La derecha brasileña ha realizado su sueño desde 2003: sacar el PT del gobierno. Como no lo ha logrado por medio de elecciones -y se dio cuenta que ya nunca más lo lograría – , optón por el atajo del golpe. Estuvo condenada así a tener como presidente al vice de entonces, Michel Temer, con toda la carga de acusaciones de corrupción.
Pero la política económica neoliberal es la que unifica a toda la derecha brasileña. Como resultado, el golpe militar generó un gobierno que tiene el 3% de apoyo, sea porque es el gobierno más corrupto de la historia política de Brasil, sea por la recesión que la política económica centrada en los ajustes fiscales que ha producido, con sus crueles consecuencias sociales, sobre todo el alto nivel de desempleo: alrededor de 27 millones de personas.
Si el atajo del golpe fue el camino más corto de la derecha para captar de nuevo la presidencia de Brasil, ésta tiene que pagar el precio de tener que mantener ciertas normas institucionales. Ha hecho un amplio uso de la judicialización de la política, buscando sacar al favorito Lula de la disputa electoral, no ha podido, por lo menos hasta ahora, ni expropiar totalmente la representatividad de las elecciones – por medio de la instauración del parlamentarismo o del término de la obligatoriedad del voto -, tampoco ha logrado encontrar una forma de cancelar las elecciones de octubre de este ano.
La derecha brasileña hizo todo lo que pudo: sacó a Dilma de la presidencia, asaltó al gobierno, hizo aprobar leyes antipopulares, privatizó el patrimonio público de Petrobras. Además de levantar todo tipo de sospechas respecto a Lula, para intentar destruir su imagen e impedir que volviera a ser presidente de Brasil
Tumbaron a Dilma, aunque sin ningún fundamento legal, al punto que este mes la comisión del Senado brasileño que ha examinado el caso, llegó a la conclusión de que Dilma no había cometido ninguna infracción legal. Han tomado preso a Lula, aun con un proceso sin crimen y una condena sin pruebas. Pero no les pasa el susto. Aunque lleguen a impedir que Lula sea candidato, el fantasma de que quien Lula indique es favorito para ganar las elecciones y que de esta forma el PT vuelva a la presidencia de Brasil, les quita el sueño.
El conteo regresivo hasta las elecciones presidenciales solo pone más nerviosa a la derecha. La izquierda tiene su candidato – Lula – o quien le indique. La derecha ha agotado los intentos de tener un candidato anti-política, que se valiera del rechazo generado en contra de la política y los políticos. Intentó con un presentador de TV Globo, después con un juez, pero ninguno cuajó. Recurren entonces a , por lo menos, unificar a los candidatos que la derecha considera serán de centro. Cardoso se asume como articulador de esos intentos, que incluirían al candidato de su partido, el ex-gobernador de Sao Paulo, Alckmin, que no ha logrado superar el 5% de apoyo, además de Marina Silva y otros nombres similares. Pero todos sumados no alcanzan siquiera a superar a Bolsonaro, el candidato de la extrema derecha.
El pánico más grande de la derecha brasileña es el retorno del PT al gobierno. Significaría el fracaso del golpe y del intento de retorno al modelo neoliberal. Significaría asimismo una derrota política de gran dimensión, reabriendo un período de gobiernos populares, que los volvería a marginar por largo período.
Otro fantasma de la derecha brasileña es que ni siquiera sea el principal contendiente de la izquierda, siendo suplantada por la extrema derecha. Lo cual facilitaría todavía más el apoyo a la izquierda.
No son fáciles los tiempos para r, pero tampoco lo son para la derecha brasileña. La más profunda y prolongada crisis de la historia brasileña se acerca a un desenlace. De alguna forma ese desenlace se dará con las elecciones. Derecha e izquierda afilam sus armas para esse enfrentamento.