La guerra no desprecia los espacios disponibles. Acostado o sentado en mi cuarto seguro, no puedo sin embargo controlarla en mi propio cuerpo. El virus está en mi sangre y yo he tratado de fortalecer los anticuerpos, tomar los analgésicos indicados, ser un paciente obediente. Ya la fiebre pasó. Alguien pregunta, ¿dónde te duele? Sonrío. No es grave, no moriré, pero el maldito virus explora todos los resquicios de mi cuerpo, y me inutiliza las manos y los pies. Yo solo soy un cuerpo en su máxima e indefensa extensión, el territorio donde ocurren las batallas. De repente, explota algo similar a una granada en mi muslo derecho; segundos más tarde, una punzada como tiro de rifle, traspasa mi rodilla izquierda. Así voy conociendo la geografía de los puntos vulnerables: una simple caricia puede revelarlos. Pero en esta guerra no caben las definiciones genéricas: no puedes decir, por ejemplo, me duele la pierna, en la pierna hay miles de terminales nerviosas, y sin embargo, sabes que te duele con certeza el dedo meñique del pie y un mínimo montículo que descubres en la pantorrilla izquierda. Mis manos son un desastre: alguien ha martillado con saña las articulaciones. Pero no, no pretendo continuar esta descripción minimalista. Soy apenas un punto en el espacio y son varios los virus que han aparecido sospechosamente este año de manera simultánea. Sabemos que la guerra biológica incluye su dispersión en nuestras ciudades. Es algo difícil de probar, quizás un acápite que nuestros hijos o nietos lean muchos años después, en algún expediente desclasificado de la CIA, como ya ha ocurrido con respecto a hechos anteriores.

La casa, donde mi cuerpo libra su batalla silenciosa, radica en una ciudad que, entre el azote de los virus y el de los apagones, a veces coincidentes, reúne lo que puede (ropa, insumos, latas de conserva, mosquiteros), para enviarlo a las provincias orientales, por donde acaba de pasar un huracán devastador. El país, exhausto en su lucha diaria por sobrevivir y avanzar frente al bloqueo, se concentró en un único objetivo: salvar vidas. Fueron evacuadas 650 000 personas. Nadie quedó abandonado. Miles de trabajadores llegaron desde todas las provincias para auxiliar a los damnificados. Los gobernantes cubanos acuden una y otra vez a los lugares más afectados, no hacen promesas, actúan: los pocos recursos disponibles son para quienes más los necesitan. Nadie tiene mucho que dar, pero en esta guerra los que no tienen algo, entregan su propio cuerpo, su mente, sus manos, su voluntad. La televisión trasmitió las imágenes: poblados enteros inundados por ríos cercanos, o arrasados por los vientos del huracán; amplias zonas sin luz, sin conexión telefónica y sin agua potable. ¡Pero no hubo muertos y la recuperación avanza! El cambio climático provocado por el instinto depredador del Capital empieza a sentirse, sus consecuencias serán compartidas por ricos y pobres, pero los pobres, desforestados, esquilmados en sus recursos naturales, cargan ya con el peso mayor. Acaba de concluir sin acuerdos una Cumbre Mundial sobre el Medio Ambiente en Brasil, a las puertas del Amazonas. Mañana será tarde.

Mi casa, mi ciudad, mi país, están en el Mar Caribe. Ha sido y debe ser una zona de paz y de playas, de pesca abundante, pero hoy es zona de guerra, de chantaje, de posible intervención militar. La marina de guerra estadounidense infesta sus aguas. No son pocas ni pequeñas las naves: es difícil precisar con exactitud, porque muchas embarcaciones, bombarderos, helicópteros y aviones de combate, así como drones, esperan en Puerto Rico o van y vienen, pero frente a las costas venezolanas navegan siete destructores y dos cruceros, un submarino nuclear y tres barcos de asalto anfibio. A ese inusitado despliegue intimidatorio se ha unido la mayor nave de guerra del mundo, el portaaviones Gerald Ford. El pretexto es el combate a las drogas; se inventan carteles y acusaciones a los gobernantes que desean derrocar; todo es permitido, basta con que el emperador defina un objetivo, imaginario o real, para que los súbditos den por buena la coartada. La amenaza inmediata se cierne sobre la indómita Venezuela, rica en petróleo, y otros minerales fósiles, pero los pueblos de Nuestra América la sienten como propia. Los grandes cañones, los misiles ultrainteligentes, practican alegremente el tiro al blanco sobre lanchas indefensas que, afirman ellos, trasladan drogas, y han ejecutado extrajudicialmente a 83 seres humanos. Mañana serán más. Esta es una noticia, como dicen los reporteros, en desarrollo. Pero una guerra de consecuencias impredecibles puede iniciarse en cualquier momento, sin previo aviso.

El Mar Caribe es solo una porción de agua, de pueblos, de culturas, en un contexto global de guerras en curso o por comenzar. Las imágenes que trasmitió hoy la televisión desde Gaza, esa breve extensión de tierra palestina, fueron tan semejantes a las del día anterior, como lo serán a las de mañana; los cuerpos mutilados de niños, mujeres y ancianos se parecen a los de ayer, el escándalo moral que provoca la muerte indiscriminada de más de 60 000 palestinos en apenas tres años, y la destrucción casi total de toda su infraestructura urbana, se diluye en la rutina informativa y se naturaliza. Un plan de paz espúreo, que no reconoce la existencia del estado palestino, y justifica la intervención indefinida de tropas extranjeras, avanza como única alternativa a la muerte. El genocidio sionista no será juzgado, porque el interés de los Estados Unidos lo impide. En Ucrania, una elite corrupta se enriquece —recientemente ha sido descubierta una red que se apropia de los recursos que la Unión Europea envía para sostener la guerra, integrada por amigos y cercanos colaboradores del fascista Zelensky— mientras sirve intereses ajenos a los de su pueblo, que es hermano de sangre y de historia del pueblo ruso, y prolonga la guerra fratricida.

Pero el imperio se descompone: el ejército reprime las protestas que rechazan la existencia de “reyes” o “emperadores” de facto, el gobierno expulsa de las universidades a estudiantes y profesores que disienten de sus políticas o se solidarizan con el pueblo palestino, cualquier político no coincidente es catalogado de comunista. Un segmento de los electores y de los políticos se radicaliza. El orden democrático-burgués ya no es funcional, el caos es parte de la estrategia de gobierno. Caerá el imperio, pero ¿a qué costo? Mientras mis defensas repelen el ataque del virus en mi cuerpo, el mundo colapsa. Mi pueblo resiste, si la Humanidad logra sobrevivir a la guerra, será recordado por su heroísmo.

Fuente: CubaSi

Por REDH-Cuba

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