Es momento de combatir por nuestros sueños. Chávez vive hoy en el torrente popular que defiende la Constituyente. En este nuevo aniversario de su nacimiento, ¡levantémonos por Venezuela!
Fuente: Cubadebate
Hugo Chávez ha cumplido 63 años de edad. Nacido el 28 de julio de 1954 en Sabaneta —pueblo de apenas tres calles de tierra en el estado de Barinas—, su familia era tan pobre que el día de su ingreso a la escuela lo llevaron con unas alpargatas viejas —las únicas que tenía— y el maestro no lo dejó entrar. Pero el bisnieto de Pedro Pérez Delgado, «Maisanta», héroe de la guerrilla popular contra el dictador Juan Vicente Gómez, estaba predestinado: sus dotes de declamador y cantor lo hicieron popular desde niño en los corridos llaneros, mientras la pintura y el béisbol se convertían en sus dos grandes sueños.
Concluido su bachillerato, en 1971, la puesta en marcha del Plan Andrés Bello instituido en unas fuerzas armadas que se modernizaban para formar oficiales de mayor profesionalidad, lo llevó a la Academia Militar de Caracas. A pesar de su carácter represivo, esas fuerzas armadas daban cabida a proyectos educativos y al ingreso y ascenso de miembros de los sectores populares. Como parte de este experimento se creó la Licenciatura en Ciencia y Artes Militares, cuyo currículo incluía un programa humanístico con asignaturas como Sociología, Economía, Análisis, Derecho Constitucional e Historia Universal, que para algunos de los militares más lúcidos significó entender por patria no solo a Venezuela, sino también a la América Latina y el Caribe, a partir de su vocación bolivariana.
Chávez pudo compartir inquietudes con cadetes de su misma condición, la mayoría provenientes del campo y los pueblos del interior que vivían con mayor rigor el drama de la pobreza. Marx, Lenin, el Che y Juan Velazco Alvarado hallaron tierra fértil en este joven con sed insaciable de conocimientos. Bolívar acaparó su mayor atención, de la mano del general Jacinto Pérez Arcay, historiador y maestro que junto a su hermano Adán trabajó en la construcción política de su personalidad. Al graduarse, en 1975, Chávez inició una carrera que lo hubiera llevado a escalar peldaños hasta la clase media, pero prefirió contribuir a la integración del batallón al que fue destinado, a la vida social y cultural de Barinas. Dos años más tarde pensaba en organizar una guerrilla para enfrentar el orden entronizado por Carlos Andrés Pérez con la connivencia de las promociones militares anteriores a su graduación —línea de retaguardia de la oligarquía fascista—, caracterizadas por la corruptela, la inmoralidad y las arbitrariedades de algunos de los oficiales superiores; de hecho, creó el Ejército de Liberación del Pueblo de Venezuela, aunque no consiguió sumar diez miembros.
Así llegó al 17 de diciembre de 1982, año 152 de la muerte del Libertador. Era capitán y jefe de la ayudantía del jefe del Regimiento de Paracaidistas de Maracay. Ese día lo comisionaron para pronunciar el discurso central de la velada. Parado ante la formación en el patio de fútbol del cuartel San Jacinto, en la Placera, a la entrada de Maracay, improvisó durante media hora. Se lo permitían su elocuencia y fabulosa memoria: «¡Así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el Inca al lado y un haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy; porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!» —comenzó con una cita de Martí que aprendió del general Pérez Arcay. Y bajo la atónita mirada de algunos capitanes presentes, describió un continente plagado de miserias e injusticias a casi doscientos años de su independencia. Sus palabras coparon el alma de sus correligionarios.
Acompañado de tres de sus compañeros, al terminar el acto trotó unos 10 km hasta el Samán de Güere, bajo cuya sombra acampó Bolívar el 3 de agosto de 1813. «Tal vez el alma de este árbol, y los espíritus de nuestros indígenas, nos llenen de más coraje para culminar la gloria que pertenece a nuestra patria» ―expresó el Libertador a su tropa, antes de jurar que no descansaría hasta romper las cadenas con que los oprimía el poder español (Ramonet, 2013: 453). En aquel paraje sagrado, Chávez desenvainó el sable enmohecido de Bolívar —como consecuencia de la traición y los avatares de la desgarradora historia continental— para empuñarlo con una nueva dimensión que, al igual que la Revolución Cubana, incorporaría los ideales de independencia, libertad y justicia social de Nuestra América al socialismo. Tras juramentarse con la mayor solemnidad, constituyeron un movimiento revolucionario clandestino con el propósito de conquistar el poder político mediante la lucha armada.
Desde 1985 se hablaba de la necesidad de un levantamiento cívico-militar y para 1988 ya el régimen venezolano resultaba asfixiante. La reprivatización de toda la actividad petrolera promovida por la directiva proyanqui de PDVSA abatió la contribución fiscal y el ingreso de los hidrocarburos dejó de beneficiar al pueblo; la pobreza alcanzó al 60% de la ciudadanía. Ante los rascacielos, los placeres y el lujo cosmopolita de las grandes urbes sufragado con el oro negro ¿nacional?, se empinaban lacerantes los cerros, la orfandad social, los conucos… En una reunión conspirativa en Carabobo, alguien llamó a la calma hasta que llegara un momento favorable en que las cosas cambiaran; Chávez manifestó resuelto, con convicción: «Si esta vaina sigue así, yo prefiero morir combatiendo montado en un tanque o en la guerrilla, en una montaña» (Rodríguez, 212: 154-155).
En 1989 reasumió el poder Carlos Andrés Pérez, quien once años antes había entregado la presidencia al destaparse hechos de corrupción que lo comprometían. El incremento de la pobreza y el descrédito de las instituciones políticas tenían disparada la tensión social y, a veinte días de instalarse en el Palacio de Miraflores, dispuso el aumento del precio del transporte para satisfacer los mandatos del FMI. Al amanecer del lunes 27 de febrero, un importante contingente de los habitantes de Guarenas —ciudad satélite ubicada a unos 20 km de Caracas— no pudo tomar los autobuses en que se desplazaban a la capital para a trabajar, pues el dinero no les alcanzaba. Allí comenzaron las protestas.
Del subsuelo emergió la masa, enfrentada por primera vez a un paquete neoliberal y al proyecto fondomonetarista; la furia se extendió a varias ciudades del país y en Caracas el pueblo bajó de los cerros. Carlos Andrés Pérez ordenó a las fuerzas armadas descargar todo su poder de fuego sobre las decenas de miles de personas que protestaban y contra los que saqueaban comercios. Soldados asustados barrieron las calles, los cerros y los barrios populares a bala. Entre la noche del 27 y el día 28 dispararon millones de proyectiles que acribillaron a más de 3 000 personas. La horrible matanza dejó una huella imborrable en la nación.
Tres años después, el 3 de febrero de 1992, el ya teniente coronel Hugo Chávez comandó un alzamiento armado de proyección social. El 4 de febrero en la tarde comprendió que estaban perdidos y depuso las armas. Lo llevaron preso al Ministerio de Defensa. En Aragua y Valencia aún se combatía y escuchó decir que empezarían a bombardear a los sublevados. Solicitó hablar en vivo ante la radio y la televisión para evitar la matanza. Aquel oficial de presencia popular dejó impactada a la nación: «Compañeros: lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados […]» (Báez y Elizalde, 2005: 75-76).
Hasta entonces Chávez permanecía en el anonimato; incluso los militantes al tanto de la sublevación solo conocían su seudónimo: José Antonio. De repente, toda Venezuela lo descubrió. En su espontánea intervención pronunció dos palabras subversivas que cambiarían la historia: «por ahora». Pocos días después, las encuestas revelaban que el 60% de los venezolanos lo apoyaba. Fue tal el alcance, que lo previsto por Carlos Andrés Pérez como un llamado a la rendición terminó convirtiéndose en el primer discurso de alcance nacional en la campaña presidencial del nuevo líder revolucionario.
Este levantamiento militar rompió el esquema de alternancia en el poder de la reacción burguesa y abrió una nueva era en la vida política del país. Sin el 4 de febrero, Aristóbulo Istúriz no hubiese llegado en los comicios de 1993 a la alcaldía de Caracas, ni La Causa R habría alcanzado tantos escaños en el Parlamento. Las evidencias de fraude electoral resultaron suficientes para que el líder de ese partido de izquierda, Andrés Velásquez, objetara los resultados que lo dieron como perdedor por la presidencia; sin embargo, tras una negociación con el fiscal general y un representante de la oligarquía reaccionaria, echó el potencial triunfo por la borda y reconoció como vencedor al socialdemócrata Rafael Caldera. «Una vez más […] unos revolucionarios entregaban el triunfo a la derecha. A partir de entonces, La Causa R, desgraciadamente, fue degradándose a tal punto que hoy está haciendo orquesta con la extrema derecha venezolana, a la cual se ha pasado con armas y bagaje […]» —narró Alí Rodríguez Araque, testigo excepcional de aquellos acontecimientos (Rodríguez, 2012: 160).
Chávez sufrió condena de cárcel junto a otros 132 coroneles, mayores y capitanes, y 968 oficiales subalternos o soldados. En un primer momento fue recluido en el cuartel de San Carlos, en las inmediaciones de Caracas, y sus muros exteriores se convirtieron en dominio de peregrinaje popular. Lo visitaba tanta gente que debían hacer filas larguísimas para llegar a él. Allí le llevaron la «Oración al Chávez nuestro»: Chávez nuestro que estás en la cárcel, / santificado sea tu golpe, / venga (vengar) junto a nosotros, tu pueblo, / hágase tu voluntad, / la de Venezuela, / la de tu ejército, / danos hoy la confianza ya perdida, / y no perdones a los traidores, / así como tampoco perdonaremos / a los que te aprehendieron. / Sálvanos de tanta corrupción / y líbranos de Carlos Andrés Pérez. / Amén (Báez y Elizalde, 2004: 9).
Su popularidad puso nervioso al régimen y lo trasladaron a la cárcel de Yare. Allí leyó a Fidel: sus discursos y entrevistas, La historia me absolverá y Un grano de maíz. Le impresionó que en este último texto Tomás Borge le hiciera una pregunta similar a la que en 1824 le hizo Joaquín Mosquera a Bolívar. Así lo narró:
Cuentan que Mosquera, quien sería presidente de la Gran Colombia, fue a visitar al Libertador a una costa peruana. Allí estaba Bolívar en una choza a la orilla del mar, solo, no tenía ejército, estaba enfermo de tabardillo, pálido, huesudo, sentado en una silleta rota. Y le preguntó Mosquera cuando lo vio así: «Libertador, ¿qué vamos a hacer ahora?» Bolívar se puso de pie como impulsado por un rayo. Los ojos se le convirtieron en dos relámpagos: «¿Cómo que qué vamos a hacer ahora, Mosquera? ¡Triunfar! ¡Triunfaremos!».
Ante la pregunta de Borges ―«cayó la Unión Soviética y cantan victoria en Washington, ¿y ahora qué será de Cuba?»―, Fidel reaccionó como Bolívar: «Vendrá una nueva oleada en América Latina, vendrá una nueva oleada». Solo él podía ver entonces hacia dónde íbamos y dónde estamos ahorita mismo. (Báez y Elizalde, 2004: 32-33).
Desde entonces pensó mucho en conocerlo. Le pidió a dios que le concediera hablar con él, explicarle quién era y cuáles eran sus ideas. Permaneció preso poco más de dos años; el 27 de marzo de 1994 lo liberaron. El pueblo se congregó para recibirlo en la entrada del Círculo Militar de Fuerte Tiuna, donde estaba prevista la conferencia de prensa. Al bajarse del carro, una avalancha de gente salió del fondo para abrazarlo y tumbaron hasta a los soldados que lo conducían. Chávez cayó y, al levantarse, alguien le puso una grabadora delante: «¿Adónde va usted ahora? ¿Qué va a hacer, qué piensa hacer?»; atinó a responder: «Vamos a las catacumbas con el pueblo y vamos al poder» (Báez y Elizalde, 2005: 26).
Lo primero que hizo aquel mismo sábado fue a ofrendarle flores a Bolívar en el Panteón Nacional. Después de recorrer el país y dialogar con su gente, comprendió que abrir cauce al movimiento popular a través de la alianza con la fuerza armada le permitiría romper la capacidad de manipulación mediática y el férreo control sobre los mecanismos electorales por parte de la reacción burguesa. Chávez asumió el marxismo como herramienta para las transformaciones sociales en Venezuela e hizo suyos los ideales del socialismo —a pesar de que sus banderas habían sido arriadas vergonzosamente en la URSS y Europa del Este—, proveyéndolos de nuevos enfoques doctrinarios condicionados por las realidades de su pueblo. Se propuso encabezar un cambio radical a través de una Asamblea Constituyente y aceptó el desafío de conquistar el poder político dentro de las reglas de juego del sistema oligárquico. Su visión antimperialista e integracionista continental —cuando Estados Unidos derribaba las últimas barreras contra la cruzada neoliberal sobre Nuestra América—, contribuyó a levantar la moral de las fuerzas revolucionarias y los movimientos sociales. Cinco años más tarde, su entrada triunfal a Miraflores le brindaría un hermano y aliado estratégico a la Revolución Cubana, que resistió erguida la embestida imperial.
El 13 de diciembre de 1994, cumplió un viejo sueño: invitado por Eusebio Leal, llegó a la Isla y conoció a Fidel, quien lo recibió al pie de la escalerilla del avión con los honores de un jefe de Estado. Ambos líderes tejerían a partir de ese instante una amistad que se transformó en amor de padre e hijo. Le impresionaron de Fidel su vasta cultura y conocimientos sobre muy diversos temas; la determinación y fe inquebrantable en la victoria; su concepción marxista antidogmática con una proyección política adaptada a las nuevas circunstancias de América Latina, sin hacer concesiones de principios. «Ese día me dijo […]: “Aquí a la lucha por la libertad, por la igualdad y la justicia la llamamos socialismo; si ustedes la llaman bolivarianismo, estoy de acuerdo”, y agregó: “Si la llamaran cristianismo, también estoy de acuerdo”» (Báez y Elizalde, 2005: 32).
Con energía inagotable, durante un lustro Chávez trabajó en la movilización y concientización de las bases populares del país; su audacia, dotes de comunicador y formidable liderazgo le permitieron ganar el alma nacional y barrer los obstáculos a la consecución de la unidad entre las dispersas fuerzas revolucionarias y partidos de izquierda. En diciembre de 1998 el pueblo respaldó su proyecto incluyente y transformador que lo llevaría a ganar las elecciones presidenciales. El 3 de febrero de 1999 Fidel asistió a su toma de posesión.
Ya en Miraflores, en medio de grandes sabotajes y maquinaciones por parte de la reacción burguesa, Chávez le abrió el camino a un proceso popular constituyente mediante referendo celebrado el 25 de abril de 1999, porque no existía la figura de la Asamblea Constituyente ni en la Carta Magna ni en ninguna otra ley. Ese propio año la amplia mayoría de los venezolanos votó la Constitución que dio inicio al proceso de grandes transformaciones que condujeron a la Revolución Bolivariana. «…un intenso programa de bienestar social dirigido a los sectores de menos recursos, logró sacar de la pobreza extrema a cerca de dos millones y medio de personas, y disminuyó las desigualdades entre la población, con lo que alcanzó el índice más bajo de la región» (González, 2015: 210).
La Administración Bush halló su correlato en la reacción burguesa venezolana. Convertido Chávez en pilar contra el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA) con el que Estados Unidos pretendía gobernar la región, se orquestó contra él un golpe de Estado coordinado por la misión yanqui en Caracas, efectuado el 11 de abril de 2002. Se negó a renunciar y en la madrugada del 12 de abril lo sacaron preso de su oficina. A continuación se instaló en el poder una camarilla fascista. Investido como presidente de una junta de transición, Pedro Carmona —o Pedro el Breve, como se le identificó con posterioridad— satisfizo las demandas estadounidenses: interrupción del abastecimiento petrolero a Cuba, ruptura del acuerdo con la OPEP que fijaba cuotas a la producción de petróleo, y disolución de la institucionalidad revolucionaria. Un mar de gente se lanzó a las calles con el apoyo de los militares patriotas; la oligarquía tembló. Los generales gorilas no consiguieron dominar a la juventud de la Fuerza Armada Nacional, cuyo lema era «Lealtad hasta la muerte». Cuando no habían pasado 48 horas el presidente regresó a Miraflores a bordo de los helicópteros del Regimiento de Paracaidistas de Maracay, que nunca lo olvidó.
El 2 de diciembre de 2002, el golpe petrolero fue un fuerte coletazo del golpe de abril. Este guion igualmente escrito en Washington tuvo como protagonista a la dirigencia de PDVSA, en alianza con los partidos políticos desplazados y una estructura sindical que respondía a los intereses oligárquicos. Se propusieron paralizar el país y casi lo consiguieron; al final triunfó la Revolución Bolivariana y el petróleo venezolano pasó de verdad a su pueblo.
Dos años más tarde, el 14 de diciembre de 2004, Chávez y Fidel constituyeron la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) —hoy Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-TCP. «Fue la primera vez en la historia que se pudo concretar un mecanismo de integración basado en la cooperación y la solidaridad, para satisfacer las necesidades y anhelos de los países latinoamericanos y caribeños, y que, a su vez, preservara la independencia, soberanía e identidad de sus naciones». Por esos días lanzó una declaración de principios: «Voy a levantar las banderas del socialismo nuestroamericano, indígena, bolivariano, cristiano; vamos a atrevernos con audacia a construir ese sueño de la humanidad y en democracia: el socialismo» (Maduro, 2013: 4).
La semilla del ALBA hizo trizas los esquemas tradicionales de integración de corte economicista y marcó una nueva era, con amplia influencia en la derrota del ALCA en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, el 5 de noviembre de 2005 (González, 2015: 211). Ese propio año Chávez creó Petrocaribe, para contribuir a la seguridad energética de 19 países de Centroamérica y el Caribe. Para entonces Cuba y Venezuela ya habían sido declaradas por parte de la Administración Bush como los ejes del mal en el Hemisferio Occidental.
Mientras su liderazgo regional e internacional crecía, dentro de su país Chávez daba una decisiva batalla por transformar el tradicional esquema rentista de la economía para hacerla productiva, complejo desafío como consecuencia de sus deformaciones estructurales en un mundo dominado por la globalización neoliberal. Estaba consciente de que ello constituía una necesidad de primer orden para sostener la nueva sociedad y la posibilidad de ascender a escaños superiores del desarrollo. Mucho avanzó. Un informe de la Cepal de 2011 reconoce que entre 2002 y 2010 el índice de pobreza en Venezuela bajó del 48,6% al 27,8%; al tiempo que la pobreza extrema caía del 22,2% al 10,7%. Lo más importante: Chávez recuperó la autoestima de la gente humilde, que aprendió y construyó su derecho al trabajo, a la salud, a estudiar y formar parte de un proyecto de edificación espiritual desde el arte, la literatura, la práctica deportiva… Los sectores populares cobraran conciencia de que Venezuela es una nación mucho más grande de lo que las élites intentaron hacerles creer.
Esas fueron las razones de su victoria electoral del 7 de octubre de 2012, con el 55,07% de los votos emitidos. Durante la campaña presentó el «Programa de Gobierno para 2013-2019», que ratificaba la tesis combativa, creativa y liberadora de la independencia y el socialismo como proyecto dialéctico de construcción: «Este es el tiempo, como nunca antes lo hubo, de darle rostro y sentido a la Patria Socialista por la que estamos luchando» (Martínez, 2015: 175). Mas poco a poco Chávez iba siendo derrotado por un enemigo implacable: el cáncer. Y el 5 de marzo de 2013 cruzó el portón de los héroes para convertirse en leyenda.
Nicolás Maduro asumió la presidencia y el 14 de abril de 2013 fue legitimado en los comicios electorales. Desde entonces el gobierno bolivariano no ha tenido paz. En un paso que consideró estratégico, Barack H. Obama decidió iniciar una ofensiva subversiva contra la Revolución Bolivariana mediante la firma de la «Ley de Defensa de los Derechos Humanos y la Sociedad Civil de Venezuela 2014», al día siguiente de haberse iniciado el proceso de normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Dos meses más tarde declaró estado de «emergencia nacional con respecto a la amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior de Estados Unidos planteada por Venezuela» —preludio de acciones de carácter injerencista y agresivo—, una política que la nueva administración en la Casa Blanca no ha derogado.
Toda la poderosa capacidad de manipulación cultural del capital trasnacional fue puesta en función de torcer el rumbo socialista de Venezuela. Frente al impacto de la crisis financiera internacional y la despiadada guerra económica de la que es víctima, se pretende hacer creer que basta con retroceder al régimen oligárquico de la IV República para que Venezuela avance. Una porción de la clase media que asume el individualismo feroz y las apetencias consumistas de la oligarquía se ha hecho depositaria en su manera de pensar y actuar de esta seudocultura, conformando un terreno fértil para que germine la semilla del fascismo.
Tales desafíos imponen promover una nueva cultura que entronice cambios sustanciales en las concepciones ante la vida, y de la relación con el mundo de un sujeto que gane conciencia acerca de la necesidad de construir una sociedad solidaria y humanista gobernada por sus hombres y mujeres, y no por la fuerza ciega del mercado. El enemigo es el régimen neoliberal que despoja a los trabajadores de su seguridad laboral, derechos sindicales y prestaciones sociales, sanitarias y educativas; que criminaliza al inmigrante y niega al campesino el derecho a la tierra; que cierra a los pobres la posibilidad de tener casa, el camino a la escuela, la puerta de los hospitales… En este combate por la sobrevivencia de la especie humana, las vanguardias intelectuales de la izquierda venezolana y latinoamericana pudieran contribuir con mayor entrega e intención, a preservar una revolución nacida del sueño chavista de construir el socialismo del siglo xxi.
El ascenso a la Casa Blanca de la administración fascistoide de Donald J. Trump agravó el escenario. La reacción venezolana recibió luz verde para acelerar los planes de desestabilización con acciones terroristas; la quema de personas se ha convertido en una práctica del ejército fundamentalista de malandros y asesinos, contratado y armado por la oposición. Por el contrario, el gobierno trabaja para sembrar la paz y en ese camino ha convocado a una Asamblea Constituyente rechazada por la oligarquía y sus seguidores. ¿La razón?: para la Revolución Bolivariana resulta imprescindible desarrollar una economía productiva y diversa que haga sostenible el socialismo, e instaurar un nuevo modelo de distribución capaz de satisfacer las necesidades de la población. Particular importancia tiene constitucionalizar las formas de manifestación de una democracia incluyente y participativa, que dé protagonismo a los nuevos sujetos nacidos del poder popular.
En Venezuela se juegan hoy los destinos de Nuestra América. La oleada neoliberal que intenta retrotraernos al escenario en el que se configuraba el ALCA —mandado por Chávez, Lula y Kirchner «al carajo»—, se vale de manipulaciones y artificios para confundir. En esta guerra cultural a la que dedican tanto dinero como a la carrera armamentista, el imperio y sus cipayos lo han ensayado todo en el plano de la subjetividad. Se intenta desmovilizarnos y sembrar en el imaginario popular la bandera de la modernidad sobre el predominio estadounidense como mecanismo de sujeción neocolonial. Para preservar ese control se fundó hace 69 años la OEA, el ministerio yanqui de Colonias. La bochornosa actuación de Luis Almagro en contubernio con algunos gobiernos neoliberales, pretende legitimar la reacción venezolana y generar un clima que justifique la intervención militar.
Quieren barrer las conquistas de la Revolución Bolivariana, sus ideales democráticos y de justicia social. Y en la consecución de ese propósito necesitan humillar a su pueblo para que nadie más se atreva a seguir su ejemplo. Muestra de la audacia y legitimidad del gobierno bolivariano, ha sido su clara victoria sobre las maniobras de la OEA en sus pretensiones intervencionistas y su salida de esa organización fantoche. También resultó frustrada la estratagema de los gobiernos neoliberales de Argentina y Brasil, para expulsarla de Mercosur. Como parte de esta campaña, Trump realizó el anuncio de que aplicará «fuertes y rápidas medidas económicas» en contra de Venezuela en caso de que sea convocada la Asamblea Nacional Constituyente. Es momento de combatir por nuestros sueños. Chávez vive hoy en el torrente popular que defiende la Constituyente. En este nuevo aniversario de su nacimiento, ¡levantémonos por Venezuela!
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