Han pasado más de 60 años desde el triunfo de la Revolución Cubana el 1 de enero de 1959. Una revolución que nació asediada por el imperialismo estadounidense, como demostró la fallida invasión de Playa Girón que ha cumplido estos días su sesenta aniversario. A pesar de todos los intentos posibles por acabar con la experiencia del socialismo cubano, traducidos en invasiones, atentados terroristas en territorio cubano o contra personal cubano en el exterior, plagas, bloqueo económico y una hostil campaña mediática que dura décadas, la Revolución cubana celebra en estos días el 8º Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC). Con él se consuma un relevo generacional del liderazgo revolucionario, que viene produciéndose de manera paulatina, sin prisa pero sin pausa, desde hace lustros.
La Revolución sigue, transformándose para adaptarse a los nuevos tiempos y a una realidad geopolítica muy distinta al momento de Guerra Fría en el que surgió a finales de los cincuenta del siglo XX. Muchas cosas han cambiado en el contexto internacional, no sólo la distribución de poder entre potencias. Ya no existe la Unión Soviética, el bloque socialista se desmoronó a principios de los noventa, dejando a Cuba aislada de sus principales respaldos políticos y económicos. Pero parece que tampoco existe el ambiente político y cultural que dio lugar a que la Revolución Cubana se convirtiera en un referente para una infinidad de movimientos políticos de liberación del mal llamado “Tercer Mundo” y hasta de toda la izquierda de los países del centro del sistema. Sin duda, esta fascinación por la Revolución Cubana trascendió a los movimientos políticos logrando llegar a los sectores populares de muy distintas sociedades y sumar a la causa de los “Barbudos”, además, a muchos intelectuales. Ernest Hemingway, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Charles Wright Mills y un largo etcétera de referentes intelectuales de la época fueron embajadores de la causa revolucionaria cubana. La Revolución Cubana era fashion, defender al comunismo en un contexto de Guerra Fría también. Una potente Unión Soviética disputaba de tú a tú con EEUU la carrera espacial y demostraba la superioridad de su modelo de organización social y política en muchos otros ámbitos. Existía otro mundo posible que no era solamente teórico sino también real. Con sus luces y sombras, con sus propias contradicciones, pero no mayores ni peores que las del modelo capitalista, el socialismo real era una alternativa al capitalismo. Y la idea de una buena parte de la humanidad viviendo bajo otro modelo económico, político y social ejercía un efecto muy potente en los imaginarios colectivos.
Sin embargo, la caída del Muro de Berlín y la implosión del bloque soviético impactó no sólo en el reparto de poder en el sistema internacional mundial sino también en el ánimo de esa intelectualidad que se vio huérfana de referentes. Aunque Hugo Chávez volvió a poner en el debate la idea del socialismo y la lucha por un horizonte asociado a ese término, lo que dio nuevos bríos a la resistente Revolución Cubana, la Revolución Bolivariana de Venezuela no ha logrado concitar, sobre todo en los últimos años en los que han exacerbado los impactos de la guerra económica, un respaldo similar entre esos sectores que son encumbrados como referentes de la opinión y el pensamiento (dejamos para otro día un desarrollo en profundidad sobre la figura del intelectual al uso y su relación con el intelectual orgánico gramsciano). Lo mismo sucede con la Revolución Cubana. En la medida en que Cuba perdió de la noche a la mañana gran parte de sus ingresos y balanza comercial por la caída de la URSS, y entró en un traumático “Período Especial”, la Revolución perdió su encanto entre ciertas voces que empezaron a dudar de las “bondades del socialismo”.
Lo anterior no significa que Venezuela y Cuba no hayan seguido recibiendo el respaldo de personas referentes del arte, la cultura o el pensamiento. Significa que el reflujo ideológico que acompañó en el campo de las ideas a la demolición de las estructuras económicas y políticas del socialismo real, tuvo su traducción en un imaginario donde las alternativas socialistas, aun vivas y en transformación, pasaron a verse como una rémora del pasado. Significa también que el desgaste económico que padecen las sociedades bloqueadas durante décadas por EEUU, tiene un correlato en la imagen que se vende al mundo sobre lo exitoso o no de un modelo económico. Ésa es la idea, de hecho, para quienes diseñan estas estrategias bélicas encuadradas en guerras psicológicas, de IV generación que se combinan con otro tipo de operaciones de distinta naturaleza. Y lo es todavía más en una realidad que, gracias a las redes sociales, permite difundir imágenes sacadas de contexto, sin análisis ni voluntad de generar una comprensión histórica, para consumo fácil a golpe de clic con el propósito de condicionar la opinión pública mundial. Todo ello encaminado a sembrar el camino para el cambio de régimen a través de novedosas y mutantes tácticas de injerencia política y social en el marco de estrategias de guerra híbrida.
Ni el socialismo ni el comunismo están ya “de moda” en este mundo de aparente hegemonía del capitalismo neoliberal. Defenderlo es ir absolutamente contracorriente, sin más asideros que dos procesos revolucionarios vilmente asediados y que nuestra prensa presenta todos los días como ejemplos de dictaduras y modelos económicos fallidos. Quizás por eso se hace cada vez más difícil encontrar a intelectuales verdaderamente comprometidos con las causas de esos pueblos que abrazan -o tratan de abrazar- el socialismo, el comunismo o, simplemente, que apuestan por un modelo de desarrollo soberano fuera de los márgenes permitidos por las élites gobernantes. Los pocos intelectuales, artistas y pensadores revolucionarios deben soportar el peso de una guerra sucia en redes, acoso personal y profesional, que incluye boicots a su trabajo por parte de grandes conglomerados que controlan la cultura, las artes o la prensa en el “mundo libre”. Willy Toledo es un caso emblemático en el Estado español, que ha servido de ejemplo para mostrar al resto lo que le espera si se atreven a defender sin ambages a los procesos políticos de Cuba o Venezuela. Pero no es el único. En cada país la pauta se repite, con sus variantes, pero con un mismo objetivo: acallar a las voces comprometidas con las únicas revoluciones que siguen vivas en América Latina y el Caribe: Cuba y Venezuela.
Aunque la construcción del socialismo sea la única alternativa factible para la salvación de la humanidad y el planeta, defender abiertamente una idea tan obvia para cualquier persona formada e informada, tiene repercusiones y costos en el capitalismo. ¿Será por eso que no hay ya tantos artistas, intelectuales o pensadores de renombre que, como en décadas anteriores, se atrevan a defender esas “viejas ideas” que plantean, paradójicamente, nuevos horizontes de posibilidad y un futuro más armónico e igualitario? ¿Será que ante la proliferación de un pensamiento acomodaticio o cobarde tendremos que mirar más a los pueblos y su construcción alternativa, en medio de tantas dificultades, y menos a los atrios simbólicos de quienes no están dispuestos a sacrificar su confort personal en aras de un proyecto de emancipación colectiva?
Arantxa Tirado, politóloga catalana, doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Investigadora del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG). Integrante de la Red en Defensa de la Humanidad.