Martí nos convoca hoy, no solo a festejar sus natales, esa fecha entrañable para todos los cubanos de bien. Nos convoca, repito, porque su palabra se ha hecho imprescindible para quienes nos sentimos orgullosos de haber nacido en Cuba, y de formar parte de la gran familia nuestraamericana. Es este un momento propicio para aquilatar una vez más cuánto debemos a ese hombre, pequeño de cuerpo, pero inmenso de espíritu, que dio su vida en aras de la independencia de nuestra Patria.
El modo mejor de conocerlo y homenajearlo es adentrarnos en su obra. Puede,además, servir de incentivo añadido, el hecho de que este año se conmemoran varios aniversarios cerrados de algunos textos imprescindibles, lo cual deriva en guía práctica para la lectura. Cabe mencionar su estremecedor testimonio “El Presidio Político en Cuba” (1871), el poemario Versos sencillos, los discursos conocidos como “Los pinos nuevos” y “Con todos y para el bien de todos”, y, muy especialmente, el ensayo “Nuestra América”, todos de 1891.
Hoy, ante las realidades impactantes que sufren el continente y la Humanidad, se hace necesario repasar ese legado como proponía Unamuno, “con devoción inteligente”,[1] de manera que la conmemoración no se convierta en un acto meramente formal, motivado por el recuerdo de las efemérides. Debe ser útil, en el sentido amplio que Martí le atribuía a ese adjetivo, y convertirse en fuerza movilizadora del pensamiento, capaz de motivar nuevas indagaciones e iluminar el camino para la acción, sin perder de vista el momento de la escritura. A nosotros corresponde ser fieles a otro precepto suyo: “[…] la salvación está en crear.”[2]
Y qué mejor homenaje a Martí, en este 28 de enero, marcado por noticias aciagas desde todos los confines del planeta, que releer y compartir esa obra magna, totalizadora de su pensamiento y de su verbo, que es el ensayo “Nuestra América”? No se trata solo de repasar, cautivos de justa admiración, los párrafos vibrantes, pletóricos de imágenes poéticas, que dejan mudo al humilde lector, deslumbrado por el binomio feliz de “música y razón”,[3] sino de colaborar, desde el decir y el hacer de cada uno, en la aplicación creadora de sus enseñanzas, “compactos en espíritu y unos en la marcha”,[4] en esa unidad continental, gustosa y tácita, que venía reclamando desde 1883, en la época en que escribía para La América, de Nueva York, pero que alcanza su expresión más acabada en el ensayo de 1891 .
El 1ro. de enero de ese año, se publicaba “Nuestra América” en La Revista Ilustrada de Nueva York. El 30 del mismo mes lo reproducía El Partido Liberal de México. Con este texto se culminaban, en la síntesis de la madurez, antiguas inquietudes martianas, y a la vez se marcaba un hito significativo en la historia del género en lengua española. Además, y esto no podía sospecharlo su autor en el lugar y momento de la escritura, estaba saliendo a la luz el ensayo que inauguraba, con casi una década de antelación, temas y modos expresivos propios del siglo XX.
Como es justo suponer, “Nuestra América” es también el resultado del diálogo martiano con una producción intelectual latinoamericana y universal previa, respecto a los debates identitarios continentales, de la que es deudora, y a la que sobrepasa ampliamente por su originalidad conceptual y formal. Su polémica con otros autores que le son afines o con los cuales diverge ha sido ampliamente estudiada. El cubano les saca a todos ventaja en ese peculiar modo de cimentar su ensayo desde la síntesis que le otorga su especial estro poético, desbordado en una prosa analítica de profunda raigambre imaginística.
Cintio Vitier, al estudiar el paradigmático texto martiano, entiende por “imaginización” la capacidad de convertir la realidad en imágenes, por lo cual declara: “No se trata de fantasear o inventar cosas que no existen, sino de ver la realidad, aparentemente azarosa o caótica, bajo especie de imagen poética y plástica, con lo cual se ofrece estructurada, fascinante y llena de sentido social, político, humano. La imagen resulta así, no un truco supuestamente embellecedor o sustitutivo, sino, rigurosamente, un medio e incluso un método de conocimiento.”[5]
El propio Martí tenía conciencia de la importancia cognoscitiva de la poesía y sus recursos desde fecha muy temprana, por lo que no resulta raro suponer que la raigambre imaginística de este texto medular para las indagaciones culturológicas en torno a la Patria grande puede responder también a una estrategia comunicativa consciente. Recordemos, si no, este aserto suyo de 1882, cuando colaboraba en La Opinión Nacional, de Caracas: “[…] En forma de precepto da la verdad, el raciocinio filosófico. En forma de imagen da la verdad, la poesía”.[6]
“Nuestra América” puede ser entendida como una especie de compendio de la obra martiana, porque de manera particular convergen en la escritura, se engarzan entre sí y se complementan armónicamente, inquietudes de muy larga data, de manera que en una lectura diacrónica de la obra del gran cubano es posible ir rastreando, voluntariamente o no, los textos genésicos. Esto no significa mera repetición de ideas previas, sino concentración, acendramiento, en un proceso ascendente de escritura y análisis de la cultura y la historia, que alcanzan en este ensayo su punto cenital por la originalidad conceptual y la raigambre poética.
Lo primero que llama la atención es el lugar de la publicación, toda vez que estamos ante un documento de definiciones capitales para nuestro ámbito. Desde el mismo título legitima Martí un término que maneja desde mucho antes para definir a la comunidad de pueblos situados geográficamente entre el Río Bravo, por el norte, y la Patagonia, por el sur. Esta área es una familia con similar origen, lengua y cultura, amén de las diferencias regionales obvias. Comunes son también los desafíos futuros, entre los que está la preservación de la independencia y la soberanía de cada nación, para lo cual es indispensable conseguir la unidad continental.
La Revista Ilustrada de Nueva York, era propiedad del panameño Elías de Losada, circulaba en la emigración hispanohablante establecida en la urbe, y llegaba a tener alcance continental. Contaba con un distinguido grupo de colaboradores, entre los que habría que destacar a Rubén Darío, Juan Montalvo, Manuel Gutiérrez Nájera y Salvador Díaz Mirón, entre otros. Figuras protagónicas en la publicación fueron el venezolano Nicanor Bolet Peraza y el centroamericano Román Mayorga Rivas, con quienes Martí tenía relaciones de amistad, fortalecidas al calor de las actividades que se desarrollaban en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, en la que el cubano fue miembro de la junta directiva, primero como vocal y luego como presidente. Además, el venezolano, de amplia ejecutoria en el campo diplomático, sería uno de los representantes de su país a la Conferencia Panamericana, que se había iniciado el 2 de octubre de 1889.
El 19 de diciembre de ese año tuvo lugar una velada de homenaje en la sede de la Sociedad Literaria Hispanoamericana, y fue Martí quien pronunció las palabras de bienvenida a los delegados a la Conferencia, que han pasado a la historia como el discurso “Madre América”, una de sus más hermosas piezas oratorias.
Con estos precedentes a su favor, lo más atinado es suponer que tanto Elías de Losada como Nicanor Bolet Peraza, le hayan solicitado al cubano colaboración para La Revista… Existe una carta de Martí al primero, fechada el 17 de noviembre de 1890, de la que se infiere que había recibido una elogiosa misiva del panameño, comentándole alguno de sus textos y solicitándole colaboración. Dice allí: “De ningún modo mejor puedo probarle mi agradecimiento por el recuerdo que hace de mí, que aceptando de pleno corazón su encargo de escribir unas cuartillas para el número de enero”.[7]
El cubano, deseoso de ampliar su análisis respecto a nuestra historia continental y sus repercusiones, iniciado en el fragor de un discurso pronunciado en base a escasos apuntes, y publicado posteriormente, optó por un proceso más pausado de escritura, que dio por resultado el ensayo mayor. Prueba de que Losada quedó extremadamente complacido y que le escribió a Martí en términos muy laudatorios, comentándole sobre su ensayo, es la respuesta del cubano, fechada el 12 de enero de 1891:
Las cosas que Vd. me dice, y que acreditan más su nobleza que mi mérito, no son para que se las responda esta carta, sino mi agradecimiento. ¿Le diré que he visto con orgullo ese número hermosísimo de La Revista, donde, —fuera de lo mío, que está allí tan a la vergüenza pública, —todo rebosa arte exquisito y espíritu nuevo? Me pareció el periódico cosa mía, por la tolerancia y pensamiento americano, del bueno, que Vd. pone en él: y tuve el gusto vivo y personal.[8]
Dar a la luz el ensayo “Nuestra América” en la metrópoli norteña, significaba difundirlo entre la emigración hispanohablante asentada en la urbe, un grupo poblacional heterogéneo, que por razones diversas había abandonado la patria grande en busca de mejores horizontes. Con ellos era necesario contar para proteger al continente de los riesgos presentes y por venir, de los que ya hubo muestras considerables, en hechos de triste memoria como la Guerra Estados Unidos-México, por ejemplo, que costó al país azteca la pérdida de inmensos territorios y de incontables vidas humanas.
Se dirigía Martí a aquellos que no debían vivir en el Norte “como siervos futuros ni como aldeanos deslumbrados, sino con la determinación y la capacidad de contribuir a que se la estime [a Nuestra América] por sus méritos, y se la respete por sus sacrificios […]. En vano […] nos convida este país con su magnificencia, y la vida con sus tentaciones, y con sus cobardías el corazón, a la tibieza y el olvido”.[9]
Estas palabras premonitorias pertenecen a su discurso “Madre América”. Luego encontrarían eco en el ensayo que recordamos hoy, del que son génesis en buena medida. En opinión de Cintio Vitier, el discurso puede leerse como prólogo o primer capítulo del ensayo, pues “tal es la continuidad ostensible de dos textos que íntimamente se enlazan entre sí, además de ser hijos centelleantes, cada uno en su género, de la misma inspiración estilística, donde la historia y sus lecciones aparecen bajo especie de imágenes”.[10]
En el ensayo continúa, aunque bajo otras pautas, el paralelo histórico entre las dos Américas que iniciara en el discurso de 1889. De él se sirve para ahondar analíticamente en las diferencias de desarrollo existentes entre el norte y el sur, por lo que la prosa ensayística se nutre aquí de la narración de corte historiográfico y por momentos la prosa reflexiva se contamina saludablemente del vigor expresivo de la oratoria. Pero a la vez que insiste en la necesaria indagación raigal, como vía para ejercer el gobierno en las repúblicas independientes, aún bajo el espíritu de la colonia, declaraba la urgencia de insertarse en el acontecer universal de la modernidad, pero también en la necesidad de fortalecer el espíritu emancipador. También había que desterrar esa suerte de vergüenza de los orígenes, que acompañaba a ciertos sectores de la intelectualidad y la política latinoamericana de la época, demasiado afectos a lo foráneo, y negadora de lo propio. La aldea patriarcal no podía ser la pauta, pero tampoco podía ser la gran urbe extranjera: había que hallar un equilibrio entre los dos territorios en pugna, que solo se lograría con el estudio concienzudo de lo autóctono sin desoír lo mejor de los saberes universales. Lamentablemente, y sin forzar comparaciones, todavía podemos encontrar esas actitudes en no pocos renegados, a más de dos siglos de independencia.
Casi nunca se recuerda otro texto de Martí, también titulado “Nuestra América”. Se trata de un artículo publicado el 27 de septiembre de 1889 en El Partido Liberal. No es, en modo alguno, un texto menor, aunque sea superado por su homónimo de 1891. Escrito un día antes de la primera crónica[11] que dedicara Martí a la Conferencia Panamericana, entonces en curso, adelanta aquí constantes conceptuales y modos de decir y hacer que alcanzaron expresión palmaria en el ensayo posterior.
En el artículo de 1889 comenta un número del periódico ilustrado argentino El Sudamericano, contentivo de noticias interesantes de aquella región. Hace un balance del presente, pero insiste en los rescoldos que aún quedaban de conflictos pasados, lo cual genera resentimientos inútiles.
Pero en aquella comunidad meridional han terminado imponiéndose, por encima de los enfrentamientos fronterizos, los lazos comunes de raza y cultura: “Lo primero que se nota, es que les estorba el odio, que se tienen cariño a pesar de las rozaduras de la vecindad […]. Son sueños de sangre estas guerras entre pueblos hermanos. ¿Qué celo de hermano pequeño, qué desagrado entre vecinos, qué envidia de aldea se resiste a la cordialidad y a la razón?”[12]
Es fácil advertir en este párrafo, con la referencia a la mirada restringida del aldeano y la alusión a los conflictos entre hermanos celosos, uno de los motivos centrales del ensayo de 1891. Solo que en el primero está exponiendo el hecho de una manera, si se quiere, más sentimental, más afectiva, más persuasiva, mientras en el otro lo hará de un modo más enérgico, urgiendo a los implicados en tales posturas a dejarlas de lado, tanto por su inutilidad política como por ser inadmisibles desde el punto de vista ético. Lo único que resta, para obrar conforme a la justicia, es reparar el daño:
Los pueblos que no se conocen, han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano.[13]
Aunque no lo hubiese declarado aún explícitamente con la claridad y concisión con que lo haría en el ensayo de 1891, con este texto del 89, dado a la luz en México, pero centrado en temas del Cono Sur, estaba poniendo en práctica, como lo venía haciendo desde mucho antes, su estrategia de acercar a nuestros pueblos, que se desconocían entre sí, pero debían darse prisa para conocerse, “como quienes van a pelear juntos”.
Pensemos que el ensayo “Nuestra América” es hijo de las mismas circunstancias que dieron lugar a los Versos sencillos, escritos en aquel “invierno de angustia”,[14] mientras tenía lugar la Conferencia Panamericana. Ello explica el tono perentorio, pues de esos días de inquietud y zozobra salió fortalecida la convicción martiana de que había llegado para la América española la hora de su segunda independencia,[15] como diría en una de sus crónicas relativas al cónclave. Si en el poemario –suerte de autobiografía concentrada y bruñida–, al cual él mismo calificó como su vida,[16] dio rienda suelta a sus dolores más íntimos, a su fervor patriótico, a sus recuerdos de infancia, adolescencia y juventud, a sus amores y desamores, en el ensayo cuajaron su americanismo raigal, su convicción antiimperialista, su antirracismo, todo ello en armonía con lo más avanzado del pensamiento y el acontecer universales. Por ello, el bardo que declara en sus versos “Con los pobres de la tierra //Quiero yo mi suerte echar […]”[17], es la misma voz vibrante que afirma y exhorta: “Con los oprimidos había que hacer causa común […]”[18]
Hoy, a 130 años de la salida a la luz de ese texto revelador, urge releerlo bajo los auspicios del presente. Aunque es innegable el avance en cuanto a conquistas sociales y luchas por mantenerlas en muchas regiones del continente, siguen pendientes los reclamos más perentorios de aquel momento respecto a la unidad continental, como vía de salvación común frente a la voracidad del entonces naciente imperialismo. Siguen siendo actuales los llamados en torno al respeto y a la redención social de nuestros pueblos originarios. La conciencia martiana respecto a la necesidad de crear para resolver con soluciones autóctonas los problemas propios es un tema permanente en la región. El peligro y la amenaza a la soberanía de los países del área siguen residiendo en Estados Unidos, cada vez más agresivo y amenazador en el presente, a causa de la desesperación de un sistema político y económico en profunda crisis. Y también, por supuesto, en las contradicciones internas, en las derechas aliadas a intereses foráneos, y en la incapacidad de prever que “[…] El tigre de adentro se entra por la hendija, y el tigre de afuera.”[19]
En las complejas situaciones actuales “Nuestra América” se perfila no como receta mágica, sino como un arsenal teórico para la reflexión, como una guía para la acción cotidiana y como una joya de nuestra lengua, cuya lectura nos hace sentirnos orgullosos de lo que somos, en palabras y en obras.
Notas:
[1] Miguel de Unamuno. Carta a Joaquín García Monge, Archivo José Martí, La Habana, no. 11, enero-diciembre, 1947, p. 15.
[2] José Martí. “Nuestra América.” Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, tomo 6, p. 20. (En lo adelante OC).
[3] Todo es hermoso y constante, //Todo es música y razón, //Y todo, como el diamante, //Antes que luz es carbón. JM: Versos sencillos. Obras completas. edición crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, (en lo adelante OCEC), tomo 14, p. 301.
[4]JM: “Buenos Aires. Agrupamiento de los pueblos de América —Escuelas en Buenos Aires—Buenos Aires, París y New York”. La América, New York, octubre de 1883, t. 18, p. 180.
[5] Cintio Vitier: “Las imágenes en ‘Nuestra América’”, Temas martianos 2. Obras, La Habana, Letras Cubanas, 2005, t. 7, p. 147.
[6] JM: “Francia. Quincena de poetas. Sully Proudhomme en la Academia”, OCEC, t. 11, p. 173; OC, t. 15, p. 268.
[7] JM: Epistolario, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Pla, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. 2, p. 228.
[8] Ibídem, pp. 246-247.
[9]JM: Discurso pronunciado en la velada artístico-literaria de la Sociedad Literaria Hispanoamericana, 19 de diciembre, 1889, OC, t. 6, p. 140.
[10] Cintio Vitier: “Las imágenes en ‘Nuestra América’”, en Temas martianos 2. Obras, ob. cit., t. 7, p. 147.
[11] Diría en esta crónica: “Las entrañas del Congreso están como todas las entrañas, donde no se las ve. Los periódicos del país hablan conforme a su política. Cada grupo de Hispanoamérica comenta lo de su república, e inquiere por qué vino este delegado y no otro, y desaprueba el congreso, o espera de él más disturbios que felicidades, o lo ve con gusto, si está entre los que creen que los Estados Unidos son un gigante de azúcar, con un brazo de Wendell Phillips y otro de Lincoln, que va a poner en la riqueza y en la libertad a los pueblos que no la saben conquistar por sí propios, o es de los que han mudado ya para siempre domicilio e interés, y dice ʽmi paísʼ cuando habla de los Estados Unidos, con los labios fríos como dos monedas de oro, dos labios de que se enjuga a escondidas, para que no se las conozcan sus nuevos compatricios, las últimas gotas de leche materna”. JM: “El congreso de Washington”, OC, t. 6, p. 35.
[12] JM: “Nuestra América” (1889), OC, t. 7, p. 350.
[13] JM: “Nuestra América” (1891), OC, t. 6, p. 15.
[14] “Mis amigos saben cómo se me salieron estos versos del corazón. Fue aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey y Chapultepec, el águila de López y de Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de la América?” JM; Prólogo a Versos sencillos. OCEC, t. 14, p. 297.
[15] JM: Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias OC, t. 6, p. 46.
[16] En carta a su madre, doña Leonor Pérez, fechada en 1892, le dice: “Lea ese libro de versos: empiece a leerlo por la página 51. Es pequeño —es mi vida”. JM: Epistolario, comp., ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Pla, La Habana, Centro de Estudios Martianos-Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. 3, p. 31.
[17] Versos sencillos, OCEC, t. 14, p. 303.
[18] JM, OC, t. 6, p. 19.
[19] OC, t. 6, p. 21.
Marlene Vázquez Pérez, Cuba. Investigadora titular y Directora del Centro de Estudios Martianos.