En medio de la violencia generalizada que recorre América Latina, el crecimiento de los cuerpos militares especiales, nacionales o estadounidenses, es una pista que no debe dejar de seguirse.


Fuente: ALAI

We operate and fight in every corner of the world.[1]

Raymond A.  Thomas, US SOCOM

La guerra infinita es la marca de nuestros tiempos.  El Departamento de Defensa estadounidense (DoD) ha sido el principal arquitecto de un escenario colmado de guerras: preventivas, contra el terrorismo, el crimen organizado o supuestos gobiernos autoritarios.  Sin embargo, la lógica de estas guerras ya no consiste en hacerlas para que un bando salga victorioso sino para “mantener los territorios en situación de guerra porque [estas] ya no son el medio, sino el fin” (Ceceña, 2014).

El 11 de septiembre de 2001 fue el punto de inflexión en el modo de hacer la guerra.  A las fuerzas convencionales, se sumó cada vez más el despliegue de los cuerpos de fuerzas especiales.  Aunque su origen proviene de la guerra de Vietnam y de la creación del Comando de Operaciones Especiales (SOCOM) en 1987, fue a partir del 2001 que sus operaciones se ampliaron para abarcar el planeta entero bajo las más diversas modalidades, particularmente en la guerra contra el terrorismo.  La operación más llamativa de este tipo de cuerpos militares es el asesinato de Osama Bin Laden en Pakistán en 2011 a manos del equipo SEAL 6 —uno de los cuerpos de élite del Comando Conjunto de Operaciones Especiales (JSOC)—, al que se suman otros como los Army Delta, Rangers, Green Berets, etcétera.  Soldados altamente entrenados para actuar en tierra, mar o aire, se distinguen por su carácter reptante: actúan en pequeños grupos clandestinos, encubiertos, que operan con, o por medio, de las fuerzas militares locales, con altos niveles de riesgo (JCS, 2014: I-1).  Entre sus tareas no sólo está la acción directa en medio del conflicto (con tácticas antiterroristas, de guerra no convencional o contrainsurgencia) sino las acciones diplomáticas encubiertas, el reconocimiento de los territorios, el entrenamiento de fuerzas de seguridad de otros países, y la asistencia humanitaria (JCS, 2014: II-3).

El rango de acción de estos cuerpos sobrepasa el protocolo militar y el derecho internacional, por lo que son idóneas para intervenir en guerras irregulares y asimétricas, es decir, en aquellas donde se enfrentan actores estatales y no estatales.  Si se trata de un país aliado, las fuerzas especiales pueden apoyar con entrenamiento a las fuerzas militares, participar en operaciones de contrainsurgencia, antiterroristas y de estabilización para acabar con “insurgencias, resistencias o terroristas”.  Cuando se trata de países hostiles, cualquier insurgencia o resistencia es apoyada con operaciones de guerra no convencional para acabar con ese estado (JCS, 2014: II-2).

Este tipo de cuerpos militares son parte central de las guerras desatadas en este inicio de siglo.  Aunque estas fuerzas sólo reciben 2 por ciento del presupuesto del DoD, estos gastos han crecido aceleradamente en la última década.  Entre septiembre de 2001 y 2014, los recursos que recibió el SOCOM se triplicaron (de 3 mil millones de dólares a 9.8 mmd) y el personal total alcanzó los 70 mil elementos en 2017.  Según el SOCOM, actualmente hay cerca de 8 mil soldados de élite operando en más de 80 países, aunque su presencia se ha detectado en 70% de los países del mundo, principalmente en Medio Oriente (Turse, 2017).

Fuerzas especiales en América Latina

En América Latina, esta tendencia se extiende aceleradamente a través de tres mecanismos: ampliando los territorios de operación directa de los cuerpos de fuerzas especiales, aumentando el entrenamiento de las fuerzas locales y definiendo un enemigo particular: los narcotraficantes y el crimen organizado.[2]

A diferencia de los países del Medio Oriente, la puerta de entrada a los cuerpos de fuerzas especiales en América Latina y el Caribe no fue el terrorismo sino la guerra contra las drogas.  Uno de los casos más emblemáticos es el asesinato del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, que se realizó con la intervención del llamado Bloque de Búsqueda, en el que participaban elementos del JSOC y personal de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).  Ya con la puesta en marcha del Plan Colombia, la CIA implementó un programa encubierto para eliminar a los líderes rebeldes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Ejército de Liberación Nacional, con el que se asesinó a más de 70 miembros de estas guerrillas entre 2007 y 2013.  Las operaciones encubiertas incluían la prestación de servicios de inteligencia en tiempo real y paquetes de bombas inteligentes, guiadas por GPS.  Ése es el tipo de bombas que se usaron en marzo de 2008, cuando las fuerzas aéreas colombianas atacaron un campamento de las FARC en Sucumbíos, en la zona fronteriza de Ecuador (Priest, 2013).

Otro de los mecanismos mediante los cuales se despliegan las fuerzas especiales a lo largo del continente es a través de entrenamientos militares bilaterales o regionales.  Tres ejercicios regionales, organizados por el Comando Sur, son encabezados por los cuerpos de élite del ejército estadounidense: Fuerzas Comando, Fused Response y Panamax.  Durante las competencias de los cuerpos de élite y patrullajes al canal de Panamá con escenarios de ataques terroristas simulados, las fuerzas especiales estadounidenses dan asesoría a sus contrapartes latinoamericanas.  Es notable que el comando de élite colombiano haya ganado 8 de las 13 ocasiones en que se ha realizado la competencia Fuerzas Comando.

Los Entrenamientos de Intercambio Conjuntos Combinados (JCET) son otra forma de conducir las operaciones de los cuerpos de élite para reconocer territorios, familiarizarse con el lenguaje y cultura de otros países.  En estos ejercicios se practican habilidades de combate urbano, comunicaciones, recolección de información y control de disturbios.  En América Latina y el Caribe, este tipo de ejercicios se han triplicado a pesar de que el presupuesto militar que Estados Unidos ha destinado a la región ha disminuido.  Estos intercambios se han dado prácticamente con todos los países del continente, sobresaliendo: Honduras, que recibió 21 misiones entre 2007 y 2014, y El Salvador y Colombia con 19 (Kinosian e Isacson, 2016).  Su rango de acción es incierto.  En 2017, por ejemplo, un grupo de fuerzas especiales estadounidense recibió la autorización del congreso paraguayo para ingresar al país con equipo, armamento y municiones para participar en un entrenamiento de intercambio para entrenar al ejército paraguayo en el combate al terrorismo y el narcotráfico.

JCET en América Latina, 2007-2014
País Número
Honduras

21

Colombia

19

El Salvador

19

República Dominicana

18

Belice

16

Panamá

15

Brasil

13

Chile

11

Guyana

11

Perú

11

Jamaica

9

Trinidad y Tobago

9

Guatemala

8

Otros países*

31

Total

211

*Incluye a Paraguay, Surinam, Costa Rica, Nicaragua, México, Argentina, Bahamas y Uruguay.

Fuente: Kinosian e Isacson, 2016

El papel de las fuerzas especiales

El crecimiento de las Fuerzas especiales es uno de los pilares de la política militarista estadounidense desde el 11 de septiembre de 2001.  El ejército estadounidense puede librar enormes y costosas guerras al mismo tiempo que tener desplegados pequeños grupos con capacidad de operación quirúrgica y letal.  Sin embargo, el crecimiento de ISIS y la continuada batalla por Afganistán, son una muestra de que las fuerzas especiales no ganan las guerras sino que son parte fundamental de la construcción de la guerra infinita.  En medio de la violencia generalizada que recorre América Latina, el crecimiento de los cuerpos militares especiales, nacionales o estadounidenses, es una pista que no debe dejar de seguirse.

 

Sandy E.  Ramírez es maestra en Economía e integrante del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica.  Correo electrónico: sanerag@gmail.com

 

Bibliografía

Ceceña, Ana Esther (2014), “Los golpes de espectro completo”, Reordenando el continente, ALAI, núm.  495, mayo.

Joint Chiefs of Staff (2014), Special Operations, Joint Chiefs of Staff, en http://www.dtic.mil/doctrine/new_pubs/jp3_05.pdf

Kinosian, Sarah y Adam Isacson (2016), “U.S.  Special Operations in Latin America: Parallel Diplomacy?”, WOLA, 30 de agosto, en https://www.wola.org/analysis/u-s-special-operations-latin-america-parallel-diplomacy/

Priest, Dana (2013), “Covert action in Colombia”, The Washington Post, 21 de diciembre, en http://www.washingtonpost.com/sf/investigative/2013/12/21/covert-action-in-colombia/?utm_term=.15967a57eca2

Turse, Nick (2017), “A Wide World of Winless War”, TomDispatch, 25 de junio, en http://www.tomdispatch.com/blog/176300/

 Notas:


[1] Operamos y combatimos en cada esquina del mundo.

[2] En audiencia ante el Comité de servicios armados de la Cámara de representantes, el general Raymond A.  Thomas señaló las cinco amenazas que son prioridad del SOCOM: las organizaciones extremistas, Rusia, Irán, Corea del Norte y China.  Thomas mencionó que las fuerzas especiales tienen presencia en Afganistán, Siria, Irak, Yemen, Somalia, Libia, el cinturón del Sahel, Filipinas, Centro y Sudamérica debido a la presencia de Al Qaeda y el Estado Islámico.  No hay evidencia que alguno de estos grupos esté presente en América Latina, sin embargo, la amenaza que representan las “redes criminales internacionales” se equipara a la de las organizaciones calificadas como terroristas.

Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento: Los territorios de la guerra 11/09/2017

Por REDH-Cuba

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