue llamado por los militares facciosos para fotografiar al Presidente muerto.

La Moneda, vista desde cualquier ángulo, parece hoy un edificio al cual le hubieran agrandado sus ventanas en una forma caprichosa e imposible: los agujeros son grandes cavernas tétricas y las puertas ya no existen. Los admitidos camarógrafos del Canal 13 de televisión fueron paseados de la mano por los golpistas y el único canal “sin censura” registró —sin quererlo— las primeras imágenes conocidas en Chile de la verdadera, innata, cara de uno de los fascismos más crueles del continente.

En la calle están los muertos, y el hedor a carne quemada se hizo sentir con mayor fuerza en el centro de Santiago. A unas pocas esquinas de las oficinas de Prensa Latina, en plena alameda “Bernardo O’Higgins”, un cuerpo está tirado, con solo restos de cráneo. Fue el de un hombre que seguramente no pudo alcanzar a refugiarse a tiempo porque usaba una pierna ortopédica y una muleta para apoyarse. 

Los cálculos hechos en consulta con varios corresponsales extranjeros elevaron a cinco mil las bajas hasta la tarde del miércoles.

En ese periodo se registraron dos temblores de tierra —de los acostumbrados remezones que se producen continuamente en Chile— pero nadie pareció darles importancia, ni ninguna agencia internacional se molestó en noticiarlos, o tal vez se confundieron con las ondas expansivas de los dinamitazos y bombazos.

La resistencia al golpe continuabaNo creo que Allende haya muerto en vano.

Son fragmentos de lo descrito por Jorge Timossi en su primera crónica, que después tuvo ocasión de precisar en detalles entonces desconocidos, para ajustar la verdad histórica desde su artículo “Otra vez La Moneda”.

Así que debemos volver a este tema, una y otra vez, en reverencia a la justicia desde la memoria. Porque los locos andan sueltos y el fascismo es un fantasma al acecho.

Fuente  Telesur

Por REDH-Cuba

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