Transcripción del séptimo capítulo del Podcast A Contracorriente, un espacio para mirar la cultura desde todas las aristas. Producción: Radio Cubana. Frecuencia: semanal (todos los sábados). Enlace principal:  https://www.radiocubana.cu/podcast-a-contracorriente/

Participantes: Omar González Jiménez (OGJ), escritor, profesor del ISRI e integrante de la REDH, y Erick Méndez Díaz (EMD), periodista y realizador en Radio Rebelde y Telesur, miembro de la Asociación Hermanos Saíz.

VOZ EN OFF DE EMD: Esto no es un podcast, es una invitación a pensar en cómo somos. A Contracorriente, un espacio para mirar la cultura desde todas las aristas.

EMD: Volvemos a encontrarnos para, juntos, pensar, entender, dialogar en torno a la cultura, siempre A Contracorriente. Me acompaña nuevamente el profesor Omar González, bienvenido.

OGJ: Aquí estoy, Erick.

EMD: Bueno, soy Erick Méndez Díaz y los invito a conversar sobre un tema que dejamos planteado desde la semana pasada, me refiero a las guerras de pensamiento.

Es que justamente cuando hemos analizado en seis episodios anteriores varias aristas de la cultura, de la formas de dominación, de colonialidad del saber y del ser, llegamos, sin dudas, a la conclusión de que hay una guerra de pensamiento, una guerra que busca colonizar nuestras formas de pensar y, por supuesto, de actuar. Entonces sería interesante debatir hoy en torno a esta idea, ¿no?: las guerras de pensamiento.

OGJ: Sí, esta definición, esta denominación, necesita que la ampliemos y profundicemos en ella. Se debe, como se conoce, a José Martí. Es un concepto que él, lamentablemente, no pudo desarrollar. Martí habla de “guerra de pensamiento” en una carta que escribe el 10 de abril de 1895 a dos amigos suyos, que son, además, dos importantes dirigentes del Partido Revolucionario Cubano: Gonzalo de Quesada, su albacea, y Benjamín Guerra, quien era el tesorero del Partido. Martí escribe esta carta en Cabo Haitiano el 10 de abril, y va a morir en combate el 19 de mayo, es decir, poco más de un mes después. Antes había escrito con Gómez el Manifiesto de Montecristi. En el Manifiesto, Martí habla de la energía de la “revolución pensadora y magnánima”. “Pensadora”, así la define él. Con ella van a lograr el triunfo los cubanos, apoyándose en esa energía.

En esa carta a Benjamín y a Gonzalo, Martí está hablando del periódico Patria y del Manifiesto, específicamente de cómo tiene que circular el Manifiesto de Montecristi y cómo debe ser Patria. No es difícil imaginar cómo eran las comunicaciones en esa época. Vamos a prescindir de todas las tecnologías que intervienen en las comunicaciones en la actualidad, y nos quedaremos con el telégrafo, nos quedaremos con el correo manual, con el correo en barco, con el todavía escaso ferrocarril, con los periódicos y revistas de escasa tirada, con los servicios dependientes de la tracción animal. No había mucho más.

En fin, no había tantas tecnologías como hoy en función de las comunicaciones. Casi todo se hacía directamente por esfuerzo humano, de manera presencial o de forma muy demorada, sin la velocidad característica de la época en que vivimos, cuando todo es casi instantáneo y simultáneo. Diríase que hoy se logra la ubicuidad con las nuevas tecnologías de la comunicación en las redes digitales, con los satélites, la datificación del ser humano y de su vida, la televisión, la radio, la inteligencia artificial. Se trata, en fin, de un nuevo proceso civilizatorio que estamos viviendo, pues al impacto de las tics, no escapa nada ni nadie. Imaginemos a Martí en esta época.

Entonces, Martí está muy preocupado por la forma como se distribuye o cómo se está distribuyendo el Manifiesto de Montecristi. Él habla de que cunda en toda Cuba, de que se distribuya ampliamente, de que se conozca en todas partes. Y Martí también va a hablar allí de cómo debe ser Patria, de lo que se aspira que sea, de la seriedad con que hay que abordar los asuntos de la guerra, que no se permita chanza sobre ellos. De hecho, a él le molestó el tono de un artículo, la manera como se escribió, y, didácticamente, lo compara con otro texto, que consideraba bien escrito.

A propósito del Manifiesto, Martí afirma:

“De prisa y bien repártanlo. Que en todas formas cunda en Cuba, no perdonen esfuerzo para esparcirlo en Cuba. De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosela a pensamiento. Por eso, Gonzalo y Benjamín, Patria ha de ser ahora un periódico especialmente alto y hermoso. Antes, pudimos descuidarlo, o levantarlo a braceadas: ahora no. Ha de ser continuo, sobre las mismas líneas, afirmando con majestad lo contrario de lo que se afirma de nosotros, mostrando –en el silencio inquebrantable sobre las personas– el poco influjo real que les concedemos.”

Martí está alertando del error que supone detenerse en personas que carecen de influencia y concederles demasiada importancia; error que se comete muy a menudo cuando se les encumbra mediáticamente y se les concede inmerecida visibilidad, y no se va a lo esencial, que son las ideas, que es el pensamiento que se esconde detrás de esos ataques, por ejemplo, contra la Revolución, contra cualquier proceso de cambio social o simplemente progresista. Martí habla e insiste en esto con una claridad meridiana.

Viene muy bien abordar el tema de las guerras de pensamiento en este momento, pues existe una profusión tal de categorías, de conceptos, de nociones relacionadas con las guerras de nuevo tipo, surgidas a partir de la Guerra Fría –otra concepción relativa a eso que llamamos Modernidad– que, desde mi humilde perspectiva, ya constituye una suerte de apoteosis nominal o de campo semántico fatigoso, irradiado, en no pocos casos, desde los propios centros de poder cognitivo del capitalismo, algo que resulta abrumador y verdaderamente distractivo. Recordemos lo ocurrido con los “estudios culturales” en otro momento.

De hecho, hay guerras culturales, guerras simbólicas, guerras de cuarta generación, guerras no convencionales, guerras cognitivas, guerras híbridas, guerras ideológicas; en fin, hay cualquier cantidad de guerras. Una locura. Cada vez que alguien advierte un fenómeno con posibilidades de confrontación o disputa, en cualquier campo o escenario, lo bautiza, incluso sin tomar en cuenta que ya existía ese fenómeno y tenía nombre, existía un concepto más o menos desarrollado sobre él, había una teoría, un cuerpo teórico alrededor de esa voz que supone nueva. Y eso enreda, confunde muchísimo. A veces se trata de pura sinonimia o de traducciones sesgadas.

Esta denominación martiana, esta concepción martiana de la guerra, que llamó también “necesaria”, “breve”, entre otras designaciones, un poco que sintetiza casi todas las formas de enfocar o definir el asunto de la guerra en esa tarea adánica de nombrar las cosas y conceptualizarlas. Por eso, siempre debemos tratar de buscar categorías que respondan a nosotros, que no sean impuestas o importadas acríticamente, que no lleguen como parte de esa colonialidad sobre la que hemos hablado en este podcast y que respondan a nuestra identidad, que respondan a nuestra historia, que resulten convenciones entre nosotros mismos a partir de la información, el conocimiento y la experiencia que tenemos.  Y “guerra (o guerras) de pensamiento” un poco que engloba todo eso que hoy nos llega canonizado por los tanques pensantes, dedicados a elaborar estrategias, a diseñar tácticas, que elaboran programas que están detrás de esa infantería prescindible, generalmente torpe, vulgar, fanática, primitiva y obcecada.

Nosotros, en la confrontación con el imperialismo norteamericano, tenemos suficiente experiencia en estos asuntos. Conocemos muy bien quién mueve los hilos de esos laboratorios tóxicos que hay en La Florida, en Miami, que no tienen altura intelectual, ni altura cívica, por supuesto, y cómo responden a esos tanques de pensamiento que están detrás de cada idea o acción maquiavélica que realizan. Estoy hablando de la industria del odio y del brete, para decirlo en buen cubano. Y quienes más nos interesan, desde este punto de vista, son los que dirigen la guerra mayor de pensamiento contra Cuba, aquellos que concentran el fuego en lo esencial, en horadar nuestra identidad, en desnaturalizar nuestros símbolos, en desmontar la historia y en despojarnos de las fortalezas con que cuentan el pueblo y la nación cubana.

Por REDH-Cuba

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