Fuente: Cubadebate
El siglo XXI atraviesa uno de los peores dramas de la historia: la especie humana continúa padeciendo de un grave peligro: el de su extinción, y la crisis humanística alcanza efectos insospechados. La humanidad tiene ansias de justicia y es preciso mantener viva la lucha por la paz como referente esencial en tiempos definitorios: o salvamos la humanidad o morimos en el intento. Es un llamado desde la cosmovisión martiana como síntesis de la tradición humanística de nuestro pueblo; y más reciente de la proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz en la Cumbre de la CELAC efectuada en La Habana en 2014.
El capitalismo resulta en esencia insostenible para dar respuesta a los problemas de la humanidad. Su fase imperialista es un flagelo con altas dosis de peligrosidad, y continúa siendo enemigo principal de quienes abogamos por el socialismo para construir nuestro proyecto de vida colectiva (desde nuestras propias individualidades), con un pensamiento propio, desde la perspectiva de la Cuba nuestra, con sus realidades y matices; con lo auténtico y original que nos caracteriza. De ahí la necesidad de promover valores que respondan a la construcción del socialismo, tomando como bandera la ley primera de nuestra República: el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.
La realidad cubana nos impone un reto de alta trascendencia si queremos mantener viva la Revolución. El contexto histórico en que nos encontramos demanda de que las instituciones culturales, cada vez con mayor intencionalidad, propaguen la cultura que necesariamente nos mantenga a salvo. Es preciso recordar a Martí cuando expresó:
“…la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es sobre todo lo demás, la propagación de la cultura: hombres haga quien quiera hacer pueblos.”
Hay que formar patriotas; el hombre nuevo del que hablaba el Che cuyo pensamiento y acción sean consecuentes con el momento histórico en que viven; un ser humanamente superior.
Y en este empeño ético donde la cuestión moral es medular; hemos de ir donde el Apóstol como antídoto a la crisis humanística. Sus postulados éticos, vocación de justicia y antimperialismo sustentan la cultura que defendemos en la Cuba que proclamó su carácter socialista en abril de 1961, y nos arma consecuentemente en la batalla cultural que libramos, así como en la búsqueda de un socialismo próspero y sostenible; reto que no es posible asumir sin una mirada crítica a la subjetividad o espiritualidad de la actualidad que vivimos. En esencia, José Martí, nos sigue dotando de las herramientas éticas para construir el socialismo en Cuba.
En esa labor de formación se inserta, desde la cosmovisión de Martí, el monumento nacional Fragua Martiana; museo enclavado en lo que fueran las antiguas canteras de San Lázaro; fundado el 28 de enero de 1952 y adscrito a la casi tricentenaria Universidad de La Habana. Ha sido la Fragua reservorio de cultura, del culto a las ideas del Maestro, con un pensamiento crítico en la forja del ser humano, de la salvaguarda de los valores de la nación, desde el estudio, la investigación y divulgación de la vida, obra y pensamiento de José Martí.
En la Fragua se conserva un patrimonio de alto valor, donde destacan, además de los restos de las canteras; las horquillas del bote utilizado por Martí y Gómez en el desembarco por Playita de Cajobabo, el revólver perteneciente al Apóstol con el que tenía previsto llegar a Cuba e incorporarse a la guerra necesaria, la mesa y butaca que utilizara en casa del Dr. Ramón Luis Miranda, la almohadilla de olor que le obsequiara María García Granados (la niña de Guatemala), la bufanda utilizada por Maceo al caer en combate, documentos de inestimable valor, pertenencias de los estudiantes de medicina que en 1871 sufrieron los horrores del presidio, la bandera heroica portada por el General de Ejército Raúl Castro en el entierro simbólico de la Constitución del 40.
Entre sus más significativos aportes académicos y culturales, en estos 65 años, se encuentran: el Seminario Martiano que funcionó durante treinta y cinco años consecutivos hasta 1976 y posibilitó que maestros, jóvenes y pueblo en general se formaran en las ideas y valores de Martí; la colocación en la cima de la montaña más alta de Cuba, el Pico Turquino, de un busto del Apóstol en 1953, realizado por la escultora Jilma Madera; la generalización en el territorio nacional de los Grupos Infantiles José Martí fundados en 1929; ello muy vinculado a la aplicación de los Clubes Patrióticos Amigos de Martí, programa de perfeccionamiento de la educación martiana en la enseñanza primaria, el trabajo cultural en la comunidad desde los orígenes de la Fragua, la Ruta del Joven Martí desde la antigua cárcel hasta las canteras así como la realización de coloquios y talleres como los desarrollados por la Cátedra Martiana de la Universidad de La Habana.
Es precisamente la Fragua sede de esta Cátedra. Sus antecedentes se remontan a 1941, cuando se fundó en la universidad el Seminario Martiano por Gonzalo de Quesada y Miranda, director-fundador de la Fragua Martiana; seminario que funcionó como parte de la extensión universitaria a través de cursos sobre la vida y la obra de Martí; a partir de los cuales hubo de crearse la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano, forma organizativa que impulsó los estudios sobre Martí con originales iniciativas que llegan hasta hoy materializadas en el accionar del Movimiento Juvenil Martiano.
La Fragua Martiana, en estos 65 años, ha hecho de la promoción del estudio de Martí su razón de ser, ha servido de espacio idóneo para la formación martiana de los jóvenes y pueblo en general; de fragua, precisamente, de los ideales del Apóstol y del martiano mayor: el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Recibir para su custodia la medalla de la Universidad de Zaragoza otorgada a José Martí y que fuera entregada recientemente a la Dra. Francisca López Civeira en representación de los martianos de Cuba, acto que mucho agradecemos a la Oficina del Programa Martiano, especialmente al Dr. Armando Hart Dávalos, para quien esta también es su fragua y al Rector de nuestra universidad; representa un compromiso mayor con las ideas del Maestro, con el espíritu que aquí fraguó bajo el dolor del Presidio, el carácter que forjó que lo convidó a dedicar a su madre palabras hermosas; y la lucha que llevó adelante por el bien de la Patria y la humanidad.
“Mírame madre y por tu amor no llores,
Si esclavo de mi edad y mis doctrinas,
Tu mártir corazón llené de espinas,
Piensan que nacen entre espinas flores”
De pasión revolucionaria vibran hoy nuestros corazones, reflejo ello del amor a la Patria, y el compromiso, como efecto de ese amor, a luchar por ella y defenderla siempre. A eso nos enseñó el Apóstol, a defender aquello que amamos; y si fuese preciso, con fuego hemos de hacerlo, como los aguerridos bayameses en la aurora revolucionaria, como nuestros mambises en cada una de las gestas, como la generación de Mella, Trejo y Villena, como la que en el centenario de Martí prendió las antorchas libertarias y dignificó así la llama de la Patria, como los caídos en Girón y en cada batalla librada en estos años de luz, como Fidel y Raúl, martianos de pensamiento, acción y corazón.
De luz martiana, con la que se siente iluminada la Patria, la que emana de su llama eterna y a la vez forja, con nuevos bríos, la nación, sus hijos. Esa, que cual estrella que ilumina y mata, nos convida hoy, -cuando la Fragua arriba a 65 años-, a portar el fuego, a sentir el calor de una llama, que deviene guardián de aquella pasión por Cuba. El legado ético, humanista y antimperialista del Apóstol es clave certera para enfrentar los desafíos que nos impone el mundo en que vivimos; para seguir haciendo Revolución, para no dejar caer la espada que antaño levantaron nuestros padres. No en balde es José Martí alma moral de la nación, en sí mismo es antídoto para vencer los vicios que nos desmedran, es la guía para asumir y llevar a cabo la batalla cultural por la dignidad plena del ser humano.
Era un profundo antimperialista, recordemos sus lapidarias palabras un día antes de que llegara al Sol, allá en Dos Ríos:
“Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo– de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por la Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiados recias para alcanzar sobre ellas el fin.”
Como un rayo de luz en nuestra América enciende Martí la antorcha de la Patria. Junto a miles de jóvenes verá arder de pasión revolucionaria su porción de humanidad, esa que lo vio nacer y que devino agonía y deber, en su pecho viril de cubano digno cuando el próximo enero se cumplan 65 años de aquella inolvidable Marcha de las Antorchas. Lo hizo por primera vez en el año de su centenario, sentado en los hombros valerosos de estudiantes y jóvenes que lo honrarían en el aniversario de su natalicio y pondrían en la cumbre del decoro y el amor patrio, el juramento de servirle a Cuba y no servirse de ella.
¡Qué generación la del Centenario!, heredera de Mella y Villena, de Trejo y Barceló, de Guiteras y Pablo; forjada en la legítima lucha de los pinos nuevos de aquel momento histórico; por la salvación de Cuba, por convertirla en una nación libre y feliz, por ser consecuentes con las exigencias del tiempo histórico. Fueron universitarios, la FEU de gloria que arribará en diciembre de este año a su aniversario 95, jóvenes trabajadores, mujeres que llevaban muy dentro de sí la esencia martiana de la idea del bien; todos los que irían luego, dispuestos a morir o vencer, al combate heroico; hombres de su tiempo.
Se encenderían las antorchas de la vida y con ellas, con el fuego de la libertad ansiada y la sangre de tantos caídos por ver a la Patria brillar; marcharíamos dentro de la historia con la bendición de la Madre Nutricia Alma Mater. El camino no podía ser muy largo, ya descender 88 peldaños para ir al encuentro de Martí era una proeza. Estaba hermosa esa noche, era la hora de los hornos y no había de verse más que la luz. ¡Con qué altura patriótica se desvelaba la escalinata de la universidad de Mella, José Antonio y Fidel! Era la honra necesaria a quien después de cien años de nacido, protagonizaría el asalto al cielo de la libertad y devendría alma moral de la nación.
Y allí, a pocos metros, luego de sentir el calor de San Lázaro y de traer a Trejo al presente, se asomaba también el Preso 113. Era custodiado por sus compañeros del presidio. Viejas canteras se alistaban para recibir, con la Patria ardiendo en sus pechos, a los protagonistas de la Primera Marcha de las Antorchas. ¡Qué grandeza, cuánto sacrificio por quien se sacrificó por todos! Fue una alborada, los grilletes caían, se rompían las cadenas del oprobio, Cuba veía una luz en las manos de aquellos jóvenes que portaban las antorchas. Y sería esa, la savia de la libertad, la que luego hizo encender más antorchas al triunfo de la Revolución. Son muchas las razones para luchar y vencer, hay que continuar encendiendo el entusiasmo de los jóvenes al calor de la Patria, por Martí y Fidel, por la defensa de la dignidad, con la firme convicción de que ¡Patria o Muerte Venceremos!