En el año 2012, Fidel sostuvo un encuentro infinito con más de un centenar de intelectuales de Cuba y el mundo.

Ese hito se convirtió en una de las hojas de ruta de la Red En Defensa de la Humanidad.

Los problemas y desafíos siguen siendo los mismos, acentuados por la acción del fascismo internacional, la contrarrevolución capitalista, el salvajismo y la barbarie de los sicarios de la élites imperiales y la estulticia de los que manejan los hilos del destino de la humanidad, secundada por millones de seres anestesiados y enajenados por la maquinaria de guerra psicológica y cultural al servicio de los destructores del planeta.

En ese encuentro se reconoció que el problema principal a cuya solución han de contribuir el pensamiento social y las fuerzas más progresistas de la humanidad era (y sigue siendo para hoy, y el futuro, si lo aseguramos),  la sobrevivencia de la especie humana —una especie en peligro de desaparecer, como alertó Fidel hace 33 años en la Cumbre de Río.

Un breve resumen comentado les expongo:

Esa batalla por la existencia humana en el planeta u otro (si llega a ser lo suficiente sabia para llegar a ese estadio de desarrollo, conciencia y convivencia), resultaría estéril sin la preservación de las culturas, valores y conocimientos creados por el ser humano en toda su historia.

La intelectual Zuleica Román se refería al saber humanístico y a la ciencia socialmente comprometida, esa que toma al hombre y a la mujer como principio y fin de todos sus esfuerzos; a la ética y la solidaridad como pilares de las relaciones humanas; a la defensa de la identidad cultural de comunidades y pueblos; y a la relación armoniosa del hombre con la naturaleza; no a las habilidades y saberes puestos en función de la dominación, el genocidio y la domesticación de las personas.

Hoy como ayer los modelos de desarrollo de la sociedad capitalista están en crisis, y las consecuencias para el ser humano y sus condiciones naturales de vida son catastróficas. Al propio tiempo, la maquinaria mediática hace lo posible para que esa crisis sistémica del capitalismo sea invisible para las mayorías.

En primer lugar, asolan al mundo una crisis tanto económica como financiera, otra vez desatadas por el egoísmo y la arbitrariedad de las fuerzas del mercado. A ellas se une la crisis ecológica, resultado de la acelerada deforestación de las áreas boscosas del planeta, de la emisión indiscriminada de gases tóxicos y la contaminación de los recursos acuáticos, entre otras calamidades.

La crisis energética, la crisis alimentaria, sumada a los males en la economía, con su negativa repercusión en la producción y el consumo, precarizan la vida de los grupos sociales más vulnerables; endurecen la competición entre los miembros de la sociedad por el acceso a los recursos, servicios y políticas sociales; y sacan a flote actitudes y sentimientos egoístas, puestos en función de preservar o incrementar el bienestar hasta entonces disfrutado.

El demagógico discurso de las grandes potencias de nuestra época no logra ocultar la ideología fascista que reemerge, otorgando al Consejo de Seguridad de la ONU el doble papel de fiscal y juez, que legitima bombardeos, invasiones y conquistas territoriales de nuevo cuño.

La opresiva combinación de los poderes económico, ideológico y militar de los imperios, auxiliados por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la OTAN, entre otras instituciones emblemáticas del imperialismo, pretende controlar a la mayoría laboriosa y pacífica, el 80 % de la humanidad que tiene poco y cada día pierde más. Las consecuencias están a la vista: parte de aquellos que el dominio imperial aún reconoce como estados, son cada vez menos soberanos.

Se trata de países con patrimonios menguados por la rapacidad de las trasnacionales, cuyos gobiernos ven crecer, con inocultable impotencia, el número de analfabetos, hambrientos, desempleados y sin techo, en fin, de gente sin esperanza.

Paralelamente, los medios de difusión, cartelizados y al servicio de una poco visible, aunque omnipresente minoría, continúan su faena de instauración de valores, códigos y símbolos pretendidamente universales.

Hace poco más de un siglo, cuando surgieron en Estados Unidos las primeras agencias de publicidad, el sueño del capitalismo era estandarizar el consumo aunque fuese a costa de distribuir productos cada vez más fútiles y caros. Lograda la sacralización de la marca comercial y convertida esta en una especie de evangelio de la modernidad, la tarea del momento es homogeneizar las percepciones de la realidad, las aspiraciones y metas personales, las opiniones políticas y los criterios estéticos, en fin, el sentido de la vida.

Como en las previsibles tramas policiales donde el asesino acecha dentro de la casa para masacrar a sus moradores, el mundo duerme, todavía confiado, mientras guarda debajo de su cama armas más que suficientes para causar su propia destrucción. Las 25 000 ojivas nucleares que amenazan nuestro sueño, permanecen celosamente custodiadas en instalaciones militares de solo ocho países. Basta un enfrentamiento entre dos de esas potencias para que se haga realidad la pesadilla del Invierno Nuclear. 

Se avizoran en el Medio Oriente nuevas guerras de conquista y saqueo.

En África subsahariana —a la que los grandes medios suelen recordar para referirse a enfrentamientos armados de presunto origen étnico—, poblaciones enteras están siendo exterminadas por enfermedades curables y la esperanza de vida al nacer no rebasa los 48 años de edad.

Del combate contra la maquinaria genocida de Israel regresan a sus casas diariamente los palestinos que los sionistas no han logrado exterminar.

También luchan por ganar 24 horas más de vida los niños de la calle; los afroamericanos e inmigrantes latinos que purgan en el corredor de la muerte desventajas sociales de origen; los homeless; las madres y abuelas que persisten en la búsqueda de sus familiares desaparecidos; los enfermos que añoran el trasplante que no pueden pagar; y muchos más, ciudadanos de países presuntamente cultos y civilizados, que resisten el cerco impuesto a sus conciencias por un amplio surtido de productos culturales que incentivan la enajenación y la violencia.

La guerra nos amenaza a todos porque este mundo cada vez más injusto e inseguro está siendo asediado por la única especie pensante que lo habita. Tal como Fidel dijo: «La mayor contradicción en nuestra época es, precisamente, la capacidad de la especie para autodestruirse y su incapacidad para gobernarse».

Se experimentan veranos crecientemente calurosos que alternan con inviernos cada vez más crudos; y tierras bajas sepultadas por mares cuyo nivel no deja de elevarse.

No tenemos derecho a condenar a la desesperanza a los 2 000 millones de seres humanos que nacerán durante los próximos 40 años, bajo un cielo empañado por millones de toneladas de gases contaminantes y un sol que parezca menos luminoso cada día.

Así concluía la destacada escritora.

Fidel, desde de casi nueve horas de diálogo concluía el intercambio:

“Hay algo que me atrevo a declarar: si uno supiera que el mundo va a durar 10 años, está en el deber de luchar para hacer algo en esos 10 años.

Si a ustedes les afirman: tengan la seguridad de que se acaba el planeta y se acaba esta especie pensante, ¿qué van a hacer, ponerse a llorar? Creo que hay que luchar, es lo que hemos hecho siempre.

¿Y los hombres por qué luchan? Luchan por algo. ¿Y por qué dan la vida? Dan la vida por algo.

Estoy seguro, porque conozco mucha gente que cuando le explican esos problemas los entienden y es lo que podemos hacer, es lo que sugiero que se haga y no nos dejemos llevar por el pesimismo”[1].

Nota:

[1] Fidel Castro con los intelectuales: Nuestro deber es luchar. Instituto Cubano del Libro. Editorial José Martí. La Habana. 2012.

Por REDH-Cuba

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