“Y en el Sur la voz amiga”[1]…recordando a Chávez
Pensar en aquel 4 de febrero de 1992, es sin dudas recordar al compañero Hugo Chávez, y para que su remembranza quede en boca de un obrero y luchador uruguayo (Daniel Placeres), utilicemos sus palabras:
“Si lo conocí; una persona extremadamente humana; con una visión de desarrollo; y de transformación como pocos; con una visión de integración para la región impresionante.
Realmente cuando falleció; con él se fueron muchas esperanzas; sueños.” Quede en boca del trabajador su remembranza.
Pero recordar aquella fecha, es también pensar qué significó aquella rebelión para nuestros pueblos. ¿Segundo Moncada? Tal vez, aunque la historia no repite los hechos, o al menos las posibles similitudes se dan en otros estadios del desarrollo, lo que las hace diferentes.
Eso sí, vale la pena pensar y repensar la historia, pues sin ello es imposible situarnos en el presente y proyectarnos hacia el futuro.
Las gestas y sus significados
Los tiempos eran otros, la sociedad latinoamericana era otra. Ambas gestas, tanto el Asalto al cuartel Moncada del 26 de julio de 1953, preludio de la Revolución Cubana, como la rebelión del 4 de febrero de 1992, antecedente inmediato del triunfo electoral y revolucionario de 1998, tuvieron muy especiales significados para América Latina.
Algunas similitudes de corte más ideológico o de cambio cultural podrían expresarse de múltiples maneras, pero nuevamente escogiendo la palabra diáfana de los y las humildes, por un lado, una camarera venezolana que entrevistamos “Patria, Socialismo o Muerte” …” Mi nombre es María, nosotros vamos a vencer, porque el pueblo, los humildes, los pobres somos los que queremos esta Revolución. Un legado que nos dejó nuestro presidente Hugo Chávez Frías”, y por el otro, la experiencia similar del Historiador Eric Hobsbawm que nos cuenta en relación a su experiencia en Cuba … “Hasta los camareros de un café o un restaurante nos explican que Fidel Castro vio que las antiguas fuerzas armadas debían ser desmanteladas por completo y que el pueblo debía ser armado, si se quería evitar la parálisis…o la derrota de Arbenz en Guatemala”[2]. De hecho, contextos diferentes, pero pueblo opinando, interviniendo en un proyecto revolucionario que siente suyo.
Y los contextos no solo eran diferentes en sus particulares países sino en todo el continente. En épocas de aquel preludio de 1953 y triunfo Revolucionario de 1959, los tiempos nos permitieron pensar con el ejemplo de Cuba y de Fidel en cambios sistémicos, tal vez vertiginosos y profundos. La base material era diferente, y con ella las luchas y acumulación de clase.
Por aquellos años los latinoamericanos veníamos de cierto período de “bonanza” económica (que nunca existió para los más pobres) que comenzaba a resquebrajarse, pero que de hecho nos había permitido ciertos grados de independencia, que paradójicamente culminaron ahondando la dependencia. Eran los tiempos de la crisis de los llamados Modelos de Sustitución de Importaciones, de aquella industrialización inconclusa, que nos permitió generar una clase trabajadora más fuerte y organizada. Disímil también en cada país, pero América Latina parecía despertar en confrontaciones cada vez más agudas.
A mediados de los 50’ cambiaron las condiciones internacionales una vez recuperados los países centrales de la guerra y posguerra mundial y finalizada también la guerra de Corea, desaparecieron los buenos precios para nuestras exportaciones. La incidencia de los intereses de EE.UU. en el área, tanto en su actividad productiva, como financiera, destacaron la afluencia de los organismos de crédito internacional como el FMI, creados en la posguerra. Tiempos de expansión económica capitalista. Eran épocas de la guerra fría. Conformación, avance y conflicto del bloque socialista. Un tercer[3] mundo en luchas sociales internas constantes donde las guerras de guerrillas se tornaron características. La guerra de Vietnam, golpes militares (Brasil, Bolivia 1964), las guerrillas del Che, Camilo Torres y tantas otras, las rebeliones obreras, campesinas y estudiantiles, son todos componentes de una época sumamente particular. En medio de aquella crisis económica y social los triunfos constantes de la Revolución Cubana, aquí en nuestra Patria Grande y más que en “el patio trasero del imperialismo”, a tan solo 90 millas, nos decían que era posible acumular fuerzas para un cambio radical.
Luego se sucedieron para el Continente y el mundo, años de avance del Capital. La ampliación de las formas de concentración de las empresas se constituyó en un fenómeno expansivo cuantitativamente distinto. Dicho fenómeno profundizó y a la vez resultó impulsado por la reestructuración productiva basada en el nuevo ímpetu científico- técnico. Este proceso se sugiere como antecedente inmediato de la llamada globalización, etapa de transnacionalización económica. Los tiempos de la guerra fría comenzaban a terminarse ante el avance del capitalismo planetario y la caída del bloque socialista. Lo expuesto implicaría cambios en los modelos de funcionamiento latinoamericanos asociados a su reinserción internacional. El reajuste estructural del Uruguay, y en gran parte de la región, tuvo que darse bajo formas de mandato dictatorial. Se forjaron así las condiciones internas para los cambios. Reacomodo en las formas de acumulación y modos de regulación inducidos desde afuera, pero con estructuras económicas, políticas y sociales internas que así lo permitieron. En tal entorno, la afluencia de capitales hacia América Latina fue otra de las características.
En conclusión, se trataría de un patrón mundial que como escribiera Quartino, “Denota cambios de tipo estructural, no solo económico, sino social, político, ideológico, cultural, en suma históricos”[4], caracterizado en general por mayores grados cualitativos de concentración, centralización y desarrollo de la transnacionalización del capital, inmerso en nuevas contradicciones devenidas de la propia desigualdad de su desarrollo, y por tanto procesos de exclusión y empobrecimiento paralelo a escala mundial, pero también regional y nacional. El neoliberalismo, como modelo de política económica, tocaba a nuestras puertas con todas sus devastadoras implicancias sociales.
Ya para la década de los 90, el capital financiero era el eje común de estos modelos, cerrando así el circuito desarrollo- subdesarrollo, pues una nueva etapa de globalización se abriría para cerrarse con el advenimiento de una nueva crisis, hacia los últimos años del siglo XX y principios del siglo XXI.
Ese fue el Continente empobrecido y con un entramado social deshecho que encontró la rebelión venezolana de febrero de 1992. En principio pareció un nuevo revés (también el Asalto al Moncada), pero 6 años después la historia tuvo un vuelco, y fue precisamente el triunfo Chavista de fines del siglo XX que volvió a poner sobre el tapete la distribución social de la riqueza, en momentos que una nueva y brutal crisis recaía sobre nuestras economías y pueblos (Brasil 1999, Argentina 2001, Uruguay 2002, etc.). Luego, triunfos de la izquierda en otros países de la región, concluyen en un proceso que desde el principio disminuyó como nunca la pobreza en el continente diferenciándose sustancialmente, más que de fechas de otrora (1953 o 1992), de los procesos vividos en otros países de la región que no fueron parte de lo que se dio a llamar la “era progresista”.
Se trató, por ejemplo, de que la cantidad de personas que salieron de la pobreza fueron más de 51,1 millones en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Uruguay y Venezuela entre los años 2004 al 2014; y de la pobreza extrema o indigencia casi 27 millones más[5], equidades estructurales que marcaron un punto de inflexión. Es que si en enero de 1999, Hugo Chávez llegaba a la presidencia de Venezuela, marcando el inicio del período de expansión de gobiernos de izquierda que comenzaron a desmontar las principales columnas del modelo neoliberal que sumió a tanta gente en la miseria, le siguieron Lula da Silva en Brasil y Kirchner en Argentina en 2003, Tabaré Vázquez a partir de marzo 2005, Evo Morales en enero de 2006, Rafael Correa y Daniel Ortega en 2007, y Fernando Lugo en 2008.
La rebelión del 4 de febrero de 1992, no fue, por tanto, solamente el preludio de la Revolución Bolivariana en el país hermano. Fue, al igual que el Moncada y la Revolución Cubana, pero de manera muy diferente, el despertar de gran parte del continente que pretendió elegir otros caminos, muy a pesar de que su propia fuerza social (más desestructurada), no le permitiera ir más allá de lo determinado por el propio desarrollo de su capitalismo desformado.
En el marco del desarrollo social y económico de cada uno de nuestros países y el mundo, el Moncada, la Revolución Cubana y su Líder nos permitieron soñar con otra América Latina. Los procesos progresistas de principios del siglo XXI, comenzados en Venezuela con el liderazgo de Chávez, y a posteriori de aquel 4 de febrero, aún y a pesar de su devenir, al menos marcaron un punto de inflexión en esta región, que solo la historia por venir nos marcará su real relevancia.»
Notas:
[1] Segmento de la canción “A Simón Bolivar”, Interpretes Los Olimareños, Compositores Isidoro Contreras y Ruben Lena. En https://bit.ly/3AthM5v consultada el 24/1/2022
[2] Hobsbawm, E. “Viva la Revolución” CRITICA, 2018, Buenos Aires, pág. 38
[3] Ver Hobsbawm, E, “Historia del Siglo XX” 1998, CRITICA, capítulo XII.
[4] Quartino, J. “Apertura, liberalización y transnacionalización” Imp. Valgraf Ltda., Montevideo, 2000, pág.132
[5] G. Cultelli; H. Tajam “América Latina: Progresismo y Después” Revista de la Facultad de Economía de La Universidad de La Habana “Economía y Desarrollo” Vol. 165, N. 1, 2021.