Seremos como Fidel y el Che. Del Moncada a la unidad nuestroamericana. Por Paula Klachko

La lucha encabezada por ese grupo de valientes patriotas de la generación del centenario, con la descollante figura de Fidel a la cabeza que intentó tomar los cuarteles del Moncada en Santiago de Cuba y el Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo contra la sangrienta dictadura de Batista tuvo lugar el 26 de julio de 1953. Exactamente un año después de la muerte de nuestra Eva Duarte de Perón, la abanderada de lxs humildes de la Argentina y mucho más.

Así como la Generación del Centenario en Cuba, tomo las enseñanzas teóricas y prácticas del apóstol de la emancipación, José Martí, nosotrxs, lxs americanxs no imperialistas, tenemos que tomar las enseñanzas de Fidel. Falta poco para que se cumpla el centenario de su nacimiento el 13 de agosto de 1926. Seremos la generación de su centenario.

Hoy el contexto es otro, la dictadura del capital toma ropajes “democráticos”, pero no de la democracia en su verdadero sentido, el del gobierno del pueblo, sino de procesos electorales en donde pesa la maquinaria del dinero, la corrupción y el poder acumulado de la clase dominante desde hace 500 años, cuyas ideas hace predominar desde siglos. Y tampoco hemos dado vuelta la página de los golpes de estado de la doctrina de la seguridad nacional (de Estados Unidos) que hoy revisten otras formas, pero están a la orden del día.

Veamos los contextos de las luchas de los 50’ del siglo XX y las de hoy, los ’20 del siglo XXI. Pues para eso nos sirve la historia: revisarla para obtener enseñanzas a la luz de los desafíos y luchas del presente.

Los contextos

Los 50’s del siglo XX:

Terminada la segunda guerra mundial y en medio del comienzo violento y caliente de la guerra fría y su expresión más brutal en la guerra de Corea, en América Latina para 1952 se desarrollaba una oleada de gobiernos nacionalistas y reformistas que aprovechando las oportunidades y debilidades de la nueva geopolítica mundial, pugnaban por construir un destino propio con un desarrollo autónomo. Se trataba de proyectos situados dentro de los márgenes del capitalismo, pero apuntando a mayores grados de independencia económica, soberanía política y, por lo tanto, de justicia social y redistribución progresiva de la riqueza. Todo lo cual implicaba grandes dosis de confrontación.

Los gobiernos de Getúlio Vargas en Brasil, de Perón en Argentina, Carlos Ibañez del Campo en Chile, la reciente triunfante revolución minera y campesina boliviana que llevó a Víctor Paz Estenssoro a la presidencia, el de José María Velazco Ibarra en Ecuador, y, sobre todo, el que mas les preocupaba a los gringos, el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, constituían una afrenta a la hegemonía eocolonial pretendida desde el norte.

En continuidad de la revolución guatemalteca, y de su antecesor Juan José Arévalo, Arbenz se proponía profundizarla con una reforma agraria y un proceso de nacionalizaciones que afectaba a la poderosa y monopólica United Fruit Company, verdadero gobierno de varios países nuestroamericanos y caribeños. Esto era inaceptable para Washington, pero también los gobiernos nacionalistas de América del Sur, dado que consideraban que esas posturas reformistas eran la vía de entrada de las ideas revolucionarias anticapitalistas en su “patio trasero”.

No estaban equivocadxs: la estructura de desarrollo dependiente y deforme en las periferias capitalistas, cuya herencia colonial perpetuaban bajo formalidades administrativas republicanas, continuaban siendo condición sine qua non del funcionamiento del capitalismo en su fase imperialista. Según esa lógica no podía -y no puede- pasarse del subdesarrollo al desarrollo porque atentaba contra la dinámica de acumulación y concentración del capital, salvo en los casos que la Roma americana así lo decidiera, como Corea del Sur, en tanto escudo protector a la expansión del comunismo y bajo férreas dictaduras.

A diferencia del impulso de los estados de bienestar en los EEUU y en Europa con el Plan Marshall destinado a reactivar un desarrollo capitalista pujante que pudiera sostener la cortina de hierro contra el comunismo y el socialismo, en las periferias se dedicaron a impedirlo sistemáticamente. Claro, en su “patio trasero” no podían permitir el desarrollo de ningún estado de bienestar ni proceso industrializador independiente. Ello impediría la sobreexplotación genocida en nuestros territorios y la consiguiente exportación de contradicciones que necesitaba el imperialismo para su estabilización y “normal” funcionamiento de acumulación ampliada del capital. Menos aún cuando lxs africanos también lograban descolonizarse, y la URSS y China y otras repúblicas soviéticas, socialistas o comunistas obtenían éxitos o lograban frenar las intervenciones de la ONU-EEUU en sus territorios.

Con un México que todavía ostentaba márgenes de autodeterminación, Centroamérica y el Caribe eran indispensables para su proyecto de dominación regional. La violencia descargada sobre Cuba, Nicaragua, Guatemala, República Dominicana y otras, fueron el anticipo del terror sistemático aplicado a las poblaciones del sur unos años después, luego de la sistematización francesa del horror aplicado en Argelia. Y no es que no hayan derrochado violencia en América del sur ya desde los 50, pero ese terrorismo se hizo cada vez mas sistemático hasta tornarse estados plenamente terroristas a partir del derrocamiento de Salvador Allende en 1973.

Volviendo a los ‘50, ya para la segunda mitad de la década esos gobiernos nacionalistas y reformistas estaban desactivados. Golpes de estado militares, proscripciones, persecuciones, exilios y traiciones pintaron el panorama que condujo a la profundización primero de la resistencia y después de la lucha revolucionaria de nuestros pueblos.

Pues superar esas barreras, incluso para encarar proyectos que no se salieran de los márgenes sistémicos, era imposible si no se proponían horizontes y métodos revolucionarios. Así lo entendieron algunos de los estrategas y estadistas que gobernaban varios de nuestros países por esos momentos. Aun para desarrollar un modelo capitalista independiente y autónomo había que romper las cadenas coloniales. Y eso era leído como una grave amenaza por Washington. Así lo entendieron también los pueblos y sus organizaciones políticas, sindicales y sociales: la única manera de mejorar la calidad de vida de las mayorías era profundizando los caminos de la soberanía y la emancipación, y luchar firmemente por la defensa de los intereses nacionales contra el imperialismo.

Pues fueron los propios Estados Unidos quienes financiando, apoyando, conduciendo, organizando los golpes de estado o enormes presiones y operaciones que irían desgastando y desalojando a esas experiencias de los gobiernos, los que agudizaron la lucha de clases. Años mas tarde, ya en la década siguiente, luego del ejemplo magnifico del triunfo de la Revolución Cubana, se abrirían situaciones revolucionarias en gran parte de los territorios de nuestra América.

La obturación de los canales institucionales para gestionar la lucha de clases, y el despliegue de los aparatos militares ante el más mínimo atisbo democrático en “sus colonias”, arrinconaban a las organizaciones populares a tomar el camino de la lucha armada.

Cuba considerada como su colonia a partir de la enmienda Platt, además había sido formateada por los gringos como zona de entretenimiento de sus nuevos y viejos ricos. Apelaban a la feroz dictadura de batista para mantener el sojuzgamiento de la población y se vivía un clima de verdadero terror. Esas condiciones alimentaban el hastío y la necesidad de lucha de quienes entre las nuevas generaciones bebían de los ejemplos emancipadores.

De esta manera, al fortalecimiento de las clases obreras y campesinas y la existencia de gobiernos nacionalistas y reformistas en América Latina, se suma la vocación emancipadora definitiva de la Generación del Centenario en Cuba. El 26 de julio de 1953 se producen los asaltos a los cuarteles en Cuba, con un sacrificio enorme de compañerxs, que sería levantado como bandera inquebrantable hasta triunfar 6 años después.

La hoja de ruta señalada por Fidel en “La historia me absolverá”  dejó claro el nuevo escenario para nuestra región: de un lado un imperialismo violento necesitado de reafirmar su hegemonía colonialista sobre su periferia impidiendo todo tipo de desarrollo autónomo, y del otro, del lado de los pueblos, el entendimiento de que el camino emancipatorio solo podía encararse cumpliendo lo que más tarde el Che consagraría diciendo: “al imperialismo, ni un tantico así!”

Esa sincronía de proyectos emancipatorios y diversos gobernando en varios de nuestros países a  mediados del siglo XX, que comenzaban a plantear la necesidad de formar un bloque regional para avanzar en la independencia y fortalecer los proyectos industrializadores, serían derrotados, por un tiempo, por las políticas injerencistas, extorsionadoras, amenazadoras y golpistas de los Estados Unidos y las clases dominantes nativas y subordinadas a esos intereses.

El golpe contra Jacobo Arbenz en Guatemala en el 54  -ese que presenciara y sufriera Ernesto Che Guevara-, el golpe contra Perón precedido por el descarado bombardeo a la población civil en el centro de la ciudad de Buenos Aires por su propia fuerza armada con apoyo eclesiástico en 1955, y el desplazamiento del varguismo en Brasil, entre otros elementos como el avance del panamericanismo colonialista mediante la OEA y el TIAR, lograron hacer retroceder esas experiencias de poder, pero profundizarían y polarizarían el escenario de la lucha de clases. Dicho escenario irá desembocando en procesos populares revolucionarios, por un lado, y por el otro, la sistematización del terror contrarrevolucionario por parte de las burguesías imperiales.

El triunfo de la Revolución Cubana será un parteaguas.

Los ‘20 del siglo XXI

Veamos el contexto, 70 años después.

Lo primero y mas importante: la Revolución Cubana está viva y nos sigue alumbrando. Y continúa asediada y en resistencia ofensiva -como dijera el ex canciller de la República Bolivariana de Venezuela Jorge Arreaza en referencia a su país-. Y sigue siendo una tarea fundamental de lxs amantes de la dignidad humana seguir defendiendo ese proceso emancipador que no se doblega. Aun cuando los ataques son multivariados, continuados, sincronizados, y un largo etcétera, ahí está la Revolución de pie y se torna motivo y estímulo moral para seguir luchando.

En este 2023 nos encontramos en el contexto del resurgimiento del ciclo progresista (Boron y Klachko, 2023)[1] que comenzó a inicios del siglo XXI y que luego de desatada la contrarrevolución atravesó una fase de repliegue hacia 2015 que comenzará a revertirse para 2018/1019.

Sí, contrarrevolución, pues las clases beneficiadas y privilegiadas por la acumulación capitalista han aprendido mucho a lo largo de 5 siglos de dominación y saben que no deben esperar a que se desaten procesos revolucionarios para desplegar todos los dispositivos de la contrarrevolución, incluso de manera “preventiva”, frente al “mal” ejemplo de las luchas que en cada una de las fragmentadas repúblicas en las que nos dividieron puedan emerger.

A inicios del siglo XXI la sincronicidad -incluso mayor que en los ‘50 del siglo anterior- de proyectos nacionales, populares y antineoliberales que accedieron a los gobiernos en muchos países de nuestra América y el Caribe mejoraron radicalmente la vida de las mayorías y profundizaron lo que desde la salida de las dictaduras genocidas eran democracias estériles y vacías de pueblo. Y frente a ello, tal como otrora, se han abierto escenarios de polarización social. En ellos las derechas, es decir, los cuadros políticos de la clase dirigente y dominante, sacan a relucir lo peor de sus restringidas humanidades, si es que algo de eso les queda, dando lugar a experimentos protofascistas. Antes, en la mayoría de los casos, golpeaban las puertas de los cuarteles para utilizar a las fuerzas militares oligárquicas -muy distintas a las emancipadoras que formaron los ejércitos libertadores del siglo XIX- pero ahora apelan a partidos de derecha que han logrado permanecer o reconstituirse, asía como a los aparatos de “justicia” y a los medios corporativos de difusión, control social y propaganda amplificados por el manejo de la big data y la inteligencia artificial. Aunque también cuentan, salvo en tres honrosas excepciones (Cuba, Venezuela y Nicaragua), muchas veces con la complicidad de fuerzas armadas y policiales.

Si bien los golpes de estado instigados, dirigidos, comandados, o financiados y apoyados por los Estados Unidos siguen a la orden del día en Nuestra América, a diferencia de los ‘50 no asumen posteriormente hombres de uniforme las presidencias, sino que son colocadxs en los gobiernos personajes títeres. Estos títeres son, o bien traidores que provienen de la izquierda o del progresismo como Lenin Moreno en Ecuador, o Dina Boluarte en Perú; o bien simplemente títeres, como Gerard Latortue en Haití, o Jeanin Añez en Bolivia o Roberto Micheletti en Honduras o Federico Franco en Paraguay. Ya no son los militares los que asumen el timón de los estados suprimiendo todo funcionamiento institucional, sino que juegan su rol para garantizar el desalojo de las fuerzas progresistas y luego, incluso de protagonizar hechos de sangre, se retiran a sus cuarteles. Pero… no todo queda impune, como les pasó en Bolivia.

El ciclo progresista del siglo XXI resurge con mayor extensión territorial en este segundo turno a partir del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México en 2018, de la mano de tres factores: 1. la resistencia ofensiva de su núcleo duro (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia); 2. la insubordinación de los pueblos mediante sendas insurrecciones espontáneas en los países gobernados por derechas que no habían disfrutado de la primera fase del ciclo y que, en varios casos, posibilitaron luego cambios superestructurales (Chile, Ecuador, Perú, Colombia, Haití), o el restablecimiento de gobiernos progresistas (Argentina, Brasil, Honduras).

Lo cierto es que hay paralelismos y lecciones que podemos sacar de los ‘50: aquellas experiencias que fueron más a fondo con la convicción de derrotar a las oligarquías son las que han sobrevivido dignamente. Desde el Moncada a la victoria, como nos enseñaba Marta Harnecker, no hubo descanso ni dobleces.

Hoy en este resurgimiento del ciclo progresista nos queda preguntarnos cuál es el camino: si conciliar (para conceder) con esos vestigios de burguesías decadentes y meros brazos de corporaciones financieras trasnacionales bajo su rectoría, o profundizar la autodeterminación y desarrollo independiente con justicia social y protagonismo popular. Con economías mixtas, con estados fuertes, con alianzas amplias pero subordinando los intereses empresarios a una lógica que priorice el bienestar de nuestros pueblos con respeto y soberanía sobre los bienes comunes y naturales. Y, apuntalando acelerada y fuertemente la unidad latinoamericana y caribeña, única manera de insertarnos en la transición geopolítica actual de tal manera que se puedan resolver tantas necesidades urgentes y postergadas de nuestros pueblos y naciones.

Bajo otros marcos y otros métodos hoy están desatados los mecanismos contrarrevolucionarios pero también las fuerzas progresistas en el continente. Aprendamos las lecciones de la historia.

¿Qué es ser antiimperialistas y patriotas hoy?

Ser antiimperialistas y patriotas hoy es tener la convicción que nos permita disputar el poder.

Construcción de organización y conciencia popular y articulación de alianzas para disputar gobiernos y territorios del poder pero conducidas por quienes expresan esos intereses del pueblo y la nación. Ellxs, nuestrxs héroes y heroínas cubanas se lanzaron a por ello con sus mentes, cuerpos y corazones en condiciones infinitamente mas difíciles. No había lugar para otras tesis que no fueran las de la lucha armada revolucionaria contra una dictadura sangrienta dispuesta a todo. Hoy es otro momento, y los procesos más consecuentes con la humanidad y los objetivos revolucionarios transitan la vía pacífica. Pacífica pero no desarmada, como decía claramente el Comandante Chávez. En cambio ese gobierno asesino sostenido por los gringos hasta 1959 estuvo dispuesto a desparramar toda la muerte necesaria para continuar con la Cuba colonia, recreo de la hipocresía y la decadencia yanqui. Lxs compañerxs afrontaron la caída en combate horrorosa del revanchismo asesino de batista, como la bandera más sagrada ante la cual jamás claudicarían. Hasta hoy. Y con el arma de la crítica y la crítica de las armas sembraron su camino hasta la victoria. Con el pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Si ellos y ellas se levantaron y lucharon tenazmente con paciencia y coherencia hasta la victoria, ¿por qué no podemos nosotrxs también hoy luchar resueltamente sin ambigüedades ni transacciones de principios contra los grandes, pero no más grandes, obstáculos que nos imponen hoy en día con las nuevas y sofisticadas armas de control social y político?

En el actual contexto de transición geopolítica y de guerra contrainsurgente de 5ta generación sufrimos un imperio que nos pisa la cabeza en su decadencia pero cuya bota esta llena de agujeros hechos por la dignidad y lucha de los pueblos de nuestra América. Pero incluso así, su capacidad de daño es brutal. Mediante las extorsiones con el FMI o con los bloqueos medievales contra Cuba y Venezuela intentan disciplinarnos. Los grados de asfixia sobre estas dos naciones solo pueden ponderarse de manera proporcional a la importancia que esos proyectos tienen en tanto ejemplos a seguir por los pueblos que intentan emanciparse.

Nuestra América latina, afro e india como zona de paz con justicia social le debe a Cuba el respeto y agradecimiento por mantener la llama de la revolución social encendida y no sucumbir ante el dios dinero. No claudiquemos jamás! Seamos como Fidel y el Che!!

 

Nota:

[1]Nos referimos a un libro que se publicará en agosto de 2023 escrito de manera conjunta entre Atilio Boron y Paula Klachko titulado: “Segundo turno. El resurgimiento del ciclo progresista en América Latina y el Caribe”, Luxemburg y UNDAV.

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