Fuente: La Jornada
Sé que mienten porque he visto a Maduro actuar varias veces en Venezuela, sea en un mitin, o dentro de su círculo de colaboradores o en una cena con la dirección político-militar chavista y un grupo de intelectuales y artistas de numerosos países. El hombre que he visto es noble, modesto, inteligente y de verbo elocuente, forjado en la persuasión desde sus precoces años de activista revolucionario y luego líder sindical del metro de Caracas, donde fue conductor de autobuses. Escucha atentamente, es fraterno con sus compañeros y con la gente del pueblo y muy cálido con los militantes solidarios con Venezuela.
Estoy seguro que lo mismo puede pensar quien lo vea y observe cuidadosamente expresarse en la tele. Es más, hice la prueba con dos amigas: una sicóloga y otra crítica de arte, ambas académicas con estudios doctorales, que no conocen a Maduro y apenas lo han visto en las noticias, ni tienen la política entre sus prioridades. Eso sí, las dos son auténticamente progresistas y plenamente conscientes del engaño masivo a que someten a sus audiencias los medios
. Envié a ambas la entrevista realizada el 18 de agosto al caraqueño por el veterano periodista y revolucionario venezolano José Vicente Rangel. Pedí a mis amigas que la vieran detenidamente y con ojo crítico. Palabras más o menos las dos coincidieron en lo siguiente: es un hombre bueno y, además de su talla de líder, es evidente que no puede ser un dictador.
No me cabe duda que otro tanto pueden decir las personas desprejuiciadas que vean su estelar conferencia de prensa de tres días después. He tomado como ejemplo estas dos comparecencias del mandatario por desarrollarse en un momento decisivo de su ejecutoria y de la Revolución Bolivariana, en pleno funcionamiento de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), cuando contrariamente a la versión mediática, apreciamos a un líder victorioso, en pleno control de la situación, cargado de propuestas y a un proceso revolucionario capaz de remontar grandes derrotas, como la sufrida en las elecciones legislativas de 2015, y de reinventarse audazmente y poner en práctica en el momento exacto y, por ello, muy exitosamente, una iniciativa tan riesgosa como las elecciones a la ANC.
La serenidad, la paciencia y el aplomo que se aprecia en Maduro en ambos documentos, engrandece más a este hombre, quien acaba de asestar una importante derrota a la guerra no convencional contra Venezuela, que libran y seguirán librando Estados Unidos y las derechas. Su objetivo es acabar con el peligroso ejemplo que es para el mundo la revolución bolivariana. No menos importante, apoderarse de su petróleo y abundantes recursos naturales. Venezuela es hoy uno de los cuatro escenarios donde puede estallar una guerra mundial si no logramos pararla a tiempo con una gran movilización internacional.
Maduro propone restablecer el diálogo con la oposición en el marco de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y pide al papa Francisco que el Vaticano retome la mediación. La propuesta se encuadra en el espíritu de verdadera unidad e integración latino-caribeña que representa la Celac, en contraste con el servilismo de la OEA, criatura imperial. Habla de la recuperación económica, política y moral de la revolución como objetivos inmediatos. El ex pelotero y roquero y ex canciller recuerda reiteradamente que Venezuela necesita y quiere la paz pero está muy bien armada y cuenta con un magnífico sistema de defensa antiaérea ruso. Asegura que se cumplirá el calendario electoral como fija la Constitución y subraya que en octubre habrá elecciones de gobernadores y que todos los partidos de oposición ya postularon sus candidatos. Nadie honesto podría negar que es un demócrata y un hombre de instituciones.
Maduro merecería ya el mayor respeto y admiración por la sola proeza de haber conducido digna y creativamente hasta aquí el timón de la revolución y el Estado que le entregaran el gigantesco Hugo Chávez y el pueblo venezolano.